Eva Pietrantuono, los 23 años hechos una ternura en cada mejilla, desanda las tensiones de Buenos Aires tratando de ponerle palabras no a una de esas tensiones y sí a un vacío. Vacío de Messi, muy de Messi, porque Messi, Lío, postal entre las fibras de muchísimas y de muchísimos, pero, en especial, de quienes tienen dieci, veinti y treinta y algo de calendarios, empieza a sacar los botines del césped. Conocen el dato tanto Argentina como el planeta: el 4 de setiembre, en la victoria sobre Venezuela 3-0 y con dos goles suyos, el tipo se calzó por ocasión final la camiseta de la selección para un partido oficial en su país. Dice Eva: “Él es uno de los últimos bastiones contra lo planificado, contra la mecanización que hoy lo invade todo. Y un fútbol sin él va a perder color, va a alejarse de lo mágico e inexplicable para ser más ciencia, para ser menos fútbol. Ver a Messi jugar se siente como una constante nostalgia del presente. Porque da la sensación de que la suerte de maravilla para nuestra generación y para nuestros ojos se consumió con él. Aunque quizás lo mismo pensaron con Diego”.
La poesía grande, a veces, cuenta el futuro. Alejandra Pizarnik, extraordinaria, argentina y universal, fallecida en 1972, escribió así: “Cúrame del vacío”. Y en eso no sólo palpita Eva, sino una multitud. No es un vacío descarnado, no es un vacío abismal, no es un vacío que frena la existencia. Es, quizás, la certeza de que algo que hace un tiempo larguísimo sobresale dentro del extraordinario paisaje de la vida dejará de estar. O, como señala Mateo Videla, en la frontera joven de las dos décadas, también pateando la Buenos Aires que suda avenidas frenéticas y economías inciertas: “Va a quedar un vacío. Indudablemente. Pero en parte hay cierta satisfacción por el cumplimiento del camino del héroe. Se va por lo alto. Sin piernas cortadas, sin retiros obligados y sin críticas malintencionadas. Un final feliz que pocas veces ocurre”.
Porque el vacío de Messi –un vacío que acabará de producirse vaya a saber exactamente cuándo: acaso con el próximo Mundial, acaso sin él– es todo lo que ingresa en esa palabra sin medias tintas: vacío, vacío, vacío. Pero surge algún matiz, cierto consuelo, en la comparación con el vacío futbolero y social anterior, el más parecido, el del inmenso Diego. Maradona, por su impronta, por lo que poderes nada menores ejercieron sobre su figura, se fue por rutas más abruptas, como receptor de maltratos que se volvían sobre él y sobre millones que se sentían un poco él no sólo hasta que jugó por última vez en Boca –sin decidir que se trataba de la última vez– el 25 de octubre de 1997, sino, incluso, después de esa fecha. Como percibe Mateo, la partida deportiva de Messi transcurre y transcurrirá más a lo Messi, con menos estridencias.
Pero impacta.
La historia y su contexto
El 17 de agosto de 2005, el periodista Daniel Lagares estaba donde había que estar. Muy lejos de las aguas del Río de la Plata, muy en las entrañas del estadio de Budapest donde, durante una fugacidad, hasta que le mostraron una tarjeta roja y absurda, Messi estrenó su condición de futbolista de la selección mayor. Lo que ahora le sucede trasluce la complejidad de la condición humana: es, a un solo tiempo, una tristeza y una hermosura. Así lo acepta: “Y 20 años después lo veo despedirse de Buenos Aires en un partido oficial. Lo vi en Barcelona, en Nueva Jersey, en Sudáfrica, en Venezuela, en Mendoza, en Montevideo... lo vi 20 años. Tic y tac fue marcando lo que algunos dirían trayectoria profesional y yo prefiero decirle vida. Dos décadas viéndolo. Dos décadas con la angustia del día previo a cada partido porque, claro, uno indefectiblemente debía ser ‘messista’ para ser buena persona. Dos décadas sabiendo lo que iba a hacer cuando empezara a jugar. La única diferencia era que no se sabía dónde ni cómo. Igual que sus marcadores atribulados. No hay nostalgia ni melancolía, todavía, porque el adiós oficial es muy reciente. Pero intuyo, sé, que no llegaré a ver a otro Messi. No está mal. Es la biología. Me conformo, me consuelo. ‘Ho visto Maradona’, cantan aún hoy los napolitanos para confesar que están enamorados. Tengo derecho a cantar ‘Ho visto a Leo’. Y enamorado seré. Por siempre”.
El vacío, entonces, percude a las gentes que no vieron un universo sin Messi porque, desde que registraron al fútbol, Messi les apareció delante de las pupilas, destrabando lógicas y alumbrando milagros, pero también a quienes acariciaron antes el placer del fútbol. Y en ese segmento se anotan aquellos que compartieron pastos con el crack. Pablo Alvarado, hoy entrenador de la reserva de San Lorenzo, se lució como defensor y como mediocampista con muchas camisetas. Compartió selecciones sub 20 con Messi y hasta confesó, hace unas semanas, una memoria que, a contramano de lo habitual, torna desopilantes las preocupaciones del bolsillo: le debe 50 dólares a ese compañero de juventud. El detalle: por esa participación, a cada juvenil le dieron un viático de 50 dólares, pero en billetes de 100 y, a la hora de dividir, el 10 le comentó que no se preocupara, que dejaran el tema para más adelante. Más adelante dura hasta este instante, porque ubicar a Messi para abonarle 50 dólares constituye una tarea oscilante entre la imposibilidad y el ridículo. Mientras procura saldar esa curiosa cuenta, Alvarado también se prepara para la ceremonia del adiós: “Parafraseando a Eduardo Sacheri en su cuento ‘Me van a tener que disculpar’, donde habla del transcurrir del tiempo, de lo que no se detiene, me gustaría que pasara eso con Lionel. Que jugara para siempre, así tuviera 50 años. Sé que al menos con una pizca, con un toque, me alegrará más que cualquiera que corra 90 minutos como un desaforado en un fútbol que pide eso. Lionel es todo lo contrario. Y gracias a que es todo lo contrario, sostiene la esencia del fútbol. Ya me genera tristeza que no vaya a estar más, pero disfruto lo poquito que queda”.
La dimensión del vacío se corresponde con la dimensión de la presencia. Más allá de que se enfunda la ropa rosada de un equipo sin historia de Estados Unidos, Messi fulgura en cada rincón de su patria. En las arrebatadas zonas de entrada a los colegios primarios y secundarios, desde La Quiaca muy al norte hasta la Patagonia en su sur, chicas y chicos se prestan carpetas en cuyas carátulas Messi sonríe, esas carpetas viajan en bolsos en los que Messi patea y esos bolsos oficiarán de postes de los arcos en los desafíos posteriores a las clases, desafíos en los que el apellido Messi, con la pilcha de la selección o la del Inter Miami o del PSG o del Barcelona, les brillará en las espaldas. Pese a que en esta era de vértigos el Mundial de Qatar empieza a asumirse como pasado, Messi persiste como punto de encuentro de una tierra en ebulliciones. En la movilización popular y enorme del miércoles 17 contra las medidas antiuniversitarias y anti salud pública del gobierno de Javier Milei, había manifestantes con algo de Messi en sus indumentarias, no porque el tema se asociara, sino porque si hay algo naturalizado en las veredas de cualquier barrio es la estampa de Messi en la condición que sea.
“Por momentos –confiesa Facundo Boquín, otro veinteañero, entre los ecos de la céntrica calle Lavalle– me cuesta asumirlo. Es el jugador que generó que arranque a ver fútbol desde chico, al punto de simpatizar con cada equipo en el que estuvo presente, especialmente el Barcelona. Pero a la vez me quedo con que pude disfrutar más de 15 años de su fútbol y con el mejor recuerdo de verlo campeón del mundo. Así como quizás les pasó a nuestros papás con Maradona”. A su lado, aprendiendo a procesar ese tipo de pérdidas, su amigo Lucas Vitiritti suscribe y enfatiza: “Es raro pensarlo, pero también hay que aceptar que todo tiene un final. Así como mis papás o mis abuelos me hablaron de lo que fue la figura de Maradona para su generación, Messi es igual para la nuestra, un jugador que no se va a repetir y que en el futuro vamos a tener que adaptarnos a ver una selección argentina con otro tipo de referentes”.
Si, como proclaman montones de gargantas, el almanaque central de las vidas de este tiempo son los mundiales de fútbol, queda claro que Messi se sitúa en el núcleo de las biografías. Lleva cinco seguidos desde su irrupción luminosa en Alemania 2006, fue campeón en 2022 y subcampeón en 2014. Además, salió campeón olímpico, campeón mundial entre los juveniles y campeón de América dos veces, en un torneo en el que, encima, fue subcampeón en tres ediciones. Nadie hizo tantos goles ni participó en tantos partidos con la selección. Nadie jugó tanto por Eliminatorias. Y, sobre todo, nadie inventó en la era posterior a Maradona tantos imposibles hasta convertirlos en posibles. Posibles sólo para él. Hay millones de individuos –y, dentro de esos millones, millones de argentinos y de argentinas– para quienes el fútbol es con Messi o no es. Casi como si el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal hubiera articulado este verso para esa sensación: “Viniste a visitarme en sueños, pero el vacío que dejaste cuando te fuiste fue realidad”.
La periodista Verónica Brunati trató a Messi en las horas de sus chispazos inaugurales y conservó un lazo profesional y afectivo hasta la actualidad. Su pareja, Jorge Topo López, fallecido durante el Mundial 2014, publicó en el diario Olé la primera entrevista con aquel pibe que se perfilaba fenomenal. “Messi era y es la ilusión de que algo extraordinario puede pasar. Y eso es muy difícil de sustituir”, analiza con la piel erizada porque fue testigo de los pasos inaugurales y porque asistió con su hijo Agustín y con su hija Lucía, a la otra punta de la ruta, a ese partido de cierre frente a los venezolanos. Con esa piel aún erizada, evalúa: “Desde nuestra historia, ese partido fue un cierre perfecto. Pero ahora, para muchísima gente, sobreviene el vacío, la angustia. No es exagerado: hace muchos años que Messi es una contraseña de Argentina, de lo mejor de Argentina: una bandera. Yo recorrí el mundo con Messi como referencia de Argentina, de la selección, de la capacidad de resiliencia”.
El fútbol es un territorio que ya experimentó la sensación del vacío. Luego de la salida de Maradona de las canchas y ante la presencia de grandísimos jugadores, pero no de genios absolutos, el escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán publicó “Fútbol: una religión en busca de un dios”. Iba, entre otros ejes, sobre ese vacío. Y vino Messi.
Esa idea florece en el cruce de Corrientes y Callao, más porteñidad imposible, en los cuerpos de Juan y de Paula, que se enlazan con las manos, con los besos y con la evidencia de que sus remeras son gemelas: portan estampada la foto que Messi se sacó con Charly García tras el triunfo con Venezuela. “Acá está todo”, sintetiza Juan. “Vamos, Messi”, añade Paula. “Qué bueno tener a Messi en la remera”, les elogia alguien que pasa. Paula y Juan le devuelven dos sonrisas y, casi a coro, le sueltan un pequeño agregado: “Hoy en la remera. Siempre en el corazón”.