El caballo rampante del artículo “Una elección golpeada” y los centauros de “Confuso y confundido”, forman parte de la obra de Anhelo Hernández, uno de los principales exponentes de la plástica uruguaya, de quien este año (el 21 de noviembre) se recuerda el centenario de su nacimiento. Ya en 1968 había expuesto su serie de litografías y fotolitos Endriagos y estantiguas, como reacción artística contra la guerra, en especial la que estaba teniendo lugar en Vietnam. “Las significaciones dominantes de nuestro tiempo, las esperanzas y las tragedias del presente capaces de fundirse a veces en el oscuro mundo de la visión, de la pesadilla, ese fondo primordial de la conciencia que se filtra a través de la construcción y del compromiso y (¿por qué no?) los alimenta”, escribió en el catálogo de esa muestra Juan Flo, otro de los grandes intelectuales uruguayos del siglo XX.
En Anhelo Hernández el rechazo a la violencia de los poderosos no se quedaba en la lectura de su presente. Así, la serie Tropelías y tribulaciones en las casas reales, de 1975, tiende un puente entre la brutalidad de la conquista de México y —según el catálogo de su muestra Antológica, de 2008, en el Museo Nacional de Artes Visuales— remite “entre líneas a los igualmente inhumanos acontecimientos que estremecen a la vida social y política del país”. Con variantes, esta indagación continúa emergiendo de tanto en tanto en el resto de su obra, tanto en el exilio mexicano como a su regreso a Uruguay, por ejemplo en la serie Caudillos, que exhibió en Subte Municipal de Montevideo en 1993.
Tenerlo en las páginas de la edición uruguaya de Le Monde diplomatique no sólo está en línea con el intento de nuestro mensuario de poner en diálogo el arte nacional con los artículos de análisis internacional,para unir la tradición matriz de Le Monde diplomatique con su aclimatación a esta orilla del Río de la Plata. Poder contar con ejemplos de la obra de Anhelo Hernández, en particular en este número, es conectar una cobertura que busca mirar la guerra de Ucrania sin maniqueísmo, con una mirada de vocación universal sobre las preguntas que plantea la violencia y los conflictos.
Desde aquel universalismo constructivo de Joaquín Torres García —en cuyo taller estudió Anhelo Hernández— hasta los Campos de Marte de Héctor Solari —por citar uno de los artistas contemporáneos en activo—, la plástica uruguaya se ha soltado de las amarras del provincianismo y ha buscado ser una expresión de cómo estar “en situación” de ser parte del mundo.
El agradecimiento a la Biblioteca Nacional por permitir el acceso para fotografiar la obra del artículo “Confuso y Confundido” y, muy especialmente, a la familia de Anhelo Hernández por autorizar la reproducción de sus obras. “Contentos de que Anhelo siga combatiendo la guerra”, decía uno de los mensajes intercambiados con una de sus hijas. También se trata de eso. De ese doble anhelo de las dos palabras imbricadas en la celebérrima performance del poema visual de Clemente Padín: Pan y Paz.