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Ilustración: Tatiana Mesa

Malcriado

2 minutos de lectura
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Un nuevo adelanto del próximo libro de relatos de Ignacio Alcuri, que los lectores de Lento conocen en cuentagotas.

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Este año con Magela decidimos cancelar nuestro tradicional viaje por toda Europa y esa plata la pusimos como seña para comprarnos un bullweiler alemán. Actualmente estamos en lista de espera, porque los criaderos sólo ponen a la venta un puñado de cachorritos por vez. Pero qué te voy a contar, si vienen publicando notas en todos los diarios. Ayer leí una que se titulaba “El perro más caro del mundo”, como buscando que te dé vergüenza hacer un esfuercito y tener a la mascota ideal. ¿Vos viste lo que son? Te voy a pasar un video de YouTube que te morís. Hay varios en una jaulita y cuando los dejan salir dan cinco pasos y se caen, porque sus pulmones nunca terminan de desarrollarse. Subile el volumen, porque el ruidito que hacen al tratar de respirar es divino. No niego que sean animalitos frágiles; fijate que al firmar el contrato de reserva tenés que comprometerte a comprarles la ración a las mismas personas del criadero, porque no pueden comer cualquier cosa. Casi todo les cae mal y desarrollan pila de problemas intestinales. Así que te venden una papilla que se las tenés que dar con una jeringa derecho en la garganta, porque si mastican mucho se les empiezan a caer los dientes. Me pasé toda la madrugada leyendo la Wikipedia del bullweiler alemán después de que terminé la nota esa que hablaba de los precios. Ahí supe que el nombre completo es muchísimo más largo, porque son una mezcla de más de veinte razas de perros que cruzaron durante décadas de manera forzada. Bah, no sé qué tan forzada, porque supongo que los perros no opusieron mucha resistencia. Los chiquitos, capaz. ¡Escuchá lo que estoy diciendo! Me desconozco. Cuestión que estos criadores que mezclaron las razas se iban quedando con los cachorros que cumplían con tener determinadas características, como los ojos más saltones, los huesos más quebradizos y las orejas más sensibles. Con el paso del tiempo llegaron a esa figura tan particular, que ahora ves en las tapas de las revistas del espectáculo. No hay princesa europea o figura del jet set que no tenga uno. ¡Y ahora es nuestro turno! No te imaginás lo feliz que estoy. Si hasta vaciamos el cuartito chico, el que estaba lleno de cajas con porquerías, y lo decoramos todo. Compramos una cucha hermosa y un catéter bastante caro, porque queremos que tenga el mejor. Es que lo va a tener que usar durante toda su vida, porque tienen otro montón de complicaciones, desde las uñas que les crecen para adentro hasta los riñones que prácticamente no les funcionan. De hecho, casi todos los cachorritos mueren a los pocos segundos de haber nacido, y los que sobreviven no suelen llegar al año. Por eso cruzamos los dedos para que nos entreguen el nuestro justo antes de las fiestas. ¿Te imaginás cómo se van a poner mis primos, que todavía alardean del monito que tuvieron hasta que les hicieron la denuncia? Imaginate la cara de Esteban cuando nos vea entrar a la casa de mamá empujando la incubadora. Es como si pudiera escucharlo: “Ay, qué perro más feo”. Y no te voy a negar que son antiestéticos, que huelen mal, que te rompen el alma con esos ojitos que parecen decir “cada segundo de existencia es un sufrimiento inenarrable”. Pero es el precio de la exclusividad. Ya volveremos a Europa el año que viene.

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