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Boris Pistorius, ministro de Defensa alemán, durante una visita al complejo alemán de entrenamiento militar, cerca de Rzeszow, Polonia, el 23 de enero.

Foto: Dominika Zarzycka / NurPhoto / AFP

Verde Alemania

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La guerra mueve el tablero político y económico.

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La paleta de colores alemana vive sin complejos su contradicción mayor. El verde, tonalidad de la milicia y también del ambientalismo, ha encontrado su punto de confluencia. Otrora partido de la paz, los Verdes han mutado en partido de la guerra.

La estabilidad, virtud cardinal más allá del Rin, ya no es lo que era. Una crisis política precipitó la realización de elecciones anticipadas, que tendrán lugar el 23 de febrero, y la recesión sacude desde hace dos años a la mayor economía del continente europeo. Golpeado de lleno por el alza de los precios de la energía a raíz de las sanciones europeas contra Rusia, el corazón industrial de Alemania entró en síncope: grandes grupos como Volkswagen anunciaron la eliminación de decenas de miles de puestos de trabajo, el número de quiebras alcanzó su nivel más alto desde la crisis financiera de 2008 y la desindustrialización ya es una amenaza. En noviembre de 2024, la coalición de los Socialdemócratas (SPD), los Verdes (Die Grünen) y los Liberales (FDP) explotó cuando elaboraban el presupuesto 2025. La cuestión del financiamiento de las entregas de armas a Ucrania desempeñó un papel importante. En efecto, el rearme masivo está poniendo a prueba las finanzas. Después de que el canciller, Olaf Scholz, asignara 100.000 millones de euros al Ejército en cinco años en 2022, los Verdes, el SPD y la Unión Cristianodemócrata (CDU) hablan de un monto de 100 a 300.000 millones de euros suplementarios –además del presupuesto habitual de defensa (Der Spiegel, 16-2-2024)–. A excepción de Die Linke y la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), todos los partidos coinciden en la necesidad de un rearme sin precedentes en la historia de la república. Pero difieren en el modo de financiamiento. La CDU, la organización de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) y los liberales del FDP apuestan por una reducción drástica del gasto social, mientras que el SPD y los Verdes preferirían recurrir al endeudamiento, sin renunciar a la idea de formar una coalición de austeridad con los conservadores, cuyo líder, Friedrich Merz, recomienda “atreverse a más capitalismo”. El politólogo Christoph Butterwegge teme un “ataque frontal contra el Estado de bienestar” después de las elecciones (Taz, 30-12-2024).

De la clorofila al caqui

Impensable hace tan sólo unos años, el nuevo militarismo alemán va acompañado de un profundo cambio en la cultura política. En los afiches electorales socialdemócratas, el ministro de Defensa, Boris Pistorius, (SPD) exige un ejército “apto para entrar en guerra antes de 2029” y posa con uniforme de combate, arma en mano, un giro espectacular de imagen para el expartidario de “la distensión”, aquella política de acercamiento con la Unión Soviética que le valió al canciller Willy Brandt el premio Nobel de la Paz. El giro más radical lo dieron sin duda los Verdes. Fundados en 1980 como partido antibelicista, se distinguen desde hace algunos años por defender el rearme y el belicismo con celo particular. Anton Hofreiter, por ejemplo, que durante muchos años copresidió el grupo parlamentario de los Verdes en el Bundestag [Parlamento], pide con insistencia incansable “¡armas, armas, e incluso más armas!”1 y reprocha al SPD que se niegue a entregar a Ucrania misiles de largo alcance Taurus. Por el contrario, durante la campaña de 2021 los Verdes insistieron en la necesidad de no suministrar armas a las regiones en guerra; apenas un año después, la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, que es verde, develaba los contornos orwellianos del nuevo pacifismo ecológico: “Los suministros de armas ayudan a salvar vidas humanas” (Süddeutsche Zeitung, 14-9-2022). Su predecesor de 1998 a 2007, Joschka Fischer, abogó incluso por una bomba atómica europea (Die Zeit, 3-12-2023), con el apoyo de periodistas con fama de progresistas como Ulrike Herrmann, del diario “de izquierda” Taz2.

Junto con sus socios de coalición, los Verdes y los principales partidos de la oposición, la CDU y la AfD, también apoyan las guerras de Israel en Medio Oriente. Como segundo proveedor de armas a Tel Aviv después de Washington, Berlín protege a Israel en términos financieros y diplomáticos. Mientras que, en el caso de Ucrania, el gobierno federal entra en escena como defensor inflexible del derecho internacional, se burla de ese derecho ayudando a los israelíes a cometer crímenes de guerra que Amnistía Internacional y Human Rights Watch califican ahora de genocidio3. Ni Baerbock ni el ministro de Economía y vicecanciller Robert Habeck, también candidato de los Verdes a la jefatura de gobierno, cuestionaron estas entregas de armas ni las condicionaron al cese de las atrocidades en Gaza.

Por eso, del verde clorofila al verde caqui, la transformación del partido ecologista deja sumidos en el estupor a los pocos militantes que aún tienen en la memoria el programa fundacional (“Das Bundesprogramm”) de 1980: “La política exterior ecológica es una política no violenta. (...) La no violencia no significa capitular, sino la garantía de la paz y la vida por medios políticos más que por medios militares. (...) El desarrollo de un poder civil cuyo eje sea el valor de la paz debe ir de la mano del inicio inmediato de la disolución de los bloques militares, en particular la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte] y el Pacto de Varsovia”. En plena Guerra Fría, el texto exigía “el desmantelamiento de la industria armamentística alemana y su reconversión hacia una producción pacífica”.

Si la conversión de un partido por la paz en un partido de guerra no fue lineal, el conflicto de Kosovo marcó sin duda un punto de inflexión. En la primavera de 1999, la coalición de socialdemócratas y verdes, encabezada por el canciller Gerhard Schröder (SPD) y el ministro de Asuntos Exteriores Joschka Fischer, decidió que Alemania participara en el bombardeo de Serbia por parte de la OTAN sin mandato del Consejo de Seguridad. De este modo, el gobierno violaba la Carta de las Naciones Unidas (ONU), el Tratado de Moscú y la prohibición de las guerras de agresión inscripta en la Constitución alemana. En el Congreso de los Verdes de 1999, Fischer justificó las infracciones usando estas palabras: “Nunca más Auschwitz, nunca más un genocidio”. La comparación entre la guerra civil de Kosovo y Auschwitz provocó una carta de protesta de los sobrevivientes del Holocausto4, pero favoreció que el congreso del partido aprobara el involucramiento de Alemania. Asimilar a los adversarios geopolíticos de Occidente con Hitler y el exterminio de los judíos para legitimar la intervención militar se convirtió en parte del repertorio de los Verdes. En abril de 2022, uno de ellos, el exministro de Medio Ambiente Jürgen Trittin, estableció un paralelismo entre la masacre de civiles ucranianos a manos de soldados rusos en Boutcha (aproximadamente 200 víctimas civiles según la ONU) y las atrocidades cometidas en el Este por los grupos de intervención de las SS, que habían matado en el lugar a centenares de miles de judíos.

Alineamiento con los neoconservadores

La evolución de la política exterior defendida por el partido ecologista a lo largo de las décadas esboza un alineamiento gradual con las posiciones de los neoconservadores estadounidenses. Esto se explica, en particular, por un enfoque basado en la promoción de “valores” –el valor ejemplar del “nunca más esto” de 1999, modelo de la democracia occidental actual– que está cada vez más influido por los círculos de reflexión atlantistas en los que participan numerosas personalidades verdes de primera línea. Baerbock –que dice inspirarse en la exsecretaria de Estado estadounidense Madeleine Albright5– fue particularmente fellow del German Marshall Fund. La mayoría de los presidentes del partido de las dos últimas décadas, entre ellos Claudia Roth, Katrin Göring-Eckardt, Cem Özdemir y Reinhard Bütikofer, eran miembros de Atlantik-Brücke, una red de banqueros, estrategas militares, periodistas y políticos decididos a reforzar las relaciones germano-estadounidenses. Omid Nouripour, presidente del movimiento hasta noviembre de 2024, tiene también una silla en el Consejo de Administración de la organización. Özdemir, hoy ministro de Agricultura, firmó en 2004 una carta abierta de la organización neoconservadora estadounidense Project for the New American Century, que pedía una política más agresiva respecto de Rusia6. Desde el punto de vista de Estados Unidos, la cooptación de dirigentes verdes dio sus frutos: el partido, antes favorable a disolver la Alianza Atlántica, milita ahora de modo enardecido por su ampliación y por la militarización de la política exterior. En la confrontación con China, los Verdes también se alinean junto a los halcones estadounidenses, siempre en nombre de la diplomacia de los “valores”. Semejante oscilación abrió una brecha entre los movimientos ecologistas y pacifistas, cuyo vínculo solía multiplicar la base y la fuerza política de ambos movimientos.

En este proceso de conversión, hubo una personalidad que desempeñó un rol clave: Ralf Fücks, en otros tiempos maoísta, después codirector de la Fundación Heinrich-Böll, vinculada con los Verdes durante más de dos décadas, y ahora director del Zentrum Liberale Moderne, una usina de pensamiento que defiende las “democracias liberales” contra los “regímenes autoritarios” mediante el rearme y el atlantismo. El Estado alemán financia en gran parte esta organización supuestamente no gubernamental. Desde fines de la década de 1980, Fücks militaba, junto con Daniel Cohn-Bendit, en una corriente que pretendía desviar a los Verdes de su anticapitalismo, así como de su pacifismo. En 1998, el programa para las elecciones federales seguía reivindicando “un orden paneuropeo de paz y seguridad” capaz de “sustituir a la OTAN y ofrecer la condición previa para el desarme completo”7. La entrada de los Verdes en el gobierno federal y la guerra de Kosovo enterraron de manera definitiva estas promesas electorales.

Cambios en la base electoral

La otra explicación del giro reside en la transformación sociológica del electorado verde: siguiendo un modelo clásico en las democracias occidentales, las clases medias contestatarias de los años 1970 son, dos décadas después, las capas acomodadas, urbanas y educadas de la sociedad donde el partido recluta ahora a sus simpatizantes. El 78 por ciento de ellos se dice favorable a continuar el suministro de armas a Ucrania, es decir, una tasa mayor a la de ningún otro partido. Sin embargo, sólo el nueve por ciento se declara dispuesto a defender a Alemania armas en mano, menos que ningún otro partido8. Combatir a Rusia hasta el último ucraniano ofrece una solución a este compromiso militar en nombre de los “valores occidentales”.

Desde febrero de 2022, las posiciones de los Verdes en materia de política exterior se cuentan entre las más belicistas. Inmediatamente después de la invasión rusa, Baerbock anunciaba, como muchos dirigentes occidentales, que sería necesario “arruinar a Rusia”9. “¡Estamos devolviendo a la Rusia de Vladimir el Terrible a los años 1960 del siglo pasado!”, declaró Jürgen Trittin ante el Bundestag el 6 de abril de 2022, agregando que las sanciones deberían aplicarse incluso después de finalizada la guerra. Apenas después, los Verdes combatieron toda solución diplomática, incluso cuando los jefes de Estado mayor estadounidense y ucraniano reconocieron el estancamiento militar. El declive industrial de Alemania, un costo inducido de este conflicto que se verá agravado por eventuales aranceles aduaneros impuestos por la administración estadounidense de Donald Trump, no parece traumatizar a los dirigentes ecologistas. Su base electoral trabaja más bien en el sector de los servicios. Y aunque la situación sacude al partido, también le ofrece la oportunidad de una clarificación política.

Si bien su número de afiliados se duplicó entre 2017 y 2024, los Verdes redujeron prácticamente a la mitad su resultado en las elecciones europeas de 2024 (11,6 por ciento frente al 20,5 de 2019). La hemorragia fue especialmente importante entre los jóvenes. En setiembre de 2024, las tres elecciones regionales del Este sonaron como tres bofetadas: el movimiento ya no participa en el gobierno, ni en Turingia, ni en Brandeburgo, ni en Sajonia. En los dos primeros casos, no franqueó la barrera del cinco por ciento que permite acceder a los parlamentos regionales. En respuesta, la dirigencia de los Verdes renunció. Ya en setiembre de 2024 el comité directivo de la organización juvenil había abandonado el partido en bloque por considerar que el rumbo que este tomaba se estaba volviendo incompatible con sus ideales (10). Sin embargo, el equipo dirigente no tiene previsto ningún cambio de rumbo. El líder de los Verdes, Robert Habeck, pide que Alemania consagre en el futuro el 3,5 por ciento de su producto interno bruto anual a los gastos militares. Un tercio del presupuesto nacional se invertiría entonces en el sector económico más perjudicial para el clima. La opción que consiste en posicionar a Alemania y Europa como fuerza de paz entre los bloques en la nueva realidad geopolítica ni siquiera se menciona.

Fabian Scheidler, periodista, autor de La Fin de la mégamachine, Seuil, París, 2020. Traducción: Merlina Massip.

Agitar el avispero

Trump y Groenlandia

“¡No, no puedo asegurar eso!”. El 6 de enero, al día siguiente de que el Congreso de Estados Unidos confirmara su elección como presidente, Donald Trump se negó a descartar el recurso a la “coerción militar o económica” para tomar el control de Groenlandia o del canal de Panamá. De repente, su conferencia de prensa adquirió cierta profundidad. Esos 30 segundos de un intercambio que duró varias horas dejaron satisfecho al grupo de periodistas. Si sus pares Vladimir Putin, de Rusia, hubiera hecho declaraciones similares sobre Alaska, o Xi Jinping, de China, sobre Hawái, el ambiente hubiera sido un poco diferente.

Numerosos comentaristas exageraron su consternación, que combinaron con risitas. Pero, en última instancia, asumieron las fantasías del nuevo presidente, más inspiradas en la serie Borgen que en la realidad y la historia de la helada isla (1). El interés de Estados Unidos por Groenlandia no es nuevo. Ya en 1868 intentó adquirirla. En 1910 renovó la iniciativa y luego otra vez en 1946, cuando Harry Truman ofreció 100 millones de dólares. Pero si el acuerdo nunca llegó a concretarse es porque no es tan ventajoso, puesto que los daneses saben ser complacientes.

Con tintes de Ronald Reagan, Trump invocó la “seguridad nacional” y la “defensa del mundo libre”. Durante la Segunda Guerra Mundial y luego la Guerra Fría, Estados Unidos pudo instalar todas las bases que consideró necesarias para controlar el Atlántico Norte y el Ártico. Antes de abandonarlos, como sucedió con Camp Century, que debía albergar misiles nucleares bajo el hielo. Sólo queda la estación Thule (rebautizada como Pituffik en 2023), que permite posicionar bombarderos estratégicos equidistantes de Moscú y Nueva York.

Trump ve barcos chinos o rusos “por todas partes”. La Federación Rusa tiene ocho rompehielos de propulsión nuclear. El único buque estadounidense de tamaño comparable navega –con diésel y gas– desde 1976. Durante su mandato anterior, en mayo de 2017, el republicano había prometido que su administración construiría un rompehielos pesado y, “si es posible, unos diez más”. La Guardia Costera espera la entrega del primero... en 2029.

En cuanto a los supuestos recursos minerales de la isla, los groenlandeses tienen dificultades para encontrar inversores porque las condiciones de explotación son muy difíciles. Para establecer una planta de aluminio cerca de una central hidroeléctrica, el gigante estadounidense Alcoa eligió finalmente Islandia. La señal más evidente de desinterés económico sigue siendo la ausencia de vuelos civiles directos a América del Norte. Se espera que United Airlines inaugure el primero en junio, principalmente con fines turísticos.

Numerosos periodistas ponen también en la balanza las concepciones danesas y trumpianas de la soberanía sobre este territorio sin dar una perspectiva histórica. Estados Unidos fue, sin embargo, de los primeros en reconocer la soberanía danesa en un documento fechado el 4 de agosto de 1916, cuando adquirió las Antillas Danesas, que se convirtieron en las Islas Vírgenes estadounidenses. A petición de Noruega, la Corte Permanente de Justicia Internacional validó esta soberanía en abril de 1933.

“No estamos en venta y nunca lo estaremos”, respondió a Trump el primer ministro groenlandés, Mute Egede. El pueblo inuit que lo eligió aspira a la independencia, pero quiere preservar el modelo social nórdico y encontrar sus propios sustitutos a la preciosa ayuda financiera de Dinamarca.

Philippe Descamps

(1): Ver “Groenlandia: soberanía sin perder derechos”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, febrero de 2023.


  1. Lenz Jacobsen, Ferdinand Otto y Michael Schlieben, “Der Waffengang”, Die Zeit, Hamburgo, 15-4-2022. 

  2. Ulrike Herrmann, “Europa, die USA und der Krieg. Ja zur Atombombe”, Taz, Berlín, 15-2-2024. Ver también Pierre Rimbert y Anne-Cécile Robert, “Une vertu bombardière”, Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2024. 

  3. “Amnesty International investigation concludes Israel is committing genocide against Palestinians in Gaza”, 5-12-2024. Ver también Akram Belkaïd, “Israel acusado de genocidio”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, enero de 2025. 

  4. Der Tagesspiegel, Berlín, 23-4-1999. 

  5. “Baerbock würdigt verstorbene frühere US-Außenministerin Madeleine Albright”, merkur.de, 24-3-2022. 

  6. “An Open Letter to the Heads of State and Government of the European Union and NATO”, Project for the New American Century, 28-9-2004. 

  7. Bündnis 90 - Die Grünen, Grün ist der Wechsel. Programm zur Bundestagswahl, 1998. 

  8. “Nur 17 Prozent der Deutschen bereit zur Landesverteidigung mit der Waffe”, Stern, 20-12-2023. 

  9. “Baerbock über Sanktionspaket: ‘Das wird Russland ruinieren’”, Redaktionsnetzwerk Deutschland, 25-2-2022. 

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