El minarete de la mezquita en la Plaza del Pesebre se refleja en un crucifijo de oro durante la procesión de Nochebuena, en 2002, en la ciudad de Belén (Cisjordania). Millones de cristianos de todo el mundo celebran el nacimiento de Jesucristo, quien según la tradición bíblica, nació allí. Hoy Belén es predominantemente musulmana.
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Jerusalén es el centro histórico de las tres religiones monoteístas y es sagrada para millones de creyentes. “Es sin duda un mundo mágico y místico, un lugar donde los colores, los sonidos y los olores te transportan en el tiempo”, dice el fotoperiodista Quique Kierszenbaum, que reside en la región desde hace más de dos décadas.
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A lo largo de los años, he tratado de comprender qué es lo que lleva a miles de creyentes cristianos, judíos y musulmanes a elegir un modo de vida gobernado por la religión en una forma estricta e inflexible, incluso en sus más mínimos detalles, hasta en la forma de vestirse y comportarse. Para un grupo sustancial de devotos de las tres religiones, la vida continúa como siempre lo ha hecho a través de la historia: cumplen el papel de preservar la liturgia, los lugares santos y las creencias religiosas nacidas en el lugar que, para ellos, marca el comienzo de todo.
He visto a peregrinos de todo el mundo acudir a la Tierra Santa para cumplir su sueño religioso. Vienen a ver con sus propios ojos y tocar con sus propias manos lugares que son una prueba viviente de su fe. Todos actúan en el nombre de Dios. Todos afirman poseer la verdad absoluta cuando se trata de fe y creencia. Todos ellos dedican sus vidas a la religión en la Tierra Santa.
Fotografiar ceremonias religiosas y lugares sagrados es un rito en sí mismo: para entenderlos, hay que volver año tras año, hay que aprender de qué trata cada celebración, hay que estudiar sus reglas; hay que hablar con quienes las conducen y con los devotos y peregrinos de las distintas religiones, y también prestar atención a los detalles, hasta los menores detalles. Y lo más importante es no juzgar los ritos. No soy una persona creyente pero, viviendo en el lugar que vivo, es un desafío interpretar en un idioma visual sus creencias llenas de una carga emocional que transmite una fuerza especial.
La historia nos muestra cómo parte de los conflictos y las guerras en la zona han tenido como base justamente la importancia de la Tierra Santa para las distintas religiones; con este trabajo no busco entrar en esa difícil coyuntura de la que se ha escrito y documentado tanto, sino enfocarlo en la vida diaria de sus creyentes.
En un mismo sitio geográfico se encuentran muchos de los lugares más sagrados para las tres religiones, como el Muro de los Lamentos, el Monte del Templo, el Santo Sepulcro, la Basílica de la Natividad, la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa, entre tantos otros. Pero además, está lleno de caminos, monumentos y lugares de culto que son piedras fundamentales para las diferentes creencias.
Incluso en los períodos más violentos del conflicto, los adeptos a las distintas religiones mantienen su vida diaria regida por la idea de continuar y preservar la religión y sus ritos basados en la fe profunda.
El pilar de las religiones es la fe. Cuando uno cree en la existencia de una fuerza superior, acepta sus conceptos, sus valores, sus explicaciones y su simbolismo. Para una persona atea como yo, aprender ese simbolismo y plasmarlo en imágenes es una experiencia enriquecedora; es como aprender una nueva lengua y con ella transmitir esas experiencias milenarias.
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