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El luchador Cristian Pérez luego del triunfo por knock out frente al retador Manuel Suárez por la segunda fecha de la Liga Uruguaya de MMA. Foto: Juan Manuel Ramos

Los gallos humanos

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Nada de simulacro: combate de verdad hasta destruir al rival. En la estrepitosa popularización de las Artes Marciales Mixtas han intervenido leyendas del combate en otras disciplinas, magnates de apuestas y diferentes figuras del espectáculo. Su jaula mediatizada hace estallar pulsiones humanas divergentes, desde el sadismo hasta la peor hipocresía moralista. ¿Esconde la esencia más primitiva de los deportes de competición?

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—Me cuestiono muchas veces qué hago acá. Sobre todo, cuando estoy nervioso —confiesa Eduardo Rulo Duarte, de 32 años. No es un principiante: en 2011 se coronó campeón intercontinental de thai boxing y además ganó varios títulos a nivel sudamericano y rioplatense en kickboxing y muai thai.

Aunque desarrolló el grueso de su carrera sobre el ring como striker (así se llama al que basa su técnica en golpes), en los últimos años Duarte aceptó combatir en la jaula de MMA. Para sobrevivir en el nuevo entorno, debió ampliar sus conocimientos en disciplinas de agarre, como el jiu jitsu brasileño. “Lo que me llevó a entrar en MMA es que es muy completo. Uno siempre quiere probarse un poco más allá de lo que puede dar”.

Las MMA son una competición de combate extremo que únicamente se dirime por noqueo o rendición de uno de los rivales. En su narrativa mediática se materializa la fantasía cultivada en el clásico espectáculo de pressing catch en el que figuras como John Cena, el Rey Misterio o el icónico Hulk Hogan realizan artificiosas sobreactuaciones de violencia, dolor y abatimiento sobre un escenario teatral devenido ring de pelea. Pero las MMA poco o nada tienen que ver con el catch. El combate no está contenido por la simulación, sino que la sangre corre de verdad, y los nudillos impactan en el rostro del contrario mediados por finísimos guantes, de apenas cuatro onzas, cuando los guantes de boxeo profesional suelen pesar entre 14 y 20.


Roland Barthes comparó al espectáculo de lucha libre con el teatro popular antiguo, caracterizado por la sobreactuación de personajes exageradamente arquetípicos. En su clásico Mitologías (1957) el semiólogo francés apuntaba que en el combate simulado del catch confluyen diversas fórmulas de representación mítica de la pugna del bien contra el mal, de la venganza y la justicia, por las que

lo que está en el campo de juego es sólo la imagen, el espectador no anhela el sufrimiento real del combatiente, se complace en la perfección de una iconografía. El catch no es un espectáculo sádico: es, solamente, un espectáculo inteligible.

En cambio, en las MMA no existe representación, sino competición en su dimensión más violenta. Dos individuos entran a un octágono delimitado por una pared de rejas, conocido como “jaula”, y pelean en el estilo de combate más permisivo que el público masivo puede aceptar hoy en día. Si quisiéramos readaptar a Barthes, diríamos que lo que está en el campo de juego no es sólo la imagen, que el espectador sí anhela el sufrimiento real del combatiente y en absoluto se complace en la perfección de una iconografía. Las MMA son, por tanto, un espectáculo sádico.

Foto: Juan Manuel Ramos

¿Qué cosas lo vuelven más atroz que cualquier otra disciplina de combate deportivo? En primer lugar, la pelea sucede en una jaula y no en un ring. Una jaula denota encierro y en ella estamos acostumbrados a ver confinados a animales o a aquellas personas a las que la sociedad considera criminales o desviados. Esto, que tiende a animalizar a los competidores, tiene, sin embargo, un costado práctico: la jaula, además de meramente sensacionalista, es mucho más útil que las cuerdas del ring para impedir que los luchadores se precipiten fuera del espacio de pelea durante los agarres y las embestidas, y además permite que el público aprecie mejor el combate.

Combate entre Nicolás Charlo y Nahuel Rosas por la segunda fecha de la Liga Uruguaya de MMA. Foto: Juan Manuel Ramos

Por otro lado, en la dinámica de este tipo de competencias se combinan golpes, agarres y lucha en el piso, lo que provoca que a menudo varias partes del suelo queden teñidas con la sangre de los luchadores, procedente de los cortes faciales provocados por los impactos. Si bien las heridas y lesiones que sufre un peleador de MMA no son peores que las que recibe un boxeador o un jugador de rugby, en las pantallas de televisión se ven más escandalosas.

A todo esto se suma la alta permisividad del reglamento, según el cual el combate únicamente se detiene cuando el rival deja de defenderse de forma inteligente, hace una señal de sometimiento durante la aplicación de una llave o directamente ha perdido el conocimiento. Por tanto, es habitual en estos combates ver a un luchador en el piso recibiendo una lluvia de puñetazos y codazos tras haber sido derribado.

Todo esto ha contribuido a que el MMA suscite grandes polémicas. Para los más críticos, es una pelea de gallos, o una versión moderna de los antiguos combates de gladiadores. Esto dificultó su legalización en algunas partes de Estados Unidos. El mapa del país se rellenó recién el 14 de abril de 2016, 23 años después de la fundación de la Ultimate Fighting Championship, cuando el estado de Nueva York legalizó la competición. Para entonces, el crecimiento de la industria de las MMA era imparable. Desde 2006 la UFC es el mayor proveedor global de pago por visión (pay per view) de eventos deportivos de combate, que se retransmiten en más de 125 países. Es habitual que celebrities como Leonardo Di Caprio, Charlize Theron, Madonna o Hugh Jackman se dejen ver entre el público, y su presencia promociona la aceptación social de este polémico deporte.

Los luchadores Joan Sánchez y Federico Estrade en plena acción durante el combate por la segunda fecha de la Liga Uruguaya de MMA. Foto: Juan Manuel Ramos


—Eso se hace sólo por dinero. Ahí se perdió la meditación y los códigos de las artes marciales tradicionales— comenta el hanshi José Luis Suárez, 6º dan de karate kyokushin.

Suárez lleva más de 45 años dedicado a la práctica y la enseñanza de karate. Representó a Uruguay en los mundiales de Tokio de 1979, 1984 y 1987, y conquistó podios en varias competiciones nacionales e internacionales. Hoy es el único uruguayo que puede decir que entrenó con Mas Oyama, el fundador del karate kyokushin o karate de contacto pleno. “Donde hay mucho dinero siempre aparece el éxito, aparece la publicidad y cadenas de televisión que te retransmiten. Eso también beneficia a los luchadores, porque reciben más plata para cuestiones como su preparación o su alimentación, lo que les hace finalmente subir el nivel”, dice.

El Shihan José Luis Suárez y sus alumnos al finalizar una clase de Kyokushin Karate en la academia Dojo Hombu Kyokushin. Foto: Juan Manuel Ramos

Para él, permitir a un competidor seguir golpeando a un rival cuando este ha caído al suelo rompe los códigos de la lucha. “Me parece que no va por ahí el deporte”. Rulo Duarte, en cambio, no cree que su medio de vida sea una práctica salvaje:

—Es un concepto errado que tiene la gente que ignora lo que son los deportes de contacto. Vienen de las artes marciales, y las artes marciales tienen mucha disciplina. Hay mucho respeto hacia el rival, hacia los compañeros de entrenamiento, así como hacia el entrenador y hacia uno mismo. Existe un mal concepto de que si uno es peleador es agresivo. Este tipo de deportes lo último a lo que te animan es a salir a la calle a pelearte con cualquiera.

A su vez, admite la deriva materialista de los deportes de contacto:

—Nosotros lo que hacemos son artes marciales pero aplicadas al deporte. Entonces, al ser más deportivo, se hace más competitivo, más individual. También se volvió un negocio, y cuando es un negocio, hay muchos valores que vienen de las artes marciales tradicionales que son muy difíciles de conservar.


En cierto modo lo que hicieron fue llevar a Estados Unidos un formato de pelea extrema que había triunfado años atrás en Japón con organizaciones como Shooto, Pride y Pancrease, y que en Brasil había tenido su paralelismo con la popularización del Vale Todo (especialmente impulsado por la familia Gracie para promocionar el jiu jitsu brasileño). La puesta a prueba de diferentes escuelas y estilos de artes marciales entre sí es una práctica que definió el desarrollo de muchas disciplinas de combate a lo largo de la historia. Sin embargo, la aceptación de grandes espectáculos televisados siempre había sido minoritaria, al menos en occidente, debido a la alta permisividad de sus reglamentos, que se alejaban demasiado del paradigma del “deporte-salud” pregonado por el Comité Olímpico Internacional.

Entrenamiento de Artes Marciales Mixtas en la academia Escorpión, a cargo de Leonardo Sambaon Estévez. Foto: Juan Manuel Ramos

En las MMA inicialmente no había distinción por categorías de peso, se peleaba a mano desnuda y las reglas simplemente prohibían morder, arañar y atacar a los ojos del rival. El resto estaba permitido, desde golpear a los genitales, agarrar al rival por la garganta, o incluso pisar la cabeza al contrincante cuando estaba en el suelo. Su objetivo era la reproducción de un combate que fuera lo más parecido posible a una pelea callejera para dilucidar qué disciplina de combate era superior. “Eran auténticos mercenarios del deporte. Ponían a un luchador joven a pelear con una persona de 50 años para que saltara la sangre. Era antideportivo”, opina Suárez.

Actualmente, tanto el Vale Todo como las MMA han pulido sus reglamentos: en ambas se usan guantes y hay un amplio epígrafe de prohibiciones. En el caso de las MMA, su puerta de entrada al gran público se abrió cuando el negocio cayó en manos de los propietarios de Station Casinos de Las Vegas, los hermanos de origen siciliano Frank y Lorenzo Fertitta. Estos magnates compraron la UFC en 2001 con la intención de convertir al MMA en el deporte más popular del mundo. Así, bajo la nueva firma Zuffa, la UFC llevó a cabo una reestructuración de sus reglas de competición basadas en la regulación de la Comisión Atlética de Nevada. De esta forma, los hermanos Fertitta hicieron de las MMA un deporte de contacto altamente controlado y organizado, con el fin último de vender sus eventos de forma masiva a los grandes canales de televisión. Esto, sumado a la infraestructura de hoteles, casinos y salas de espectáculo que poseían, configuró las dimensiones del fenómeno de masas que es hoy.

Rulo Duarte en Calavera Crew en el centro de Montevideo. Foto: Juan Manuel Ramos

Ya no se permiten acciones como golpear en los genitales, ni agarrar la tráquea del contrario o patearlo cuando se encuentra en el suelo. Por ello, sus adeptos y participantes aseguran que actualmente la salud de sus peleadores no se ve más comprometida que la de un boxeador profesional o la de practicantes de deportes de choque como el rugby. Sin embargo, su existencia sigue siendo condenada por buena parte de la sociedad, esencialmente por tratarse de un espectáculo sádico, a lo que contribuye especialmente la parafernalia mediática que lo rodea. Ahora, ¿hasta qué punto despierta más agresividad en el público que otros espectáculos deportivos de masas?


Toda competición implica una pugna de dominación entre dos rivales en un entorno simbólico, definido por un escenario específico, unas reglas y unos tiempos determinados. La razón de ser del competidor de cualquier deporte es mostrar su superioridad mediante la sumisión del rival, sea cual sea la disciplina que practique. Esto explica en parte la frustración que desata la derrota tanto en el público como en los practicantes de cualquier competencia, a pesar de que esta sea “sólo un juego”. Esta dinámica se hace especialmente visible en los estadios de fútbol, donde miles de personas adoptan códigos de violencia exhibida para alentar al equipo con el que se identifican presenciando una suerte de combate alegórico entre 22 personas, estructurado conforme a estrategias racionalizadas de ataque y defensa. En este sentido, son incontables los casos en los que la violencia latente de estos encuentros rompe la dimensión alegórica pasando a la agresión manifiesta entre futbolistas y entre hinchadas.

Combate por la segunda fecha de la Liga Uruguaya de MMA. Foto: Juan Manuel Ramos

Esta pugna de dominación física inherente a las competiciones deportivas más populares aparece contenida mediante una serie de mediaciones simbólicas definidas en sus reglamentos, que permiten categorizarlas en función del mayor o menor grado de contacto que permiten entre los contendientes. Así, aquellas competiciones que gozan de mayor aceptación social actualmente son aquellas en las que el enfrentamiento aparece mediado por un objeto blando (normalmente un balón o una pelota) que absorbe la mayor parte de los golpes y de la violencia que en una pelea se dirigiría directamente sobre el cuerpo del contrario.

La peculiaridad de los deportes de combate es que, si bien contienen múltiples reglas que los separan abismalmente de la dinámica de una pelea callejera, en ellos no existe el mencionado artefacto mediador y la violencia inherente al enfrentamiento físico se aplica directamente sobre el rival. Sin embargo, al contrario de lo que simula la narrativa mediática y publicitaria de este tipo de competiciones, entre los deportistas de contacto pleno no suele existir mayor problema que la rivalidad inherente a cualquier disciplina de competición.

—Las dos partes entendemos que en lo que vamos a hacer hay un pacto: nos vamos a golpear, pero eso no significa que vayamos a tener un problema personal— explica Duarte.

Los luchadores Fátima Amir, Lucas Brown, Rodrigo Aguilera y Bruno Arrrenyr durante un entrenamiento de Kick Boxing, a cargo de Eduardo Rulo Duarte en la academia Calavera Crew. Foto: Juan Manuel Ramos

Tal vez por eso muchos practicantes amateur de estas disciplinas aseguran encontrar más violencia en los partidos de fútbol de los domingos que en muchos torneos o veladas de combate. Como dice Duarte:

—Cuando entendés la dinámica de estos deportes tu agresividad pasa por otro lado. La descargás en el entrenamiento o en la misma pelea, pero no de una manera exclusivamente agresiva, sino más como una descarga energética.


Los espectáculos deportivos modernos son ceremonias seculares en las que se subliman los conflictos ligados al poder, la jerarquía y el ascenso social que rigen nuestras sociedades estratificadas. En ellas juega un papel clave el aparato mediático-publicitario que las interpreta, ensalzando los valores que alimentan el sistema productivo dominante como el éxito ligado a la competitividad, el trabajo, la superación individualista y la disciplina. Tanto en fútbol, tenis, boxeo o MMA, los triunfadores de sus principales competiciones son alabados por los medios de comunicación y demás aparatos ideológicos no sólo por su desempeño como deportistas sino por las conductas que llevan a cabo en su vida cotidiana, ligadas tanto al sacrificio y la dedicación como al consumismo.

Este hace que la razón de ser de una disciplina extrema como el MMA sea en el fondo la misma que la de un deporte más aséptico como el tenis. Ambos sirven a los aparatos ideológicos para producir diferentes tipos de “ciudadanos ejemplares”, sea un joven de clase obrera que “se ganó” con sus puños el ascenso social —es el caso de Connor McGregor— o un pequeñoburgués que demostró su talento con la raqueta, como Roger Federer.

No es una novedad el sentido pseudoreligioso que compone el rito social alrededor del espectáculo deportivo. Su origen en la tradición grecolatina estuvo unido a la práctica de veneración de dos actividades de dominación fundamentales para la supervivencia del ser humano y de su sistema productivo: la caza y la guerra. Las primeras olimpíadas en la Grecia Antigua eran ceremonias sacras en las que se ensalzaba la dignidad de estas disciplinas, y sus triunfadores eran adorados como una suerte de semidioses por su destreza en competencias como el salto, la carrera, la lucha y los lanzamientos de jabalina y de disco. De hecho, las olimpíadas griegas llegaron a desarrollar su propia versión de las MMA, el pancracio, probablemente una de las disciplinas más extremas de la historia del deporte. En ella se combinaba el boxeo antiguo griego con técnicas de patada y estilos como la lucha, especializados en sumisiones y proyecciones, dando lugar a combates muchas veces fatales para sus practicantes debido a la elevada permisividad del reglamento que los regía.

Por ello, asociar al MMA con los combates de gladiadores o de animales parte de una lógica no exenta de cierta hipocresía moralista, que pretende separar este deporte del resto de disciplinas de competición “civilizadas”, cerrando los ojos ante el sadismo intrínseco de nuestra cultura. Sin embargo, los pancraciastas, como todos los participantes de los Juegos Olímpicos antiguos, eran hombres libres (no esclavos) que, al igual que los peleadores y los deportistas modernos, elegían participar en este tipo de actividades por una serie de convicciones apoyadas en la ideología dominante del momento.

Este mismo razonamiento, derivado de la moral surgida del pensamiento liberal hegemónico en nuestras sociedades, ha llevado al Comité Olímpico Internacional a reconfigurar la práctica deportiva asociándola al moralismo y a la salud, situando a los deportes de contacto en una contradicción. En las olimpíadas modernas las disciplinas de combate siempre están sujetas a debate, debido a que son despojadas de su propia esencia en aras de eliminar todo indicio de violencia. Aunque en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 el karate volverá a ser introducido como deporte olímpico, el hanshi Suárez no se hace ilusiones:

—Lo que hacen allí no es karate, no hay apenas contacto en la pelea. Los jueces y las autoridades tienen que modificar todos los reglamentos para que sea aceptado y la competencia termina pareciéndose más a una pelea de esgrima, en la que el combate en sí prácticamente no tiene lugar. Las bases mismas del karate terminan por el piso.

El proceso de apaciguamiento progresivo al que se ha visto sometida la práctica deportiva durante el último siglo todavía no satisface del todo a la sensibilidad moralista del Comité Olímpico Internacional. Por ello, la dupla violencia-competencia continúa generando incómodas contradicciones en el público y las autoridades. Y es así que nuevos deportes, como las MMA, pasan a un primer plano.

El luchador Darío Bernabeú previo al combate que lo enfrentó a Pablo Sánchez por la segunda fecha de la Liga Uruguaya de MMA. Foto: Juan Manuel Ramos

Texto: Manuel González Ayestarán | Fotos: Juan Manuel Ramos.

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