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Parque Palermo (archivo, marzo de 2022).

Foto: Alessandro Maradei

El fútbol es ancho pero no ajeno: sobre las emociones y la inteligencia artificial

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Deportivo Sentimiento | Apilar información no es igual que apilar futbolistas en carrera.

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Si al final terminan leyendo esto, será gracias a una serie de eventos concatenados y sin más sentido, como conjunto, que estas líneas sean como una cápsula del tiempo para que nuestro protagonista la pueda abrir y se la pueda mostrar a sus nietos más o menos en 30 años.

Escuchaba al catalán Ramón Gómez de Mandarás, que desde hace décadas es un estudioso de lo que se llamó inteligencia artificial (IA), pero que sin embargo tiene una posición firme y sostenida ante la moda de la IA generativa: “Entiendo que la gente pueda llegar a pensar que detrás de ello realmente hay una inteligencia incluso más potente que la suya. Pero en realidad estás ante un programa de ordenador que detecta y recombina patrones una y otra vez, y regurgita los resultados”, dice este ingeniero eléctrico, informático y físico fundador del Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial del Centro Superior de Investigaciones Científicas.

Resulta que ando en esas vueltas de querer revisar mi legado, de pensarme en unos años cuando me jubile si logro recuperar unos 12 o 13 años de trabajo que no aparecen reflejados en mi historial laboral, a pesar de que eran de frente y manteca en diarios, radios y en la jefatura de prensa de la AUF –en serio, trabajo desde 1980 y parece que no existiera mi historia laboral del siglo XX–, y me cuestiono qué pueden hacer ChatGPT, Gemini y esa banda sin corazón para sustituir nuestra labor.

Nada, no pueden hacer nada para tacharnos; nos pueden ayudar, pero no sustituir. Me di cuenta el otro día en el clásico de Defensor y Danubio, y mi prueba argumental, la que no será de recibo para Grok, Copilot ni Meta AI, fue en el gol del empate de la viola, el de Lucas Agazzi, pero la esencia estuvo en el pase de De los Santos y la carrera de Pepe Álvarez por la banda, y su golpe preciso, justo y emocional a la pelota en el pase gol. Reconocí el sentimiento, la emoción, el alma de la jugada, y pensé que ningún algoritmo iba a poder recrear con sentimientos aquello: De los Santos le puso una pelota amplia y generosa por izquierda a la carrera de Álvarez, y el de Juanicó, jugando como puntero, resolvió los papeles como un artífice del gol: avanzó tres zancadas hasta las puertas del área y ahí movió su pierna izquierda para conectar la pelota con la parte del botín que le asegurara el pase gol para la entrada de Agazzi, que la mandó al fondo de las redes e hizo explotar a su hinchada. Lindazo el gol, clásico, quizás antiguo, de canchas con menos pasto, de tribunas sin internet, pero hermoso. Fue el Negro Borda con el Guiyam Noble, Chicharra Ramos con el Nando Morena, Cascarilla Morales con Victorio Victorino, Chicharra con Victorio. Agarrá para las ocho horas, GPT; andá a laburar, Gemini.

Quedó por esa y como futuros pensamientos que a las horas y los día se me fueron licuando en la vida diaria y se pierden o quedan sueltos inconexos e inteligibles.

El teatro de nuestros sueños

Por ejemplo, ese mismo viernes de mañana había pensado comunicarles o pedirles a mis hijos que cuando tenga 75 u 80 años voy a querer seguir yendo al fútbol, al básquetbol, al tablado, al teatro, a algún toque, y que si me pongo medio bobina que me insistan y me lo recuerden, onda “hace 15 o 20 años, cuando estabas pleno, nos dijiste que querías ir a la cancha, así que vamos”.

Una de esas canchas es el Palermo, y al sol. Este lunes estaba pescando temáticas, informaciones y opiniones para ofrecerle a mi editor, y ya estaba trabajando en uno de ellos en mi escritorio, cuando allá a lo lejos el televisor prendido traía el relato de un partido perdido para el mundo de la B de Uruguay. Estaban jugando un lunes a las 14.00 en el Palermo Cerrito y Fénix. Un programa de televisión como un partido de fútbol. Estaba Alejandro Lali Sonsol en el relato poniendo, como se debe, voz y cuerpo al partido como si fuera una final del mundo, y yo a siete metros de la pantalla escribiendo de otra cosa.

Por un momento me arrimé a la pantalla como si estuviera en la tribuna y pude recrear como en un cuento de Ray Bradbury el calor del sol de frente, los olores, la cáscara de la tangerina, los hinchas, los padres, los tíos, las novias, los amigos, y hasta creí ver al porteño contra el alambrado gritando.

Me quise quedar, pero estaba trabajando. Los dos andan por las noches calladas, el Fénix sin poder amartillar la ilusión de un rápido retorno a la A, y el Cerri peor, tratando de eludir a la parca del descenso.

Genio del fútbol del andurrial

En el segundo tiempo en el Cerri entró Juan Moreira. ¿Conocen al Juan? Es un crack, es medio petiso, caderudo, y casi siempre ha estado ancho en la cancha. El Juan es uno de los jugadores que me pueden. Tiene 27 ya. Arrancó en Danubio, y pasó por Rentistas, Villa Española, Deportivo Maldonado, Boston River, Racing, Racing, Miramar y Tacuarembó.

Iba ganando Fénix 1-0. Me senté un poco frente a la tele, empató Cerrito, y Sonsol avisó, con inteligencia emocional, que “ahora Cerrito lo quiere ganar”. Me había ido otra vez a mi computadora para seguir con mi tema, pero irresponsablemente volví sobre mis pasos y me senté a tres metros de la pantalla como si estuviera contra el alambrado.

Estaban 1-1 y el Juan la robó o se avivó de que la guinda iba para ahí, bien en el círculo central, a 48 metros del arco de Fénix, que era el del Polígono de Tiro. Como si fuese López, el de “Último hombre”, el cuento de Sacheri, Moreira levantó la cabeza y empezó a avanzar; pero no era López, era el Juan, y allí empezó su raid maradoniano. Al salir del círculo puso el pecho y la barriga para adelante y ya se peló a dos que quisieron cerrarlo y sacarle la pelota, en tres cuartos seguía el Juan, y dejó como conos a otros dos, y cuando abrió la portera del área grande otros dos iban como despavoridos atrás del fantasista caderudo y ancho, del Maradona de los andurriales del fútbol; el Gordo Juan la acomodó de puntín contra el palo, y supe que estaba viendo un gol que merecía quedar escrito, exagerado y vulgar, como un chorizo al pan, como una tortafrita, pero maravilloso e inigualable como una obra de arte que ninguna inteligencia artificial podrá realizar ni contar.

Juan, tomá, guardate estas líneas para que dentro de 20 o 30 años se las puedas leer a tus nietos, que podrán preguntarle a la IA quién era Maradona, pero nunca de la maravilla que es el fútbol, la vida y tu gol. Gemini y el GPT podrán decir que el partido salió 2-2, pero nunca podrán reproducir las emociones que tu arte despertó.

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