El día anterior Juan había estado reflexionando sobre la amenazante espada de Damocles que pende sobre el empleo.1 Hoy retomó sus cavilaciones, que comenzaron a girar en torno al talón de Aquiles de quienes viven de su trabajo. Tener un empleo le permite contar con un ingreso mensual seguro, pero eso no le garantiza contar con el poder adquisitivo suficiente para vivir sin sobresaltos.
Una encuesta acerca de capacidades financieras de los hogares realizada recientemente en nuestro país le indicaba que su situación no era excepcional,2 dado que el 36% de los encuestados declaró estar totalmente de acuerdo con la siguiente afirmación: “Apenas me alcanzan mi ingreso y el de mi hogar para sobrevivir”. Juan no pudo dejar de pensar que mal de muchos es consuelo de tontos.
Le vinieron nuevamente a la cabeza las preguntas que se había formulado la noche anterior: la reducción de la inflación mediante una política monetaria contractiva ¿favorece a los trabajadores? ¿La desindexación salarial mejora su poder adquisitivo? Para lograr el mismo objetivo, ¿no podría plantearse desindexar los ingresos de las empresas, que son las que fijan los precios? ¿La implementación de un IVA personalizado incrementaría el poder adquisitivo de los trabajadores? ¿No existe margen para modificar el diseño actual del IRPF con el objetivo de mejorar su situación? ¿Los futuros aumentos salariales no deberían favorecer en mayor medida a quienes reciben salarios más bajos?
En determinado momento se dio cuenta de que su preocupación se centraba en la situación de los trabajadores, soslayando el vínculo contractual, no exento de conflicto, que surge de la transacción en la que se intercambia fuerza de trabajo por dinero. Un economista dijo alguna vez: “Una transacción económica es un problema político resuelto. A lo largo de milenios hubo que desarrollar miles de hábitos de comportamiento y leyes para establecer la naturaleza y las minucias de los derechos de propiedad antes de que pudiéramos comprar y vender, en lugar de que cada uno tomara lo que quisiera si era lo bastante fuerte”.3
Recordó entonces que en sus inicios una característica definitoria del capitalismo era que el trabajo utilizaba bienes de capital de propiedad privada que estaban bajo el control de su propietario, recibiendo a cambio un salario por producir productos que se venden para obtener beneficios. En esa transacción el trabajador aporta su fuerza de trabajo, recibiendo a cambio un pago no sujeto a los vaivenes propios de la actividad económica. El riesgo que estos generan es absorbido por la empresa. La declaración de la Conferencia de Filadelfia de la OIT de 1944 le hizo valorar la importancia que tiene no confundir el ser con el deber ser: “La conferencia reafirma los principios fundamentales sobre los cuales está basada la organización y, en especial, los siguientes: (a) el trabajo no es una mercancía...”.
No obstante, reflexionó, en la actualidad se observan otros tipos de vínculo contractual que conviven con el descrito, aunque para Juan todos comparten una misma lógica unificadora: “Faire de l’argent avec l’argent” (hacer dinero con el dinero).
En el marco de estas nuevas formas de contratar fuerza de trabajo, entre las que se destacan las que existen en la denominada economía de plataformas, el trabajador aporta tanto la fuerza de trabajo como el capital necesario para desarrollar su tarea. Los conductores de Uber aportan el vehículo con el que trabajan; los que trabajan de delivery aportan el medio de transporte que utilizan para sus entregas; los propietarios de las viviendas ofrecen servicios de alojamiento a través de Airbnb, etcétera.
Esta nueva forma de contratación, además de estar expandiéndose, genera cambios que la trascienden. Juan llegó a esta conclusión después de leer esta noticia en la BBC: “El alcalde de Barcelona anunció planes para prohibir los alquileres temporales en la ciudad a partir de noviembre de 2028. La decisión se tomó para resolver lo que se describió como el mayor problema de Barcelona; una crisis de vivienda que ha dejado a residentes y trabajadores fuera del mercado inmobiliario por el aumento en el precio de los arriendos. Barcelona no es la única ciudad que está imponiendo severas restricciones, o hasta prohibiciones, a los alquileres temporales”.
En este tipo de modalidad contractual es el trabajador quien, además de aportar el capital de trabajo, asume el riesgo que implica no tener un ingreso asegurado. A esto se suma la despersonalización del proceso de toma de decisiones de la empresa. Estas quedan en manos de algoritmos, que sustituyen la supervisión humana, a la persona con quien pactar turnos y al contacto personal con la empresa. En este esquema no le es posible al trabajador demostrar su propio esfuerzo a un jefe para negociar aumentos o ascensos. Son los algoritmos los que realizan la gestión diaria de la empresa.
Un problema no menor es que si bien los algoritmos operan en muchos aspectos como patrones, no se hacen cargo de los aportes a la seguridad social. Se preguntó Juan: ¿no configura esto una importante espada de Damocles al financiamiento de la seguridad económica en la vejez? Y pensó que el único límite para nuestra comprensión del mañana son nuestras dudas del presente.
Juan se encontraba un poco apesadumbrado, sentía que los cambios que observaba en el mercado de trabajo no eran buenos augurios, cuando escuchó una noticia que le cambió el ánimo. Se anunciaba una política monetaria contractiva con el fin de reducir la inflación: “Cada punto [de inflación] vale para proteger el poder adquisitivo, el bolsillo, el bienestar de los uruguayos, sobre todo el de los más vulnerables”. Juan se sentía parte de estos últimos y escuchar hablar de proteger su poder adquisitivo resultaba buen augurio para su menguado bolsillo. La noticia le generó una inflación de expectativas positivas que acicatearon sus cavilaciones.
Inflación e incertidumbre
Entusiasmado con la noticia, empezó a buscar más información. Como fundamento para reducir la inflación se encontró con esta afirmación: “Sin previsibilidad, no hay inversión, no hay contrataciones; con miedo a la incertidumbre, no hay energía que se libere para que los uruguayos puedan perseguir sus aspiraciones, sus proyectos”.
La lectura le recordó que cuando era estudiante había leído sobre el principio de incertidumbre en un curso de Física. Su profesor había planteado que, si bien en la vida cotidiana es posible calcular la velocidad y posición de un objeto en movimiento con la precisión deseada, en el mundo de las partículas estudiado por la física cuántica eso no es posible. Formulado por el premio Nobel Werner Heisenberg, el principio de incertidumbre establece que no podemos conocer con perfecta precisión la posición y la velocidad de una partícula; cuanto más precisamos la posición de la partícula, menos sabemos sobre su velocidad y viceversa.
Asoció así la dificultad para conocer con precisión la posición y velocidad de una partícula con la de anticipar los precios futuros de la economía. Además, le pareció lógico que la existencia de incertidumbre así entendida pueda incidir en las decisiones económicas, seguramente, postergando las de consumo duradero y las de inversión (particularmente cuando quienes las toman son aversos al riesgo).
No obstante, le surgió la duda de si lo que provoca incertidumbre es el nivel de inflación o su azarosa variabilidad. Entendía que todo fenómeno tiene una causa, siendo el azar una medida de nuestra ignorancia. Se dio cuenta de que se estaba yendo por las ramas y siguió con su razonamiento. Saber que la inflación será con certeza del 10%, desde el punto de vista de la incertidumbre, ¿no es lo mismo que saber con certeza que será del 4%? La respuesta sería la misma, se preguntó, si en lugar de 10% la comparación fuera con una inflación de 100%.
Eso lo llevó a pensar que quizás el nivel de inflación y su variabilidad estaban asociados; ¿no aumentará la incertidumbre al aumentar la inflación? Para responder construyó un indicador de incertidumbre a partir de las proyecciones de inflación que releva mensualmente el Banco Central del Uruguay. Su premisa era que, a mayor variabilidad en las expectativas de los analistas, mayor es la incertidumbre.4
Juan era consciente de que su razonamiento era simple, pero eso para él, al igual que para el fraile Ockham, podía ser un mérito.5 Pensaba que puede aplicarse a lo simple lo mismo que vale para lo breve; “lo bueno, si es breve, es doblemente bueno”. Calculó entonces la variabilidad de las expectativas empleando el coeficiente de variación de estas proyecciones. Al analizar su evolución, se encontró con la existencia de dos momentos de elevada incertidumbre: los años posteriores a la crisis de 2002 y el año 2020, lo que le pareció lógico (gráfico 1). También constató que, en los últimos años, a pesar de la disminución de la inflación, la incertidumbre fue similar a la que existió en años previos cuando las tasas de inflación fueron mayores.
Si bien no estaba seguro de la capacidad explicativa de su indicador, le pareció que constituía una primera evidencia de que la relación entre incertidumbre e inflación no se puede explicar empleando un esquema simple de causa-efecto sin tener en cuenta otras consideraciones.
La relación que existe entre las variables macroeconómicas, pensaba Juan, se asemeja a un juego de billar: el movimiento de una bola genera múltiples movimientos en las restantes, las que además generan otros movimientos. Esta sumatoria de movimientos aparentemente azarosos puede transmitir la imagen de caos, aunque quizás eso sea consecuencia de nuestra incapacidad de entender las regularidades subyacentes en esa sumatoria de movimientos.
Juan no estaba seguro de la pertinencia de su indicador, así que siguió indagando y encontró afirmaciones que le hicieron dudar: “La incertidumbre acerca del valor futuro de la tasa de inflación es probable que aumente cuando aumenta la tasa de inflación”.6 Sin embargo, su indicador no mostraba eso.
Siguió buscando y encontró un estudio que comparaba, para 17 países industrializados, la tasa promedio de inflación entre 1951 y 1968 con su variabilidad.7 En este trabajo se mostraba que la variabilidad crecía con la tasa de inflación. Juan pensó que quizás tomar un conjunto más amplio de países, un período de tiempo más cercano en el tiempo y más extenso podría ser una buena idea. Decidió entonces avanzar en esa dirección. Tomó un conjunto de 103 países para el período comprendido entre 1981 y 2023 y realizó un ejercicio similar. El resultado no permite afirmar que la variabilidad aumente con el nivel de inflación.
La evidencia que había obtenido le generaba dudas sobre si el beneficio esperado con una política contractiva no llevaría a un sacrificio mayor. Particularmente, en un contexto en el que el crecimiento está planteado como el “corazón de la política económica”. Quizás sea necesario, caviló Juan, distinguir los efectos de corto plazo, en el que predominarían los costos de la política contractiva, de los de largo plazo, en el que predominarían los beneficios. Es de esperar, pensaba, que en el largo plazo el esfuerzo actual dé sus frutos, aunque, como señaló un famoso economista, “en el largo plazo todos estaremos muertos”.
Tasa de interés y poder adquisitivo
A Juan su experiencia personal le permitía identificar un vínculo directo entre la tasa de interés y su poder adquisitivo. En algunos meses parte de su consumo lo tiene que financiar endeudándose, lo que le genera un costo adicional por los intereses. Así, su consumo se encarece, generándole una pérdida de poder adquisitivo.
Como no tenía una visión “juancéntrica” del universo, se preguntó acerca de la singularidad de su situación. Apuntó su esfuerzo a encontrar evidencia sobre las pautas de consumo de los hogares de nuestro país. Encontró que, en los hogares del primer quintil, es decir, en el 20% de hogares de menores ingresos, el consumo excede su ingreso en 11,8%. En otras palabras, observó lo mismo que le pasaba a él: para financiar los gastos de consumo del mes tuvo que acceder al crédito y, por tanto, pagar intereses.
Si bien en Uruguay no existe, como en Estados Unidos, la figura de la quiebra de las personas físicas, la acumulación de deudas en los hogares de menores ingresos los puede llevar a situaciones de severa insolvencia.
A Juan el tema del endeudamiento derivado del crédito al consumo le resultó importante, así que siguió indagando hasta que dio con una investigación que afirmaba: “Nuestros resultados revelan que las personas vulnerables presentan un riesgo de impago significativamente mayor que la población no vulnerable. Aportamos pruebas empíricas de que los tipos de interés son cruciales, ya que explican aproximadamente el 30% de la brecha de impago de los individuos vulnerables y el 40% de la de los individuos altamente vulnerables”.8
No obstante, en declaraciones oficiales, se justificaba la política del Banco Central de subir o mantener altas las tasas de interés como mecanismo para proteger el poder adquisitivo de los más vulnerables. Mantener altas las tasas de interés, se decía, causaría una caída en la inflación y, en consecuencia, se beneficiarían aquellas personas cuyos ingresos no están adecuadamente indexados a la inflación. Además, las tasas bajarían en el futuro producto de la reducción de la inflación.
Se preguntó entonces si el remedio no era peor que la enfermedad y si no era necesario considerar que los resultados que se obtienen con una política económica en el corto y en el largo plazo puedan ser diferentes. Eso le recordó la paradoja de Zenón de Elea, que descreía de la existencia del tiempo.
La paradoja plantea una hipotética carrera entre Aquiles, el de los pies ligeros, y una tortuga. Dado que Aquiles es mucho más rápido, se decide darle una ventaja a esta última dejándola salir antes. Aquiles recién saldrá cuando la tortuga haya recorrido sus primeros 100 metros. Cuando esta llegue a sus primeros 100 metros, Aquiles comenzará a competir, pero mientras llega a sus primeros 100 metros la tortuga ya habrá avanzado unos metros más. Cuando Aquiles recorra esos metros, la tortuga ya habrá nuevamente avanzado otros metros más. Zenón afirmaba, por tanto, que Aquiles no la alcanzaría nunca. Esto podría aplicar, pensó Juan, al vínculo que existe entre el corto y el largo plazo al analizar el resultado de una política económica, asociando el primero con Aquiles y el segundo con la tortuga.9
No se puede estar en la misa y en la procesión al mismo tiempo
La estrategia para combatir la inflación seguida por el Banco Central consiste en última instancia en evitar que un incremento en la demanda tonifique la suba de precios. Se trata de que, con una tasa de interés elevada, se reduzcan el consumo y la inversión.
Pero esto, caviló Juan, ¿no impacta negativamente en el nivel de actividad? ¿No es el crecimiento económico el corazón de la actual conducción económica? Esto le recordó cuando su cardiólogo le recetó medicación que, según su gastroenterólogo, le causaba problemas digestivos.
Se preguntó, entonces, por qué se le asigna tanta importancia a apuntalar el crecimiento, y le surgió una serie de posibles respuestas. En primer lugar, por su impacto positivo en el mercado de trabajo. Para poder producir más se requiere aumentar la productividad y/o aumentar la cantidad de trabajadores empleados. Eso es positivo; hace menos peligrosa la espada de Damocles que pende sobre el empleo.
A su vez, producir más incrementa la recaudación sin necesidad de cambios discrecionales en la estructura tributaria ni incrementos de la presión. Esto ayudaría a enfrentar la complicada situación fiscal actual, lo que le parecía razonable. Al respecto, había leído en un informe del Ministerio de Economía y Finanzas que, en el largo plazo, la recaudación de impuestos y el PIB crecían a tasas similares.
Concretamente, un incremento de 1% del PIB generaría un incremento en la recaudación del 1,03%. En el caso de los ingresos del BPS, el impacto sería mayor, dado que se incrementarían 1,19%.10 De esto se desprende que, por cada punto de crecimiento del PIB, los impuestos recaudados por la DGI y el BPS se incrementarían en aproximadamente 800 y 950 millones de dólares, respectivamente. Esta información le hacía pensar que poner el crecimiento en el centro de la política económica era correcto, pero consideraba que había un argumento adicional importante.
Si el PIB es como una torta, su crecimiento hace posible que todos los comensales puedan servirse trozos más grandes. El crecimiento económico genera la posibilidad de que en el juego de la pugna distributiva entre masa salarial y renta empresarial exista la opción de ganar-ganar, es decir, que exista mayor masa salarial y mayor rentabilidad empresarial. Esto lo llevó a preguntarse sobre lo que sucedió en Uruguay desde el retorno a la democracia, y la información disponible confirmó su conjetura. En términos generales, las variaciones del salario real y las del PIB muestran trayectorias similares, aunque en algunos años se diferenciaban significativamente, como a comienzos de los 90 (gráfico 2).
Pensando en la próxima ronda de negociaciones salariales, y tomando en cuenta que la economía crecería 2,5% este año, se preguntó cómo se distribuirá ese crecimiento; ¿crecerá la masa salarial 2,5%?
Sus cavilaciones lo habían llevado a pensar que, si bien era importante crear mecanismos que protejan el poder adquisitivo de los trabajadores, las urgencias de aquellos cuyo salario no es suficiente para llegar a fin de mes –que no son pocos– no pueden esperar a que Aquiles alcance a la tortuga. Creía que el problema que enfrentan muchos trabajadores no es mantener su poder adquisitivo, sino incrementarlo.
Ya era muy tarde, pero antes de irse a dormir pensó que, si bien no existen discrepancias acerca de la importancia que tienen los salarios en la calidad de vida de una parte importante de la población, tal coincidencia desaparece en las diversas historias que se tejen en torno a cómo deben evolucionar, si deben protegerse con mecanismos de indexación, si deberían ser más flexibles o si se debería eliminar la rigidez que genera la determinación de un salario mínimo.
Se fue a descansar sabiendo que retomaría sus cavilaciones sobre estos temas, teniendo en cuenta que siempre hay cuatro lados en una historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente sucedió.11
Carlos Grau Pérez es economista, investigador del Cinve, docente universitario, máster en Economía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.
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Grau Pérez, C (2025). “Cavilaciones de un trabajador: la espada de Damocles sobre el empleo”. Cinve. ↩
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Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe y el BCU, 2022. ↩
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Lerner, A (1972). The Economics and Politics of Consumer Sovereignty, The American Economic Review, 62, 258-26. ↩
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Ghirelli, C y Azqueta-Gavaldón, A. Midiendo la incertidumbre económica. El papel de la inteligencia artificial. Banco de España. ↩
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Según el principio de la navaja de Ockham, la explicación más simple y suficiente es la más probable, mas no necesariamente la verdadera. En ciertas ocasiones, la opción compleja puede ser la correcta. Su sentido es que en condiciones idénticas se prefieran las teorías más simples. ↩
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The costs of inflation Bank of England Quarterly Bulletin. 1995. ↩
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Okun, A (1971). The Mirage of Steady Inflation, Brooking Institution. ↩
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Bertoletti, L, Borraz, F, Sanroman, G (2024). “Deuda por consumo y pobreza: la brecha de riesgo de impago”. dECON, Documento de trabajo 5/24. ↩
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La paradoja de Aquiles y la tortuga: una discusión pedagógica desde la interpretación gráfica y la serie geométrica. Lat. Am. J. Phys. Educ., 9, 4, diciembre 2015. ↩
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Ministerio de Economía y Finanzas (2024). Elasticidades fiscales para el cálculo del resultado fiscal estructural. Nota metodológica. ↩
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La cita se le atribuye a Juan Jacobo Rousseau, aunque no hay evidencia definitiva de que sea de su autoría. ↩