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Ilustración: Ramiro Alonso

“Mi ombligo está enterrado en la favela”, la carta de Adriano

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El futbolista brasileño publicó en The Players Tribune una carta en la que detalla aspectos de su vida actual. El exfutbolista vive descalzo, jugando cartas en el quiosco o tomando cerveza en el bar de su amigo Hermes.

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Hace algunos días, el eterno futbolista brasileño Adriano publicó una carta en el portal The Players Tribune, como en algún momento lo hizo Edinson Cavani, o Ángel di María, o Gianluigi Buffon, para recordar algunas de las mejores cosechas literarias de la página.

Adriano fue un futbolista trascendental, no sólo por ser otro de los ejemplos de favela y pobreza que termina en riqueza y fama a través de sus piernas, sino porque fue uno de los que volvió al barrio.

Quizás el Mágico González, el salvadoreño más famoso, haya sido un pionero en aquello de volver. El Mágico primero decidió instalarse en el Cádiz, donde jugaba y vivía. ¿Para qué irse de un lugar donde se es feliz?, se preguntaba. ¿Para tener más fama? ¿Más dinero? Cuando se fue de Cádiz, se fue de España y volvió a su casa en la Colonia 3 de Mayo de San Salvador. Jugó hasta los 42 años en el FAS. Diego Armando Maradona amó a muchos jugadores. Los respetó y los enalteció. Pero sólo a algunos, a dos sobre todo, los colocó en una estratósfera que sólo él habitaba. Pero ni Maradona, ni el Trinche Carlovich ni el Mágico se creían aquello del barrilete cósmico. Sólo eran pibes de barrio. Cuando Diego llegó a Newell’s Old Boys de Rosario, que estaba conmocionada por su llegada, le preguntaron qué sentía cuando la ciudad lo recibía como el mejor del mundo. Diego, tan altanero como humilde, les decía que en Rosario ya tenían al mejor del mundo, y que era el Trinche. Otro que nunca soltó la camiseta de Central Córdoba, el Trinche Carlovich. Del Mágico, el Diego llegó a decir lo siguiente: “Mágico era mejor que yo. Yo vengo del planeta Tierra, él viene de otra galaxia”.

Adriano no quiso ser un monstruo. Según él, fue una promesa, una promesa incumplida. Aunque por su apodo de Emperador de Europa, se pregunta si en realidad como dijeron varias veces, Adriano hizo todo mal o hizo todo bien. También sostiene en la carta publicada por The Players Tribune, que mucha gente no entiende por qué abandonó la gloria del campo para volver al barrio a la deriva. Y es cierto que habla del alcohol, del alcohol diario que se va adhiriendo al cuero, pero la de Adriano no es una carta sobre alcoholismo y depresión, es una carta sobre la pertenencia, sobre la posibilidad de volver a sentarse en el quiosco de Naná, o en el bar de su amigo Hermes, sin los flashes de la fama. Hay ciertos códigos en la favela, dice Adriano, uno es que nadie se entera de lo que Adriano está haciendo y todos lo dejan ser, otro es que no se puede subir así nomás a cierta altura del morro.

A la favela de Vila Cruzeiro en Complexo da Penha suben en moto. En la entrada de la comunidad está el campo de Ordem e Progresso. “Mierda”, dice Adriano, “he jugado más fútbol aquí que en San Siro”. Y continúa: “Para entrar y salir de Vila Cruzeiro hay que pasar por delante del campo. El fútbol se impone en nuestras vidas”. A Adriano lo llevaba su abuela a entrenar en el Flamengo. Su padre había recibido una bala perdida, lo que lo hundió en un anclaje de salud insuperable que cambió la vida de la familia. “Mi padre fue realmente feliz aquí, Almir Leite Ribeiro”. Su madre hacía malabares para darle de comer. “Pero mi madre no estaba sola”, dice Adriano. “Siempre había alguien que la ayudaba. Un día, un vecino se acercó con una caja de huevos y le dijo: ‘Rosilda, véndelos para conseguir algo de dinero. Así podrás comprarle la merienda a Adriano’. Pero Rosilda no tenía dinero para pagarle. ‘No te preocupes, hermana. Vende los huevos y me pagarás’. Así era. Otro vecino le consiguió una garrafa de gas. ‘Rosilda, vende este. La mitad es tuya, la mitad es mía’. Una de mis tías consiguió un trabajo con licencia y ticket de comida que le daba a mi madre: ‘Rosilda, no es mucho, pero al menos le comprará una galleta a Adriano’. Sin esta gente yo no sería nada”, concluye.

Adriano fue campeón de la Copa América con la selección de Brasil en 2004, brilló en el Inter de Milán, donde ganó todo. Empezó a volver a Brasil cuando volvió al Flamengo, donde surgió porque su abuela lo llevó a tesón. También la descosió en el Corinthians. En cierto momento se instaló en Barra do Tijuca, pero, dice, “mi ombligo está enterrado en la favela”. “Lo único que busco en Vila Cruzeiro es paz y tranquilidad. Aquí paseo descalzo y sin camiseta, sólo con pantalones cortos. Juego al dominó, me siento en el cordón, recuerdo las historias de mi infancia, escucho música, bailo con mis amigos, duermo en el suelo. Veo a mi padre en cada uno de estos callejones”, dice Adriano, quien posee tal nostalgia y tal melancolía, curtida en navidades alejadas de su barrio, que decidió entregarse como un poeta a esa nostalgia, a esa melancolía, pero no desde la depresión ni desde la adicción, aunque formen o hayan formado parte de su vida. Adriano no vive en la favela porque toma cerveza o porque vive azotado por las frustraciones. Adriano vive en la favela porque es su casa.

“Por eso siempre vuelvo. Aquí se me respeta de verdad. Aquí está mi historia. Aquí aprendí lo que es la comunidad. Vila Cruzeiro no es el mejor lugar del mundo. Vila Cruzeiro es mi lugar”.

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