“Gracias por respetar esta zona de confidencialidad” avisa el cartel amarillo pegado en el piso que da la bienvenida al lugar, una vivienda de dos pisos con fachada de vidrio y paredes pintadas de color magenta. Hay una recepción, mujeres con uniformes blancos dispuestas a responder preguntas detrás de un mostrador e incluso profesionales de la salud, pero no es un hospital: es una casa. Y lo que pasa allí dentro queda allí dentro, para garantizar la seguridad de las personas que acuden a diario, mujeres de todas las edades, experiencias y orígenes, la mayoría de ellas en situación de vulnerabilidad.
Se llama La Casa de las Mujeres y fue inaugurada a mediados de 2016 en el mismo terreno donde funciona el hospital Delafontaine de París para brindar atención a mujeres víctimas de violencia de género o que necesitan asesoramiento sobre cuestiones de salud sexual y reproductiva. La idea fue impulsada por Ghada Hatem-Gantzer, ginecóloga obstetra francesa y jefa de la maternidad del centro hospitalario, quien después de trabajar durante más de una década con mujeres y ver todo tipo de situaciones de violencia consideró necesaria la creación de un lugar dedicado exclusivamente a su salud, protección y bienestar. “Entre las mujeres que atendemos hay víctimas de violencia por parte de sus parejas, mujeres que fueron mutiladas, mujeres que fueron casadas a la fuerza o mujeres que simplemente no quieren continuar con el embarazo, por lo que una se enfrenta a muchas problemáticas”, explica Hatem-Gantzer a la diaria y a otros medios latinoamericanos en una entrevista que se desarrolla en el segundo piso de la casa.
La doctora decidió entonces ponerse el proyecto al hombro. Lo primero fue definir el lugar. El director del hospital le dijo que podía utilizar una parte del predio que estaba libre pero que ella tenía que encargarse de conseguir los fondos para la construcción del centro. La casa se erigió gracias al aporte de autoridades locales y de cerca de 20 fundaciones privadas, entre las que se encuentran reconocidas marcas como L’Oréal o Air France. En paralelo, la ginecóloga se encargó de conformar un equipo multidisciplinario que hoy está integrado por cerca de 60 especialistas, entre ginecólogas, cirujanas, médicos generales, psiquiatras, psicólogos, parteras, talleristas y abogados. Algunos de ellos ya trabajaban en el hospital y otros fueron reclutados específicamente por Hatem-Gantzer. Para el funcionamiento diario del centro, los aportes económicos provienen fundamentalmente de empresas privadas y, en menor medida, del hospital. No hay, por el momento, financiamiento estatal. “Pero poco a poco queremos que el gobierno nos dé más plata, porque las fundaciones privadas van a empezar a donar menos”, asegura la responsable de la iniciativa.
El equipo multidisciplinario trabaja en tres unidades especializadas en planificación familiar y aborto, violencia de género y mutilación genital femenina. Por supuesto que la mutilación genital femenina es una forma de violencia de género, pero el equipo decidió crear una unidad especial “porque es una problemática muy particular”, según aclara la doctora. El horario de atención en el centro es de lunes a viernes de 9.00 a 17.00, y para entrar sólo hace falta abrir la puerta. La ayuda abarca desde asesoramiento jurídico y psicológico hasta talleres de dibujo, danza, teatro o karate. En total, son atendidas entre 50 y 80 mujeres por día. También hay una línea telefónica disponible para solicitar prescripciones para pastillas anticonceptivas o del día después, coordinar consultas por abortos y para la cirugía reconstructiva tras una mutilación genital, o pedir ayuda en casos de violencia doméstica.
En la casa no duerme nadie. “Nosotras acogemos a mujeres durante todo el día y de noche garantizamos que vuelvan a casas de amigos o conocidos, aunque a veces duermen en las escaleras de la entrada del hospital o en la calle”, explica Hatem-Gantzer. “El hospedaje para estas mujeres es un problema, uno que nosotras no podemos abordar y para el cual Francia aún no ha encontrado una buena solución”, agrega.
Si bien hay proyectos para replicar el modelo de esta casa en otras ciudades, hoy en día es la única en Francia que aborda en un mismo centro y de manera integral las problemáticas de salud sexual y reproductiva, violencia de género y mutilación genital.
Mi cuerpo, mi decisión
El centro de planificación familiar de La Casa de las Mujeres trabaja tres cuestiones principales: anticoncepción, enfermedades de transmisión sexual (ETS) y acceso a la interrupción voluntaria del embarazo. Hatem-Gantzer dice que esta unidad atiende con frecuencia a mujeres adolescentes porque el centro permite el acceso a abortos, píldoras anticonceptivas o pastillas de emergencia sin necesidad de tener el permiso de los padres o adultos responsables. “Las menores de edad, en Francia, tienen el derecho de abortar sin avisar a los padres. Es el único caso en el que pasa esto: si tenés apendicitis o te quebrás una pierna hay obligación de avisar y preguntar a tus padres si podemos operar. Para la interrupción voluntaria del embarazo es secreto”, precisa la profesional.
En Francia, el aborto es legal hasta las 12 semanas de gestación. Fuera de ese plazo, un embarazo puede ser interrumpido en caso de violación, riesgo de vida del feto o si la mujer alega que por razones “psicosociales” no puede hacerse cargo de un hijo o hija –ejemplo: está en situación de calle o es diagnosticada con una depresión grave–. La legislación, aprobada en 1974, no contempla una edad mínima para practicarse un aborto. “Entre las menores de edad que vienen a nuestra casa hay muchas que quieren abortar porque fueron víctimas de violación o de incesto, y para esto no hay edad, pueden tener seis años y haber sido víctimas de agresión sexual”, cuenta Hatem-Gantzer a modo de ejemplo.
En el centro se realizan abortos con medicamentos (misoprostol y mifepristona) y abortos quirúrgicos (por aspiración). En el caso de los primeros, las mujeres pueden tomar el medicamento en el centro o, si el embarazo es reciente, tienen la posibilidad de hacerlo en su casa. Los medicamentos son costeados por la seguridad social; lo único que corre por cuenta de las mujeres son los calmantes.
En La Casa de las Mujeres se hacen aproximadamente 1.000 abortos cada año y la tasa de mortalidad es de cero. “Yo estoy aquí desde hace diez años y no hubo ninguna muerte por aborto. Es más peligroso morir durante el parto que por un aborto”, asegura la ginecóloga. Según los datos oficiales, en Francia muere una mujer cada 10.000 partos.
Consultada sobre el impacto que tiene en Francia el accionar de movimientos ultraconservadores que se oponen a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, Hatem-Gantzer considera que si bien ya no se ven tanto en las calles como hace unos años, tienen una fuerte presencia en las redes sociales. “Hace un tiempo había manifestaciones contra el aborto por parte de extremistas que venían a encadenarse adelante de los blocks quirúrgicos diciendo ‘prohibido abortar’ o dibujaban esvásticas arriba del nombre del hospital, pero desde hace 15 años yo no he visto más eso”, reflexiona la ginecóloga. “Ahora operan en las redes sociales. Se las arreglaron, por ejemplo, para que los primeros resultados que aparezcan en internet cuando las mujeres buscan ‘quiero abortar’ sean sitios contra el aborto. Entonces a veces les piden el número de teléfono, ellas se lo dan, y alguien las llama para decirles que está mal abortar, que van a asesinar a un niño, que lo piensen bien, y les ofrecen ayuda. Es así como sucede hoy en día”, agrega.
Reconstruir la autoestima, la autonomía y el placer
Anna tenía 15 años cuando fue mutilada. En el pueblo donde vivía, en África, la mutilación genital femenina era un requisito previo al matrimonio y ya estaba todo arreglado para que, unos días después, se casara –forzadamente– con un hombre mayor. Logró escaparse de la situación, se fugó y un tiempo después llegó a Francia, con todas las consecuencias físicas, psicológicas y emocionales encima. Anna –nombre ficticio– quedó a cargo de asistentes sociales en un refugio para menores en situación de vulnerabilidad. Después de días de escucharla quejarse del dolor, la derivaron a La Casa de las Mujeres para que fuera examinada. Allí inició un proceso que consistió, sobre todo, en volver a apropiarse de su cuerpo.
“Su caso es horrible porque cuando fue mutilada no era una bebé, como pasa en general, entonces estaba completamente traumatizada”, recuerda Hatem-Gantzer. “La primera vez que la vi no hablaba y no podía tocarla. Hoy ya la vi unas diez veces y ahora me insiste todo el tiempo para saber cuándo voy a operarla”.
Las mujeres que acuden al centro por un caso de mutilación genital son examinadas por una ginecóloga y atendidas por un psicólogo y un sexólogo. Después tienen la posibilidad de asistir a grupos de apoyo y a los talleres que se realizan todas las semanas en el centro: los lunes aprenden dibujo, fotografía y joyería; los martes, danza oriental; los miércoles, teatro; los jueves, karate y los viernes, alfabetización. Una vez que pasaron por todas estas etapas vuelven a reunirse con el equipo de salud, con el cual deciden si quieren o no una operación reconstructiva.
La casa recibe cerca de 500 consultas de mujeres mutiladas cada año, de las cuales sólo una tercera parte elige la cirugía. Todos los casos son de inmigrantes africanas que fueron mutiladas antes de llegar a Francia, generalmente en países de África subsahariana como Bali, Senegal, Costa de Marfil, Etiopía o Mauritania.
Las razones para elegir la reconstrucción son diversas y van desde lo estético –“quieren que el clítoris se parezca al de una mujer normal, porque les da vergüenza– hasta la necesidad de recuperar el deseo sexual, en caso de haberlo perdido. “La mayoría de las veces las mujeres recuperan la posibilidad de sentir placer, pero no es sólo a causa de la cirugía”, explica Hatem-Gantzer. “Es porque también les brindamos cursos de educación sexual, algo fundamental si tenemos en cuenta que en África no se habla de sexo en la familia, es algo vergonzoso, y las chicas aprenden con las amigas o el porno”. Además, agrega, a veces pasa que sólo han conocido la violación, por lo que para ellas el sexo no tiene nada que ver con el goce. La idea es que aprendan que, justamente, se trata de eso.
Una caja de herramientas contra las violencias machistas
La Casa de las Mujeres de Francia también brinda asesoramiento y ayuda a mujeres víctimas de violencia de género, en particular cuando se trata de casos de violencia en la de pareja, violencia intrafamiliar y violencia sexual. Al igual que sucede ante los casos de mutilación genital, la llegada de una mujer víctima de violencia activa un proceso que incluye consultas con un médico que examine y certifique las lesiones físicas, un psicólogo y un psiquiatra para los psicotraumatismos, una asistente social, una kinesioterapeuta, un osteópata y una partera. Después de estas instancias puede participar en los grupos de apoyo y asistir a los talleres que prefiera.
Hatem-Gantzer insiste en la importancia de que pasen por todas las etapas de apoyo, ya que “a veces las mujeres no saben diferenciar bien los tipos de violencia y es discutiendo con las parteras, los doctores y en los grupos de apoyo que entienden que lo que viven no es normal y que se puede poner en palabras como violencia psicológica, violencia sexual, etcétera”.
El centro no hace el seguimiento de los casos de niñas, niños y adolescentes hijos de víctimas de violencia de género porque no tienen la infraestructura necesaria, pero generalmente cuando llegan a la consulta con sus madres son examinados por un pediatra, que realiza una evaluación general de su estado y lo deriva a un especialista en psiquiatría infantil.
Se estima que cada año 225.000 mujeres de entre 18 y 65 años son víctimas de algún tipo de violencia por razones de género en Francia, según una reciente encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos. En tanto, 2019 cerró con 149 femicidios, de acuerdo con el conteo del colectivo feminista Nous Toutes (“Todas nosotras”).
“A las mujeres les gusta mucho venir aquí, nos lo dicen todo el tiempo”, cuenta la doctora Hatem-Gantzer para cerrar, en el medio de una sala tapizada con los rostros pintados de mujeres que abrieron puertas e hicieron historia. “Algunas vienen a participar en los talleres, bailar, hacer karate. Pero otras vienen cuando se sienten mal sólo para sentarse en la sala de recepción y recordar que nunca más van a estar solas”.
Desde Francia | Esta nota fue realizada en el marco de un programa para periodistas latinoamericanas sobre igualdad de género organizado por el Ministerio de Europa y Asuntos Extranjeros de Francia.