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Ilustración: Ramiro Alonso

Lluvias de España

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El refrán optimista de “siempre que llovió, paró” tiene una contracara en la que no se quiere pensar mucho: siempre que paró, volvió a llover. Así, el buen desempeño electoral de la centroizquierda española en las elecciones del 23 de julio puede hacer olvidar que la alianza de facto entre la derecha, el Partido Popular (PP) y la ultraderecha, representada por Vox, tiene raíces profundas en la historia política de ese país. Ocurre que los pronósticos estaban tan cargados de nubarrones para la centroizquierda –se hablaba hasta de 180 escaños para el PP más Vox– que haber frenado esa tormenta conservadora llenó de endorfinas a los actuales inquilinos de La Moncloa (sede del ejecutivo español).

La complejidad de los resultados es conocida. Para reeditar gobierno, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el amplio frente de izquierdas Sumar dependen, sin escape posible, del apoyo de una constelación de partidos nacionalistas más o menos independentistas. En la ecuación destaca Junts, cuyo líder, Carles Puidgemont, está prófugo en Bélgica por una causa derivada del intento independentista catalán del 1o de octubre de 2017.

Las opciones parecen ser dos y sólo la segunda está llena de matices: o se repiten las elecciones o Junts brinda sus siete votos para la investidura de Pedro Sánchez (PSOE) como presidente del gobierno español. Los argumentos que pueden posibilitar este gesto catalán van desde lo naif (la presión de hacerle pagar a Junts el riesgo de un regreso del PP a La Moncloa, con Vox como escudero y llegando al grito de “¡Viva España!”) hasta la ingeniería Frankenstein. Esto último, que podría parafrasear el ataque de la derecha al PSOE cuando le criticaba lo variopinto de sus apoyos, tendría como una de sus partes la resurrección del modelo federal que esbozó el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba. Lo había venido construyendo en su discurso por una década entera, desde antes incluso de la Declaración de Granada (6-7-2013) que formalizó su borrador. Cuando estaba más en mangas de camisa, lo llamaba un “federalismo de izquierda”.

Es verdad que, en la prenegociación actual, los trascendidos sobre la postura del PSOE apenas se acercan a esta hipótesis y se quedan en retoques a la financiación autonómica (El País, Madrid, 1-8-2023). Pero también es cierto que ya en 2014 Sánchez hablaba de la necesidad de una reforma constitucional en sentido federal (psoe.es, 30-9-2014). Es con esas hebras federales con las que podría construirse la cuerda para unir las voluntades que tienen que confluir para la nueva investidura. Cuerda, no hilo, porque además de formar gobierno habrá que gobernar después. Hasta las palabras del viejo zorro gris le vendrían bien al nuevo zorro de pelaje cobalto (porque eso parecía el blue jean que vestía Pedro Sánchez al salir a la tarima la noche de la victoria). “Hay quien quiere retroceder, yo quiero avanzar”, había dicho Pérez Rubalcaba (El País, Madrid, 17-9-2012).

Zorro o perro. Porque una de las novedades que trajo el tramo final de la campaña del 23J fue el modo en que la militancia del PSOE (y sus estrategas publicitarios) dieron vuelta un insulto contra Sánchez y lo convirtieron en combustible para redes sociales. Así, el “Perro Sanxe” aumentó el carisma del candidato propio y, por oposición, hundió a su rival de derecha en la triste noche de los malqueridos.

España no se reformulará con memes, si lo que busca para amalgamar sus fuerzas de centroizquierda es un nuevo pacto federal, pero la capacidad de usar esas herramientas ayudará a conquistar voluntades en el trayecto. Sobre todo cuando la derecha se mueve cómoda en una cancha que no duda en embarrar.

La era del conspiracionismo (Siglo XXI, noviembre de 2022) tituló su libro más reciente Ignacio Ramonet. Partía del asalto de seguidores del expresidente Donald Trump al Capitolio de Estados Unidos, del 6 de enero de 2021, y reconstruía “la verdadera industria de las fake news”. Si lo hubiera escrito meses más tarde podría haber incluido el episodio casi calcado de la toma de la explanada de las instituciones, en Brasilia, realizada por turbas bolsonaristas el 8 de enero de 2023. Más recientemente, la serie “Mercenarios digitales”, una investigación internacional de varios medios independientes, se detuvo, por ejemplo, en la historia del consultor argentino Fernando Cerimedo, fogonero de las campañas sobre un supuesto fraude contra Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas (ladiaria, 31-7-2023).

Otro estudio, en este caso aparecido en las revistas Science y Nature, no se concentró tanto en los sembradores de noticias falsas como en el terreno donde mejor se desarrolla este cultivo: el 97 por ciento de los consumidores de estos “bulos”, como les llaman los españoles, son usuarios conservadores o directamente de derecha (El País, Madrid, 27-7-2023). ¿Toda la culpa es del algoritmo? Es decir, ¿de ese mecanismo automatizado que define qué publicaciones se ven, por ejemplo, en el muro de Facebook y en qué orden? Los investigadores no lo saben con certeza. En todo caso, ese consumo abusivo de fake news por parte de la derecha no sólo alimenta las teorías de la conspiración antidemocráticas. También empuja la creación de verdaderos lenguajes segmentados a los que se refiere el segundo artículo de nuestra cobertura de este número sobre las elecciones argentinas. Lo que se quiere creer es más fuerte que lo que sucede, nuestro lenguaje se vuelve predecible y así “el algoritmo” (esa abstracción casi mística) aprende a predecirnos para darnos más de lo de siempre. Intoxicación asegurada.

A Uruguay no le falta su caso de cabotaje ni tampoco su vinculación con el 23J español. La primera senadora de la lista más votada del partido de gobierno, Graciela Bianchi, suele lanzar mensajes falsos en Twitter. Cuando se demuestra su falsedad, como con la supuesta foto del presidente de Colombia, Gustavo Petro, acompañado del narcotraficante Pablo Escobar, se ampara en que “lo que importa es que fue o pudo ser” (Telemundo, 20-6-2022). El presidente de la República, Luis Lacalle Pou, dijo respecto de ese episodio que no puede hacerse responsable “de lo que todo el mundo dice” (El Observador, 25-8-2022). Y más recientemente, ante el ruido diplomático con España por la opinión de Bianchi sobre el vínculo del PSOE con las “narcodictaduras”, el presidente del directorio del Partido Nacional, Pablo Iturralde, señaló que “somos un partido de hombres libres, cada cual dice lo que tiene ganas” (El Observador, 29-7-2022). La senadora, al momento del exabrupto, estaba ocupando la vicepresidencia de la República y la presidencia del Senado.

España no se refundará con memes ni los pactos democráticos se voltearán (solamente) con fake news, se trate de Washington DC, de Brasilia o del decoro institucional en esta penillanura. Pero el superpoder que le ha permitido a la izquierda avanzar en derechos y torcer varias elecciones, esa anacrónica fuerza llamada militancia, es claro que ya no será sólo analógico. Perro Sanxe es un buen ejemplo... mientras no se duerma, ni en las reformas ni en su comunicación. Un uso inteligente de dispositivos comunicacionales que conjuren las amenazas y renueven las esperanzas (esa palabreja) es parte de la ingeniería que se necesita para que los avances (“lo que no avanza retrocede”, decían los viejos marxistas), y los diques que los sostienen, no se desplomen. Porque siempre que escampó, volvió a llover.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.

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