La llamada. De Leila Guerriero. Anagrama; Barcelona, 2024. 430 páginas, 890 pesos.
Hay libros que no sueltan al lector y que durante varios días son capaces de dinamitar prejuicios y propiciar revisiones de otros relatos. Después de leer uno de esos grandes libros, de algún modo devastadores y luminosos, como es el caso de La llamada, se puede vomitar una reflexión inmediata sobre lo leído, o bien abrir o reabrir otros papeles concéntricos que esperan el momento de salir de la biblioteca. Me pasó lo segundo. No pude escribir ni una sola letra sobre el fascinante retrato de Silvia Labayru, sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), de Argentina, sin antes volver a vivenciar la peripecia de Julia Flores, personaje de la novela El tigre y la nieve, de Fernando Butazzoni, aproximación literaria de la trágica historia de una estudiante uruguaya, detenida y torturada en La Perla, en Córdoba, Argentina, que luego de recuperar la libertad se exilia en Malmö, Suecia.
La relectura de El tigre y la nieve permite observar desplazamientos de sentido que puede haber tenido o no el punto de vista elegido por el autor, y sobre todo los laberintos morales en los que coloca a sus personajes (en particular los de Julia y los de Roberto Jáuregui, su pareja en el exilio y eventual narrador de El tigre y la nieve, y también los del capitán Ferreiro). Publicada por primera vez en Montevideo en 1986, al regreso del exilio sueco de Butazzoni, El tigre y la nieve, además de resistir el tiempo como artefacto literario, sin ningún tipo de rasguño, abre un abanico de preguntas que dialogan con las capas centrales del trabajo periodístico de Guerriero. De alguna manera son dos caras de una misma moneda: las dos protagonistas vivieron similares situaciones de tortura, violaciones sistemáticas, relaciones carcelarias tóxicas sin consentimiento con represores. Ambas estuvieron “chupadas” dentro del mecanismo de exterminio, y fueron “aparecidas-sobrevivientes” que debieron lidiar con lo que habían vivido, con los dilemas de sus respectivas supervivencias y con la posibilidad de contar o no (y cómo, y cuándo) lo que habían vivido.
Si uno de los fuertes de Guerriero es hilar, con paciencia y rigor, las diferentes formas en que fueron aceptados o no los relatos de las mujeres torturadas y violadas en la ESMA, durante los más de 40 años recorridos hasta el presente, tanto en la memoria personal de Silvia y de otras víctimas como de sus entornos familiares y políticos, el libro de Butazzoni asoma como un ejemplo notable de testimonio visceral, incómodo, sin hablar en profundidad del oficio periodístico y literario para poder meterse (y distanciarse) en la incertidumbre y vértigo de esos años: él mismo como exiliado en sus conflictos abismales de ir o quedarse, y de qué hacer con los retazos que fue recopilando de la historia de la persona real detrás de Julia Flores.
El tigre y la nieve, insisto, se publicó en 1986. Julia Flores habló, contó lo que pudo contar y optó por no seguir viviendo. Butazzoni expone en su libro el testimonio y describe los mecanismos de tortura y exterminio, el horror cotidiano de La Perla (el libro es además un texto base para la reconstrucción del infierno represivo) y profundiza con un cuidado excepcional sobre sus personajes, el nudo de manipulaciones emocionales y afectivas que giraron en torno a la violación sistemática y a la relación entre Julia y el capitán Ferreiro. Es probable que esta dimensión del libro de Butazzoni haya quedado parcialmente invisibilizada en el momento de su edición, pero hoy, después de La llamada (libro imprescindible si los hay), se hace más que oportuna la relectura de El tigre y la nieve, por la calidad de su narración y por la pertinencia de este tipo de relatos incómodos, entre la literatura y el periodismo, que están ahí para que no se borren las huellas.