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Leonardo Fernández y Gastón Ramírez, de Peñarol, al final del partido, el 23 de octubre, en el estadio Olímpico Nilton Santos en Río de Janeiro, Brasil.

Foto: Diego Ramalho, AFP

El infierno tan temido: Botafogo 5-0 Peñarol

3 minutos de lectura
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La semifinal de la Libertadores quedó casi liquidada en Río, donde los aurinegros fueron avasallados en el segundo tiempo.

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Fue un infierno. Algo casi inenarrable, inexplicable para quienes aún no logran entender cómo pudo haber cambiado todo y tan dramáticamente de un tiempo para el otro. Apenas 15 minutos con los deportistas sentados en bancos lustrosos por el sudor del esfuerzo alcanzaron para invertir una historia que, a juzgar por la lógica del fútbol, casi ha liquidado las expectativas, los sueños y las ilusiones de Peñarol de llegar a la final. Queda todo un partido, pero el ejercicio prodigioso y avasallante de Botafogo en los 45 minutos finales impiden pensar en alcanzar la gloria. El primer tiempo de Peñarol rozó la excelencia de la neutralización. El segundo tiempo de Botafogo atravesó todos los límites y puso un 5-0 único, con dos goles de Jefferson Savarino y uno de Barboza, Luiz Henrique e Igor Jesús.

Nadie, ninguna persona nacida o criada en Uruguay, por alejada que esté del fútbol, puede creer o sostener que un partido es sólo un partido y que se resume en lo que pasa durante 90 minutos entre 22 personas que van detrás de una pelota en un rectángulo de 100 metros de largo por 70 de ancho. El fútbol es para los uruguayos una forma de vivir, un acto de fe, ciencia y razón, honra, esfuerzo, identificación, fortaleza, oportunidad. Es la luz al final del camino, es la ilusión de cada día apenas pisoteada por una colección de frustraciones que duelen pero no matan. El fútbol no es un apéndice para uruguayas y uruguayos, hay una dimensión de la vida de esta sociedad donde el fútbol articula y mueve nuestros días. Habrá revancha.

Rodrigo Pérez, de Peñarol, y Gregore, de Botafogo, el 23 de octubre, en el estadio Olímpico Nilton Santos en Río de Janeiro, Brasil.

Foto: Daniel Ramalho, AFP

El vaso medio lleno

Peñarol este año en el campo internacional parece que siempre sorprende, pero no sorprende porque es como el Gato Díaz, el golero de Estrella Polar en El penal más largo del mundo: “Yo sé que él sabe que yo sé. Él sabe que yo sé que él sabe que yo sé”. Con esa lógica, fue o no fue sorpresivo el planteo de Diego Aguirre, que le salió a jugar cara a cara al elenco carioca. En los primeros cinco minutos, las acciones de ataque fueron mayormente de los aurinegros.

Recién después de pasados los diez minutos iniciales, Botafogo comenzó a tener un protagonismo seguramente distinto del que buscaba porque, al no poder congeniar juego asociado, intentó avanzar por el ancho de la cancha y con envíos largos que pudieron terminar en centros, pero no en pelotas que generaran situaciones peligrosas.

Se empezó a frustrar el fogão, que conseguía poner la pelota cerca del área pero lejos del arco de Washington Aguerre. Resultaba admirable advertir la cohesión, la solidaridad y el plan de partido seguido con todo el esfuerzo por los 11 uruguayos que estaban en el medio del infierno carioca.

Leonardo Fernández de Peñarol y Alexander Barboza de Botafogo, el 23 de octubre, en el estadio Olímpico Nilton Santos en Río de Janeiro.

Foto: Daniel Ramalho, AFP

El infierno tan temido

A los cinco minutos del segundo tiempo pasó lo que no tenía que pasar. Luiz Henrique, que había terminado la primera parte mostrando toda su genialidad y había comenzado el segundo tiempo de igual manera, filtró una pelota exquisita para el ingreso por la derecha de Jefferson Savarino, que con un solo movimiento cruzó la pelota al segundo palo sobre la salida de Aguerre.

El gol fue una compuerta liberada de confianza para los brasileños y un momento crítico para los aurinegros, que en pocos minutos absorbieron dos goles más: primero fue el argentino-uruguayo Barboza, que en un córner pudo domar un rebote en el punto penal y estirar su pierna para empujarla al arco; apenas un par de cambios después, cuando todavía quedaban los ecos de los festejos del segundo, llegó el tercero con una jugada muy bien concebida y finalizada otra vez por el venezolano Savarino. Tres goles en un abrir y cerrar de ojos. El desajuste total. Porque, además, no sólo estás pensando en cómo resistir eso que puede parecer una paliza, sino en lo que vendrá después, cuando, aunque quede todo un partido, la clasificación va quedando lejos.

Todo empezó a fallar. No fueron posibles ajustes que en el primer tiempo se resolvían, las acciones colectivas en defensa fracasaban por un lado o por el otro. Ni los centrales ni los laterales podían con los puxadores del fútbol samba de los cariocas, y entonces Luiz Henrique, genio y figura, definió por arribita de Aguerre para poner el 4-0.

El infierno. Realmente el infierno. Faltaban todavía diez minutos cuando Igor Jesús, aprovechándose de la mala noche de Aguerre, puso el 5-0.

Una pesadilla.

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