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Marcha de la diversidad 2019.

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Posturas en el marco de una Marcha de la Diversidad particular

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Referentes del movimiento de la diversidad sexual opinan sobre el contexto sociopolítico de este setiembre pandémico.

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Este mes de setiembre nos encuentra atravesando un hecho inesperado: una pandemia mundial. Este shock trajo consigo una crisis económica y social. Los sectores más vulnerados son hoy más vulnerados.

Esta será la primera Marcha por la Diversidad de la coalición multicolor en el gobierno. Una marcha que estará caracterizada por recomendaciones de no aglomeración.

Es una marcha que se da además en un contexto particular: hay una ley de urgente consideración (LUC) que rige y que entre sus artículos prevé nuevas normas para la movilización social; hay una propuesta de presupuesto quinquenal a discusión en el Parlamento; hay una ley integral de violencia basada en género que no tendrá en estos años el presupuesto necesario para su funcionamiento óptimo.

Referentes de la comunidad LGBTI opinaron sobre los cambios en el contexto y el rol que tiene para jugar el movimiento de la diversidad en este escenario.

Magdalena Bessonart

Foto: Mariana Greif

Magdalena Bessonart - Integrante de Ovejas Negras y representante de la Intersocial Feminista

Este año la consigna de la Marcha por la Diversidad es: “Orgullo es luchar”. Me quedo en dos cuestiones importantes. Por un lado, el contexto y el impacto que estamos viviendo en esta crisis social y sanitaria: la precariedad, el desempleo, la incertidumbre total para muchísima gente en todo el país, sumado a un discurso y una práctica, de parte de este nuevo gobierno, neoliberal, centrada en la individualidad, la meritocracia y un odio profundo a las, los y les pobres, que ni siquiera tratan de disimular.

La respuesta de parte del movimiento social ha sido de lucha colectiva, solidaria y articulada para generar ciertas condiciones que mitiguen el hambre de miles de personas. La generación de ollas populares, canastas y otras diversas formas de solidaridad que estamos sosteniendo desde hace meses, ha sido la prioridad de todo el movimiento social. Y eso nos llena de orgullo, un orgullo que no se trata de ser quienes somos cómo personas individuales, sino orgullo de este movimiento social que trasciende las identidades, reivindicando la importancia de la articulación para transformar la realidad de forma colectiva, solidaria y popular.

Por otro lado, es importante que debatamos sobre el rol que nos toca jugar específicamente como movimiento de la diversidad sexual. Además de la importancia de defender las conquistas y los avances realizados en la última década, quiero detenerme en la importancia de no lavar el discurso ni la práctica: en algunas situaciones el discurso del amor se ha vuelto simplemente un eslogan de marcas que les gusta vender arcoíris y políticos que venden libertad a cambio de desigualdad.

Esto pasa en todo el mundo. “Marchas” que se han transformado en desfiles de empresas, empresas que financian guerras, guerras con balas pintadas de colores, pero que matan igual que las tradicionales. Pero cuando nuestro movimiento habla de amor, habla de amor en el sentido más profundo y político que pueda existir. Amar como respuesta al odio. Amar como forma de vida.

El transfeminismo y la interseccionalidad son prácticas cotidianas de amor, lucha y resistencia, prácticas que debemos defender con nuestros cuerpos, con nuestras palabras y con todo lo que tengamos. Luchar desde esta práctica y desde el amor es nuestra forma de cambiar el mundo, y eso nos llena de orgullo.

Mauricio Coitino

Foto: Mariana Greif

Mauricio Coitiño - Consultor en Políticas Públicas, Derechos Humanos y Diversidad Sexual

En lo político y cultural, estamos en un contexto regional y nacional de “revancha” de los sectores conservadores, que vienen a restaurar “el orden” y a poner a los enemigos de “la gente de bien” en su lugar. Tanto quienes denuncian la “ideología de género” como los incorrectos políticos de todo color tienen sus blancos favoritos en el feminismo y las personas LGBTI.

A esto se agrega una crisis sanitaria y económica que aumenta las tensiones y la fragmentación social y con ello los riesgos de mayor violencia y exclusión para las personas LGBTI, especialmente quienes viven múltiples formas de discriminación.

En un país con una opinión pública y medios muy partidocéntricos, es probable que un sistema político que hoy da más espacio a voces entre escépticas y hostiles hacia la diversidad sexual tenga efectos negativos sobre la convivencia.

Es que las narrativas reaccionarias “explican” y a la vez alimentan el miedo y la ansiedad que viven las personas por causas ajenas a los grupos que estigmatizan. Cuando el debate público ocurre en ese clima emocional de desconfianza, es muy difícil apelar a la empatía frente al dolor ajeno, que es fundamental para cuestionar y superar los prejuicios.

Por esto, un rol del movimiento de diversidad sexual será transformar ese ambiente de crispación, sin darle un “opuesto dialéctico” a la ola regresiva y mostrando formas constructivas de encuentro y convivencia entre las personas, como lo es la propia Marcha de la Diversidad. Y es particularmente importante involucrar a personas de los grupos que menos aceptan a las personas LGBTI: personas mayores, religiosas, de pequeñas localidades, políticamente conservadoras, etcétera.

Otro rol clave es equipar a la comunidad y a sus aliadas y aliados para que puedan ser multiplicadoras y multiplicadores en sus espacios y redes con herramientas discursivas sencillas, que no busquen refutar discursos sino conectar personas con personas. “Humanidad”, “solidaridad” y “empatía” son palabras simples, pero con mucha resonancia emocional y política.

Diego Sempol

Foto: Mariana Greif

Diego Sempol - Investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República

Carlos Real de Azúa interpretó el siglo XX uruguayo como sucesivos impulsos y frenos, un esquema útil para entender el presente. En los últimos años, se avanzó en el reconocimiento de los derechos humanos de miles de uruguayes que fueron históricamente excluidos y condenados a los márgenes por su disidencia sexual. Este impulso implicó una expansión de la ciudadanía sin precedentes y permitió que la politización de la sexualidad y el género pasaran a primera división. Casi ninguna de las conquistas legislativas consagradas estaba incluida en el programa del Frente Amplio, si bien este fue el partido que más escuchó los reclamos. La movilización social y el cabildeo lograron instalar toda una serie de demandas y dar margen a los aliados dentro de la izquierda para avanzar con esta agenda. Los partidos tradicionales, en algunos casos, se sumaron al final del proceso legislativo, cuando ya era inevitable la aprobación (matrimonio igualitario), y en otros se opusieron en forma rotunda desde el inicio, buscando incluso su derogación (despenalización del aborto, Ley Integral para Personas Trans). La llegada al gobierno de la coalición multicolor ha abierto una fuerte incertidumbre ‒vía recorte presupuestal‒ sobre la continuidad de las políticas públicas (en la salud y en la educación) centradas en combatir la discriminación y la violencia heteronormativa. Y aunque se insiste desde la gestión en que las leyes aprobadas se van a respetar, es claro que todo pende de un hilo y de la inestable correlación de fuerzas a nivel social.

Por eso para evitar que el freno se vuelva retroceso es central el trabajo y la acción de los movimientos sociales. Si bien el movimiento de la disidencia sexual, luego de 27 años de disputar el espacio público, tiene experiencias acumuladas importantes, se abrieron nuevos desafíos en este contexto.

Con la aprobación de la LUC se inauguró un período de criminalización de la protesta social, incremento del abuso y la violencia policial y promoción desde el poder de una perspectiva neoliberal que busca fragmentar las luchas y explotar las incertidumbres exacerbando las identidades esencializadas y unidimensionales. Es esa misma mirada la que busca despolitizar la Marcha por la Diversidad, ya sea exacerbando su dimensión celebratoria, “apolítica” y disciplinada, o buscando fragmentar su convocatoria jugando al separatismo/secta, abriendo así un internismo sospechosamente conveniente para el bloque conservador, justo en momentos en que la unidad es más necesaria que nunca.

Josefina González

Foto: Mariana Greif

Josefina González - Licenciada en Ciencias de la Comunicación y activista transfeminista

Nos encontramos en un contexto de crisis social, política, económica, cultural y sanitaria que impacta de manera muy cruel sobre las y los sujetos más vulnerados. En la región, estamos presenciando la reedición de discursos y prácticas políticas conservadoras, opresivas, de sistemas vetustos que intentan dar un manotazo de ahogado intentando imponer normas o normalidades que en estos tiempos no tienen razón de ser.

El movimiento social independiente jugará un papel fundamental en los procesos venideros. Será necesario preguntarnos: ¿Qué movimiento social queremos ser? ¿Qué alianzas queremos construir y con quienes? ¿Qué cuestiones en materia de derechos no se negocian?

Desde los feminismos, como movimiento revolucionario histórico, hace tiempo nos venimos haciendo esas preguntas, así como también venimos construyendo otras formas de hacer política, hermanadas, tejiendo redes, sosteniéndonos, construyendo estrategias de cuidados, rompiendo silencios ensordecedores.

Para quienes activamos desde hace muchos años para construir ciudadanía, política pública y normativa que garantice la accesibilidad a derechos fundamentales de las disidencias sexo-genéricas haciendo foco en las identidades trans, sabemos que aún queda mucho por hacer y que lo trava-trans jamás ha monopolizado ninguna lucha ni agenda porque aún estamos muy por debajo del resto de las personas en lo que respecta a necesidades básicas.

El movimiento social pro diversidad debe ser repensado en cuanto a las lógicas de participación, de alianzas, en no vaciar esa lucha de contenidos ni seguir permitiéndole al capitalismo que construya productos-mercancías de una lucha histórica que se cobró la vida de muchas de nuestras hermanas travas-trans, y lo sigue haciendo.

La voz en primera persona, las construcciones políticas colectivas, horizontales y no negociar derechos serán estrategias/prácticas necesarias.

En el marco de un seminario internacional, una sabia mujer valenciana feminista me comentó: “En los círculos en que nos movemos existen dos tipos de personas: aquellas que viven y trabajan por los derechos y aquellas que viven y trabajan de los derechos”. Es fundamental preguntarnos qué tipo de persona queremos ser para saber qué sociedad y cultura queremos construir.

Marcela Pini

Foto: Mariana Greif

Marcela Pini - Psicóloga y activista transfeminista

Nos encontramos en un contexto mundial afectado ‒en el sentido más amplio del término‒ por la covid-19. En un mundo que aparentemente ya no es, ni será, el mismo que conocíamos, las prácticas que devienen de nuestras relaciones están en revisión.

La situación actual ha puesto de manifiesto las desigualdades que nos atraviesan, las tan nombradas intersecciones que hacen a las identidades que conforman las singularidades. La división entre sujetas y sujetos válidos para un mundo que ha atendido y profundizado la normatividad generando la grieta cultural, social, educativa, económica y cuyo propósito ha sido, y es, inscribir la dicotomía entre la posibilidad de ser y la de no. Uruguay no es ajeno a este mundo feroz de las desigualdades.

¿De qué diversidad hablamos? Cuando se habla de diversidad hay una dimensión fuertemente arraigada de lo diverso como cuerpo/a sexuado/a. Sin embargo, abarca otras dimensiones de lo humano: género y generaciones, discapacidad, pobreza, la condición de ser trabajador o trabajadora, lo étnico-racial, etcétera.

Estos procesos sociales y de corrimientos y resignificación de categorías es parte del discurso de la fluidez de lo líquido, de un todo lleno de vacíos. Estos procesos no son pospandemia, son procesos que devienen de intencionalidades que dan cuenta de que todo puede ser algo, y a su vez la nada misma.

Como mujer trans, y como sujeta, entiendo al feminismo como la vía para un cambio cultural profundo, desde abajo. Que no licúe lo singular con lo colectivo, que aborde la interseccionalidad, pero que no la utilice como herramienta de invisibilización. Apuesto a ver en este contexto la gran posibilidad humana de rever nuestras prácticas, de generar otros modos de relacionamiento afectados por otra cosmovisión de lo humano, por una sororidad política que deben tomar los feminismos.

Debemos decir basta a la producción y reproducción de la concentración de poder de unos pocos. Son clave las voces de las disidencias, las no hegemónicas. Porque también la sociedad civil y los movimientos sociales nos han mostrado que pueden ser reproductores de normatividad. Tenemos la obligación ética de denunciar la continuidad del status quo de la diversidad. Evidenciar las prácticas machistas y patriarcales, los acuerdos políticos para el beneficio propio y no colectivo. Debemos exigir que se quiten la paja en el ojo propio para no sólo denunciar la ceguera en el otro.

Patricia Gambetta

Foto: Mariana Greif

Patricia Gambetta - Integrante de Trans Boys Uruguay Niñez-Adolescencia-Familia

Comenzamos este año con muchas incertidumbres y expectativas a la vez. Tuvimos un cambio de gobierno y desde el colectivo LGBTIQ+ sabemos que los derechos adquiridos deben ser y seguir siendo respetados.

En nuestro país, el cambio de gobierno coincidió con la aparición de la pandemia mundial de la covid-19. Muchas de las reuniones o gestiones que comenzamos a hacer se vieron retrasadas; es comprensible dada la necesidad de atención de salud para el país entero.

Es de histórico conocimiento que la población trans es una de las más vulneradas. Una pandemia mundial lo deja más en evidencia aún. Alimentación, trabajo, salud y vivienda, entre otros derechos básicos, se vieron claramente afectados. Tuvimos apoyo popular y dentro de cada colectivo de la sociedad civil trabajamos para poder ayudarnos entre todos.

Desde el gobierno ‒por medio de las nuevas autoridades del Ministerio de Desarrollo Social (Mides)‒ se consiguieron canastas y ampliación, por un lapso definido de unos meses, de lo que se cobra por la Tarjeta Uruguay Social Trans. También siguió trabajando bajo esta órbita la comisión encargada de la gestión de pensiones reparatorias para las personas trans que fueron lesionadas en la última dictadura. El Consejo Nacional de Diversidad Sexual, presidido por el Mides, recién pudo convocarse por primera vez en el año este mes. Este espacio es fundamental para que los derechos de la población LGBTIQ+ sigan siendo respetados y para continuar avanzando. Para la Intendencia de Montevideo, en especial para la Secretaría de la Diversidad, también fue prioridad que nuestra población trans reciba canastas de alimentos.

Donde hubo un gran retraso fue en la Comisión de Cambio de Nombre y Sexo Registral. Antes de la pandemia, su funcionamiento era excelente en Montevideo, no así en el interior del país. Esta comisión recién pudo reactivarse el mes pasado.

Algo que sabemos: nunca para atrás en derechos adquiridos. Hay que trabajar para mejorarlos. Nuestra bandera política es la de la diversidad, y por ella y con ella estaremos donde y con quien tengamos que estar, trabajando a la par.

Tamara Naiara

Foto: Mariana Greif

Tamara García - Feminista sindicalista e integrante del PIT-CNT

En nuestro país grandes sectores de la población siguen siendo prejuiciosos, siguen discriminando, siguen sintiéndose amenazados por lo diferente y, claro, por las personas que quieren expresarse diferente. Me atrevo a decir que los mayores impactos que estamos sufriendo tienen que ver con la legitimación y visibilización de estas posturas en la política.

No sólo se generó nuevamente impunidad para expresiones machistas, homo/les/bi/transodiantes, elitistas, racistas, sino que las vemos materializadas en las calles, con personas que ejercen violencia sobre otras.

Se motivan en una lógica binaria del enemigo y nos toca preguntarnos ¿Toda aquella persona que no sea como yo merece ser violentada?

El movimiento de la diversidad tiene varios desafíos por delante. Uno es dentro de nuestras organizaciones y colectivos, donde necesitamos una severa autocrítica. Hay que meterse con más fuerza en estos lugares, profundizar la perspectiva interseccional, visibilizar las violencias que sufrimos quienes no estamos bajo la heteronorma. Necesitamos generar más conciencia en las y los trabajadores.

Otro desafío apunta a contrarrestar los discursos retrógrados y conservadores que se quieren instalar en la sociedad. Es un gran error pensar que los discursos conservadores no generan identificación dentro de la propia clase trabajadora. Incluso en las organizaciones que trabajamos por los derechos humanos hay dificultades para la construcción de los relatos de los procesos que transitamos.

Además, se suma el desafío de construcción de conciencia en lo territorial. Debemos reconocer lo mucho que nos falta para llegar a algunos sectores de nuestra población. Hay compañeras y compañeros que no sienten la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+ como propia y justa. El miedo y los prejuicios siguen estando vigentes.

Muchas estamos convencidas de que un mundo más justo es posible. Debemos desnaturalizar la desigualdad, el hambre, la discriminación. Soñar con cambiar el mundo debería ser utopía de todas las personas y no sólo de las juventudes. Siempre debemos defender la alegría como una trinchera.

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