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Universindo Rodríguez, Jair Kriske y Lilián Celiberti, año 1983, en Montevideo. Foto: Archivo Documental del Movimento de Justiça e Direitos Humanos.

El secuestro de Universindo Rodríguez y Lilián Celiberti: una de las causas por las que deberá responder Eduardo Ferro cuando sea extraditado a Uruguay

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El activista de por los derechos humanos Jair Krischke recordó el secuestro y el rol de la prensa para exponer el caso.

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Leído por Abril Mederos
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El 12 de noviembre de 1978 los militantes del Partido Por la Victoria del Pueblo (PVP) Universindo Rodríguez y Lilián Celiberti fueron secuestrados en su apartamento de Porto Alegre junto a sus hijos, Camilo y Francesca, de siete y tres años. Los niños fueron entregados a sus abuelos maternos 18 días después, mientras que Rodríguez y Celiberti estuvieron presos hasta el fin de la dictadura.

El coronel retirado Eduardo Ferro, los militares Glauco Yanone, José Bassani y Carlos Rossel, y el jefe del Departamento de Ordem Política e Social (DOPS), Pedro Seelig, fueron los responsables del secuestro, en el marco de la operación “Zapatos rotos”, que tenía entre sus objetivos la detención del secretario general del PVP, Hugo Cores, que vivía en San Pablo.

Si bien Ferro nunca concurrió a declarar ante la Justicia, en una entrevista dada a la radio Montecarlo desde España, en octubre de 2020, reconoció su participación en el hecho, aunque prefirió no calificarlo como un secuestro.

En diálogo con la diaria, el abogado y activista por los derechos humanos Jair Krischke recordó el operativo y particularmente el rol de la prensa brasileña para exponer la situación, que fue sistemáticamente negada por las autoridades de ambos países.

“Fue una operación totalmente clandestina y todo se conoció porque, cuando fueron llevados al DOPS en Porto Alegre -donde fueron bárbaramente torturados-, descubrieron que Lilián tenía en su bolso un papel con un número de teléfono de París y la obligaron a llamar. Cuando llamó, de alguna manera le transmitió la situación al compañero del PVP que estaba exiliado”, recordó Krischke.

Ese contacto informó a Hugo Cores y este al periodista Luiz Cláudio Cunha, corresponsal en Río Grande Do Sul de la Revista Veja. Al enterarse de la situación, el abogado Omar Ferri pasó por el apartamento de la familia y, como no lo atendió nadie, dejó una nota por debajo de la puerta. Al otro día regresó y un vecino le dijo que hacía un par de días que no había nadie.

“Universindo, Lilián y los niños ya habían sido llevados a Uruguay. Estando en la fortaleza de Santa Teresa, donde fueron torturados especialmente por Ferro, Lilián cuenta una historia de que iba a haber una reunión en Porto Alegre con Hugo Cores, sobre el que el aparato represivo uruguayo tenían especial interés”, comentó.

Los secuestradores regresaron con Celiberti a Porto Alegre y se quedaron esperando en el apartamento el contacto con Cores. El periodista Cunha fue hasta la casa con un fotógrafo (João Scalco) y cuando ingresó al predio, lo siguieron hasta la puerta del apartamento. “Cuando toca el timbre se abre la puerta y lo apuntan con una pistola: el hombre que había ingresado con él y el que lo atendió”, contó Krischke.

Después de mostrar el carnet de periodistas los dejaron ir, diciéndoles que se trataba de una operación contra el contrabando. Cunha había llevado a un fotógrafo deportivo. Cuando salieron de ahí -recuerda Krischke- el fotógrafo comentó a Cunha: “A este tipo que me apuntó en la cabeza yo lo fotografié alguna vez”. Fueron al archivo fotográfico y lo encontraron: era un exjugador de fútbol que después había ingresado al DOPS, lo que anulaba la hipótesis de una operación anticontrabando.

“Ahí empezó la investigación y la denuncia pública, la prensa brasileña e internacional colaboró mucho y logramos que el tema ganara el mundo y se salvaran los niños, y que Lilián y Universindo quedaran en prisión”, apuntó.

El 18 de noviembre, seis días después del secuestro, los militares regresaron con Celiberti a Uruguay, y una semana después la Dirección Nacional de Relaciones Públicas emitió un comunicado con la versión de que habían sido detenidos en Uruguay, después de haber ingresado por Tacuarembó con armas y “documentos subversivos”. “Presentaron como testigos un tipo que trabajaba en el ómnibus y el taxista que los llevó al hotel”, recuerda Krischke. “Nosotros investigamos y desmentimos todo; el taxista era un narcotraficante dependiente de la Policía brasileña y el empleado del ómnibus, un ladrón de ganado que también respondía a la Policía”.

Krischke destacó el rol protagónico de Ferro en el secuestro y agregó que el caso mostró en su momento las relaciones existentes entre los aparatos represivos de los países de la región, al tratarse de la primera misión de la Operación Cóndor que debió ser abortada.

La causa judicial fue abierta por el equipo del Instituto de Estudios Legales y Sociales del Uruguay a principios de 1984, por tortura, secuestro, privación de libertad y sustracción de menores.

En mayo de 2018, el fiscal especializado en Crímenes de Lesa Humanidad, Ricardo Perciballe, pidió el procesamiento con prisión de Ferro, Yannone, Bassani y Rossell por cuatro delitos de privación de libertad, en concurrencia fuera de la reiteración real, y dos delitos de abuso contra los detenidos.

El abogado denunciante Martín Fernández dijo a la diaria que aún están pendientes de resolución recursos de prescripción presentados por las defensas de los militares. Resuelta esa instancia, la jueza penal de 23º turno, Isaura Tórtora, deberá tomar una resolución respecto del pedido de Perciballe.

Eduardo Ferro, en el centro Militar, en Montevideo (archivo, octubre de 2007).

La carta de Camilo Casariego

Tras conocerse la detención de Ferro en España, Camilo, hijo de Lilián Celiberti, escribió una carta abierta a su secuestrador:

Sr. secuestrador,

Me dirijo a vos secuestrador, para aclarar un par de cosas: la primera, es que por más que vos creas que sos víctima de los comunistas, te aclaro, que vos sos un genocida: “persona que aniquila en forma sistemática e intencional a un grupo social...”, por ende, espero que nadie en este país y en otros, te defienda, como se dice en la jerga “quemás”. Yo que fui una de tus víctimas tengo esa firme esperanza.

Seguramente no me recuerdes, seguro recordarás más fácilmente el operativo que nos involucra “Zapato roto”, pero yo sí recuerdo perfectamente la primera vez que tus “camaradas” interrumpieron mi juego, me cambiaron la vida, rompieron lo más sagrado que tiene un niño, su niñez y me alejaron de la seguridad de mi madre.

Recuerdo bien ese mediodía en el cual yo de 7 años junto a mi hermanita de 3 años, hacíamos lo de siempre, jugar en la puerta de nuestra casa en Porto Alegre, Brasil. Al ver llegar a mamita salí corriendo a abrazarla, como hacíamos, y hacen todos los niños de esa edad, pero el abrazo fue interrumpido por una cantidad de “camaradas”. Aún hoy, escucho los golpes que le dieron al Yano [Universindo Rodríguez] al hacernos entrar a todos en el apartamento.

Nos llevaron primero a una comisaría en Porto Alegre, luego en una camioneta llena de soldados armados hasta los dientes, nos trajeron a Uruguay, pasamos la frontera y nos separaste de nuestra madre, te la llevaste a Brasil y nos encerraron a mí con 7 años y a mi hermanita de 3 solos en una habitación vacía, me golpearon cuando a la mañana siguiente quise abrir la ventana para escaparme de ese infierno.

No les tembló el pulso cuando nos envolvían en alfombras para trasladarnos, ni les hubiera temblado al matarnos o regalarnos si el secuestro hubiera salido como querían y se los hubieran ordenado. Nos mantuvieron encerrados 18 largos días, para mí eternos. Soldados fuertes y valientes, nosotros dos niños asustados, fue una pelea desigual pero te enorgulleces de eso, por eso ahora andas mendigando no se sabe bien qué.

Saliste de tu madriguera haciéndote la víctima, mandas audios a tus camaradas, no sabemos bien con qué fin, haciéndote el pobre perseguido político.

Lo segundo que te quiero aclarar, es que acá te estábamos esperando tus víctimas, no solo los comunistas, también los que no lo somos, y te queremos ver encerrado, preso que es donde merecés estar, porque en definitiva, lo único que sos verdaderamente es eso, un genocida, un criminal.

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