El análisis de las prácticas profesionales busca mirar hacia adentro de una organización; se puede hacer en hospitales, en empresas y también en instituciones educativas. La dinámica en todos los casos es similar: unirse en grupos de colegas y reflexionar, orientados por un profesional que llega como un agente externo. Beatrice Bosse, psicóloga francesa con años de trabajo en el área, llegó a Uruguay con su último libro bajo el brazo, Análisis de la práctica profesional: Un lugar para pensar, escrito junto al académico catalán Jordi Solé Blanch. Pasó por la capital para hablar con los estudiantes y docentes del Consejo de Formación en Educación e invitarlos a descubrir distintos dispositivos para el análisis de las prácticas educativas; también conversó con la diaria sobre el tema, sus distintos encuadres y los beneficios que genera a un docente sentirse respaldado por sus compañeros.
–Cuando alguien se dedica al análisis de la práctica profesional, ¿qué es lo que hace?
–Es difícil hacer una generalización. Yo soy psicóloga y lo trabajo como psicóloga, pero hay gente que lo hace desde el lado sociológico, y hay otras formas. La práctica que hago yo –sin pretensiones de decir que es la forma en que hay que hacerlo– consiste en trabajar con equipos de profesionales para pensar el trabajo que están haciendo día a día, tomar un tiempo en medio del ajetreo para sentarse y empezar a hablar de lo que están viviendo desde adentro: la rutina, la gente con la que se encuentran, las situaciones difíciles, y ponerse a pensarlas para ejercer cierto desapego respecto de lo cotidiano que es el hacer y el trabajar. Ese es el primer objetivo: tomar distancia y pensarlo.
–¿Cómo se aplica el análisis de la práctica profesional a la educación?
–No sé si se aplica de manera diferente. El encuadre que doy siempre es el mismo, que en mi caso está relacionado con la práctica psicoanalítica. Dentro del grupo de trabajo va a ser distinto, claramente, porque son profesionales diferentes, con otras metas. Creo que hay tres encuadres necesarios para que funcione el grupo; uno de ellos es encontrarnos con regularidad: es necesario comprometerse, porque se instala una confianza entre la gente y eso permite el análisis. Otro encuadre que uso en todos los casos es que no es posible juzgarse: cada uno debe decir las cosas con la certeza de que enfrente no va a tener un colega que le diga que está mal. Por último, creo que es importante que lo que se dice en el grupo se quede en el grupo; tenemos que guardar esa intimidad, porque lo que se dice proviene de asociaciones propias de cada participante, de lo íntimo, entonces tiene que quedar dentro del grupo.
–Decías que una de las condiciones es la regularidad, pero los profesores tienen el cargo por un año. ¿Creés que igual es posible esa asiduidad?
–Es cierto que en Francia suelo trabajar con educadores y asistentes sociales, que se quedan más tiempo en sus cargos. En el caso de esta práctica con los docentes el encuadre se da por un año. Eso cada uno lo va adaptando a lo que le pasa.
–En el libro que publicaron junto a Solé mencionan que en muchos casos los trabajadores ven en ustedes a los capitanes del barco, un lugar en el que no quieren estar. ¿Por qué creés que pasa eso en educación, donde la figura del director es muy clara y cercana?
–Yo soy exterior a la institución, soy una animadora del espacio, no quiero asumir el rol de liderazgo en la organización, pero ellos me lo piden y esto se debe a fallas de los directores. El problema no es la ausencia de la figura, sino la manera que tienen de trabajar con los educadores: ya no están lo suficientemente cerca como para darles las respuestas que necesitan. El problema que tenemos en Francia es que los directores están mucho en la cuestión financiera y de gestión de los institutos porque tienen muchísima presión que viene desde el Estado para rendir cuentas, están muy preocupados por la cuestión de la gestión y se alejan de la educacional; ese problema se puede entender y trabajar en los espacios de análisis de práctica en los que no participan los directivos, claramente.
–De los análisis se desprende que en muchos trabajadores hay una especie de soledad y falta de pertenencia. En la educación, donde son parte de un gran sistema, ¿igual pasa eso?
–Creo que el sentimiento de aislamiento tiene que ver con cada uno y su arraigo. Se puede estar en un grupo y sentirse solo; aunque se esté afiliado a una institución, si el director está ocupado con la gestión y los otros referentes lo están en otras cosas, si no están con el docente, soportándolo, ayudándolo a pensar, este se queda solo. Eso es algo que está pasando mucho: la relación entre la institución y el trabajador se hace más distante, se siente más aislado porque siente que perdió un poco el respaldo, y cuando tiene que tomar iniciativas no sabe qué hacer. Eso derivó en que los docentes estén pidiendo protocolos que antes no había. Un educador podía hacer muchas cosas porque sabía que podía, tenía la confianza de su dirección, y ahora ya no la tiene.
–¿Cómo sentís que el análisis de la práctica los ayuda a sentirse respaldados?
–Creo que hace que el respaldo esté por otro lado, y eso también es muy interesante. Antes estábamos en un sistema muy piramidal, ahora nos obligan a pensarlo de otra forma y el respaldo viene por los otros, por los colegas. Eso lleva a que el profesional tenga más autonomía, sabe que igual debe proponer cosas en la línea de los directores, pero el grupo da la fuerza para sostener el pensamiento.
–¿El análisis de la práctica apunta al empoderamiento de los educadores?
–Verdaderamente, esa es la parte más interesante. No pasa todo el tiempo, hay que reconocerlo. Es cierto que el grupo ha llevado a los educadores a irse y decidir no trabajar más, pero a otros los ha llevado a empoderarse; pasan los dos casos. Hay una dimensión colectiva que va desapareciendo en la cultura europea, en la que todo es muy individual. Nosotros tratamos de transmitir una idea más grupal, buscamos que piensen las cosas colectivamente, porque aunque estés solo en la clase, tenés el grupo interno, sabés que hay otros con los que estuviste pensando que están apoyándote.
–Cada maestro tiene su grado, los profesores están con sus materias. ¿Se puede dar ese pensamiento colectivo en profesionales tan variados?
–Diría que eso es un sueño. En Francia no existe. Los grupos de análisis colectivo que conozco son a niveles altos, no tanto en primaria sino más bien en liceos, y siempre en algunas áreas muy específicas. En general no existen esos espacios, y la principal razón es que nadie lo paga. Tengo muchas maestras amigas a las que les hubiera encantado tener un espacio así, pero nunca se les ofrece.
–¿Cuáles son las devoluciones que tienen los profesionales, después de un tiempo de participar en el grupo?
–Ellos usan mucho la metáfora del oxígeno: el grupo es salir del entorno cotidiano con los chicos o jóvenes y encontrarse con pares, con sus compañeros de trabajo junto a alguien externo. Para mí es de mucha ayuda: se sienten en un lugar muy protegido para hablar tanto de la práctica como de lo que pasa en la institución. Esto termina generando un cambio en la forma de enfrentarse al salón de clase: cuando un ser humano se siente en confianza con lo que hace, lo hace mucho mejor, el docente termina siendo mejor con los chicos. Cuando se trabaja con dudas, los chicos lo sienten y van provocando más, van buscando más; eso hace que el docente se ponga mal. Sin embargo, cuando está más tranquilo y seguro va a estar más relajado, y eso es lindísimo.