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Un niño interactúa con un luchador.

La dinastía del barrio

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En Córdoba, Veracruz, transcurren historias de luchadores enmascarados. Algunas se exhiben en el ring y otras están en la memoria de quienes llevan puestas las máscaras. A unas y otras se acercó Santiago Barreiro.

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Un letrero en la puerta de un club de box barrial anuncia los combates para la noche del sábado. Pueden llamar la atención los nombres de los luchadores —Samurái Júnior, Extremo Negro—, pero más llamativo es un pequeño cartel en el que se lee: “Ambiente familiar”.

Luis Alberto Martínez Cuicahua, Ángel negro, antes de una noche de combate en la arena de su ciudad.

Es difícil pensar en familias y niños jugando mientras vuelan pedazos de chapas, vidrios, mancuernas y algún que otro no tan tímido chorro de sangre. Los niños creen que es de pollo o de fantasía, y bien podría serlo, porque sabor a realismo mágico a esta disciplina no le falta.

La lucha libre mexicana es una fusión entre el arte acrobático, el teatro y el deporte de contacto. Sus antecedentes datan de 1863 y, si bien tiene reglas bien estipuladas, es difícil reconocer la delgada línea que divide la fantasía de la realidad, los golpes duros de la puesta en escena. Incluso en las caras de los espectadores, que suelen ser familiares directos de los combatientes, se puede ver una lucha entre la alegría y el miedo. Y es que a veces las cosas se salen de lugar y el ambiente se caldea, pero en la duda está el sabor, dicen.

Marcos Víctor Paredes Díaz, Ángel del Futuro. La máscara es un elemento vital que, además de proporcionarle al personaje un carácter animado, sirve para proteger la identidad de los luchadores.

Para estos enmascarados la familia lo es todo, arriba y abajo del cuadrilátero. Son padres, hijos, nietos de luchadores. Les llaman dinastías.

Algunos lograrán salir del círculo barrial, dejar el puesto de tacos o el taxi para buscar un lugar a nivel profesional. Pero la gran mayoría no irá detrás de ese sueño, simplemente esperará al próximo sábado, cuando otra arena barrial lo encontrará poniendo a prueba sus destrezas.

Los luchadores amateurs suelen mantener sus trabajos diarios, a pesar de dedicar incontables horas al entrenamiento. Ángel del Futuro, en su taxi.

Ángel Negro, cuyo nombre es Luis Alberto Martínez, intentó practicar lucha libre cuando era muy joven, pero su familia se opuso. “Decían que estaba loco, que no”. Tuvo que esperar un tiempo, pero finalmente comenzó a entrenar. Ahora, su hija y su esposa, que son toda su familia, aceptan que se dedique a esto. De lunes a viernes trabaja como funcionario en una escuela, mientras que “obviamente, los fines de semana es lo de la lucha libre”.

La lucha mexicana es una fusión de arte acrobático, teatro y deporte de contacto. Su historia se remonta a 1863.

Para Marcos Paredes, Ángel del Futuro, cuando no es día de lucha es día de trabajar en el taxi de la familia. Antes lo manejaba su padre, que murió hace dos años y también era un luchador, Zimba. “Mi padre fue el iniciador de la lucha libre en la familia. Él fue el que nos inculcó el gusto por el deporte”, dice Paredes.

Zimba luchó en Córdoba y después viajó a Ciudad de México, donde subió al ring “con grandes exponentes de aquella época, como Dos Caras, Huracán Ramírez, en eventos de El Santo, de Mil Máscaras”. Tiempo después, la familia regresó a Córdoba.

Súper Orión, el campeón de la noche, se retira de la arena.

“Muchos quieren ser como el luchador de una película o de alguna empresa de renombre, pero yo quería ser como mi padre”, afirma Paredes, y recuerda que creció viendo cómo Zimba se ponía sus máscaras y sus trajes. “Al crecer viéndolo a él, me nació el gusto por el deporte. Probé otros, béisbol, fútbol, pero nada me llenó como entrenar lucha libre”.

En una arena local, dos luchadores se enfrentan. Las llaves y otros movimientos acrobáticos son parte del espectáculo y el deporte.

“Para mí ha sido maravilloso poder experimentar subirme a un ring, ponerme la máscara. Porque abajo del ring soy una persona común y corriente, pero cuando subo al cuadrilátero me transformo, siento que todo lo puedo vencer, que todo lo puedo hacer”, dice Ángel del Futuro. Así lo ven también los niños que lo siguen, porque Ángel del Futuro apunta a un público más infantil que otros personajes. Su presentación incluye algo de baile, y los niños bailan con él, cuenta.

Ángel negro, tras una noche sin suerte.

“Los niños me ven como una imagen positiva para ellos. Tengo la suerte de tener en mi haber algunos seguidores que ya son jóvenes, que de niños querían ser como yo, y a ellos también se les ha inculcado, se les ha enseñado la lucha libre”. Dice que aunque es un deporte violento, “es del gusto de muchos niños”, desde “los tiempos memorables” de El Santo, Blue Demon y su padre.

Aunque esta disciplina tiene reglas y ciertas características más propias del teatro que del deporte, a veces se pueden ver golpes, heridas reales e incluso sangre.

Fuera del ring, Paredes hizo una carrera técnica de analista programador y tuvo varios trabajos antes del taxi. Cuando sale de mañana a recorrer las calles, algunos pasajeros lo reconocen. “Algunas personas me ubican, saben de mi deporte. La gran mayoría no. Trato de guardar lo más que puedo mi incógnita y que no se revuelva mi vida personal con mi vida deportiva o del espectáculo, como podríamos llamarla también”.

Los niños que asisten a las peleas en general son familiares directos de los competidores y la lucha suele generar en ellos una mezcla de excitación, alegría y miedo.

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