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Los dos cuerpos del socialismo uruguayo

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Un hombre puede convencer a cualquiera de que es alguien más, pero pocas veces de que es él mismo. Keyser Söze.

El Partido Socialista (PS) ha vivido cuatro crisis en sus 110 años de vida: en 1921, 1963, 1972 y 2020. Tres de las cuatro crisis siguen una pauta similar: una parte del partido pretende conservar sus trazas de identidad socialista, mientras que otra parte intenta vincularse al universo comunista. Ocurrió esto en 1921, cuando la mayoría del PS votó a favor de las 21 condiciones de Lenin, transformándose en el Partido Comunista de Uruguay (PCU). Sucedió algo similar en 1972 con el fenómeno de la “fracción” dentro del PS. Y pasó recientemente, cuando la dirigencia mayoritaria del PS obturó la candidatura de un socialista de larga data, Daniel Martínez, a la Intendencia de Montevideo, sellando un pacto con el PCU en contra de la voluntad de buena parte del partido.

Además, desde 1955 hasta hoy los socialistas han tenido al menos dos maneras de construir su identidad, que podría sintetizarse en la antinomia “universalismo versus particularismo”. Una parte del PS definió la identidad a partir de bases ideológicas condensadas en una síntesis sui géneris, cuyo cauce central era el marxismo y cuyo río era el socialismo, tan apartada de la socialdemocracia europea como del régimen soviético, de horizonte universalista, con orientación a futuro, defensora de un modelo de democracia multidimensional, dirigida a crear una “conciencia mundial” de solidaridad basada en una síntesis entre marxismo y kantismo. Otra parte, tributaria de la influencia del revisionismo histórico argentino, construyó su identidad a partir de un marco particularista y nacionalista, asentado en el pasado como eje de construcción de la identidad partidaria y en la valorización de sujetos de cambio (el colectivo militar) y animales políticos (los populismos), no sólo ajenos, sino además enemigos de la tradición de izquierda.

En el PS han coexistido dos cuerpos en conflicto que no han podido sellar una síntesis, como lo muestra actualmente la querella entre los denominados “renovadores” y los “ortodoxos”.

Uno de los corolarios de esta divisoria consiste en que el primer cuerpo del partido desancló su identidad de un pasado decimonónico dominado por las divisas tradicionales, mientras que el segundo cuerpo intentó recuperarlo de manera estilizada y romántica a partir del acento en tres nociones: caudillismo, nación y Patria Grande. Y a su vez, estas tres nociones intentaron ser conectadas con la valorización del “populismo” durante el siglo XX y un brumoso “socialismo nacional” como propuesta programática.

Emilio Frugoni, con su acento crítico en la “política criolla” y en el siglo XIX, condensa el primer cuerpo del PS, mientras que Vivian Trías traduce el segundo cuerpo, posterior en el tiempo, marcado por la “nacionalización” y la “militarización” de la izquierda. Ese segundo cuerpo, a su vez, constituye una reacción parricida contra el primero. Pero Trías, en sus varias vueltas en el aire, también traduce el acercamiento al PCU, que epiloga en la crisis de 1972 con la formación de una fracción favorable a la fusión entre los dos partidos de raíz marxista. Efectivamente, en el PS han coexistido dos cuerpos en conflicto que no han podido sellar una síntesis, como lo muestra actualmente la querella entre los denominados “renovadores” y los “ortodoxos”.

Además, esos dos cuerpos presentan una diferencia adicional, plasmada en formas distintas de dirigir la acción, que remiten a rasgos de psicología individual y colectiva. Esa diferencia se podría captar a partir de la antinomia “autonomía-dependencia”. De un lado están quienes dirigen su acción “desde adentro hacia afuera”, según pautas que han sido reflexionadas, elaboradas y metabolizadas; del otro lado se ubican quienes tienen una orientación a la acción “dirigida desde afuera”. Volveremos sobre esta diferencia crucial.

¿Socialismo de “derecha” y socialismo “radical”?

La interpretación que más ha circulado no es esta. Con diferencias menores, desde Carlos Machado y el historiador Alción Cheroni hasta el profesor Gabriel Quirici sostienen que en el seno del PS han convivido dos partes desde su fundación hasta hoy. Una primera parte más radical, vinculada al ciclo revolucionario internacional, de carácter antiimperialista, profundamente marxista y que a mediados del siglo XX fue capaz de vincular el marxismo, el nacionalismo, el caudillismo y la tradición blanca del siglo XIX, principalmente de la mano de Vivian Trías. Este tuvo méritos adicionales, según se dice, al enfatizar el rol de los colectivos militares en los procesos de cambio revolucionario, así como en reivindicar los populismos de la región. Otra parte del socialismo sería moderada, de vocación reformista, defensora de la vía electoral, vinculada a clases medias universitarias, de tradición colorada, partidaria de la “civilización” y que operó salidas por “derecha” del PS. Esta parte ocupa, según esta lectura, la “derecha” del espacio socialista y tiene en la figura de Frugoni su primer motor y su campo gravitatorio.

Aparecen entonces dos conjuntos de problemas. El primero es de carácter disciplinar, vinculado a la ciencia social en general y a la historia en particular. Esta forma de ver la historia del PS y la historia en general tiene tres problemas historiográficos. Uno consiste en que no sitúa a los actores clave en su momento histórico ni tampoco conceptualiza cuáles son los debates y los dilemas cruciales en cada tiempo ni cómo se posicionaron esos actores en aquellos debates. En cambio, toma al tiempo como continuo, como si fuera uno y el mismo en todo momento; como una constante, no como una variable. Sin embargo, el tiempo importa: la precaución metodológica forma parte de la tarea.

El segundo problema es que evalúa el pasado con categorías normativas de otro momento histórico, incurriendo en una falacia tan común como involuntaria: la “extrapolación histórica”, que exige que el pasado se comporte como lo hace el presente o como otro pasado idealizado, o bien en términos normativos del socialismo que permanecen elípticos. Otra vez, el tiempo importa: endosar al pasado categorías del presente constituye un problema de método elemental. En caso de que lo hubiera, también importa dejar sentado ese horizonte normativo en que el analista está ubicado.

Un tercer problema consiste en que el historiador no debería replicar lo que actores hegemónicos del pasado o el presente dicen sobre la interna socialista. Sin “quiebre epistémico” sobre lo que los actores dicen sobre sí mismos y sobre los demás es imposible construir disciplina histórica. Se construye, en cambio, relato político, algo distinto y distante de la ciencia social. En adelante intentaré situar a los actores en su tiempo, en particular a Frugoni, que fue colocado en tela de juicio como el ala “europeizada” en la lectura de Cheroni, y como la “salida por derecha” en la interpretación de Quirici.

Hay, además, un segundo orden de problemas vinculado a la visión estratégico-táctica de los partidos. Un analista debería evaluar cómo se definió esa estrategia y, en particular, quién definió mejor una política de alianzas para la consecución de los objetivos. O sea, se trata de determinar quién definió con corrección un conjunto de socios y adversarios del cambio, eje rector en un partido que impulsa transformaciones radicales de los modelos de acumulación, distribución y cultura. O sea, un partido de izquierda debería contar con intelectuales orgánicos y dirigentes políticos capaces de leer correctamente la realidad, formular un mapa del territorio político-social y orientar con sentido estratégico a los aliados por la ruta del cambio. Como se verá, es Frugoni quien define con pertinencia a esos socios y adversarios del cambio hacia el socialismo a partir de un marco analítico marxista, orientando con pulso una política de alianzas del PS. La confusión en términos de amigos y enemigos partidarios locales y las cambiantes alianzas de Trías derivaron, en cambio, hacia la intemperie primero y hacia un callejón sin salida después.

Busco ese doble objetivo. Primero, situar a los actores en su época. Segundo, establecer quién definió mejor el haz de aliados y adversarios dentro del sistema político-social. Por último, pretendo esbozar la existencia de dos cuerpos de larga data en el socialismo uruguayo. Un socialismo con vocación universalista, que mira el mapa general del país y el mundo, cuya reflexión es autónoma y dirigida “desde adentro”, y otro socialismo que, poseído por las modas cambiantes de las épocas, es dirigido “desde afuera”. Un socialismo inner directed y otro outer directed, tomando palabras del sociólogo David Riesman.

Frugoni, a la izquierda de la izquierda

Frugoni no representa la “derecha” del socialismo, no estuvo “menos” vinculado a los “cambios revolucionarios” del movimiento socialista internacional ni tampoco quedó circunscripto a las “clases medias universitarias”, como afirma Quirici en su artículo “La rosa y su espina”, publicado en esta revista en diciembre de 2015 y vuelto a difundir a principios de 2020. Mucho menos se puede sostener que el autor de Socialismo, batllismo y nacionalismo (1929) fuera una versión europeizada, una hechura de la socialdemocracia europea, como desliza Cheroni en su libro Los partidos marxistas en el Uruguay desde sus orígenes hasta 1973, de 1984.

Los debates mundiales en la década en que Frugoni fundó el PS fueron cuatro: qué actitud adoptar frente al marxismo como cuerpo doctrinario, qué actitud adoptar frente a la guerra mundial, qué actitud adoptar frente a la revolución de octubre de 1917, qué actitud adoptar frente a la disolución de la Asamblea Constituyente y la no convocatoria a una nueva.

En los cuatro debates el partido fundado por Frugoni, al que este dio forma, contenido, táctica y estrategia, se ubicó en el ala izquierda del socialismo internacional. Impugnó el revisionismo de Eduard Bernstein por desertar del marxismo. Apoyó la propuesta de no votar los créditos en caso de que una guerra mundial estallara. Condenó la “traición de la socialdemocracia europea” al impulsar la guerra de obreros contra obreros en 1914 y al colocar la “unión sagrada” de la nación por encima de la solidaridad internacional entre los trabajadores de diferentes naciones. Se desafilió de la Internacional II por prestarse a la guerra interimperialista, se afilió a la Internacional de Viena y propició “el acercamiento de todas las fuerzas socialistas verdaderamente revolucionarias, sumándose a las corrientes de unificación en vez de plegarse a los propósitos de divisionismo exclusivista”, según escribió Frugoni en Justicia el 28 de marzo de 1921. A esta línea de acción Frugoni la llamó “reconstruccionismo”.

Además, como secretario general del PS, Frugoni apoyó la revolución de octubre de 1917 y coincidió con Lenin en la necesidad de mantener órganos representativos de la voluntad popular junto a órganos de democracia directa. Por eso mismo discrepó, junto con Rosa Luxemburgo, con la disolución de la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917 por parte del gobierno bolchevique. Igualmente criticó la no convocatoria a una nueva constituyente por las mismas razones libertarias aducidas por Luxemburgo. Finalmente, rechazó las 21 condiciones impuestas por la Internacional III impulsada por Lenin, a la cabeza del gobierno bolchevique, por anular la autonomía de los partidos revolucionarios del mundo y pasar a depender del criterio único dictado de una vanguardia erigida en universal por sí y ante sí: el Partido Comunista de la Unión Soviética.

En cuanto al feminismo, que recién empezaba a formar parte de una agenda socialista mundial, Frugoni también se situó en la izquierda de la izquierda. En gran medida, el partido que fundó es un desvío en la historia del socialismo, porque une con el mismo lazo la lucha contra dos estructuras de dominación: el capitalismo y el patriarcado. El PS de Frugoni afirmó, a la vez, la centralidad de la clase social y la relevancia del género, clivajes que no se daban la mano en el resto del mundo y que fueron tramitados por actores distintos: las fuerzas del socialismo, por un lado, y por otro lado las llamadas “sufragistas”. Remito en este sentido a mi nota aparecida en la diaria titulada “Frugoni: 100 años adelante”.

En cuanto a la lucha que el batllismo abrió contra los sectores de la derecha política y económica del país, el partido de Frugoni se percibió y fue percibido como de “extrema izquierda”. Por un lado, tuvo los mismos enemigos que el batllismo y el anarquismo: el latifundio, la Federación Rural, la Iglesia Católica, el Imperio británico, el Partido Nacional (PN) y el sector riverista del Partido Colorado. Pero desde la concepción de un “partido de ideas”, fustigó al batllismo por sus transacciones con las fracciones coloradas conservadoras, por su estilo tribunicio negador del protagonismo de la clase trabajadora, por su política clientelar, por pretender una armonía imposible entre capital y trabajo, por su carácter “burgués” industrialista y por alimentar al colectivo militar, considerado un estamento adverso al socialismo y que debía desmontarse.

Asimismo, el socialismo frugonista tuvo una praxis en que la organización de los trabajadores fue relevante. Tras la desintegración de la Federación Obrera Regional Uruguaya, se formaron tres centrales. A una de ellas Frugoni dio vida sin atarla a la orgánica partidaria. Socialistas y comunistas cofundaron la Unión General de Trabajadores, aunque luego sus caminos se bifurcaron, a pesar de lo cual los socialistas mantuvieron una importante presencia obrera en los sindicatos de la carne y los textiles y ganaron espacios en algunos servicios. Cuando en 1943 estalló la huelga de los trabajadores frigoríficos, las posiciones en la izquierda se dividieron. Mientras sectores afines al comunismo fueron contrarios a la huelga y favorables a las patronales para no interferir con el envío de suministros a los aliados, el PS la apoyó bajo el argumento de que la lucha de clases no se suspende por efecto de una guerra entre potencias imperialistas, como dijo en su momento Frugoni, aun cuando él estaba alineado con los aliados, como todo el progresismo del mundo.

Por eso, no puede afirmarse sin mayor análisis que el cuerpo del socialismo frugonista tuviera una entonación predominantemente clasemediera. La vocación por organizar al proletariado, por apoyarlo aun en circunstancias complejas y por reconocerle autonomía clasista de acción forma parte del legado del primer socialismo. Junto a esto hay que recordar que la socialista Paulina Luisi contribuyó desde la fundación del PS a la organización de sindicatos en los que la fuerza de trabajo era femenina. La alarma de los conservadores no se hizo esperar frente a la organización de la clase obrera. Ante la acusación conservadora que veía al socialismo sólo enfocado en la organización de “intereses materiales” que identificaban con el “estómago”, Frugoni dice: “Somos el único partido que se esfuerza en hacer del proletariado un gran cerebro. Los paladines de los privilegios son los que se empeñan en que el pueblo no sea sino un estómago... Un estómago vacío”.

Hay otros temas en que el socialismo de Frugoni no sólo se colocó a la izquierda de la izquierda, sino que adelantó relojes, dio “saltos” en el tiempo y los materializó en legislación de vanguardia, posibilitado por la correlación de fuerzas y el ambiente democrático.

Participación obrera, consejos de salarios, abolición del Ejército, despenalización del aborto

Frugoni propuso la participación de los trabajadores de las Usinas Eléctricas en el directorio y las ganancias en la sesión de la Cámara de Diputados del 14 de setiembre de 1912. También exigió la supresión de la facultad del directorio para destituir a los empleados sin previa venia del Senado o de la Comisión Permanente en su receso. En 1913 propuso extender el derecho de huelga a los funcionarios públicos, algo que incluso décadas después fue puesto en tela de juicio. Hay que recordar, por ejemplo, las medidas prontas de seguridad tomadas por el gobierno de la Unión Blanca Democrática contra el sindicato de la Administración Nacional de Usinas y Transmisiones Eléctricas en 1962 y 1963.

Además, Frugoni diseñó los consejos de salarios en el proyecto de ley que presentó a la Cámara de Diputados en 1912 con una anticipación de más de 30 años a su sanción parlamentaria, en 1943. Constituyó otro aporte central para el trabajo y un nuevo paso en el largo proceso de emancipación de este respecto del capital. En “Los salarios en el Uruguay, 1930-1950. Reescribiendo la historia”, un artículo académico publicado en 2012, el economista Jorge Notaro consigna:

El primer proyecto de ley de creación de los consejos tripartitos, que tenía el objetivo de fijar salarios mínimos por categoría, para una actividad económica y un territorio definidos, fue presentado en 1912 por el diputado socialista Emilio Frugoni.

Sobre la vigencia de esos consejos, el economista agrega que se extiende hasta el siglo XXI:

Estos lineamientos estuvieron presentes en el proyecto presentado por la Comisión de Legislación Social de la Cámara de Diputados y que se aprobó con modificaciones en 1943; también se mantuvieron en la ley aprobada en 2009 (Ley 18.566 del 11 de setiembre de 2009).

Hay que aclarar que los consejos de salarios recién comenzaron a formar parte de la agenda institucional en Europa durante la última posguerra. En esa época, las élites dirigentes llegaron a un nuevo consenso sobre la imposibilidad de la restauración del libre mercado y respecto de la necesaria intervención del Estado en la economía, a través de la planificación del desarrollo, y en la sociedad, a través del Estado de bienestar. También llegaron a un consenso sobre la necesidad de que el Estado asumiera un nuevo rol como árbitro en los conflictos entre el capital y el trabajo, por medio de los consejos de salarios. Pero lo que en Europa se hizo bajo un signo de estabilización institucional fue planteado por Frugoni sobre todo como un canal de participación pública de los trabajadores.

Presentado en el segundo gobierno de José Batlle y Ordóñez, el proyecto de 1912 fue redactado con el objetivo de reescribir las relaciones entre el capital y el trabajo, para que el trabajo tuviera estatus público y la lucha de clases ganara un espacio institucional en el Estado. En efecto, se trataba de dotar al trabajo sindicalizado de poder en el contexto de una institucionalidad que le reconociera legitimidad pública a su lucha organizada por mejores salarios y estándares laborales. En ese sentido, la “función manifiesta” del proyecto de Frugoni fue la reestructuración del mercado de empleo, la transformación del estatuto del sindicalismo de privado en público, y la canalización de la lucha social por vías institucionales en que la clase trabajadora mantenía autonomía respecto del poder estatal. La “función latente” fue cooperar con la consolidación de un sistema político estable, con reglas e instituciones en que la discrecionalidad de los actores fuera obturada o puesta a raya. Lo que importa retener es que mientras las élites dirigentes de los años 40 en Uruguay y Europa apostaron a los consejos tripartitos de salarios por razones fundamentalmente sistémicas y de cooperación armónica entre clases con intereses contrapuestos, Frugoni lo hizo 30 años antes sobre todo para mejorar el balance de los trabajadores respecto del empresariado, en el contexto de una institucionalidad que prestara al trabajo organizado poder, legitimidad y legalidad para la protesta por la definición de categorías laborales y salarios mínimos de la que hasta el momento carecía.

En tercer lugar Frugoni propuso, junto con Celestino Mibelli, la abolición del Ejército, la Marina y la Justicia militar, en un proyecto de ley de setiembre de 1920 con pocos antecedentes mundiales de estados que no tuvieran ese cuerpo armado, como Islandia, Liechtenstein, Mónaco, los Estados Federados de Micronesia y otros:

Tenemos el convencimiento profundo de que nuestro país no necesita para nada del Ejército. Sin duda lo necesita el gobierno para intimidar a sus adversarios políticos y para disputarles con un electorado de cuartel el triunfo en las urnas. Esas son precisamente dos grandes razones para que reclamemos su abolición.

En cuarto lugar, Frugoni redactó un proyecto de ley de legalización del aborto, uno de los primeros presentados por el socialismo a nivel internacional. El Código Penal votado en los años 30 había despenalizado el aborto, pero en 1938 volvió a ser penalizado. En contextos de expansión del fascismo por el mundo, de pronunciamientos militares y de dictaduras cuarteleras en la región, Frugoni presentó en el mismo 1938 un proyecto de ley para reconocer a la mujer el derecho de interrumpir el embarazo por su sola voluntad.

Mientras las élites dirigentes de los años 40 en Uruguay y Europa apostaron a los consejos tripartitos de salarios por razones fundamentalmente sistémicas y de cooperación armónica entre clases con intereses contrapuestos, Frugoni lo hizo 30 años antes sobre todo para mejorar el balance de los trabajadores respecto del empresariado.

A su vez, Frugoni fundó la cátedra de Legislación del Trabajo y Previsión Social en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, de la cual fue también decano. Desde ese lugar impulsó una “revolución copernicana” en materia de ciudadanía. Los derechos de los trabajadores dejaron de ser tratados como derechos individuales, emanados de un contrato entre particulares, de carácter privado, regidos por el derecho civil o el Código de Comercio, y comenzaron a ser tratados —sobre todo— como derechos colectivos, regidos por el derecho laboral y de seguridad social, con un estatuto público. En otras palabras, los trabajadores dejaron de ser tratados jurídicamente como mercancías, objeto de compraventa, y pasaron a ser considerados sujetos portadores de derechos individuales y colectivos, primero durante el ciclo laboral (derecho laboral) y luego en la edad de retiro (derecho de seguridad social).

Desde su cátedra, Frugoni también inauguró e impulsó una agenda de seguridad social de avanzada, contraria a la sumatoria de cajas, con un financiamiento distinto, con un formato bastante similar al que luego se impusiera en los países nórdicos. Asimismo, como docente, llevó adelante actividades de extensión universitaria en las que puso en contacto a estudiantes y obreros, convirtiéndolos en compañeros de experiencias comunes. Además, en su calidad de decano, impulsó una reforma de la estructura curricular en la que las cuestiones laborales y de seguridad social fueron clave. Los llamados “abogados laboralistas” surgieron de ese espacio abierto por el autor de Génesis, esencia y fundamentos del socialismo (1934).

En síntesis, el cuerpo del socialismo identificado con Frugoni se adelantó en los primeros 50 años del siglo XX a su época en algunas iniciativas legales, ocupó el hemisferio izquierdo del movimiento socialista internacional y estuvo íntimamente relacionado con el ciclo revolucionario mundial. Claro que en su vínculo con las “internacionales” preservó la autonomía de pensamiento y acción, un vínculo que no admitió subordinación ni mandato, como dejó claro primero durante la Gran Guerra, cuando rompió con la Internacional II, y luego en 1921, al chocar contra las condiciones impuestas por la Internacional III. Comprometido con la clase trabajadora, atendió también asuntos que no habían sido colocados siquiera en el debate socialista a nivel mundial.

Lo que sí criticó Frugoni fue el estalinismo, por totalitario. En La esfinge roja (1948) escribió:

Un totalitarismo sin democracia política, que actualmente navega en las aguas de un nacionalismo tradicionalista, en cuya virtud se organiza la glorificación de Iván el Terrible y de Pedro el Grande porque hicieron la grandeza territorial y el poderío material de Rusia, con la sangre y el dolor de un pueblo esclavo que sirviesen de bases históricas de la grandeza y el poderío actuales de la patria soviética.

También criticó las posiciones “ultra” en filas del socialismo, esas que compiten de manera infantil por “izquierda” y que empiezan y terminan por hacer el juego a la derecha. Frugoni estaba convencido de su estrategia de “evolución revolucionaria” para el contexto uruguayo, y en eso fue consecuente hasta su muerte, en 1969. Para llevar adelante esa “profunda y metódica revolución deben aprovecharse los derechos inherentes a la democracia”, escribió Frugoni en 1960 en una carta de renuncia al PS finalmente no presentada. En la carta criticó a algunos militantes y a la dirigencia del momento (de la que formaba parte) porque de su accionar podían dispararse consecuencias del estilo del “impacientismo de Bakunin” y “los fabricantes de barricadas de la escuela de Blanqui”, lo que “el propio Lenin tuvo que calificar en Rusia de una enfermedad infantil”, en alusión al texto de Lenin La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo (1920). La carta es citada por Fernando López D’Alesandro en Vivian Trías, el hombre que fue Ríos, de 2019.

Del otro lado, consta su defensa sin fisura a Raúl Sendic por ser un luchador social y su condena radical a quienes lo acusaban por ser, ellos sí, “los verdaderos delincuentes sociales”. El 9 de junio de 1966 Frugoni, consternado por el efecto político en los círculos del poder conservador de la lucha de Sendic en favor de los cañeros de Bella Unión, escribió a la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay una carta abierta:

Ignoro dónde se halla a estas horas Raúl Sendic. Sé, eso sí, que allí donde se encuentre está sufriendo las mayores privaciones; que ha debido interrumpir la lucha por los trabajadores en cuya defensa ha ennoblecido su vida; que se ha visto forzado a separarse de su familia (esposa e hijos).

Agrega:

Sé, además, que Sendic no es un delincuente sino un luchador social [...] que trata de evitar la acción represiva que en su caso sería tan implacable como tolerante y benigna es con los verdaderos delincuentes sociales, no pocos de los cuales se dan el lujo de erigirse en sus entigrecidos fiscales.

Por último, denuncia a la clase dominante y anuncia otra sociedad:

Pienso que no puede estar lejano el día en que un concepto más humano de la justicia y de la sociedad termine por ver los delincuentes allí donde realmente están: entre los que se apoderan del esfuerzo ajeno, entre los que acaparan la tierra, desalojan seres humanos y destruyen familias.

Socios y adversarios del socialismo para Frugoni y para Trías

Un asunto crucial para el presente y el futuro de un partido revolucionario es la capacidad estratégica de definir con pertinencia socios y adversarios en el camino hacia el socialismo. Importa saber quién acertó en su época y en el largo plazo histórico, así como quién equivocó el camino y dejó al partido vaciado de actores e identidad. Un partido desertificado y hacia ninguna parte, como fue el PS tras la era Trías.

En ese sentido, Frugoni se declaró contrario al caudillismo y a los bandos tradicionales por personalizar la política, por utilizar al pobrerío como “carne de cañón” en las batallas en que su sangre es mostrada como “tesoro” que alimenta sus tradiciones, por colocar la mira en un pasado mitificado en que las personas se convierten en “estatuas de sal” y por obturar la evolución hacia una democracia con instituciones impersonales. Este conjunto de ideas estuvo presente ya en una conferencia y en su “Profesión de fe socialista”, ambas de 1904, por parte de un Frugoni de apenas 24 años. En su “Profesión de fe socialista” Frugoni fustiga a aquellos “espectros de la Reacción”, que manipulan el “criterio de las multitudes que siguen gregariamente las sendas circulares trazadas por nuestros abuelos”. Por otro lado, destaca de manera encendida al movimiento obrero y la “cuestión social”: “¡Bienvenida sea esa que llaman ‘nueva discordia’ si ha de traernos una progresiva modificación de nuestra manera de encarar las cuestiones públicas”.

En síntesis, un temprano Frugoni visualizó al adversario en el fenómeno caudillista inscripto en los bandos tradicionales por encarnar la reacción frente al progreso, y percibió a la incipiente clase obrera como sujeto de los cambios en marcha. En mayo de 1925 escribió, lapidario: “La época de los partidos personalistas es un estadio primitivo en la historia”, en una columna titulada “Lo que dije”.

En segundo lugar, si bien coincidió puntualmente con el PN en la defensa del voto secreto y la representación proporcional en la Asamblea Constituyente de 1916, Frugoni vio en Luis Alberto de Herrera (y en el nacionalismo) al adversario de clase por antonomasia. Primero vio en Herrera a un defensor de la Iglesia Católica y un representante de los intereses terratenientes, luego a un golpista antidemocrático bajo el terrismo, después a un defensor local de la falange española y de la dictadura de Francisco Franco, finalmente a un simpatizante de los nacionalismos nazi-fascistas en Europa y la región, y siempre a un intelectual reaccionario, favorable al mantenimiento del latifundio, el capitalismo y el patriarcado, contrario al ciclo inaugurado por la Revolución francesa y defensor de las ciudadelas del poder económico (Asociación Rural del Uruguay y Federación Rural) y cultural (Iglesia Católica). Ya había identificado en Aparicio Saravia, “el caudillo del Cordobés”, a “uno de los grandes representantes de nuestra nobleza agraria”, según consigna en Socialismo, batllismo y nacionalismo, de 1928. También escribió, frente a los ataques del nacionalismo y en alusión a Herrera:

Nadie ama tan sincera y profundamente a los pobladores de nuestros campos como quienes desean elevar sus condiciones de vida, libertándolos de las garras de la explotación latifundista y de las sugestiones oscuras del caudillaje incivil, instrumento a su vez de los caudillos urbanos de levita y chistera.

En tercer lugar, el socialismo de Frugoni fue contrario a la existencia de las Fuerzas Armadas, que a su entender eran instrumentos de los gobiernos contra el avance político del socialismo, y en cuarto, se opuso a los populismos por ver en ellos movimientos antidemocráticos y con simpatías pronazis.

En quinto lugar, Frugoni mantuvo en alto el internacionalismo como ADN del socialismo marxista. Frente a las acusaciones persistentes del diario El País, que endosaba al socialismo doctrinas ajenas a Uruguay, forjadas en “lejanas regiones”, Frugoni fustigó las “pasiones atávicas” que los sueltos periodísticos pretendían mantener, y escribió en “Nacionalismo”:

El socialismo no es extranjero en ningún país del mundo, porque siendo universal, es ciudadano de todas las naciones al mismo tiempo, ya que en todas responde a necesidades propias del momento histórico y en todas traduce aspiraciones comunes a todos los explotados del planeta o ideales de justicia que no se encierran en los límites de ningún territorio.

Por su lado, Trías reivindicó el caudillismo de manera no sólo enfática, sino romántica. Así, por ejemplo, lo expone en “Nasser: marxismo y caudillismo”, de 1970, donde también afirma que el caudillo es “hacedor” de la historia:

El caudillo es tal porque expresa a las masas [no a las clases]. Es capaz de concretar sus anhelos, sus aspiraciones [...] Las masas se sienten interpretadas por su caudillo, se reconocen en él. Es un igual pero superior, más lúcido y clarividente. El caudillo es guía y protector. Clarifica el caos y encuentra el rumbo en la tempestad.

Además, Trías pone al caudillismo en relación directa con el populismo. Vertebró en una línea continua un conjunto de movimientos por él considerados populistas a los que puso el nombre propio del caudillo: artiguismo, herrerismo, nasserismo, fidelismo, velasquismo. Escribe en “Getulio Vargas, Juan Domingo Perón y Batlle Berres-Herrera. Tres rostros del populismo”, de 1978:

El caudillo carismático desempeña rol estelar en los populismos porque expresa anhelos profundos de las masas y porque sabe captar lo subyacente en el entorno histórico, lo que el pueblo intuye, pero no percibe con claridad, lo que atisba, pero no sabe formular con nitidez. El caudillo asume la madurez de fuerzas potenciales que movilizadas auspiciarán cambios esenciales. Es un intérprete de las masas y de su época.

Trías también corrió al herrerismo del lugar de adversario y lo reinterpretó en código revisionista argentino: en vez de brazo político de la clase terrateniente, el herrerismo se convirtió en portaestandarte de un nacionalismo popular antiimperialista “con destellos progresistas” y expresión “definidamente populista” de 1947 a 1950, compartiendo podio con Vargas y Perón. Uno se debe preguntar si el populismo no está íntimamente relacionado con masas populares organizadas. Y en ese caso, ¿dónde estarían ubicadas las masas populares de Herrera?

A la vez, lejos de querer terminar con las Fuerzas Armadas —como Frugoni—, vio en ellas un sujeto privilegiado de los cambios al que había que apostar bajo el entendido de que la lucha de clases traspasaba los umbrales de los cuarteles. Además, entre los uniformados residía el semillero del caudillismo revolucionario. Así lo demostraba —a su entender— la experiencia “revolucionaria” del peronismo en Argentina. Ese germen revolucionario estuvo ya en el primer peronismo:

El movimiento nacionalista arriba a una instancia en que la conciliación de clases que había querido imprimir se ha vuelto imposible, en que debe optar por una u otra clase, según sean los objetivos programáticos que se proponga mantener hasta el final. Si pretende desarrollar la lucha por la liberación nacional hasta los últimos extremos, la opción no ofrece dudas; el movimiento debe inclinarse hacia las masas y radicalizarse aceleradamente [...] ésta ha sido la hora de la verdad para Juan Domingo Perón en 1955.

En otras palabras, por querer inclinar la balanza en favor de las “masas”, Perón fue derrocado por la autodenominada “Cruzada Libertadora”. Así también lo mostraban otras “revoluciones populistas”, como las experiencias del nasserismo en Egipto y el velasquismo en Perú: expresiones de “rebeliones de las orillas” lideradas por caudillos militares. Por eso también apoyó los comunicados militares 4 y 7, de febrero de 1973, aunque este apoyo fue general en la izquierda uruguaya, a excepción de Carlos Quijano.

Trías, a años luz del marxismo

A Trías hay que ubicarlo en el entrecruzamiento de cuatro fenómenos de época: el revisionismo histórico, el intervencionismo de Estados Unidos en la región, la Revolución cubana y la descolonización de Asia y África en el marco de la Guerra Fría.

En ese contexto, a diferencia de lo que sustentan Cheroni y Quirici, Trías no significó una densificación del marxismo, sino más bien lo contrario. Por ejemplo, su análisis no tuvo un atisbo de marxismo al percibir en el herrerismo una fuerza nacionalista antiimperialista en vez de ver a un aliado de las clases terratenientes, un brazo político del capitalismo rentista atrasado, un protagonista de la partidocracia clientelar y un intelectual orgánico de la derecha, admirador de Edmund Burke y Hippolyte Taine, ambos detractores de la Revolución francesa.

Además, Trías elevó a la categoría de “revolución” el fenómeno populista ligado al caudillismo militar de raíces ideológicas nazi-fascistas. El criterio para definir el populismo como revolucionario no tiene sustento en el materialismo histórico: “El ciclo populista es, sin duda, una ruptura con el pasado. Desde ese ángulo no es exagerado hablar de la ‘revolución populista’”, escribió en su mencionado artículo “Getulio Vargas, Juan Domingo Perón y Batlle Berres-Herrera. Tres rostros del populismo”. Un marxista hubiera dicho que en los populismos no hay “ruptura con el pasado”. En consecuencia, nunca los hubiera definido como “revolucionarios”. Tanto Vargas como Perón dejaron intacta la concentración de la tierra en manos de una oligarquía primaria-exportadora, y además el peronismo no aplicó el estatuto del peón rural ya aprobado, montando al país por la vía conservadora de modernización, la misma que primó en la mayor parte de la región. Además, un marxista hubiera observado que los populismos realizan transformaciones parciales en la estructura social al precio de subordinar y desplazar a la clase trabajadora, encapsulándola en pactos corporativos.

El marxista Ismael Viñas escribió, con anterioridad al artículo referido, que en el fenómeno peronista no hubo proyecto revolucionario y sólo puede hablarse de “reformismo”, no de revolución. “En ese marco puede hablarse de defensa limitada de la soberanía nacional, comprometida por la vieja alianza entre los ganaderos latifundistas, los comerciantes exportadores-importadores y el Imperio Británico”, escribe Viñas en “La nueva Argentina”, de 1973.

Pero es peor. Trías cometió un error estratégico que resultó letal al percibir en las Fuerzas Armadas a un sujeto del cambio, en vez de ver en ellas fuerzas de ocupación entrenadas para ese fin por el imperialismo estadounidense bajo el telón de fondo de la Guerra Fría. Fue tal su actitud sobre los militares que en su artículo “Perú: Fuerzas Armadas y revolución”, dijo por boca de Wilhelm Liebknecht: “La revolución no se hace contra el ejército ni sin el ejército sino con el ejército”.

En términos de aliados, Frugoni ofreció apoyo crítico al batllismo radical de Batlle y Ordóñez y Domingo Arena a principios de siglo, así como haría luego con la agrupación Avanzar, de Julio César Grauert. El perfil de “partido picana” convirtió al socialismo en una fábrica de iniciativas legislativas para obligar al primer batllismo a asumir cambios cada vez más radicales en los campos económico, social, cultural y político. A la vez, fue un crítico afilado de las transacciones del batllismo con la tradición, el coloradismo conservador y los militares. Con el batlleberrismo el PS fue, en cambio, casi exclusivamente crítico.

La política de alianzas de Trías, en cambio, fue distinta. Siguiendo su concepción de “socialismo nacional”, en la que lo nacional subordinaba al resto, en 1962 articuló una alianza político-electoral con un dirigente herrerista, Enrique Erro. Uno de los corolarios de esto fue la renuncia del fundador del PS. Frugoni, enemigo del herrerismo y crítico de la “política criolla”, renunció al partido que había fundado dos veces por no reconocerse en el viraje “nacionalista”: “Prefiero votar en blanco que votar a un blanco”. Un viraje en el que también percibió expresiones de “infantilismo de izquierda”, como las que Lenin había visto en su época. Esa alianza con Erro también provocó que el PS, por primera vez desde su fundación, quedara sin representación parlamentaria… aunque asumiera Erro como diputado. Diez años después del experimento de la Unión Popular, ya en un Frente Amplio al que había ingresado no por iniciativa, sino por efecto de las circunstancias, Trías ensayó un acercamiento con el PCU que llevaría al socialismo uruguayo a otra grave crisis.

En términos de aliados, Frugoni ofreció apoyo crítico al batllismo radical de Batlle y Ordóñez y Domingo Arena a principios de siglo, así como haría luego con la agrupación Avanzar, de Julio César Grauert. En cambio, vio en Luis Alberto de Herrera (y en el nacionalismo) al adversario de clase por antonomasia.

La deriva de la identidad socialista

Según Quirici, “el intelectual Vivian Trías [junto con otras figuras] profundizaron el contenido marxista y revolucionario del PS”. Además Trías unió “de manera creativa marxismo y nacionalismo”. En verdad esto no fue así. Trías tomó de la obra del argentino Jorge Abelardo Ramos la “unión de marxismo y nacionalismo”. Y si bien el grueso de sus libros estuvo dirigido a analizar y criticar la naturaleza y la función del imperialismo norteamericano, algunos análisis tuvieron como meta justificar el protagonismo del actor militar, algo sin antecedentes en el corpus marxista. En su artículo “Perú: Fuerzas Armadas y revolución”, Trías afirmó que “la acción revolucionaria en Perú fue cumplida por la Fuerza Armada. Ello no es infrecuente en los países subdesarrollados y dependientes [...] Egipto, Sudán, Libia, Siria, Bolivia, lo demuestran”. Como en condiciones de subdesarrollo es difícil montar un partido de cuadros y masas, entonces Trías radicó su equivalente funcional en los militares:

En ausencia [del partido revolucionario], suele ser la Fuerza Armada la organización de mayor nivel educativo, con mayor disciplina y de mayor efectividad ejecutiva. Cuando se politiza y adquiere consciencia de sus potencialidades liberadoras, no es de extrañar que se convierta en protagonista principal en los comienzos del proceso revolucionario.

La militarización del pensamiento socialista a manos del revisionismo de Trías, si bien paralelo al del PCU, no tiene antecedentes en los clásicos marxistas. Aunque la política es pensada por Lenin a partir de las categorías bélicas, dado que “la política no es más que la preparación para la guerra”, jamás pensó en delegar en una corporación militar la empresa revolucionaria, sino en contar con un cuerpo reducido dotado de organización vertical de profesionales civiles al servicio full time de la acción revolucionaria.

En vez de profundizar el marxismo, la irrupción de una generación liderada por Trías significó una deriva identitaria para el socialismo uruguayo, que en adelante se identificó con cinco fenómenos tan novedosos como perjudiciales para la vida del partido, el país, la izquierda y los logros democráticos. Primero, con el “nacionalismo popular revolucionario”, tomado del revisionismo histórico argentino y de la “izquierda nacional” de Jorge Abelardo Ramos, que jerarquizó lo nacional frente al socialismo y deslizó lo nacional a una “Patria Grande” identificada con Argentina.

Segundo, con la vindicación del caudillismo como condensación del pueblo y expresión de una democracia sustantiva. “Los caudillos expresaban la resistencia de los pueblos hambreados, desposeídos y humillados. Constituyen la primera forma de expresión histórica de nuestras masas populares. El caudillo no recibe su mando y su poder del título hereditario, es ungido por el pueblo. Su ascenso es una elección popular primitiva, informal pero sustancialmente democrática”, escribió Trías en Los caudillos, las clases sociales y el Imperio (publicado de forma póstuma en 1988). Este reemplazo de las clases subalternas por liderazgos mesiánicos implicó la sustitución de todos por uno, el deterioro, si no la anulación, de la perspectiva marxista y el abrazo del populismo, animal político tan ajeno como contrario a la izquierda.

La lectura de Frugoni, en cambio, pone el énfasis en el núcleo del marxismo al decir que este deja atrás la peripecia de los grandes hombres e incorpora a la historia a las grandes mayorías olvidadas. Escribe Frugoni en Ensayos del marxismo, de 1936:

[El marxismo] apea al héroe individual de su pedestal de magnífico forjador supremo y espontáneo de los acontecimientos históricos; pero asimismo eleva a la función de colaborador [...] al modesto, al oscuro, al insignificante ciudadano que gana el pan de cada día con el sudor de su frente como parte integrante de la enorme masa trabajadora y como tal contribuye a poner en movimiento la pesada rueda de la producción, tras de la cual marcha toda la vida de la sociedad. Ese es el hondo sentido democrático de esta teoría.

Tercero, con la vía armada como camino de acceso privilegiado al poder, cristalizada en el papel jugado por el PS en la Organización Latinoamericana de Solidaridad, creada en 1967 en Cuba. Cuarto, con el marxismo-leninismo de la era Brézhnev en la Unión Soviética. Quinto, con la fe política puesta en sujetos políticos estamentarios, que finalmente terminaron con las democracias e instalaron políticas neoliberales: las Fuerzas Armadas. En su idea de que la lucha de clases permeaba todo, incluido el colectivo uniformado, Trías olvidó que los militares constituyen antes que nada un estamento, un grupo de estatus, un círculo cerrado: con sus códigos de verticalidad, sus pactos de lealtad, su secretismo, sus contraseñas, su memoria corporativa, su culto a las armas, su hospital, su cementerio, sus jubilaciones especiales, su “familia militar”. En ese sentido, Trías olvidó por completo quién era quién.

En el sentido político sólo puede llamarse socialista al que desea la organización política de los trabajadores en un partido de clase, cuyo fin sea la conquista del poder para la implantación de un sistema económico basado en la socialización de los medios de producción y de cambio.

Así escribía Frugoni en La Razón, en 1919, bajo el título “Un pido la palabra”.

Por último, Trías formó parte principal de un núcleo que acabó con la acumulación socialista en Uruguay. Ese círculo hizo desaparecer de la línea partidaria la legislación laboral, la política social, las conquistas feministas, la bandera democrática, la lucha de clases y el internacionalismo. En cuanto al tercerismo, es más un activo del socialismo uruguayo y otras fuerzas de izquierda que una obra endosable exclusivamente a Trías. Además, ese círculo tuvo por efecto gatillar la diáspora socialista hacia el Movimiento de Liberación Nacional, el Movimiento Unificado Socialista Proletario y el PCU. Nunca antes el PS había sido usado como puerta de entrada hacia otras organizaciones, algo explicable tanto por condiciones regionales e internacionales como por los vaivenes de un partido sin identidad, sin espejos, que daba vueltas en el aire.

Es cierto: hay que colocar a Trías en los contextos más amplios de la descolonización de África, la Revolución cubana, etcétera. Es la tarea acá emprendida, pero el telón de fondo ambienta y en parte condiciona, establece un balance entre alcances y restricciones: nunca determina. Además, la deriva identitaria comienza antes; 1955 es su punto de arranque.

Desde adentro y desde afuera

Quirici condensa un cierto “sentido común” de izquierda sobre la interna socialista. Tiene la visión de que en el PS (y en la izquierda) hubo y hay una diferencia de grado, de más a la izquierda y más a la derecha, dentro de un arco más o menos progresista. Yo creo, en cambio, que lo que hubo y sigue habiendo en el PS no es una diferencia de grado. La diferencia es de tipo de izquierda y de socialismo. Entre un proyecto, guiado por el materialismo histórico, para el que el socialismo uruguayo era y es democracia a varios niveles en el marco de una solidaridad internacional, con pautas universales de acción y evaluación, y otro socialismo enredado en un revisionismo prestado, que no sabía ni sabe lo que quiere. En algún momento fue nacionalista, luego fue “marxista-fidelista”, más tarde foquista, y finalmente marxista-leninista. Un socialismo camaleónico. Un socialismo sin identidad, desdoblado, dependiente de un afuera. Un socialismo Zelig, con la pulsión de ajustarse al otro. Hoy, en 2020, la historia se repite: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”, escribió Karl Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte (1852). Nuevamente un PS partido a la mitad. Una dirigencia que por mayoría circunstancial prescinde de un socialista histórico. El lugar de la farsa: el sitio de un género teatral que, a diferencia de la comedia, potencia el fondo trágico a pesar de la forma humorística.

Por eso creo que hay dos cuerpos del socialismo: uno cuyos miembros están “dirigidos desde adentro”, capaces de construir enunciados a través de una elaboración colectiva propia, orientados por valores de tipo universal, sin necesidad de obtener del afuera, a cada paso, flujos de simpatía, aprobación u orientación para la acción colectiva, asentados en la convicción de que el socialismo es desmercantilización de los bienes públicos preferentes sumada a más y mejor democracia, no a su sustitución, y otro cuerpo “dirigido desde fuera”, cuyos miembros necesitan testear el clima de opinión nacional, regional o mundial de los círculos donde se mueven para adaptar su pensamiento y basar su acción, pero sin una praxis propia. Se “depende menos de lo que uno es y de lo que uno hace, y más de lo que los demás piensan de uno y de cuán competente es cada individuo para manejar a los otros y dejarse manejar”, dice David Riesman en La muchedumbre solitaria, de 1968.

A la luz del zigzag de los impactos del revisionismo histórico argentino, la Revolución cubana, el “marxismo-fidelismo”, el foquismo y el marxismo-leninismo de cuño posestalinista, el de Trías pertenece a ese socialismo “dirigido desde fuera”. En el fondo, un socialismo débil, sin rumbo, sin eje, sin peso específico, sin personalidad propia, que deja de ser para pasar a ser otros y que por eso deriva en ninguno. Un socialismo entregado a la nada. Un socialismo que deserta de sí. Un socialismo sin sujeto. Un socialismo extranjero para todos, para sí mismo. Un socialismo sin socialismo. Un socialismo hacia ninguna parte.

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