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Ilustración: Ramiro Alonso

Mariana, Felipe y Luis

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En el marco de la despedida de Luis Suárez de la selección uruguaya de fútbol, un paralelismo de los sueños de un gurí y una gurisa del Urreta, con el Luis Suárez que empezó a soñar cuando llegó desde Salto al mismo club.

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Mariana corre desesperada por la pelota por una punta que es la punta de su pensamiento. Cuando vi a Mariana con botines creí que el mundo había crecido con Mariana, que el mundo corría por la punta con ella. Que esa punta era una punta del mundo que es la cancha del Urreta. Felipe corre desesperado por la pelota por una punta que es la punta de su alegría, de la convicción de que ganar es importante, pero que la amistad es fundamental.

Mariana coloca el borde externo para frenar la carrera y deja que la pelota se encuentre con el revés de su botín, levanta la cabeza y ve el futuro. El tiempo se queda quieto a veces. Otras veces el tiempo pasa de largo con el amague. Cuando el tiempo se queda quieto, Mariana vuelve a enganchar hasta que el tiempo pase. Cuando el tiempo pasa de largo, Mariana juega de memoria.

Felipe aprieta el ceño y mira al árbitro, relojea la tribuna donde está su barrio y vuelve a intentarlo. Felipe crece y cuando Felipe crece me siento viejo. Felipe corre entre los pastos altos y blancos como canas del patio. Felipe patea con todas las ganas de llegar a casa a contarlo, de contarlo en el camino, de contarlo mientras patea. Murmura que la pelota pegó en el palo, que tienen suerte los otros, dice, y no desea lo contrario. Felipe crece y cuando Felipe crece, en la cancha de los ojos de sus padres, brilla el rocío.

Mariana corre en la cancha del Urreta como corría Luis. Luis corrió desde Salto con una pelota atada al pie por la ruta. Y siguió corriendo, vivió corriendo y cayendo y levantándose. Las rodillas raspadas revelan las caídas. Lo dijo Luis, “hay gente que disfruta al verte caer, pero es más la que disfruta cuando te ven levantarte”, o algo así. Luis se debe a esa gente que disfruta con su llanto de bronce de estatua, el llanto de la alegría de volver, el llanto de no volver más que en el recuerdo vivo de sus corridas. Luis corre como corría aquel gurí, como corre Felipe, como corre Mariana, por las puntas del Urreta de su corazón.

Felipe sueña con Villa Española y con Los Pepinitos, Mariana sueña con el liceo y con la adolescencia. Cuando Felipe nació le pintaron la cara de murga, cuando Mariana nació, alguien dejaba botines secándose al sol en el patio. Cuando Luis nació, no soñó siquiera con todo lo que pasó después. La despedida de la selección uruguaya de fútbol del máximo goleador de su rica historia futbolera, Luis, la soñó hace algunos días. Los sueños a veces son de siempre, y a veces son de las últimas dormidas. A veces los sueños son imágenes extrañas que crea nuestra mente mientras dormimos porque la mente no duerme nunca. A veces los sueños se ubican en el anhelo intangible y lejano, a veces en anhelos cotidianos, al alcance del botín.

Pero qué palabra relativa los sueños. Desde ya es relativa por la posibilidad de que los sueños no se cumplan. Cumplir, otra palabra relativa. Los sueños, esas visiones de nuestra mente mientras dormimos o mientras corremos por la punta, tienen quizás su mayor valor en poder transformarlos o, como dijo Juan Izquierdo, poder trabajarlos. Los sueños que menos soñamos son los de la alegría cotidiana. Los sueños se ubican a veces en ese lugar magnánimo y estrafalario, pero a veces sólo son un enganche de Mariana cuando la punta de la cancha del Urreta está por terminarse. O una retirada de Los Pepinitos que Felipe entona como un himno. En el patio de Mariana los botines al sol son de su talle. La remera colgada del Urreta con el número al revés chorrea las asperezas de la sociedad.

A Luis se le agotaron los sueños máximos de grandeza y gloria, fue cumpliendo entonces los más tangibles y cotidianos, y también plurales, como ponerse la camiseta de Madres y Familiares. Una camiseta que también usan la madre y el padre de Mariana, la madre y el padre de Felipe, una camiseta de pueblo y de barrio. A los padres de Mariana y de Felipe les corren sueños plurales. A Luis le corre el pueblo por las venas que tejió por las puntas de todas las canchas. A Mariana y a Felipe les corre el sueño de un pueblo sin olvidos.

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