Los desaires sufridos en los intentos de mediación entre Rusia y Ucrania, y las dificultades de marcar un perfil propio en Europa, se suman a los errores en África y Oriente Medio de un presidente en plena campaña electoral. Para peor, desde el “golpe por la espalda” en Oceanía, las relaciones con Estados Unidos no marchan mejor.

Emmanuel Macron es un hombre de su tiempo. El presidente francés sabe manipular el arma de las imágenes, presentarse como un líder en el ámbito internacional. Durante las primeras semanas de su presidencia, multiplicó los símbolos: defensor del planeta y de la ecología frente al ahora expresidente de Estados Unidos Donald Trump, defensor de los homosexuales en Chechenia frente al mandatario ruso, Vladimir Putin, mejor amigo del premier canadiense, Justin Trudeau, en ocasión de su primera participación en el G7. Sin tener ninguna experiencia diplomática antes de acceder a la presidencia de la República, el exbanquero de inversión se activó en el terreno internacional desde el comienzo de su quinquenio. Muy rápidamente tuvo la ambición de restaurar “la imagen de Francia” en el exterior y buscó estar a la altura de “los grandes de este mundo”, recolectando aquí y allá los laureles de la prensa internacional. Al menos en un primer momento.

Ya en agosto de 2017, el presidente Macron afirmó: “Francia debe volver a ser una gran potencia, y punto”1, yendo más allá de las ambiciones de Valéry Giscard d’Estaing, quien, por su parte, evocaba “una gran potencia mediana”. Porque solamente una gran potencia le permitirá convertirse en un gran presidente. Pero tras cinco años de mandato, ¿cuál es el balance de su diplomacia? ¿Qué lugar ocupa Francia en este planeta convulsionado? Visto desde el extranjero, la multiplicación de “impactos” en la escena internacional no logra ocultar sus varios fracasos y cierta incapacidad de Francia para encontrar una voz original, a falta de una estrategia clara y asumida.

Sin embargo, en el plano interno, la guerra en Ucrania le brinda una nueva oportunidad para jugar la carta de la comunicación ante la opinión pública francesa. En este asunto, como en muchos otros, el presidente francés pone en escena un activismo que nadie puede realmente reprocharle. Pone en valor sus 14 charlas telefónicas con Putin entre mediados de febrero y mediados de marzo2. “Seguiré en contacto con el presidente Putin mientras pueda y mientras sea necesario”, les anunció de hecho a los franceses durante un discurso televisado, organizado apenas unas horas antes del anuncio de su candidatura presidencial. Después de cada llamada, el servicio de comunicación del Elíseo (sede del ejecutivo francés) publica un comunicado de prensa, a veces detallado (en contra de los hábitos diplomáticos y con el riesgo de perjudicar la eficacia del intercambio), con el tenor de las conversaciones. El día del anuncio de su candidatura el Elíseo dio a conocer que Macron conversó telefónicamente con su homólogo ruso durante “una hora y media”, y que dedujo de ello que “lo peor está por venir”. Si creemos a los voceros del Elíseo, en esa oportunidad Macron habría invitado a Putin a “dejar de mentirse”. “Te haces cuentos, buscas un pretexto en cada caso. Lo que me dices no es conforme a la realidad y no puede justificar ni las operaciones militares en curso, ni el hecho de que tu país va a terminar aislado, debilitado y bajo sanciones por un largo período”. ¿Por qué hacer público este intercambio? Tal vez sea una manera de mostrar a los franceses que el presidente en funciones es capaz de enfrentar a los “grandes” de este mundo, sin complacencia ni concesiones. Tal vez sería mejor no cambiar de jinete en plena guerra en Europa...

Esto en cuanto a la comunicación. Porque en el ámbito de los resultados el balance es magro. A pesar de que el presidente francés se desplazó el 7 de febrero a Moscú para encontrarse con Putin en el Kremlin, y se encontró entre la multitud con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, el 21 de febrero, finalmente no obtuvo más que una vaga promesa sobre la organización de una hipotética cumbre entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y Putin. El Elíseo publicó entonces un comunicado, necesariamente triunfal. Dos horas después, el Kremlin juzgó “prematuro” el anuncio, antes de que Putin reconociera el mismo día la independencia de las “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, situadas en el Donbás.

Para Macron, esta cadena de eventos parece un desaire. No es para nada sorprendente. Respecto del tema ucraniano, Rusia y Estados Unidos imponen a los europeos su tempo diplomático. Sin embargo, el presidente francés había deseado hacer del “diálogo con Rusia” una de sus prioridades diplomáticas desde su acceso al poder en 2017. Apenas dos meses después de su elección, sorprendió a varios diplomáticos del Quai d’Orsay (sede de la cancillería francesa) al invitar a Putin a Versalles. Recordemos también la visita del presidente ruso al fuerte de Brégançon en agosto de 2019, pocos días antes del G7 de Biarritz. En esa época, durante la tradicional conferencia de embajadores, Macron denunció la existencia de un “Estado profundo” en el Quai d’Orsay, ante diplomáticos incrédulos3. Estimó que su administración diplomática obstaculizaba su enfoque de diálogo con el presidente ruso. Decidió entonces exhortar a sus diplomáticos a “repensar [...] nuestra relación con Rusia”, porque, como analiza con bastante precisión, “empujar a Rusia lejos de Europa es un profundo error estratégico, porque empujamos a Rusia o bien a un aislamiento que acrecienta las tensiones, o bien a aliarse con otras potencias como China, lo cual no sería para nada de nuestro interés”. Ya en su libro Révolution, publicado durante la campaña presidencial, anunció su intención de “trabajar con los rusos para estabilizar su relación con Ucrania y permitir que las sanciones sean progresivamente levantadas, de una parte y de la otra”4. Para desarrollar este “diálogo”, el presidente francés apostó a establecer un vínculo personal con su homólogo ruso. De hecho, recurrió al mismo método con Trump, sin gran éxito.

Al final, en su intento de restablecer un diálogo directo con los rusos, Macron se encontró marginado respecto de sus colegas europeos. Los “países del este”, como Polonia, denunciaron una actitud unilateral por parte de Francia. A tal punto que, sin duda, el presidente ruso estimó que esta no tenía los medios para alcanzar sus ambiciones. Por otro lado, y sobre todo, el Elíseo se opuso a Alemania en la cuestión de la energía, sirviendo aquí el tema ruso para revelar los antagonismos económicos y estratégicos entre Francia y Alemania. Desde el comienzo de 2019, Francia se opuso, en Bruselas, al proyecto Nord Stream 2, el gasoducto que une a Rusia con Alemania por medio del mar Báltico (esquivando a Ucrania, en gran perjuicio de Kiev). Así, al momento de iniciar un diálogo con Putin, Macron combate ese proyecto energético y parece alinearse a Estados Unidos. Por otro lado, para acallar las críticas, terminó por subordinar su diálogo con Moscú a una consulta permanente con sus colegas europeos. Como consecuencia, ante este “al mismo tiempo” diplomático, durante cinco años los rusos jamás tomaron en serio a Macron. Como dijo confidencialmente un importante diplomático ruso: “El presidente francés hace muy buenos discursos, pero no los continúa con acciones”.

En plena crisis ucraniana, aprovechando una cumbre europea organizada en Versalles, Macron intentó igualmente dar una buena imagen, con su aparición una vez más como el líder de la Unión, de la que Francia es presidente por el semestre. Pero los europeos se mostraron divididos sobre Ucrania: de acuerdo en entregar más armas a ese país, pero no en un embargo sobre el gas y el petróleo rusos, de los cuales dependen los 27 miembros hasta en 40%, y tampoco en admitir de urgencia a Ucrania en la Unión Europea, como lo había propuesto unos días antes, sobrepasando sus prerrogativas, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión.

Les toca entonces a otras “potencias” proponer a los ucranianos y a los rusos su mediación. Es el caso del primer ministro israelí, Naftali Bennett, quien fue a Moscú para encontrarse con Putin. Por su lado, Turquía organizó en Antalya un primer encuentro entre los ministros de Relaciones Exteriores ruso y ucraniano, Serguéi Lavrov y Dmytro Kuleba. Hasta el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, tuvo que admitir que estaba evaluando la ayuda del presidente chino, Xi Jinping: “No lo hemos pedido y ellos no lo han ofrecido, pero como debe tratarse de una potencia y ni Estados Unidos ni Europa pueden serlo [mediadores], podría ser China”5. Por su lado, Rusia acaba de firmar un nuevo contrato de abastecimiento de gas a China y de lanzar un proyecto de gasoducto en dirección del Imperio del Centro. Los temores de Macron de un acercamiento entre China y Rusia parecen concretarse.

El frente africano

Pero no es la única fragilidad de Macron en el terreno diplomático. África constituye hoy otro “frente” para Francia. El 17 de febrero de 2022, el presidente francés oficializó, a pocos días de la elección presidencial, la retirada de las tropas francesas de Malí en el marco de una minicumbre sobre el Sahel, organizada en París. La junta militar ahora en el poder en Malí claramente dio a entender estos últimos meses que las fuerzas francesas ya no eran bienvenidas. La llegada a Bamako de mercenarios del grupo paramilitar ruso Wagner terminó de concretar el divorcio entre Francia y el poder maliense. Con la retirada francesa (que tomará en total entre cuatro y seis meses), Putin marca entonces puntos a favor en el continente africano. Aquí también Macron fue incapaz de convencer a sus colegas europeos, particularmente Alemania, de relevar a Francia en el Sahel.

Si bien “rechaza completamente” la idea de un fracaso francés en Malí, el presidente francés multiplicó los errores frente a los rusos en África y ante los otros países competidores de Francia, particularmente Turquía. Sin duda, la principal falla de Macron en la región fue respecto de Chad, durante la primavera de 2021. Luego de la brutal muerte de Idriss Déby (aún no del todo dilucidada), el jefe de Estado se apuró en ir a Yamena para “entronizar” al nuevo dirigente, Mahamat Déby. Este es el hijo adoptivo de Idriss Déby, de la etnia gorane (y no un zaghawa, como Idriss Déby). Este apoyo adjudicado a Francia frente a una solución “familiar” condujo a eludir la Constitución chadiana. En los hechos el poder incumbía al presidente de la Asamblea, pero este no quiso garantizar el interinato a causa de las amenazas. Ahora bien, la Constitución prevé el caso, y había otros candidatos disponibles. El Elíseo decidió pasarlo por alto. Esta decisión sobre Chad explica en gran medida la degradación de la situación en Malí: “Los malienses pensaron en tomar el poder por sí mismos, en vez de esperar a que Francia les imponga a alguien”, comentó un observador. Así, la señal de Chad podría tener consecuencias a largo plazo para Francia en toda la región y, después de Malí, Chad podría caer bajo la influencia rusa... Pero París está preocupada también por la presencia creciente de China en el continente africano. Entre 2000 y 2016, Pekín prestó a África un total de 125.000 millones de dólares (113.000 millones de euros). Es más que todas las iniciativas del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD) juntas. “Nuestros competidores no tienen ni tabúes ni límites”, afirmó el ministro de Relaciones Exteriores, Jean-Yves Le Drian, refiriéndose a China y Rusia, tildados de “depredadores”6. Lo que Putin no podía ignorar del todo es que Macron quería, al mismo tiempo, cortejar.

Francia tampoco logró negociar con Argelia sobre el Sahel. De hecho, durante el otoño pasado, los dos países tuvieron una de las crisis diplomáticas más graves desde hace unos 15 años. Durante un encuentro en el Elíseo el 30 de setiembre de 2021, con 18 jóvenes, algunos binacionales y otros argelinos, el presidente francés usó múltiples palabras de confrontación, cuando en particular afirmó que “la nación argelina pos 1962 se construyó con una renta del pasado, que dice: todo el problema radica en Francia”, y denunció “el sistema político-militar” del país africano7. Estas palabras, pronunciadas cuando las relaciones entre los dos Estados están tensas por el tema del otorgamiento de visas, suscitaron indignación. Argel llamó a consultas a su embajador en París y prohibió el sobrevuelo de su territorio por parte de los aviones militares franceses que participaban en la operación militar Barkhane en el Sahel. Como síntoma de la crisis entre los dos países, unas semanas más tarde, el ministro de Relaciones Exteriores francés, Le Drian, habitualmente dejado de lado por el Elíseo en los temas diplomáticos desde el comienzo del quinquenio, finalmente fue encargado de remendarlo, trasladándose discretamente a Argel.

Sin embargo, Macron conoce bien el “sistema” argelino. Lo descubrió en primera instancia cuando era ministro de Economía. Fue a Argelia en dos oportunidades, en noviembre de 2014 y en mayo de 2015, con el ministro de Relaciones Exteriores Laurent Fabius. En nombre de la “diplomacia económica”, el ministro conoció a varios responsables y oligarcas argelinos, pero también a útiles intermediarios entre los dos países. Se organizó un desayuno de trabajo en la terraza del hotel El Aurassi con los representantes del Foro de Líderes Empresariales (FLE), el equivalente argelino del Movimiento de Empresas de Francia (Medef). El gran empresario argelino Ali Haddad era pura sonrisa. A la cabeza del grupo ETRHB, un conglomerado que primero se desarrolló en el sector de construcción y obras públicas, este dirigente es muy cercano al clan de Said Bouteflika, hermano del entonces presidente. Macron también cenó con otro gran empresario, Issad Rebrab, propietario del conglomerado Cevital. Desgraciadamente para Macron, el movimiento de protesta Hirak y la caída del clan Bouteflika en la primavera de 2019 le impidieron beneficiarse de esos contactos privilegiados en la segunda mitad de su quinquenio. En 2020 Haddad fue condenado a 12 años de prisión por corrupción, al igual que otros oligarcas argelinos, e Issad Rebrab también estuvo varios meses en prisión. Aquí se rozaron los límites de una diplomacia económica con el eje puesto en el business y las redes. Además, esas negociaciones no mejoraron para nada la imagen de Francia ante las poblaciones de los países extranjeros.

_Refriega_, óleo sobre cartón, 1997. Autor: Anhelo Hernández.

Refriega, óleo sobre cartón, 1997. Autor: Anhelo Hernández.

A tientas en Oriente Medio

El mismo proceder pudo verse cuando el presidente Macron fue de urgencia a Beirut, capital del Líbano, el 6 de agosto de 2020, dos días después de que una enorme explosión arrasara con el puerto de la ciudad. Durante su viaje, estuvo acompañado por Samir Assaf, un alto dirigente del banco HSBC, que había organizado en Londres, en setiembre de 2016, una cena de recaudación de fondos para la campaña presidencial, y por Rodolphe Saadé, presidente-director general de la compañía marítima CMA CGM, aliado del armador MSC –número uno a nivel mundial–, para la gestión de la terminal de contenedores del puerto de Beirut, cuyos propietarios y gerentes forman parte de la familia de Alexis Kohler, secretario general del Elíseo. Allí, Macron montó un show ante las cámaras y se puso en pose de salvador. “No los abandonaré”, dijo a los libaneses. Kohler se hizo cargo de la preparación de este viaje. Nuevamente, el Quai d’Orsay y Le Drian quedaron al margen.

Macron contaba con reinventarse diplomáticamente en el Líbano. El mapa libanés es fundamental para Francia, ampliamente marginada del Oriente Próximo. Con bastante rapidez, París señaló a Riad Salamé, gobernador del Banco Central del Líbano, como responsable de la crisis política que atraviesa el país. Ahora bien, Estados Unidos, conducido en ese entonces por Trump, veía a Salamé como un escudo contra las milicias chiitas de Hezbollah, movimiento que no esconde su parecer sobre el Banco Central y el conjunto del sistema financiero libanés. En un intento de quedar bien con la población, extenuada por la crisis económica y revolucionada por el nivel de corrupción de las élites libanesas, el presidente francés deseaba voltear el tablero con una solución financiera, que sería llevada a cabo en particular por el FMI. Pero no tuvo suficientemente en cuenta los sutiles equilibrios políticos del país ni incorporó las problemáticas regionales e internacionales. Francia oscilaba entre dos posiciones, criticando a la vez al Banco Central del Líbano y al Hezbollah, y así no obtuvo casi nada. En algunas semanas, las relaciones entre las élites libanesas y el presidente francés se tensionaron. Durante la videoconferencia de donantes del 2 de diciembre de 2020, organizada por Francia y Naciones Unidas (ONU), Michel Aoun, el presidente libanés, pronunció su discurso... en inglés.

“En tiempos de Jacques Chirac [primer ministro de Francia en 1974-1976 y 1986-1988, y presidente en 1995-2007], en Medio Oriente nada era posible sin Francia. Hoy, no existimos más”, se lamenta Erwan Davoux, exconsejero de Alain Juppé (primer ministro de Francia entre 1995 y 1997). Justamente, desde que está en el poder, Macron brilló por su ausencia en el conflicto israelí-palestino. Ciertamente, la posición oficial de Francia no cambió: rechazo de la colonización, solución de los dos Estados, Jerusalén como doble capital. Sin embargo, poco a poco la situación cambia. Cuando Trump presentó en enero de 2020 su “negocio del siglo” (enterrado después por Biden), que liquidaba los derechos nacionales de los palestinos, el Elíseo inspiró al Quai d’Orsay un comunicado que llega hasta a “festejar los esfuerzos del presidente Trump” y promete “estudiar con atención el plan de paz”, sin recordar tampoco la posición tradicional de París. Sobre todo, durante la cena del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF), que se llevó a cabo el 24 de febrero de 2022, el día de la invasión rusa a Ucrania, el primer ministro Jean Castex, que representaba al presidente que viajó de urgencia a Bruselas, leyó el discurso que debía pronunciar el jefe de Estado, en el que afirmaba: “Jerusalén es la capital eterna del pueblo judío, nunca dejé de decirlo”. Y, “como ustedes, me preocupo por la resolución de las Naciones Unidas sobre Jerusalén, que sigue apartándose, con intención y en contra de toda evidencia, de la terminología judía de ‘Monte del Templo’”. Estas declaraciones, hechas en plena campaña presidencial, ¿anticipan un profundo cambio francés sobre el tema israelí-palestino?

Pero lo que más preocupa a Macron en la región es su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, quien multiplica las provocaciones en el Mediterráneo oriental frente a Francia. A fines de 2019, el presidente turco también atacó muy directamente al presidente francés en uno de sus discursos: “Dice que la OTAN está viviendo una situación de muerte cerebral; yo me dirijo desde Turquía a Macron, y se lo diré también a la OTAN: deberían primero verificar si ustedes no están en estado de muerte cerebral”. Esta frase impactante fue el resultado de una entrevista al presidente francés en el semanario The Economist8, en la que había criticado particularmente la ofensiva turca en el noreste de Siria contra los kurdos, sin ninguna consulta a los aliados y sin la aprobación de Trump.

Entre el otoño de 2019 y el verano de 2020, Erdogan, apoyado en realidad por Washington, sigue adelantando sus peones en África, particularmente en Libia, ante el gobierno de Trípoli. En el asunto libio, justamente, el Elíseo se encontró rápidamente en un terrible impasse diplomático, acusado de jugar la carta del mariscal Haftar, apoyado por los rusos, Egipto y Emiratos Árabes Unidos. Mientras que la cumbre de Celle-Saint-Cloud, que reunió desde julio de 2017, ante una misma mesa, a los dos líderes rivales, el presidente Fayez al-Sarraj y el mariscal Khalifa Haftar, constituyó un primer “golpe diplomático” para Macron, fue una espectacular iniciativa que no tendrá mucho resultados. Sin embargo, desde su llegada al poder, el presidente francés tiene la ambición de jugar a ser el “hacedor de paz” en Libia. Así, prepara en el Elíseo, con el mayor secreto y con algunos hombres en las sombras, esta ofensiva diplomática. Al multiplicar los canales paralelos, Francia se olvidó de recurrir a Fathi Bachagha, entonces ministro del Interior del gobierno de Trípoli y hombre fuerte de Misrata. Fue un error mayor: luego de múltiples episodios, finalmente Bachaga fue electo primer ministro de Libia, en febrero de 2022.

A fuerza de gestos sobre el tema libio, Macron mismo se aisló en Europa. Al igual que sobre otros temas, los europeos parecieron particularmente divididos sobre Libia: entre Italia, por un lado, que apoyó al gobierno de Trípoli, y Francia y Grecia, por el otro, que se opusieron a Turquía.

El (gran) socio difícil

Este aislamiento francés se explica también por los cambios estructurales en la relación que Estados Unidos mantiene con Europa, África y el Oriente Próximo. Desde la presidencia de Barack Obama, Washington mira con resolución el lado del Pacífico. Este vuelco estadounidense respecto de Europa condujo a Macron, desde 2017, a desear el establecimiento de una “Europa de la defensa”, que consiste, en particular, en un “diálogo estratégico con Alemania”, como escribió durante su campaña en su libro Révolution. El presidente francés renovó esta ambición en el otoño de 2019, al declarar a The Economist que deseaba que Europa adquiriera su “autonomía estratégica”.

Al constatar la retirada estadounidense respecto del Viejo Continente, destacó entonces “el derrumbe del bloque occidental” y exhortó a sus aliados a asumir el establecimiento de una “Europa potencia” para asegurar su autonomía estratégica y su seguridad: “Deben interiorizar nuevamente su política de vecindad; no pueden dejar que la dirijan terceros que no tienen los mismos intereses que ustedes”. A esto agregó: “Pienso que Europa sólo será respetada si ella misma hace una reflexión en términos de soberanía”. Habrá que esperar hasta la guerra en Ucrania para que los aliados europeos se cuestionen al respecto. Sin grandes avances: Alemania se rearma unilateralmente y compra aviones F35 a Estados Unidos.

A pesar de todo, Macron no llega a cuestionar la inserción de este proyecto de defensa europea en la OTAN, por miedo a suscitar la oposición inmediata de sus numerosos aliados europeos, particularmente los de Europa Central y del Este. “Con el final de la Guerra Fría con la URSS, Francia perdió sus puntos de apoyo fundamentales”, constató Hubert Védrine, el exministro socialista de Relaciones Exteriores. En este contexto cambiante, la mención de formas anticuadas de análisis convive a menudo con un oportunismo diplomático justificado con la firma de grandes contratos.

En este vuelco del mundo hacia Asia, Francia resulta desfavorecida. Si bien estos últimos años el Hexágono (como se conoce a la Francia continental europea) promovió su propia estrategia “indo-pacífica” por su presencia en la zona (a través de la Polinesia francesa, Nueva Caledonia, Wallis y Futuna, La Reunión y Mayotte), Francia –según Australia– parece demasiado tímida respecto de China. Así, en mayo de 2021, cuando participó en grandes maniobras navales en el Pacífico con Estados Unidos, Japón, Australia y Reino Unido, apeló a la vez a una tercera vía entre las dos superpotencias. Durante la Cumbre del G7, que se llevó a cabo durante junio siguiente en Reino Unido, Macron afirmó que la unión de estos siete países “desarrollados” “no es un club hostil a China”, y que este “conjunto de democracias desea incluso trabajar con China sobre todos los asuntos mundiales”.

En esta nueva situación internacional, Francia parece confundida y, aún peor, ciega. De hecho, apenas dos días antes del anuncio del Pacto AUKUS (por su sigla en inglés, Australia, Reino Unido y Estados Unidos), que se tradujo en la ruptura de un contrato de submarinos entre el grupo francés Naval Group y Australia, Macron envió un mensaje de texto, lleno de inquietud, al primer ministro australiano, Scott Morrison: “¿Debo esperar buenas o malas noticias respecto de nuestra ambición conjunta sobre los submarinos?”. Durante el anuncio del Pacto AUKUS, el ministro de Relaciones Exteriores, Le Drian, abandonó el vocabulario diplomático y habló de un “golpe por la espalda”, de una “confianza traicionada” y de una “decisión unilateral”. Francia llamó inmediatamente a consulta a sus embajadores en Australia y en Estados Unidos. Una novedad. La prensa hexagonal mencionó la crisis diplomática como la más grave entre Estados Unidos y Francia desde el “no” francés a la guerra de Irak, en 2003. Como sucede a menudo con el presidente francés, la actuación parece ser la norma. Luego de los alzamientos de voz, París terminó por volver a un intercambio más civilizado con los amigos estadounidenses. Es muy difícil para Francia, y hasta imposible, enojarse mucho tiempo con una superpotencia de ese porte.

Luego de una corta llamada telefónica, Biden fue recibido por Macron en la villa Bonaparte, sede de la Embajada de Francia en el Vaticano, paralelamente al G20 de Roma, que se llevó a cabo a fines de octubre de 2021. El presidente estadounidense reconoció entonces que Estados Unidos había actuado de manera “torpe”. El lenguaje corporal es significativo: mientras pide honorablemente disculpas, al mismo tiempo Biden le da una palmadita a Macron. La imagen es cruel. Estamos muy lejos del axioma de De Gaulle: una Francia aliada, pero no alineada.

Actualización

En un acto multitudinario en París, el sábado 2 de abril, el presidente de Francia y candidato de centro, Emmanuel Macron, convocó a sus electores a un último esfuerzo ante el ascenso de la derecha en las encuestas. En ese momento, y cuando faltaban ocho días para la primera vuelta del 10 de abril, la derechista Marine Le Pen alcanzaba 20 por ciento de la intención de voto, apenas siete puntos por debajo de Macron. El izquierdista Jean-Luc Melenchon marcaba 15 por ciento en la mayor parte de los sondeos. De confirmarse los pronósticos, la segunda vuelta del 24 de abril será entre Macron y Le Pen, con una leve ventaja inicial (52 por ciento) para el actual mandatario.

Marc Endeweld, periodista. Autor de L’Emprise. La France sous influence, Seuil, París, 2022. Traducción: Micaela Houston.


  1. Le Point, París, 30 de agosto de 2017. 

  2. Les Échos, París, 10 de marzo de 2022. 

  3. Marc Endeweld, “El presidente Macron y el 'Estado profundo' francés”, Le Monde diplomatique, septiembre de 2020. 

  4. Emmanuel Macron, Révolution, XO éditions, París, 2016. 

  5. El Mundo, Madrid, 6 de marzo de 2022. 

  6. Financial Afrik, Dakar, 27 de noviembre de 2021. 

  7. Akram Belkaïd, “Entre Alger et Paris, crises et connivences”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2021. 

  8. The Economist, Londres, 7 de noviembre de 2019.