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Ilustración: Ramiro Alonso

Terrones

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Hay una afirmación que muy pocos discuten: Perú tiene el sistema político más inestable de América Latina. Lo único más seguro que eso es que tiene la poesía más potente del continente. Podría decirse “la literatura”, a secas, si no fuera que la poesía peruana tiene tal potencia que eclipsa cualquiera de los otros géneros, aun cuando esos géneros, digamos la reina narrativa, tienen nombres que serían la envidia de cualquier tradición, como José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa. Pero como si fueran velocistas jamaiquinos, los poetas peruanos ocuparían por sí solos cualquier podio de cualquier época, en especial de los últimos 40 años.

Uno de esos autores sería el poeta mayor de la actualidad si no fuera que existe el chileno Raúl Zurita, pero Zurita, como Pablo Neruda en su tiempo, no pertenece al mundo de lo mensurable en términos sólo literarios. Ese autor, entonces, Mario Montalbetti, tiene un poema en el que se pregunta, de manera obsesiva, “¿por qué hay peruanos, en lugar de no haber peruanos?”. Aunque no sepamos que el poema en cuestión se titula “Introducción a la metafísica”, es bastante fácil intuir que Montalbetti no propone ninguna respuesta. Incluso acepta que, aunque no todos los peruanos se lo hayan preguntado, todos han sido tocados por esa pregunta en algún momento de sus vidas –dice– sin saber exactamente de qué se trata.

Trazando una línea a lo largo de la literatura de ese origen (y se podría hacer lo mismo con materiales menos nobles, digamos las ciencias sociales) se puede llegar al sentido de esa pregunta. (No es inviable tender esa tanza. Sebastián Salazar Bondy –que sería el más uruguayo de los poetas peruanos de no haber existido Juan Parra del Riego– lo hace en su antología Mil años de poesía peruana, de 1969. Es un volumen pequeño, de 142 páginas incluido el índice. Sólo una tradición tan poderosa como esa puede extraer su néctar de ese modo). Cuando se tensa esa línea hasta el límite de resistencia de los materiales, se comprueba que la pregunta no tiene respuesta porque no la requiere: su sentido es la interrogación misma.

Quizá cualquier indagación a fondo sobre la identidad de un pueblo sirva para que otros encuentren su propio identikit. Pero si eso vale de modo genérico, vale de manera ejemplar para la que nos plantea Perú. Una interrogación que tiene una complejidad que no puede simplificarse en un titular de noticias ni en la lectura maniquea –en cualquiera de los sentidos– de ese titular. Ni siquiera en el diagnóstico de una serie relativamente larga de lecturas de esos titulares que nos lleve a evidentes evidencias del tipo de “Perú tiene el sistema político más inestable de América Latina”. Porque la pregunta de Perú es más profunda. Y muta. Incluso en aquellos momentos en que parece permanecer inmóvil.

La mutación más repetida en estas últimas semanas proviene de Conversación en La Catedral (1969): “¿En qué momento se jodió el Perú?, Zavalita”. Esa pregunta del personaje de Vargas Llosa, dice Montalbetti en Cinco segundos de horizonte (2005), es uno de los “Momentos estelares del Estado-Nación Perú”. Ese, y aquel vallejiano “odio de dios”, dice.

Hay muchas otras formas de esa pregunta a lo largo de la historia peruana. Están atrás, en la peripecia del protagonista de Los ríos profundos (1958), de Arguedas, o en la saga de Mario Scorza iniciada en Redoble por Rancas (1970). Están en este siglo en cualquiera de las páginas del libro de Marco Avilés De dónde venimos los cholos (2016). Y en todos los casos resurgen resumidas en la de Montalbetti: “¿por qué hay peruanos, en lugar de no haber peruanos?”.

Otra de sus mutaciones fue esta: “Si nos dejamos quitar esto que hemos logrado, ¿entonces cuándo?”. Lo dijo una de las manifestantes que en diciembre de 2022 estaban pidiendo, quizá, la restitución de Pedro Castillo, quizá el cierre del Congreso, quizá una Asamblea Constituyente. Quizá todo eso junto y, en el fondo de todo, nada de eso especialmente. Porque la serie de eventos iniciada el 7 de diciembre de 2022 por el fallido autogolpe de Pedro Castillo, su inmediata vacancia, detención, y la posterior represión de las protestas populares que se produjeron, sobre todo, en el sur del país, fue algo que comenzó mucho antes1.

El “¿entonces cuándo?” encierra, entonces, en su entonces, un ahora que se escapa por entre los dedos de la mano. Porque nunca se llegó a tener del todo. Porque se lo quitaron antes de que llegaran a tenerlo (Castillo fue cuestionado en su legitimidad desde antes de asumir la presidencia). No olvidemos que se trata, y ahí radica su núcleo, de una pregunta de una manifestante venida de la sierra a la capital que la recibía con sus gases lacrimógenos. Que la gaseaba para “dispersarla”. Para dejarla en su lugar, es decir, dispersa en la postal, en el traje típico de baile nacional, incluso dispersa en lo aceptable de la identidad colectiva, pero siempre dispersada. Nunca con todos sus átomos juntos en una sola interrogación que pudiera, como un ariete, derribar algo: “¿entonces cuándo?”.

No hay en la pregunta de la manifestante una reivindicación legal de los actos ilegales de Pedro Castillo. No es la abogada de Castillo. Quizá venía de ver el modo en que el real abogado de Castillo era criminalizado por haber sido, el abogado, encarcelado sin condena por 11 años durante la dictadura fujimorista2. Quizá venía de ver esa entrevista televisiva, que más que entrevista fue un acto inquisidor, y ya había comprendido que era inútil que Castillo tuviera un abogado, el que había aparecido en la televisión o ella misma, porque las leyes ya estaban ahí dispuestas para detener su “entonces”. Las leyes de los códigos y las simbólicas. Las de ese “terruqueo” que consiste en tildar de terrorista, o de afín al terrorismo, cualquier disidencia, cualquier impulso transformador, cualquier forma de buscar que ese “entonces cuándo” llegue a estar cerca de cierto aproximado ahora.

¿Por qué hay peruanos, en lugar de no haber peruanos? Para que una manifestante pueda decir “entonces cuándo” y un establishment pueda responderle “entonces nunca”, disparando hacia adelante una repetición cíclica en busca de respuesta. Como ocurrió, antes, con aquel redoble por Rancas3 o con aquel Javier Heraud acribillado con balas de cacería en Puerto Maldonado4.

El “entonces” de la manifestante no es necesariamente el de Castillo. Pero Castillo lo encarnó aun habiéndose querido desencarnar por medio de sus múltiples manotazos de inexperto ahogado (que tira la barca creyendo que está soltando lastre). Para la manifestante eso es secundario. Porque en su construcción de “esto que hemos logrado” Castillo no es solamente Castillo. Es Castillo Terrones. Es de terrones que está hecho ese castillo. A la gaseada manifestante venida de la sierra, dispersada en Lima, no le importa que a Castillo Terrones le haya quedado grande el traje. Era un ahora para ese entonces.

Roberto López Belloso, director Le Monde diplomatique Uruguay.


  1. Ver, Perú: la tormenta perfecta

  2. Ver la entrevista televisiva de Karina Novoa a Wilfredo Robles. Exitosa, 29-12-2022. 

  3. El ciclo novelístico de Manuel Scorza trata de las luchas campesinas contra las corporaciones mineras, en una larga disputa por la tierra. 

  4. Poeta que murió el 15 de mayo de 1963 mientras intentaba iniciar la lucha armada contra el gobierno militar de la época. 

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