Quedaron inaugurados los Juegos Olímpicos París 2024. En la novedosa ceremonia de apertura, la delegación griega a bordo del Don Juan II abrió el desfile de naciones, a lo largo de seis kilómetros por el río Sena, desde el puente de Austerlitz hasta la plaza de Trocadero. París fue una fiesta y lo será hasta el día de clausura, el 11 de agosto.
Exactamente un siglo atrás, durante los años locos y el apogeo de las vanguardias artísticas, la Ciudad Luz también recibió a la mayor fiesta del deporte. El epicentro del evento fue el Estadio Olímpico de Colombes, lugar donde Uruguay se quedó con el oro y José Leandro Andrade alcanzó el estatus de primer astro del fútbol mundial.
Toda gesta deportiva tiene una arista que ladea la especificidad de la disciplina, un trasfondo que ofrece lugar a la interpretación. En Cincuenta días de gloria: José Leandro Andrade en Colombes (Espasa, 2024), Mauricio Bergstein echa mano a la materia fermental que permanece oculta por falta de testimonios para recrear la centenaria gesta celeste y el modo en que la Maravilla Negra, sin hablar una sola palabra de francés, conquistó una ciudad.
“Estoy en esa vuelta olímpica. Camino o floto. No lo sé. Nunca salí de allí. Es que nunca se sale de una vuelta olímpica; es un remolino que dura para siempre”. La voz fantasmal de Andrade aparece como corolario al final de cada capítulo y nos devuelve a la realidad, la del mundo sensible, finito y perecedero; porque cada conquista tiene una contraparte vinculada a la derrota, y en esa puja de voluntades nace el mito.
En el caso de Andrade empezó a gestarse en el Campeonato Sudamericano de 1923 ganado por Uruguay. Como premio, Atilio Narancio, comandante de los destinos de la Asociación Uruguaya de Fútbol, que por entonces atravesaba la tormenta del cisma, gestionó la presencia de Uruguay en Colombes. Recursos escasos, maña por encima de la fuerza y la pulsión irracional permitieron que el plantel atravesara el Atlántico en el Desirade. En una serie de partidos de preparación en España, que además sirvieron de recaudación de fondos, empezó a correrse la bola del portento que venía desde el sur.
En el debut olímpico contra Yugoslavia se confirmaron los rumores sobre el jugador que se destacaba por su habilidad futbolística y su exuberancia física. En el 3-0 sobre Estados Unidos por octavos de final, el público comenzó a corear Merveille Noire, Merveille Noire. El camino a la coronación fue una sucesión de exhibiciones que culminó con la obtención del oro el 9 de junio de 1924. Colombes se rindió ante Uruguay y, de la mano de Margueritte Gestaullied, Montparnasse pasó a ser el feudo de Andrade.
Un nuevo oro, cuatro años después, y un campeonato mundial fueron atenuantes (o tal vez agravantes) de la caída. La pobreza y la soledad como redentoras del mito, porque “la gloria dura quinientos pasos”.