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Ernesto Aramburu, de Central Español, y Santiago de León, de Nacional de Nueva Helvecia, por la Copa AUF Uruguay (archivo, agosto de 2025).

Foto: Ignacio Dotti

El tardío e interesado descubrimiento de la Copa Uruguay

4 minutos de lectura
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Las emisiones televisivas de Nacional y Peñarol confrontan con la casi clandestinidad en la que se jugó la mayoría de los otros partidos.

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En medio de la disputa de la cuarta edición de la Copa Uruguay, cuatro años después de que el torneo más ambicioso, federal y abarcativo del fútbol institucionalizado del país arrancara y siete años después de que se discutiera públicamente el primer proyecto del torneo en las páginas de la diaria, a jugarse con la mayoría posible de las instituciones de fútbol de todo el país, los generadores de opinión pública sobre el sistema de vida del fútbol uruguayo parecen por fin enfocarse en la Copa Uruguay y, además, estimular y entusiasmarse con su desarrollo.

Hablan, discuten, opinan de dos de los participantes del evento más nacional del fútbol AUF y, por ahí, privilegian la difusión de la competencia –que muchas veces no saben cómo se juega o qué premios otorga–, que en esta cuarta edición lleva a su campeón a la Libertadores 2026.

La razón de este necesario empujoncito radica en que, tras dos partidos de los clubes más populares del país, Peñarol y Nacional, y la colocación de más de 50.000 entradas entre esos dos eventos, los críticos han visto en la Copa Uruguay aquello que necesariamente está en su espíritu desde su nacimiento: la recreación de experiencias de otras naciones y otras ligas que, desde hace años, ponen a todo el fútbol a competir en un sistema de copa que abarque todas las organizaciones y todos los rincones del país.

Pero a la par de ese descubrimiento tardío de lo que significa la Copa Uruguay, nadie parece detenerse en lo que es, quizá, su mayor carencia: la ausencia de información sobre la mayoría de los partidos. No hablamos sólo de que no se transmitan por televisión; tampoco hay emisiones radiales en directo ni periodistas que vayan narrando las alternativas, ni siquiera un recurso de emergencia institucional que cuente, de manera básica, qué está pasando dentro de la cancha. Como a Tenfield no le interesa poner en vidriera mercadería que ya tiene paga, AUF TV ha procurado dar pantalla a los partidos en los que se cruza un club de la AUF con uno de la OFI, sobre los que Tenfield no tiene derechos, pero a un costo de 90 pesos por partido. Esto complejiza de por sí su visión, no por el precio, sino por la acción de pago para después poder acceder al evento y castearlo a una pantalla.

Dime cómo va

A esta altura de las circunstancias, en un certamen tan necesario como importante, esa falta de comunicación y de puesta en escena masiva resulta inconcebible. Peor todavía: es consecuencia de conflictos ajenos a la propia Copa Uruguay, que terminó siendo tratada como rehén por instituciones y empresas que la usan como campo de batalla. Esta ausencia no es casualidad: es uno de los daños colaterales de la pugna entre Tenfield y la AUF por los derechos televisivos, y también entre la Unión de Clubes e Ignacio Alonso por las mismas razones.

Tenfield todavía posee los derechos para transmitir partidos entre equipos profesionales de la AUF y podría haberlos emitido cuando estos se cruzaban con un amateur de la AUF, como sucedió con Bella Vista-Central Español. Tenía también plenos derechos, exclusivos, para emitir el partido entre Oriental de La Paz y Defensor o el de Racing con Boston River. Pero decidió no pasar ninguno. Sólo eligió los cruces entre Peñarol y Liverpool y entre Nacional y Plaza Colonia.

El miércoles, por ejemplo, jugó el campeón vigente, único campeón en la breve historia del torneo, y su partido quedó prácticamente en la nada: no hubo imágenes, apenas un registro incompleto, sostenido con esfuerzo casi artesanal por Gustavo Rodríguez, quien desde su propio canal autogestionado, Los de afuera no son de palo, intentó cubrirlo. Le falló la conectividad, o el audio, o la consola, y recién en el segundo tiempo, desde el celular, pudo empezar a relatar.

El martes había sido el único en comunicar lo que sucedía en el Tróccoli en el cruce de Bella Vista y Central Español. Peor aún fue lo de Racing y Boston River en el Roberto: nada de nada. Ni televisión, ni radio, ni streaming. Apenas una página brasileña que mostraba en una animación virtual hacia dónde iba la pelota, y un muchacho en Youtube que relataba lo que decodificaba de un GPS. Sí, de una aplicación GPS –no sé cómo es ese asunto, pero así lo contaba él en la página El apocalipsis del entretenimiento.

Descalificación por ausencia

No ha resultado nada fácil la tarea de insertar en el mapa de la afición un torneo que lleva décadas de rezago, y más sin el acompañamiento de su difusión en los medios. En esta etapa de la vida, con la virtualidad establecida, sin que los partidos estén como en las pantallas, más allá del esfuerzo de quienes empujan el proyecto, esa necesidad mínima para establecerlo en el imaginario popular sigue insatisfecha. Necesita estar en la calle, en los trabajos. No está, no se ve, y encima buena parte de los operadores la ningunean, casi que la descalifican.

La pelota ha recorrido decenas de canchas y ciudades, con los aficionados casi huérfanos de información y contexto, hurgando en redes sociales con la inquietud natural de ver aunque sea resúmenes en diferido, goles o definiciones por penales. Sin ese impulso, la copa no puede lograr su extensión global y abierta. Nadie puede hablar de lo que no ve, de lo que no escucha, de lo que no se discute.

Un hito histórico no se genera al azar. Es consecuencia de una cadena de ideas, deseos, proyecciones, desencuentros, consensos, acciones imperfectas –unas desastrosas, otras que renacen–, que empujan y empujan a pesar de los obstáculos. Uruguay y el fútbol tienen una relación tan estrecha que existe un sincretismo imposible de separar entre pueblo y pelota. La Copa Uruguay fue y es una instancia tan esperada como necesaria. Necesita aceitarse, arreglos y acuerdos sobre la marcha que le permitan avanzar y mejorar sin tocar su esencia. Necesita, también, aguante, hombro, presencia y empuje para sostenerse y, a la vez, contener los daños colaterales de ataques que no apuntan a la competencia ni a sus participantes, sino a grupos y personas. Como si se la descuidara deliberadamente para usarla como moneda de cambio en otras disputas.

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