Más de 1.000 niños y adolescentes forman parte del programa Plantar es Cultura del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), que da vida a huertas educativas y comunitarias en todo el país. Surgió en 2014, en busca de la posibilidad de desarrollar vínculos sociales de convivencia en territorios locales, urbanos y periurbanos, y de reinventar la cultura del trabajo mediante modelos colectivos de organización. Al mismo tiempo, se apunta a promocionar la agricultura en la ciudad y a aplicar la educación ambiental a través del contacto con la tierra. Plantar es Cultura genera la reapropiación del espacio público y pretende ayudar a reforzar el sentido de la identidad local de colectivos vulnerables redescubriendo los hábitos laborales, al mismo tiempo que los integrantes de huertas gestionan sus emprendimientos y acceden al mercado laboral. Mientras generaban sus propios territorios para plantar, la propuesta logró integrar a grupos de vecinos, escuelas, liceos, complejos de viviendas y varias organizaciones e instituciones.
Actualmente, se llegó a una expansión importante de la cantidad de centros de estudio en los que se puede trabajar la tierra. Desde 2016, se insertó en liceos de tiempo extendido y tiempo completo, y en 2018 llegó a trabajar en 15 centros de ese tipo. La Administración Nacional de Educación Pública es la encargada de la selección de los centros que incluyen estos talleres, que alcanzan a 500 liceales de Montevideo, Canelones y Maldonado. Además, llegan a otros 500 adolescentes que acuden a centros y proyectos de educación no formal en instituciones como los Centros de Capacitación de Producción del MEC, el Instituto Nacional de la Juventud y centros juveniles.
Educando sobre la tierra
Carlos Brasesco, coordinador del programa, explicó a la diaria que la experiencia de algunos docentes encendió la idea de su aplicación en ciclo básico. A raíz de ello, se logró la interacción con los liceales y el vínculo de las materias de la currícula con la huerta, al igual que ocurre en otros talleres socioeducativos como ajedrez, periodismo y cocina. La elección de los talleres depende de cada centro educativo y de las preferencias de los adolescentes, que son consultados al comienzo de año.
Cada liceo participante tiene un orientador de huerta, que es el nexo entre la tierra y los docentes, que trabaja en conjunto con el coordinador de los talleres. Brasesco aseguró que la huerta es “un aula al aire libre” en la que los profesores aplican la enseñanza de idiomas, ciencias naturales, física y matemática, entre otras disciplinas. Luego, lo producido en la tierra es llevado a la cocina del liceo, donde los propios estudiantes elaboran sus alimentos y prueban nuevas recetas con lo cosechado.
Una de las experiencias recientes de Plantar es Cultura se dio en las nuevas instalaciones del liceo 67, ubicado en el barrio Piedras Blancas. Allí se comenzó a trabajar el año pasado, cuando se inauguró el nuevo local para el centro que cuenta con lugar para la formación de una huerta con invernadero. Ahí se producen hortalizas poco conocidas, como el kale y la mostaza, pero también otras hojas verdes más populares, rabanitos, cebollas, papas y ajos. De esa forma, se puede mezclar los cultivos e incorporar nuevos hábitos de consumo, guiando a los estudiantes hacia una buena alimentación. Con el apoyo en materiales y mano de obra del Ejército y el Club de Leones, se logró proteger lo plantando con invernaderos y adelantar los ciclos de cosechas unos 60 días, para llegar a una exploración más temprana, que motiva a los estudiantes.
La respuesta de los adolescentes es variada, explicó Stella Faroppa, coordinadora del Programa de Huertas en Centros Educativos de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, que también participa en la propuesta. “Los podés ver haciendo bombones de remolacha, comiendo bastones de zanahoria y horneando escones con hierbas aromáticas”, agregó. De todas formas, advirtió que para lograrlo hay que trabajar y sacar el rechazo a lo que no se conoce, algo frecuente en niños y adolescentes en relación a los alimentos. Como existe un miedo a probar elaboraciones de colores fuertes, se trabaja con el comedor del centro integrando huerta y cocina, apostando a cosechar habilidades en los jóvenes. Para Faroppa, reinventar el vínculo con la naturaleza es importante, y dijo estar impactada por cómo los estudiantes se interesan por la tierra y poco a poco incorporan la huerta al estudio.
En las vacaciones la situación es variable, se buscan medidas para acondicionar lo que hay plantado o se hace una actividad de cierre del taller. También se trabaja el cultivo de verano y se prepara la tierra para cuando se retome la actividad en marzo y se pueda cosechar.
Del centro educativo a plantar en casa
Un liceal integrante del taller de huerta logró que su madre genere ingresos en el hogar con la venta de plantines, cultivados a partir de lo aprendido en clase. Lo logró incorporando una huerta en su hogar, otro de los objetivos del programa: reenseñar a cultivar como décadas atrás, cuando era común tener una espacio para sembrar en los hogares.
Además de lo que ocurre en los centros educativos, 30 huertas comunitarias se suman a la red en todo el país. En la capital se ubican en espacios de vecinos, en el Jardín Botánico, en el Parque Rivera, en el Espacio de Arte Contemporáneo, y también están en otros 11 departamentos. El apoyo con cursos, entrega de semillas, manuales y herramientas ayuda a que las personas planten colectivamente en casas o predios cedidos.
La propuesta agroecológica es sembrar la tierra de forma natural, sustentable y sin agregado de agrotóxicos, ya que se trabaja con materia orgánica y compost. Al mismo tiempo, se tienden puentes con la comunidad y con organizaciones sociales. “No es lo mismo comer un arroz blanco que un arroz con cebolla y verdes”, son algunas de las frases escuchadas por los participantes del programa en Piedras Blancas y reproducidas por Javier Núñez, orientador de secundaria en el tema.
Lo que se viene
Para 2019, Plantar es Cultura tiene como objetivo integrar la seguridad alimentaria al plan, incorporar de mayor forma a las familias para estimular el combate a la obesidad infantil y afirmar la agricultura. Además, pretende continuar con su expansión hacia el interior y llegar a 60 huertas comunitarias en la red nacional, además de ampliar la cantidad de centros educativos públicos en los que se desarrolla el programa. En concreto, se apuntará a la formación de tres espacios de plantación colectiva en el Plan Juntos en Montevideo y uno en el interior, y a formar huertas comunitarias en espacios como la Casa de las Ciudadanas y en centros de salud y plazas de deportes.
Por su parte, aumentarán los talleres de Huertizate, un programa para vecinos de los municipios B, D y A, y se desarrollarán cursos de huertas urbanas y alimentación saludable en la plataforma Ibirapitá, para después aplicar lo aprendido en intervenciones de territorios. Otro de los planes es la conformación de una “huerta migrante”, en conjunto con el Museo de las Migraciones.