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Escuela rural de Cañada Grande, en el departamento de Canelones. Foto: Sandro Pereyra (archivo, mayo de 2006)

Niños de escuelas rurales realizan investigaciones para denunciar y solucionar problemas ambientales en sus comunidades

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“La exposición prolongada al arsénico a través del consumo de agua y alimentos contaminados puede causar cáncer y lesiones cutáneas”, advierte la Organización Mundial de la Salud y agrega: “Su mayor amenaza para la salud pública reside en la utilización de agua contaminada para beber, preparar alimentos y regar cultivos alimentarios”. Eso es lo que explican los cinco niños de entre ocho y 12 años de la escuela rural 15 de Zanja Honda, en el departamento de Soriano, a las otras seis familias del pueblo. Lo hicieron tras un proyecto de concientización producto de un informe de OSE que demostraba “el nivel alto de arsénico fuera de norma y de cloro en menos de lo esperado” que tiene el agua de la bomba de la escuela, que es, a su vez, la fuente que abastece a todas las casas.

La escuela accede al agua a través de un pozo semisurgente que tiene una bomba eléctrica con la llave de encendido dentro de la institución. Para que cargue el tanque de 1.000 litros que abastece a la escuela, la maestra Laura Medina o la auxiliar de servicio deben encenderla. A su vez, los vecinos de la zona construyeron un sistema de cañerías casero, porque ese pozo de agua es también el que suministra la que ellos usan. Esta situación, de por sí, es problemática: la bomba sólo funciona mientras hay gente en la escuela; después de clase y durante el verano, los vecinos dependen de la buena voluntad de las maestras que vayan desde sus casas a encenderla, ya que no puede permanecer prendida porque se sobrecalienta y se quema.

Pero hay algo peor para los vecinos de la zona: el agua que toman tiene arsénico en exceso. Como proyecto anual los niños se propusieron concientizar a los vecinos de los peligros que significa este elemento que naturalmente está en el agua pero que en cantidades elevadas, como en este caso, resulta peligroso. En el 9º Coloquio de Educación Rural, la maestra presentó ante sus colegas el trabajo realizado por los niños: “Cuando nos enteramos de la situación, lo primero que hicimos fue investigar qué era el arsénico y cómo había llegado al agua. Las causas posibles eran fosas sépticas y, sobre todo, el uso de fertilizantes en campos cercanos a la escuela: del otro lado de la calle, el año pasado se denunció que se estaba fumigando a menos de 500 metros de la escuela, como establece la reglamentación”. En diálogo con la diaria, Medina comentó que el campo que queda frente al centro educativo no tuvo actividad este año, pero el contaminante sigue en el agua. La solución al problema del arsénico es cambiar la fuente de agua; la escuela logró una partida especial de dinero del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP) con destino a la compra de bidones de agua mineral para tomar y lavar los alimentos. Sin embargo, el pueblo sigue consumiendo la que está contaminada, ya que los habitantes son trabajadores rurales que no tienen los recursos para comprar todo su abastecimiento: “Ahora la hierven, pero eso no saca el arsénico”, aseguró la maestra. Por otra parte, las autoridades de OSE no se han hecho cargo del problema; Medina explicó que “se planteó hacer un convenio entre el CEIP, los vecinos y OSE, pero es muy costoso y ellos no pueden hacerse cargo del arreglo”.

“Los niños decidieron informar a la población, antes que nada, para ponerla en conocimiento del estado del agua, y después se crearon folletines informativos, impresos y digitales, para que les llegara toda esa información”, detalló Medina. Para la docente, trabajar en proyectos resultó muy bien: “A ellos los motivó trabajar en torno a un problema real. Aprendimos a indagar, a analizar datos y a hacer gráficas, por ejemplo, sobre la cantidad de familias que consumían el agua y en qué actividades lo hacían. Trabajaron juntos con un objetivo común, se sintieron pequeños investigadores resolviendo problemas y, además, siguen aprendiendo a cuidar y valorar el agua”.

Aguas Negras

Tomás Gomensoro está en Artigas, a 18 kilómetros de Bella Unión. Es un pueblo chico, pero con una escuela grande, la número 15, a la que concurren 20 niños todos los días. Este año trabajaron en un proyecto en común: tratar las aguas residuales mediante depuradores biológicos. Una canaleta pasa frente a la institución, y este año el nivel de contaminación de sus aguas llamó la atención de la maestra Gisel Saint Pasteur y sus alumnos. “Se trabajó alguna de las propiedades del agua: el color, el olor, la turbidez. También hicieron observaciones colocando muestras en el sol. Con una lupa, observaron que había materiales en sedimentación y en suspensión. Descubrimos que esas aguas residuales no son sólo grises, sino que también son negras; mediante la observación directa con los niños fuimos al afluente y vimos que surgía de una cámara séptica”, comentó la docente.

El interés de los niños los motivó a unirse a otras instituciones de la zona. Se contactaron con la profesora de Biología del liceo, quien los ayudó y les prestó el microscopio del laboratorio para que pudieran determinar mejor la contaminación del agua. Cuando ya no había dudas del peligro de la canaleta que tenían enfrente, decidieron hacer algo para cambiar la situación. “Hice una intervención docente y planteé que en el liceo de Baltasar Brum [una localidad a 35 kilómetros] habían construido un humedal con plantas depuradoras. Con esta opción empezamos a investigar y vimos que podíamos aplicarla en la escuela”, detalló.

Por medio de videoconferencias, los niños se contactaron con los liceales para preguntarles qué tipo de plantas tenían y qué resultados obtuvieron. “Vimos que tenían achira, totora, lenteja de agua, repollito y junco. Empezamos a estudiarlas y vimos que en sus raíces tenían una propiedad de alimentarse de la materia orgánica; por lo tanto, mediante el proceso tanto de ósmosis como de fotosíntesis iban a depurar el agua”, precisó.

Los estudiantes se pusieron en acción: hablaron con el municipio para conseguir algunas de esas plantas, mientras que otras llegaron como donaciones de los padres, plantaron unas pocas en la canaleta y ya se pueden ver resultados a simple vista: “El olor no está más, los vectores –moscas y mosquitos– tampoco, pero el año que viene vamos a volver a tomar muestras de agua y las vamos a mandar a analizar en un laboratorio para ver si tienen un grado de contaminación aceptable, no para que sea potable, pero sí para que la podamos usar para riego, por ejemplo”, dijo Saint Pasteur a la diaria.

Las buenas ideas se expanden rápido, y el proyecto de los alumnos de la escuela 15 llegó al alcalde de la localidad. Según la maestra, “se mostró muy interesado porque en Tomás Gomensoro no hay saneamiento, debemos buscar una solución a las aguas residuales y una manera sería mediante estos depuradores. Él usa una barométrica que pasa por la escuela todos los días, varias veces, y más o menos a dos kilómetros hace su desagüe. Piensa tomar como referencia esta experiencia para replicarla en esa zona”.

Para la docente, “el aprendizaje basado en proyectos nos da la posibilidad de ampliar todos los aspectos. En primer lugar, la interinstitucionalidad, con el liceo de Tomás Gomensoro y con el de Baltasar Brum y sus docentes, con el municipio. También acercamos a la comunidad de padres y vecinos, y lo más importante es que los niños pasaron a ser un agente de cambio de los lugares donde viven”.

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