Rossafucsia Llanera, la reconocida ingeniera emocional de la Universidad de California suele recordar que todas las cosas suceden por algo, que existe un Plan para todo. Nuestro escaso desarrollo energético nos impide acumular la suficiente información para conocer ese Plan y esa ignorancia nos lleva a creer en las casualidades. Repasemos algunos casos particulares que ilustran que las sincronicidades vitales responden a una mirada universal.
Una vida destinada a salvarse
Saturo Tukoko, oficial de inteligencia del Imperio del Japón, trabajaba en la decodificación de mensajes enemigos en una oficina situada en la ciudad de Hiroshima. Quiso el “destino” que en la madrugada del 9 de setiembre interceptara y decodificara un mensaje de los aliados en donde se informaba sobre los planes para arrojar una bomba atómica sobre la ciudad. En ese momento se dio otro increíble hecho de apariencia fortuita. Tukoko decidió poner a salvo su pellejo e irse de Hiroshima lo más rápidamente posible, sin detenerse a avisarle a nadie. Por más que esta historia parezca una sucesión de casualidades, dista mucho de serlo. En realidad, las asombrosas y misteriosas fuerzas que rigen el trayecto de los seres humanos posibilitaron que este militar lograra salvar su vida.
Los colores del Plan Universal
La sindicalista uruguaya Valeria Ripoll, secretaria general del gremio de municipales de Montevideo, la capital de Uruguay, se había afiliado al Partido Comunista. El llamado “azar” hizo que se alejara de esta fuerza política para integrarse a Unidad Popular. En ese momento ocurrió otro hecho “fortuito”. Se pasó al Partido Nacional. A los pocos meses fue nombrada candidata a la vicepresidencia por ese partido. Muchos consideran que la trayectoria política de Ripoll es una extravagancia que nadie hubiera sido capaz de predecir. En realidad, el día en que ella decidió hacerse los claritos quedó establecido que el Plan Maestro la colocaría en la candidatura a vice por el nacionalismo.
No fue un accidente. Fue el Universo
Jennifer Comino Fuerte tenía 13 años y ya estaba estudiando en la Universidad. Su futuro como microbióloga era muy promisorio y sus profesores esperaban de ella grandes logros como investigadora de enfermedades raras. Un día su mamá la obligó a subir al árbol de la casa a bajar a Wanda, la gata de la familia. Jennifer resbaló, cayó y perdió la vista para siempre. Ese hecho determinó que Jennifer comenzara una carrera que la llevó a ser la mejor artesana con fideos pintados de México. El Universo conspira.
Golpes de mala suerte y golpes de buena suerte
El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, sufrió un revés del destino cuando Alejandro Astesiano, su jefe de guardaespaldas, le juró y perjuró que las acusaciones contra él de haber participado en maniobras turbias no eran otra cosa que maledicencias. Unos meses más tarde, el acusado, en este caso por abuso sexual a menores de edad, fue el senador Gustavo Penadés, un amigo suyo. Ante las interrogantes de Lacalle Pou, y mirándolo a los ojos, el legislador le dijo que era inocente. En ese punto el presidente se sentía víctima de una racha de mala suerte pocas veces vista. ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo dos personas tan cercanas lo engañaran? Pero lo que Lacalle Pou no sabía es que esos acontecimientos no eran fruto de la “mala suerte”, sino engranajes de un sofisticado Plan que tenía como objetivo final premiarlo por su perseverancia. El primero de estos engranajes fue la aparición de la fiscal Gabriela Fossati, una enviada del Gran Poder Universal que se encargó de neutralizar los efectos del caso Astesiano. El segundo, el pasaporte de Sebastián Marset. Las escandalosas revelaciones sobre este caso lograron que la investigación contra Penadés pasara a un segundo plano. “Al final, la mala suerte no existe. Es el Universo que nos está poniendo a prueba antes de obsequiarnos la salvación”, reflexionó Lacalle Pou.