Los supuestos sirven para afirmar que viajar a Albania, Kosovo o Bosnia, para conocer las ligas de fútbol locales, tiene algo de delirio y mucho de inverosímil. Y los supuestos también sirven para ser puestos en cuestión, como lo hace el periodista catalán Axel Torres, que a lo largo de una década viajó en cinco ocasiones a la península balcánica para documentar de qué manera se vive el deporte en esos países.
Crónicas balcánicas (Contra) no sólo se ciñe a lo que pasa cuando rueda la pelota; en este caso el fútbol sirve de tejido conectivo, un punto de referencia para esa suerte de road movie que comenzó en 2013, al cruzar vía marítima desde Bari a Durës, en Albania. Una vez en tierra, Torres y Edu, el fotógrafo que lo acompañó en la travesía, se mueven con diligencia para conseguir un medio de transporte que los deje en Korçë, cerca de la frontera con Grecia; el apuro responde a que, en pocas horas, el Skënderbeu, equipo de esa ciudad, disputa en Kazajistán la segunda fase clasificatoria para la Champions League.
Las calles están desiertas, no se palpita un clima festivo, la fisonomía del lugar no cambia de apariencia por el suceso histórico que puede representar entrar en la zona de grupos del torneo más importante de clubes de Europa. Encuentran un pequeño bar sin mucha gente dentro, y a través de una señal pirata que se interrumpe en intervalos regulares, miran lo que sucede a 5300 km de distancia.
Esta primera parada en el viaje de algún modo nos da una pista de cuál es el sentido de este libro, dejándonos la sospecha de que calibrar el pulso con el que vibra la gente del lugar el fútbol no es el único motivo y por momentos no es el principal. Afuera del bar, el partido pasa a ser parte del olvido y con un lugareño como guía, se nos enseña un sitio geográfico entre las montañas, como lugar que recibió la influencia cultural griega, otomana, francesa, italiana y albana.
Una vez en Tirana, capital del país que en tiempos de la Guerra Fría fuese gobernado por Enver Hoxha, los viajeros se citan con el periodista local Endi Tufa, quien los ilustra sobre la realidad del fútbol albanés, al tiempo que les muestra el dualismo que vive la ciudad, una mezcla entre la mentalidad de “la generación que vivió aislada del mundo, en un Estado hermético, y una nueva hornada que ha crecido mirando al exterior”.
Las complejidades políticas de otrora, que se hacen carne en la actualidad, están en la superficie y se acentúan cuando el recorrido continúa hacia el norte, al cruzar la frontera con Kosovo y llegar a Pristina, lugar donde a finales del siglo XX reinaba el caos. Entre la guerra con Serbia y la primera visita de Torres corrió mucha sangre y el estado kosovar declaró su independencia.
En los sucesivos viajes, Axel y Edu se toparán con eventos, que a la vista del mundo futbolístico puede parecer insignificantes, no así para los locales por las particularidades que hacen a la identidad de los países. Como en el año 2016, cuando Kosovo jugaba los partidos clasificatorios para entrar a la Eurocopa; o meses después de su primera estadía, en marzo de 2014, cuando la selección local disputaría su primer partido amistoso reconocido por la FIFA frente a Haití. La expectativa por semejante hito tenía sus bemoles, como la ausencia de los jugadores Granit Xhaka y Xherdan Shaquiri. El padre del primero estuvo preso durante el gobierno de Milosevic a finales de los 80 y luego de su liberación se exilió en Suiza, en tanto, los padres de Shaquiri huyeron de la guerra cuando él tenía dos años. Ambos jugadores defendieron a la camiseta helvética y generaron controversia en el mundial de Rusia 2018, al festejar sus respectivos goles en el 2 a 1 contra Serbia, agitando las manos con el águila bicéfala, reivindicando sus raíces albanesas-kosovares.
En las diferentes etapas que conforman las crónicas de este libro, se fue configurando una línea narrativa que acompañó el florecimiento a nivel internacional de las selecciones balcánicas, al tiempo que pudo reseñar los conflictos geopolíticos, como al llegar a Belgrado el último viaje a los Balcanes, donde en un cartel en el mismo aeropuerto anuncia: “Kosovo es Serbia”. Torres afirma que los muros de todas las ciudades del mundo hablan permanentemente, y así como en Pristina hay carteles con la imagen de Bill Clinton que le da la bienvenida a los transeúntes que recorren el bulevar que lleva su nombre, en Belgrado hay murales que hacen referencia a la guerra de Bosnia, inscripciones en contra de la OTAN y un mural de Gavrilo Princip, quien asesinara el archiduque Franz Ferdinand dando inicio a la Primera Guerra Mundial.
El autor tenía como plan documentar cómo se vive el fútbol en ese rincón del planeta, pero el proyecto fue ganando espesor y pasó poco más de una década narrando los avatares de sus clubes y selecciones, al tiempo que fue dotándolo de un marco histórico, político y social, que sigue abierto y sin resolverse, minando de símbolos el deporte que, como todo elemento de la cultura, es permeable al contexto y las tensiones.