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Axel Kicillof durante un acto conmemorativo del 50º aniversario de la muerte de Juan Domingo Perón, en San Vicente, Buenos Aires, el 1º de julio.

Foto: Tomás Cuesta, AFP

Entre Kicillof y La Cámpora

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La interna en Buenos Aires.

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Ha sido un viejo dilema del kirchnerismo que no se ha saldado con los mejores resultados: llevar candidatos externos o apostar a futuro por cuadros propios. Ante el emerger de la figura de Axel Kixillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, surge la fricción con La Cámpora, reservorio K. Este artículo analiza esa interna, sus orígenes y la posible proyección para evitar la trampa radical de los antiguos jóvenes alfonsinistas.

Surgida en el marco de la repolitización global de los jóvenes de la primera década de este siglo, la juventud kirchnerista se constituyó a partir de la integración de dirigentes provenientes de lugares tan diversos como la militancia territorial, las agrupaciones de izquierda independiente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y los organismos de derechos humanos. A poco de andar se convirtió, merced a la varita mágica de Cristina Fernández, en el núcleo duro de su segundo gobierno (2011-2015). La Cámpora, que fue absorbiendo diferentes grupos dispersos, logró reunir una masa importante de militantes y un conjunto de dirigentes con capacidad de gestión; en suma, produjo una militancia y un funcionariado, cruciales como sostén político y casi diríamos anímico de un kirchnerismo cada vez más a la defensiva.

Carecían, sin embargo, de votos. Formados en la atmósfera de desconfianza hacia los medios de comunicación propia de la batalla cultural contra el Grupo Clarín, los jóvenes camporistas resistían las apariciones televisivas y los debates públicos; muchos, al principio, huían también de las redes sociales (como sus amados Redondos, cultivaban un cierto misterio). Este rasgo constitutivo alimentó los fantasmas del entornismo y los monjes negros y se tradujo en un déficit de electorabilidad impropio de una organización con vocación de disputar el poder real. Ni los militantes ni los ministros equivalen a votos, y La Cámpora enfrentaba serias dificultades a la hora de ofrecer candidatos, lo que obligó a Cristina Fernández a recurrir una y otra vez a cuerpos extraños para postular a la presidencia de la Nación: Daniel Scioli (2015), Alberto Fernández (ganador en 2019), Sergio Massa (2023).

Con el tiempo, la juventud kirchnerista comenzó a jugar el juego de las redes y los medios, ganó algunas elecciones municipales y fue obteniendo, además de una disciplinada bancada legislativa, cierto despliegue territorial, aunque acotado si se tiene en cuenta la cantidad de recursos organizativos y presupuestarios de que dispuso. El gran hito en este camino fue la elección de Axel Kicillof como gobernador de la provincia de Buenos Aires en 2019, un acierto estratégico atribuible sobre todo a los altos niveles de autovaloración del economista. Recordemos que en octubre de 2015 Kicillof había encabezado la lista de diputados nacionales por la ciudad de Buenos Aires, donde obtuvo el 22 por ciento de los votos, contra 45 por ciento del macrismo. Consciente de que permanecer en su distrito natural lo habría condenado a una vida apacible de fracasos legislativos a lo Daniel Filmus [perdedor en la disputa por la ciudad de Buenos Aires en 2007 y 2011], prefirió dar el salto al vacío de la candidatura bonaerense. Un Axel uruguayizado –menos soberbio, dispuesto mate en mano a abrazar ancianas– terminó con la estrella breve de María Eugenia Vidal [gobernadora de 2015 a 2019, macrista] y logró lo que en su momento intentaron sin éxito políticos con experiencia y recorrido como Agustín Rossi o Jorge Capitanich, algo que no consiguió ningún otro integrante de la juventud kirchnerista y que ciertamente no consigue Máximo Kirchner1: expresar a los votantes de Cristina Fernández (la pregunta de por qué lo hizo un dirigente surgido de los claustros de la UBA, típico exponente del progresismo de Parque Chas, es uno de esos misterios que la política nos da de vez en cuando).

Más tarde, Axel se mantuvo convenientemente al margen de la pulsión autofágica del Frente de Todos y resistió las presiones del kirchnerismo para convertirse en candidato a presidente. Las elecciones del año pasado marcaron la peor caída del peronismo desde la recuperación democrática y el fracaso de casi todos los barones del partido: Capitanich, Uñac, Rodríguez Saá. Sólo el exitoso cordobesismo, con su fuerza irreductible de aldea gala, logró sobrevivir. En este contexto difícil, Kicillof obtuvo su reelección con el 45 por ciento de los votos.

La interna más loca del mundo

Hace 14 años, en otra vida, escribí en Página/12 la primera nota sobre la juventud kirchnerista2, más tarde la definí como una “minoría intensa”3 y publiqué un libro4 sobre el tema. Decía allí que las comparaciones, muy populares en ese momento, entre La Cámpora y los Montoneros eran más bien delirantes, y que a la hora de buscar paralelismos había que mirar más cerca, a la Coordinadora alfonsinista. El alfonsinismo y el kirchnerismo nacieron como movimientos reformistas al interior de partidos tradicionales (y en rechazo a corrientes conservadoras, el balbinismo y el menemismo), bajo la conducción de líderes enérgicos de orientación progresista. En los años 1980, la Coordinadora se convirtió en el núcleo más dinámico del alfonsinismo, como sucedería después con La Cámpora y el cristinismo. Mi tesis era que el riesgo de los jóvenes camporistas, que no pretendían disputar el liderazgo de Cristina Fernández sino reforzarlo, consistía menos en una improbable expulsión de Plaza de Mayo que en un tobogán hacia la irrelevancia parlamentaria de un Marcelo Stubrin o un Juan Manuel Casella, seres tristes como tarta de microcentro. Lo más interesante de la comparación era lo que tenía de advertencia.

En buena medida porque Cristina Fernández siguió electoralmente viva mientras que las chances de Raúl Alfonsín (1983-1989) terminaron cuando dejó el gobierno, los jóvenes kirchneristas lograron evitar este sino trágico. Pero quedaron encerrados en otro laberinto, igual de peligroso. Porque resulta que hoy se disputa, entre La Cámpora y Axel Kicillof, la interna más loca del mundo, que es loca porque es indescifrable. ¿Qué separa a los antiguos compañeros de banco? Si en la disputa que desangró al Frente de Todos aparecía aún cierta argumentación ideológica, la justificación en el rechazo al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional o las críticas a la prudencia de Guzmán (como si fuera Sturzenegger)5, el enfrentamiento actual carece de cualquier sentido programático, está totalmente desprovisto de una justificación de ideas. La paradoja es que la más ideológica de las organizaciones peronistas, la protagonista de los patios militantes, la que reinventó el Eternauta y se convirtió en la custodia del dogma cristinista, se ha lanzado a una disputa preideológica por el puro poder desnudo6.

¿Qué explica entonces esta interna? Vieja como la historia, la rivalidad entre el hijo biológico y el hijo putativo se remonta al Imperio romano, a Octavio contra Marco Antonio. ¿Una madre le ha prometido a un hijo que un día será presidente? ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Consultado para este artículo, un dirigente cercano a Máximo Kirchner descarta las explicaciones emocionales. “Son pavadas, no pasa por ahí”. ¿Por dónde, entonces? “Por donde siempre, por quién lidera, quién manda, quién conduce”. Kicillof gana espacios de autonomía frente a una Cristina Fernández que, en esta hipótesis, no estaría dispuesta a concedérselos.

La explicación choca contra una cuestión central, que es el rol de la propia Cristina Fernández. Hasta nuevo aviso, la expresidenta sigue liderando la facción mayoritaria del peronismo (aunque el peronismo sea cada vez más minoritario). Sin embargo, ya van tres elecciones en las que no figura al frente de una boleta: 2019 (secundando a Alberto Fernández), 2021 y 2023. Y llega una elección más, que en este sentido será decisiva: si el año que viene Cristina Fernández encabeza la lista de diputados de la provincia de Buenos Aires, nadie imagina una primaria entre ella y un representante de Kicillof. En este escenario, Cristina Fernández recuperaría el liderazgo, y la disputa interna se terminaría instantáneamente. Imaginemos la escena: desde su despacho en el Instituto Patria, después de jugar durante un tiempo con el suspenso, Cristina Fernández anuncia que se sacrificará una vez más y disputará la elección. “En la otra sala está Máximo, armen juntos la lista”.

Pero si decide no presentarse, entonces las cosas cambian por completo. El problema principal de La Cámpora sigue siendo la ausencia de dirigentes con una representación social amplia, un déficit que el interesante proyecto de la candidatura de Wado de Pedro buscaba resolver pero que sigue presente, como demuestra la interna con Kicillof y el hecho de que el otro dirigente que emergió como una novedad por izquierda, Juan Grabois, tampoco pertenece a la organización. En la hipótesis de una elección sin Cristina Fernández, La Cámpora será parte de algo más grande, los intendentes harán su juego, florecerán mil flores. Un Axel más suelto –más bailable– podrá seguir con su plan de articulación con sectores ajenos al corazón cristinista. Ya se reunió con Maximiliano Pullaro e Ignacio Torres y planea futuros encuentros con los gobernadores de La Rioja y La Pampa. Como Alfonsín, que proponía crecer hacia el Sur, hacia el frío, Axel Kicillof debe crecer hacia el desierto no kirchnerista: hacia Lousteau, hacia Córdoba7.

Actualización doctrinaria

Ninguna de estas especulaciones tendrá sentido si el peronismo no procede antes a una renovación programática, a una, por citar a Juan Domingo Perón, actualización doctrinaria (ver páginas 6-9). El peronismo viene de una derrota dura en 2023, tanto más rotunda por cuanto reveló no sólo su fragilidad electoral sino su incapacidad para conectar con la sociedad, la que se suponía era su principal virtud, esa disposición a sintonizar siempre con el clima de la época. Esta dificultad queda en evidencia con la noción, que circuló mucho en la última campaña, de “micromilitancia”, es decir, la estrategia de convencer uno a uno a ciudadanos sueltos: el compañero de trabajo, el tío medio facho, el portero. Pero lo que se escondía detrás de esta idea era la incapacidad para interpelar a sectores más amplios e incluso el hastío social hacia la palabra “militancia”, que quedaba convenientemente disimulada detrás del prefijo “micro”. En realidad, lo que revelaba la micromilitancia era el fracaso de la militancia.

La desorientación política del peronismo se verifica también en algunas apuestas que se juegan con entusiasmo en las mesas de arena, como la que propone como nuevo líder a... ¡Guillermo Moreno!, bajo la hipótesis de que a un exaltado libertario habrá que oponerle un exaltado peronista, como aquellos que en tiempos de Marcos Peña y Durán Barba8 proponían crear “un PRO de izquierda”; o la otra conjetura, no menos tirada de los pelos, de “Pichetto presidente”9, en este caso a partir de la premisa de que, ante un gobierno que abjura de instituciones y rutinas, más vale apoyar al mejor ejemplar de la casta. Pero la política real no es un capítulo de House of Cards y bajo democracias presidencialistas lo habitual es que el presidente tenga... votos (Eduardo Duhalde, que fue designado presidente por la Asamblea Legislativa en enero de 2002, venía de ganar las elecciones en la provincia de Buenos Aires en octubre de 2021 y era el principal referente del peronismo).

Lo que revelan estas alucinaciones es sobre todo confusión. Como señalamos, el principal problema del peronismo no pasa hoy por su dirigencia o sus candidatos, sino por su programa. Estamos ante un peronismo melancólico y a la defensiva, que hace tiempo perdió su capacidad para interpretar las nuevas realidades laborales, que ya no conquista a los jóvenes. Si en los años 1940 los migrantes internos llegados de las provincias del norte se unían en masa al peronismo, ¿a quién vota hoy un venezolano recién nacionalizado? Hasta ahora, el kirchnerismo ha bloqueado cualquier renovación sensata del pensamiento económico peronista (no se puede hablar de déficit fiscal hasta que Cristina Fernández dice que se puede hablar de déficit fiscal), pero la derrota contra el más radical de los opositores obliga a un replanteo. Entre las dos hipótesis extremas que se repiten en la historia –la que se apura a pronosticar su muerte y la que confía ciegamente en la inevitabilidad de su resurgimiento–, el peronismo se acerca a una nueva hora decisiva.

José Natanson, director de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

El peronismo será nacional o no será

Como resultado de un largo proceso histórico, el peronismo de los últimos 40 años dejó de ser un movimiento nacional y se transformó en una confederación de partidos provinciales. No está claro aún si esa criatura amorfa llamada “federalismo argentino”, que muchos creen que nació con la patria, pero en rigor es algo reciente, es causa o consecuencia de la provincialización del peronismo. Hasta ahora, y a pesar de lo disfuncional de esta transformación, el peronismo había logrado zafar: tanto el menemismo como el kirchnerismo, a base de rosca y disciplinamiento fiscal, lograron una cierta gobernabilidad de la criatura, cosa que el no-peronismo apenas pudo. Pero todo esto podría cambiar con la revolución de Javier Milei. En 2023, decepcionados –con razón– del “consenso alfonsinista”, los argentinos eligieron a un outsider decidido a cambiar el sistema de 1983. Y ello pone en duda la continuidad del peronismo tal como lo conocemos, que es una pata fundamental de ese sistema. Milei va contra el federalismo y por el peronismo. La hipótesis de este artículo es que, si Milei tiene éxito, y si el peronismo realmente existente no abandona su estado de fragmentación y vuelve a ser un movimiento nacional, corre el riesgo de sobrevivir sólo como fuerza provincialista, sin capacidad de producir candidatos presidenciales competitivos.

Milei podría ser el mayor desafío que el peronismo ha enfrentado en su historia. El antiperonismo clásico, aunque buscaba eliminar a Juan Domingo Perón de la faz de la tierra, siempre reconoció su centralidad. Pero Milei ignora a los peronistas de hoy, diluyéndolos sin nombrarlos en el conjunto plástico de la casta. Y no sólo los priva del alimento de la confrontación. Quiere reemplazarlos.

Primero fue por el voto peronista. El dato corrosivo de las primarias de 2023 fueron los triunfos de La Libertad Avanza en las villas del AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires). Milei parecía el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, pero su sociología electoral era la del primer Lula. Luego fue por el legado de Carlos Menem, que es la punta de un iceberg enorme que el kirchnerismo siempre negó. Menem es más que las reformas de los años 1990; fue un protagonista central de la historia del justicialismo entre 1955 y 2003, y el Partido Justicialista (PJ) cometió un error estratégico al entregar en bandeja un pedazo de su propia identidad. Ahora, Milei va por el botín más importante: el espíritu nacionalista y transformador del peronismo.

Es sorprendente que al PJ, siempre dispuesto a combatir obsesivamente cualquier fuerza que pudiera disputarle símbolos o votos, se le haya escapado la tortuga de las nuevas derechas. Y la nueva derecha de Milei va al hueso del mito fundacional peronista. Al igual que Perón, Milei es un outsider antielitista y rupturista (la “casta” de Milei no es muy distinta a la “oligarquía” de Perón) que tocó una vena sensible de la argentinidad. La campaña de Sergio Massa obtuvo muchos votos, pero sentó las bases de un discurso defensivo que pone a Milei como amenaza y emparenta al peronismo actual con el alfonsinismo y la preservación del consenso de 1983. Milei siguió el juego y acusó a Unión por la Patria de ser una nueva Unión Democrática. La estrategia massista fue entendible: buscar tender puentes hacia el radicalismo como potencial aliado legislativo y electoral. Pero el peronismo pierde su alma en ese camino.

Esa lógica, además, estalla en la cuestión de fondo, que es la relación entre la Nación y las provincias. El rupturista Milei necesita centralizar el poder para llevar adelante sus reformas, y el peronismo se prepara para responderle desde la defensa de los intereses provinciales. Y eso vuelve a ponerlo en un dilema estratégico, que ya se vuelve existencial: si Milei construye un partido nacional enfrentado a la casta (peronista) de los gobernadores provinciales, el movimiento fundado por Perón seguirá perdiendo su espíritu. Y corre el riesgo de un porvenir territorial no tan distinto al del radicalismo, que produce gobernadores e intendentes, pero ya no presidentes.

Julio Burdman, politólogo. El artículo completo se publicó en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2024.

Leé más sobre esto


  1. NdR: Diputado nacional. Hijo de los expresidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández. 

  2. “Política y generación Alfonsín, Chacho, Kirchner”, Página/12, 27-9-2009. 

  3. Balance sin frutas abrillantadas, Página/12, 3-1-2010. 

  4. ¿Por qué los jóvenes están volviendo a la política? De los indignados a La Cámpora, Debate, 2012. 

  5. NdR: Martín Guzmán, ministro de Economía argentino de 2019 a 2022. Federico Adolfo Sturzenegger, presidente del Banco Central argentino entre 2015 y 2018. Ambos durante la presidencia de Mauricio Macri. 

  6. Martín Rodríguez, “Clarividencia”, Panamá Revista, 19-5-2024. 

  7. NdR: Martín Lousteau, presidente de la Unión Cívica Radical y senador nacional por la ciudad de Buenos Aires. En Córdoba, a partir de 2008, se expresa políticamente un peronismo no kirchnerista. 

  8. NdR: Marcos Peña, jefe de gabinete de Mauricio Macri. Juan Durán Barba, consultor político ecuatoriano-argentino. 

  9. NdR: Miguel Ángel Pichetto, compañero de fórmula de Mauricio Macri en las elecciones que perdió en 2019. 

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