Carlo Ginzburg. Ampersand; Buenos Aires, 2025. 354 páginas, 1.590 pesos.
Carlo Ginzburg es uno de esos pensadores difíciles de encasillar aun dentro de su propia disciplina. Doctor en Historia, fue el creador del subgénero de la microhistoria y del método indiciario que dialogaron con la “historia de las mentalidades” surgida, dentro de la historiografía francesa, en la Escuela de los Anales.
El trabajo que acaba de publicar la editorial Ampersand es una recopilación de algunas de sus intervenciones sobre una disciplina de la que reconoce que no es especialista, la historia del arte como producción material, pero de la que, evidentemente, tiene mucho que decir. Para eso, recala en dos oficios que considera centrales: la anticuaria y la capacidad del conocedor de descifrar huellas e indicios, y hace un recorrido por los nombres de aquellos maestros que lo llevaron a encontrar su propia senda de investigación basada en la écfrasis, la lectura de imágenes y su “traducción” al lenguaje, para encontrar el núcleo lírico o la idea que toda obra de arte expresa más allá de los recursos con los que cuenta. Encuentra en la figura del falsificador al historiador, en su imposibilidad de recuperar el contexto de una obra en el momento en que fue creada y frente al peligro del anacronismo, enarbola la filología, aquella disciplina que tuvo entre sus más grandes exponentes a su adorado maestro Aby Warburg, en cuya biblioteca encontró lo que tanto buscaba: una máquina de pensar.