Amaury Colmenares. Estuario; Montevideo, 2025. 262 páginas, 690 pesos.
Para definirla se ha mencionado la palabra puzle. En parte porque de un puzle trata el acápite que Colmenares elige para abrir la puerta de su novela. Es correcto y errado al mismo tiempo. Dice Georges Perec en la frase de marras: “Cada gesto que hace el jugador de puzle ha sido hecho antes por el creador del mismo”.
En la mecánica que el autor mexicano propone, el jugador-lector no se encuentra las piezas revueltas dentro de la caja en la que compra el artefacto. Recibe ante sí los fragmentos ordenados, dentro del orden que cabe pedirle a una novela, pero no de uno, sino de cinco o seis puzles diferentes. A medida que las micropartes de cada trama toman forma se confirma la sospecha: todas forman un único todo. Pero no se llega con el desencanto de lo obvio, sino que la maestría de la escritura de Colmenares logra mantener el asombro por detrás de lo esperable. La desaparición del niño que emerge como “el Vampirito”, y la editorial de homonimias, o el tratado sobre el humor creado por la propia vida de un humorista renegado, por nombrar sólo tres de los senderos, confluyen en un mismo delta que va más allá incluso del estudio de abogados que les sirve de acequia (el resultado es, además, una guía perlongheriana de Cuernavaca). Si cada obra vale por su trama y por su forma, aquí estamos ante un libro que -aunque no hubiera ganado el Premio Hispanoamericano de Narrativa- quintuplica ese valor.