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El brasileño João Gomes y el costarricense Manfred Ugalde, el 25 de junio, en el estadio SoFi en Inglewood, California.

Foto: Patrick T. Fallon, AFP

Con el nombre no alcanza: 0-0 para Brasil con Costa Rica

3 minutos de lectura
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Costa Rica, equipo de Gustavo Alfaro, jugó con el corazón y le hizo un partido inteligente a la selección brasileña. Fue histórico para la selección tica, de esos partidos que se esperan, se celebran y se recuerdan.

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Brasil no la tuvo fácil con Costa Rica, así como Uruguay no la tuvo fácil con Panamá ni Argentina la tuvo fácil con Canadá. En algún momento los grandes soltaron la piola y el truco funcionó, pero antes, todo lo que tiene que ver con creer pudo más. Costa Rica creyó, como creyó Canadá y como creyó Panamá. Lo dijeron los panameños en la antesala del partido y lo dijo Gustavo Alfaro, el entrenador argentino de Costa Rica, antes del estreno: “La jerarquía se respeta, pero no se teme, porque si uno va temeroso, no se podría entrar a la cancha. Vengo a buscar respuestas sobre dónde estamos parados, qué nos falta y en qué nivel estamos física, táctica y técnicamente”.

Todo se resume en querer. Los análisis, las estrategias y la plata pueden fundirse con el querer; si no, dejemos de jugar a esto o de mirarlo. Lo que más nos atrae es que una hazaña pueda suceder, aunque lo que más sucede es la magia de los que la mueven. Eso también nos atrae, sensiblemente, como admirar el ballet, incansablemente, como amar el cine. Entonces, por un lado Vinícius Jr y todas las luces como en un teatro. Un Lucas Paquetá confundido entre jugar de nueve o jugar de diez o de cinco, pero haciendo bien las tres tareas. Rodrygo, Raphinha. Brasil es así. Siempre que juega Brasil se baila, aunque no siempre se gana. El samba no es siempre para las alegrías brasileñas, existe el samba de las tristezas.

Del otro lado, Costa Rica con el planteo claro de Alfaro, uno que sabe de batallas ralas y de batallas como esta, con todos los ojos mirando. Los ojos más exóticos mirando cómo la gente se mueve en el campo, acorde a la cultura donde nacieron, acorde a lo aprendido, acorde al corazón. Si el corazón no juega, no es fútbol y Costa Rica lo sabe porque Alfaro lo sabe, y porque la mayoría de sus jugadores trilla la liga local. Alguna de estas selecciones romperá todas las pencas.

Patrick Sequeira no sólo se quedó con unos cuantos suspiros en portugués, además dejó salir al alma del barrio en una trifulca para la tele con Eder Militão. Eso tiene un valor tremendo, pero no el valor del malo, sino el valor del que no está de cuento. Del que respeta las jerarquías pero no les teme, y las enfrenta como en un Saprissa versus Liga Alajuelense un sábado de tarde en San José de Costa Rica, o como en un ascenso de Liberia, o en un gol de Cartaginés.

Brasil le teme a su misma jerarquía, aunque, claro, cuando la suelta la disfrutamos todos y todas. Baila presionado, por parecerse a sí mismo baila Brasil, pero la contractura política o la gente en la calle endurecen una danza de calambres. Cuando Francisco Calvo fue al piso bruscamente, a Brasil le entró el segundo tiempo. Cuando Ariel Lassiter hizo una gambeta y le pegaron, Costa Rica creyó aún más. Cuando Jeyland Mitchell marcó a Vinícius, estaba jugando el partido de su vida.

O era con dos cabezazos como pudo ser, después de una pelota quieta, o era con la magia cundiendo en el otro como en un ritual. O era con los dos tacos que tiraron a la carrera Paquetá y Raphinha, o era con un remate desde afuera que el mismo Paquetá sacó como pateando latas. Un tiro de hastío por no encontrarle la vuelta. Pero Patrick Sequeira, que nació en Limón pero juega en un cuadro de Ibiza, prefirió vestirse de héroe. En la siguiente salió como un zaguero central curtido al sol de un país donde repiten pura vida como un mantra, donde una poeta como Estibaliz Solís tiene un cuarto propio, como su madre un jardín.

Como siempre hay redacciones al margen, la selección tica utilizó la tarjeta rosada por primera vez ante una posible conmoción de un jugador. El mismo Patrick se quedó minutos después con la atajada del partido. Cuando entró Martinelli en Brasil, bailaron todos los lindos. Alfaro probó con Warren Madrigal, que tiene 19 y jugó su primer partido en una Copa América: la rompe toda en Saprissa. Savinho entró en Brasil para hacer lo que otros no pudieron. Bruno Guimarães pudo reivindicarse al menos para la diaria de mañana. Pero la pelota se fue lejos, la sacó un viento de una poesía de Estibaliz. Costa Rica escribió una página en blanco, la de sacarle un punto a Brasil, algo que nunca había escrito, algo que se le ocurrió que era una poesía.

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