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Marcelo Bielsa.

Bielsa , Míster Peregrino Fernández, y el ADN del fútbol uruguayo

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Reflexiones del día después del empate de Brasil y Uruguay | Deportivo Sentimiento.

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“El míster daba las charlas técnicas con la ayuda de un librito de Arthur Schopenhauer y así aprendí algunas cosas que no sabía de mí y de las experiencias que estaba viviendo en mi primera juventud. Ya sé, no es posible que el fútbol, banal y grosero, evoque los misterios de la vida, pero a veces, dentro de la cancha, los remeda mucho. Al menos para un alma sin otra pretensión que vibrar y vibrar antes del reposo definitivo, como la de Peregrino Fernández. Aquel entrenador solía decirnos que sólo el juego de los niños es capaz de remedar, en lo repetitivo y anodino, una búsqueda tan grande de la verdad. No sé si pude entenderlo nunca: según él, se trataba de comprender los fragmentos para darse cuenta de que es imposible asir la totalidad. Nuestra moral se construye entre los dos arcos. Nos crían en ciertos valores admirables y perversos, y podemos elegir entre ser leales a ellos o a la gente que cruzamos en el camino. El trayecto hacia el gol es, en definitiva, una manera de conocimiento, de mirarnos y de mirar a los demás. Así hablaba el míster Peregrino Fernández.”

No hay profesión, oficio ni trabajo que no presente, de manera casi permanente, asuntos difíciles de resolver ya sea por la complejidad de la situación a enfrentar o por una coyuntura complicada que engloba la situación a resolver.

Cuando analizo de manera casi simultánea en formato crónica informativa un partido de fútbol, pongamos Brasil-Uruguay, uno de los encuentros más significativos en la construcción de la divina historia de ese deporte, sé que será una prueba compleja en la que debo aguzar mi conocimiento de la crónica, pero ante todo del fútbol y sus desarrollos tácticos, estratégicos y técnicos, porque estoy resolviendo un trabajo que será pasible de ser revisado por un universo de uruguayos y uruguayas que conocen la materia, que están observando el partido igual que yo, y que no buscan -como hace décadas- que les cuente cómo fue o sobre qué bases se desarrollaron esos 90 minutos, sino que esperan ideas y observaciones que estén a la altura de las circunstancias.

Eso que me pasa a mí, y a cada uno de ustedes en sus labores o desarrollos de sus ideas, también le sucede cada día a Marcelo Bielsa, Sergio Rochet, Guillermo Varela, Josema Giménez, Mathías Olivera, Marcelo Saracchi, Federico Valverde, Manuel Ugarte, Rodrigo Bentancur, Facundo Pellistri, Darwin Núñez, Maximiliano Araujo, Rodrigo Aguirre, José Luis Rodríguez y Cristian Olivera, por citar a los que empataron 1-1 con Brasil.

En medio de ese rápido análisis de lo que está pasando, que se leerá después como lo que pasó, me encontré con que ese partido de la eliminatoria para Estados Unidos-México-Canadá 2026, era conceptualmente muy parecido al primer Uruguay-Brasil que vi televisado cuando era niño, el de México 70, cuando a Uruguay lo dirigían Juan Eduardo Hobberg y Juancito López; o como el de la final de la Copa América de 1983, con Omar Borrás; o como el del 16 de julio de 1989, cuando la selección de Tabarez jugó la final de la Copa América en Maracaná; o como la final de 1995, con Pichón Núñez; u otro con Púa, Passarella, Carrasco, Fossati y, otra vez, Tabárez.

Estaba viendo un partido en lo que ahora -para vergüenza de los físicos cuánticos- llaman tiempo real, pero asimismo me brotaban recuerdos arcaicos de cada vez que he visto un Uruguay-Brasil con marcas genéticas de la competencia, fenotípicas de las canchas de cada país que son de una trazabilidad insospechada sin importar quién selecciona a los jugadores ni cómo pretende hacerlos jugar.

La belleza de saber defender

En un momento quedé fijado con una idea que escribí así: “Manu Ugarte se metía en la cueva entre Giménez y Mathías Olivera, mientras Rodrigo Bentancur quedaba como el 5 natural. La apuesta uruguaya, la dificultosa idea de los de Bielsa, era sostener los ataques brasileños y generar rápidas transiciones, que en los primeros minutos se dieron con algunas corridas de Facundo Pellistri por el flanco derecho -que no pudo resolver con una acción de peligro-. Hubo algunas geniales conexiones del ataque brasileño que fueron bien resueltas técnicamente por las acciones defensivas de los uruguayos. Terrible planchada, pero los nuestros, que no son millonarios en bicicletas, pedaleadas y folha seca, tienen capacidades y virtudes que tal vez no aparezcan en las estadísticas o en las jugadas recopiladas de top ten, pero que son esenciales en las contiendas de alta técnica y tienen que ver con la escuela de marca, con los cierres, las coberturas y las barridas que resuelven casos que parecen insalvables. Eso también es fútbol, y eso también es parte de las innegables fortalezas de Uruguay, lo dirija Bielsa o míster Peregrino Fernández”

Tanto Bielsa como míster Peregrino Fernández, el entrañable personaje de ficción de Osvaldo Soriano, son argentinos, es decir no-uruguayos, pero no pueden, no quieren o tal vez ni siquiera intentarían desguazar o desvalorizar uno de los activos inmateriales más importantes de la segunda mitad de la joven historia del fútbol uruguayo: la marca, la neutralización, el control sobre un conjunto de rivales que engarza altos niveles técnicos, exquisiteces individuales y juego asociado de calidad. Ese reservorio básico y nunca descuidado de los zagueros bien parados, el 5 metido pistoneando entre los backs, los laterales cerrando por detrás de los zagueros y galopando como matungos ha acompañado siempre en los mejores y también en los peores momentos al fútbol uruguayo. Quizás esas habilidades colectivas no sean más que un desprendimiento casi oculto de aquellos cracks que descollaban con su seriedad y eficacia cuando el Terrible Nasazzi y el Indio Arispe conformaban la zaga triunfal acompañando a la línea media de los campeones José Leandro Andrade, el Gallego Fernández y Álvaro Gestido, aunque todo el mundo hablaba de las maravillas del Mago Scarone, del Vasco Cea, del Manco Castro, de Perucho Petrone o del Nenín Anselmo.

Fútbol, dinámica de lo impensado

Cuando Bielsa fue el elegido para dirigir a la selección uruguaya, sustituyendo a Diego Alonso, que participó en siete encuentros oficiales, pero básicamente a Óscar Washington Tabárez, que en 15 años de actividad refundó y consolidó a las selecciones nacionales de Uruguay en concordancia con lo mejor de su historia, se estaba contratando a un entrenador reconocido por su apuesta al juego ofensivo.

La marca Bielsa representa en el imaginario popular una forma de juego en campo contrario, propiciando la rápida recuperación de la pelota y ataques directos y repetidos. Ese es su portfolio, que ni siquiera él ha instalado en el mundo del fútbol, y pareció que su sola llegada al Complejo Celeste propiciaría y generaría un rotundo cambio de paradigma de la propuesta colectiva.

Nadie lo piensa, nadie lo cree, sin embargo, en los partidos ante los rivales de mejor momento o en las circunstancias más complejas, el Uruguay de Bielsa ha jugado de esa manera o parecida, sin los aviones que van por afuera, sin que el 9 esté alimentado de pelotas que le caen por todos lados, sin que los mediocampistas se vistan a cada momento de delanteros. ¿Está mal? ¿No fue así o parecido que le pudimos ganar por primera vez en Eliminatorias a Argentina en Buenos Aires, o por primera vez después de más de 20 años a Brasil?

El empate en Bahía con Brasil fue también sustentado en las formas defensivas de Uruguay y así lo hizo saber el mismo Bielsa: “Fueron superiores, pero rescato varios momentos del partido, la pelota estuvo en un porcentaje alto a favor de Brasil. Es muy difícil conseguir que un rival que nos dominó con jugadores desequilibrantes haya podido convertir sólo un gol. A eso le doy valor porque la actuación defensiva del equipo fue buena”.

Hace unos meses, quizás un año, Bielsa expuso en conferencia de prensa que sabía que su ciclo celeste no sería fácil y explicitó: “Uruguay tiene muchos jugadores en la élite. Algo que unifica a los jugadores de élite es que no pierden la pelota, y eso que parece un infantilismo o una reducción exagerada es el principio del fútbol: no perder la pelota. El fútbol es a partir de tener la pelota. Uruguay tiene muchos de esos jugadores que no pierden la pelota. No es difícil hacer que interactúen jugadores que tienen como sello identificatorio no perder la pelota. Luego hay características de los jugadores uruguayos, competitividad, combatividad, coraje, valentía, lucha en los que no hay que intervenir. Yo no creo que la construcción de un equipo alrededor de estas características, que los jugadores uruguayos poseen, sea difícil. [...] En ese sentido trato de aportar”.

Y claro que aporta y seguirá aportando, sin desconocer las virtudes del viejo ADN del fútbol uruguayo.

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