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Jugadores de Oklahoma City Thunder tras derrotar a los Indiana Pacers en el séptimo partido de las Finales de la NBA de 2025, en el Paycom Center de Oklahoma.

Foto: Matthew Stockman, Getty Images, AFP

Desde Oklahoma salió un nuevo campeón: gloria eterna para Shai Gilgeous-Alexander y compañía

7 minutos de lectura
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Todo comenzó con una jugada audaz del empresario Clayton Bennett, quien eligió mudar a los Supersonics y fundar el Thunder en su ciudad natal; 17 años después, la franquicia celebra su ¿primer? campeonato.

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Oklahoma City no es Los Ángeles, Boston ni Nueva York. Ni siquiera es Chicago, Houston, Miami o Filadelfia. La capital del estado de Oklahoma, pese a estar ubicada sobre un yacimiento petrolero y ser una potencia ganadera, no es considerada uno de los grandes mercados de la NBA y se ubica por debajo del puesto 40 entre las ciudades estadounidenses con mayor audiencia televisiva. Sin embargo, alguien quería llevar a la mejor liga de básquetbol del mundo hasta un punto que Chuck Berry destaca por su belleza en el himno “Route 66”. Un hombre nacido allí, con el dinero y poder suficientes para concretar sus aspiraciones y, por qué no, con sus oficinas ubicadas en el mismo lugar.

Cuando el empresario deportivo Clayton Bennett tuvo la oportunidad de colocar a su ciudad en el mapa del profesionalismo basquetbolístico, se movió con firmeza. En 2005, después del huracán Katrina y la devastación de Nueva Orleans, colaboró con un grupo empresarial de Oklahoma para negociar un acuerdo que reubicara de forma temporal a los Hornets en un lugar conocido por su rica historia y cultura vaquera como “la cuna del cowboy”. Este acuerdo, que tuvo a los Hornets entrenando y jugando allí durante dos años, resultaría ser un paso crucial para demostrar la capacidad de Oklahoma City para albergar una franquicia de la NBA.

El 18 de julio de 2006, Bennett y su grupo inversor Professional Basketball Club compraron por 220 millones de dólares una franquicia sumida en problemas internos, externos y económicos: los Seattle Supersonics. El anuncio iba acompañado por la promesa firmada de no mudarlos a Oklahoma City, algo que los seguidores del equipo –campeón de la NBA en 1979– intuían. Si lo hacía, tendría que pagar 50 millones que estaban destinados a la remodelación del estadio y otros 25 si Seattle no volvía a tener una franquicia NBA en los cinco años posteriores a la eventual mudanza. Y los pagó.

Dos años después, el sueño de Clay Bennett se hacía realidad. Los Seattle Supersonics se iban a Oklahoma City. O, mejor dicho, nacía el OKC Thunder. Una vez en su nueva casa, el empresario decidió cambiar el nombre del equipo y sus colores, cortando de raíz cualquier rastro que lo vinculara a la franquicia de Seattle y a su pasado. La bandera que conmemora el campeonato de 1979 no cuelga en el techo del Paycom Center. La memorabilia verde y amarilla de los Supersonics no viajó a Oklahoma, tampoco los trofeos por los títulos de conferencia. Todo está guardado en el Museo de Historia e Industria de Seattle, y en el corazón de una comunidad que sufre al ver cómo la franquicia que es, técnicamente, la continuadora de su historia elige no recordar nada.

Ser joven no es delito

Apenas tres años después de que la NBA entera se riera del Thunder por su récord de 24 victorias y 58 derrotas, llegó la gloria y el planteamiento de una narrativa distinta. Con la eficiencia, la paciencia y la construcción a largo plazo como valores fundamentales, el general manager Sam Presti llevó a un plantel con un promedio de edad de 26 años a lo más alto. Sólo los Portland Trail Blazers campeones de 1977 fueron más jóvenes.

Mark Daigneault, su entrenador, se convirtió a sus 40 años en uno de los coaches de menor edad en liderar a un equipo al campeonato. Es un fiel representante de una nueva generación de entrenadores creativos y abiertos de mente que se ganan el respeto de sus dirigidos en vez de imponerlo. Respetado y elogiado públicamente por prestigiosos colegas como Gregg Popovich, Doc Rivers, Tyronn Lue o Kenny Atkinson desde antes de este logro, el que fuera distinguido como el mejor entrenador de la temporada 2023-2024 ha sido destacado por su disciplina, responsabilidad, conocimiento y actitud. Sin embargo, lejos está de tener un gran ego: en febrero de este año, el periodista Joe Mussatto se sorprendió al descubrir –en una entrevista que le realizó– que desconocía cuál era el registro de victorias y derrotas de su carrera.

Su camino ha sido singular, el de alguien que no fue jugador ni tenía un gran nombre como entrenador. Asistente de Billy Donovan en el básquetbol universitario, contratado luego por OKC para dirigir a su equipo de la G League, asistente del Thunder y por último ascendido a entrenador principal en 2020. Daigneault atravesó las derrotas, logró que sus jóvenes jugadores creyeran en lo que proponía y un día lo vio reflejado en el máximo logro. Con una filosofía de juego en la que hay que compartir la pelota, jugar de la manera correcta todas las noches y ver la defensa como parte central del éxito, logró algo que parece ir a contracorriente: un equipo, en todo el sentido de la palabra. No todo es jugar aclarados para la estrella, por más que lo hagan cuando el juego lo requiere. Tampoco recurrir a los triples como sistema, sino como una alternativa más. Este equipo abraza el pase extra, los cortes y las posesiones en las que varios jugadores intervienen.

“Nadie es más grande que el programa”, dice una de las máximas que Daigneault ha logrado instalar en un vestuario al que ha denominado como “horizontal”. Son deportistas a los que les importan sus carreras personales, pero que también disfrutan de los logros de sus compañeros. El técnico campeón cree que parte del éxito viene de la ausencia de jerarquías, una tónica en la que el MVP de la liga tiene la misma voz que el último de los suplentes. Claro, hay mucho talento en esa estructura en la que apenas dos jugadores –Alex Caruso y Kenrich Williams– superan los 30 años. No se ganan 68 partidos en la temporada regular sólo con buena química personal y cultura de equipo, pero cómo ayudan.

La cara visible es la del canadiense Shai Gilgeous-Alexander, un flaquito al que los Clippers de Los Ángeles habían adquirido en un traspaso con Charlotte Hornets en la noche del draft de 2018 y al que mandaron a Oklahoma City apenas un año después. En el camino de construir algo que hoy el mundo reconoce como un plan maestro, Sam Presti le vio tanto potencial como para pedirlo a cambio en el traspaso que mandó al consolidado Paul George a California.

Nadie esperaba que ese jugador silencioso y tranquilo, que no mira básquetbol en su tiempo libre para no restarle tiempo a su familia, se convirtiera en lo que es hoy. Además de establecerse como el encargado de hacer volver al tiro de media distancia a la grilla de preferencias tácticas, logró ser el primer jugador en 25 años que alcanza el MVP de la temporada regular y de los playoffs, además de ser el máximo anotador de la temporada. Si a eso le sumamos el campeonato, es el más flamante miembro de un club que integran apenas cuatro personas. Las otras tres se llaman Michael Jordan (1991, 1992, 1996 y 1998), Kareem Abdul-Jabbar (1971) y Shaquille O’Neal (2000). El número 2 del Thunder juega y hace jugar, no presta atención a las críticas ni al mote de Shai “Free Throws” Alexander que le impusieron quienes pregonan favorecimiento y protección arbitral y que está de moda: el 15 de junio, por ejemplo, el futbolista francés –y gran fanático de la NBA– Antoine Griezmann fue padre de una niña. ¿Qué nombre eligió junto con su esposa? Sí, Shai.

Quien lidera a este grupo joven y talentoso es destacado por ser una superestrella alejada del egoísmo. Siempre el equipo primero, como contó el pivot alemán Isaiah Hartenstein tras pedirle disculpas por hacer un pase extra que le costó la asistencia al base y figura del Thunder. ¿Su respuesta? Que estaba perfecto, y que siempre hiciera la mejor jugada. Su enfoque no está en las estadísticas, aunque el dúo estelar que conforma con el alero Jalen Williams –24 años, destacado por Scottie Pippen como una versión moderna y mejorada de él mismo– se acabe de convertir en la segunda dupla más productiva de la historia en unas finales con sus 377 puntos combinados, sólo superados por LeBron James y Kyrie Irving en 2016 (398). En tercer lugar, unos tales Jordan y Pippen con sus 373 puntos en las finales de 1993.

Atrás habían quedado los corajudos Pacers y el final de la ceremonia en cancha, que el mundo entero vio por televisión. Los campeones se fueron a seguirla al vestuario, donde hay una tradición muy conocida en la que se festeja rociando de champán a todo lo que se mueve y también a lo que no. Así como se puede hacer un ejercicio de memoria y recordar a Jordan, Magic, Bird, los Bad Boys o los Spurs bañándose en un desahogo de burbujas, las finales de 2025 dejaron un momento que no hace más que reflejar la época que se vive. Con todo pronto, esperando nada más el comienzo del ritual ganador, el plantel campeón más joven en casi medio siglo de NBA hizo tendencia en las búsquedas de Youtube a los tutoriales sobre cómo descorchar botellas. El propio Hartenstein lo reconoció en varias notas, también que tuvieron que recurrir a Caruso, el jugador de más edad del equipo y el único que ya sabía lo que es ser campeón de la NBA tras haberlo logrado con los Lakers en 2020. Así como demostró con creces para qué lo habían ido a buscar, el especialista defensivo hizo posible que sus compañeros festejaran. Fue la última enseñanza de la temporada para un equipo que terminó con 84 victorias entre temporada regular y playoffs, la tercera mejor marca en la historia de la NBA.

Sin embargo, nadie hizo los 3.195 kilómetros por ruta desde Seattle a Oklahoma City para festejar con sombreros de cowboy. Lo impedía el orgullo deportivo de una ciudad de básquetbol que supo disfrutar con figuras legendarias como Gary Payton y Shawn Kemp, que saboreó las mieles de la victoria y llenó con fidelidad el viejo Key Arena. Como expresó el exentrenador de los Sonics George Karl en la red social X, Oklahoma City es un gran equipo y una organización de excelencia; pero ahora es tiempo de que Seattle tenga otra vez a los Supersonics. Todas las veces en las que el comisionado Adam Silver ha sido consultado acerca de las opciones para próximas expansiones de la NBA, contestó que la ciudad del grunge y Jimi Hendrix es la primera en la lista. De hacerse efectiva esa ampliación en el número de equipos de la liga, Clay Bennett ya ha declarado que cederá el nombre Supersonics, los colores y la historia al lugar del que nunca debieron salir. Sería un buen gesto.

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