El 28 de agosto se cumplieron 50 años de la muerte de Emilio Frugoni. La inteligencia se puede medir, pero el genio es inasible. Por eso definir a Frugoni es una misión imposible. No sólo porque definir es limitar, sino sobre todo porque, en este caso, sería anular.

Alcanza decir que sin Frugoni no hubiera habido izquierda política en el 900. Ni organización partidaria. Ni marxismo libertario. Ni socialismo democrático. Ni feminismo de clase, aunque no reducido a esta; compartió con Paulina Luisi el protagonismo desde los sectores de izquierda no ácratas ni batllistas. Sin Frugoni tampoco hubiera habido sintonía con la lucha antirracista, concretamente con el Partido Auténtico Negro. Ni tampoco hubiera habido un repertorio más amplio de la generación del 900: en algún sentido, lo “completó”. Tampoco hubiera habido quien rompiera radicalmente con los esquemas capitalistas, que pensara al socialismo marxista de forma autónoma y radical: con horizonte universal y al mismo tiempo coloración nacional. No hubiera habido quien pensara las reformas como una plataforma de lanzamiento y no como una meta.

Y sin él tampoco hubiera habido quien pensara que el marxismo es el cauce y que el socialismo es el río.

Constructor de instituciones

Frugoni fue un creador de instituciones. En 1904 fundó una usina de estudios, de ideas socialistas y de proyectos concretos: el Centro Carlos Marx. Fundó dos veces el Partido Socialista del Uruguay: la primera en 1910 y la segunda, en 1921, tras rechazar las 21 condiciones de la Internacional III que exigía convertir al partido en un satélite subordinado a las directrices de Moscú. Fundó el Movimiento Socialista en 1963, tras renunciar al Partido Socialista por discrepancias ideológicas y electorales. En las elecciones de 1962, en las que el Partido Socialista formó un lema, la Unión Popular, junto con una agrupación blanca de Enrique Erro, Frugoni disparó: “Prefiero votar en blanco antes de votar a un blanco”. Frugoni fundó Justicia y luego El Sol como órganos de prensa partidarios. Frugoni fundó la cátedra de Legislación del Trabajo y Seguridad Social de la Facultad de Derecho, desde donde impulsó una legislación de avanzada.

Fundó también una nueva manera de dictar cátedra, poniendo en contacto a obreros y estudiantes en los sindicatos. Y también fundó una nueva forma de abordar la seguridad social, al proponer terminar con la sumatoria de cajas e instalar una jubilación universal.

Socialismo feminista

Frugoni es único por haber fundado un partido que afirmó al mismo tiempo la centralidad de la clase social y la relevancia del género. Antes de él no lo había hecho ningún otro secretario general de ningún partido de izquierda. Y luego tampoco. No hay otro partido socialista en el mundo que haya sido, desde su fundación, socialista y feminista a la vez. En efecto, Frugoni fundó un partido que no sólo debía combatir las diferencias de clase como consecuencia del capitalismo, sino que además debía combatir las diferencias entre los géneros como efecto de las estructuras patriarcales.

El socialismo de Frugoni impulsó, junto al anarquismo y el batllismo. la primera oleada feminista en Uruguay. En el siglo XX uruguayo hubo dos grandes oleadas feministas: una del 900 y otra en los años 80. La primera, que es la que nos importa aquí, fue parte de la Generación del 900, con Paulina Luisi, María Abella y Virginia Bolten como íconos femeninos reconocibles de tres ideologías: el progresismo batllista, el socialismo y el anarquismo. Gracias a una fertilización cruzada entre varones y mujeres feministas de estas tres orientaciones fue que la situación subordinada de la mujer se convirtió en “cuestión social”, en acción colectiva, en un programa de agenda mediática y en política pública.

José Batlle y Ordóñez convirtió en ley algunas de las reivindicaciones feministas, a pesar de la oposición de gran parte del Partido Colorado y de todo el Partido Nacional. El fundador del Partido Socialista fue más allá al promover activamente el feminismo y el ingreso de militantes feministas. Ellos intercambiaron ideas y potenciaron su entendimiento sobre la situación de la mujer y sobre propuestas de cambio.

Sin embargo, fueron las mujeres anarquistas las primeras en nutrir de reivindicaciones feministas a la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU). Los casos de Bolten y Rouco son emblema. Y los hermanos Eugenia y Carlos Vaz Ferreira levantaron, cada cual a su modo, banderas feministas.

Un Frugoni feminista, también en su ejercicio periodístico, no sólo subvirtió la siempre reaccionaria crónica roja que convertía a la mujer que mataba a un hijo habido fuera del matrimonio en “infanticida” sino que decía cosas como estas en 1909: “No es culpable el amor; la culpa reside en el prejuicio y en la impostura ambientes que han reducido a espinas las rosas rojas [...] Como tampoco son culpables esas desgraciadas que por ocultar su deshonra estrangulan a sus hijos y los arrojan al húmedo vientre viscoso de un caño maestro. Hay una grande y verdadera delincuente en todas estas oscuras y vulgares tragedias de la maternidad vergonzante: la sociedad”. Refiere a esa sociedad capitalista y patriarcal a la que consagró su vida en combatir en contra de la derecha.

En su libro La mujer ante el Derecho, Frugoni deja claro que la lucha por la reivindicación de género debería ser de hombres y de mujeres. Por eso mismo fustiga a los obreros franceses que se presentaron al parlamento para reclamar una ley que prohibiera el trabajo de las mujeres para evitar la competencia a los varones. Y en ese libro escribe varias cosas más en los múltiples artículos de que consiste la obra.

Primero, defiende la sanción parlamentaria del estatuto completo de derechos civiles para la mujer a la par del hombre, frente a la oposición cerrada de blancos y colorados conservadores así como de la iglesia católica.

Segundo, en clave marxista analiza la incorporación de la mujer al mercado de trabajo como una necesidad del capitalismo, no como una iniciativa de la mujer. Entiende, pues, que es una incorporación forzada por la violencia del mercado pero también comprende que “cuanto mayor es la intervención de la mujer en la economía de su pueblo, mejor ha sido su evolución social y más importante su papel en el cuadro de la familia” (de su proyecto en favor de los derechos civiles de la mujer del año 1939).

Tercero, al mismo tiempo entiende que para la mujer no tiene nada de “sano” ni de “venturoso” permanecer dentro del ámbito doméstico porque allí también se ejercen coacciones y violencia que, para peor, resultan invisibles a los ojos de terceros.

Cuarto, entiende que el feminismo es un resultado inevitable y necesario del estado de cosas creado por el fuego cruzado del sistema capitalista y de las estructuras patriarcales, que niegan a la mujer el derecho elemental de administrar su propio peculio en caso de que lo tenga.

Quinto, también desde una lectura marxista, Frugoni refuta a los partidarios de dejar fuera del mercado de empleo a la mujer.

Sexto, destruye la falsa oposición entre dedicación a la maternidad y dedicación a los estudios intelectuales que sustentan parlamentarios como Melián Lafinur.

Séptimo, el de Frugoni es un feminismo que no olvida la clase social. Y en ese sentido se asimila al liderado en la Rusia prerrevolucionaria por Aleksándra Kollontai, quien hace más de 100 años escribió: “¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer”.

Izquierda radical y democrática

Frugoni fue de izquierda radical. El partido que fundó se ubicó desde el principio en el hemisferio izquierdo del socialismo internacional: apoyó la propuesta de no votar los créditos en caso de que la guerra mundial estallara; condenó la traición de la socialdemocracia al impulsar la guerra de obreros contra obreros en 1914; se desafilió de la Internacional II por prestarse a la guerra interimperialista; impugnó el revisionismo de Bernstein por desertar del marxismo; y tras la bancarrota de la internacional de partidos, propició “el acercamiento de todas las fuerzas socialistas verdaderamente revolucionarias, sumándose a las corrientes de unificación en vez de plegarse a los propósitos de divisionismo exclusivista”, según escribió en Justicia el 28 de marzo de 1921.

Tres años antes de su muerte, a los 89 años, Frugoni levantó su voz y aplicó su máquina de escribir para defender a Raúl Sendic, líder del Movimiento de Liberación Nacional. El 9 de junio de 1966, Frugoni, consternado por el efecto político de la lucha de Sendic a favor de los cañeros de Bella Unión, escribió a la Federación de Estudiantes Universitarios de Uruguay una carta abierta: “Ignoro donde se halla a estas horas Raúl Sendic. Sé, eso sí, que allí donde se encuentre está sufriendo las mayores privaciones; que ha debido interrumpir la lucha por los trabajadores en cuya defensa ha ennoblecido su vida; que se ha visto forzado a separarse de su familia (esposa e hijos)”. Y agrega: “Sé, además, que Sendic no es un delincuente sino un luchador social [...] que trata de evitar la acción represiva que en su caso sería tan implacable como tolerante y benigna es con los verdaderos delincuentes sociales, no pocos de los cuales se dan el lujo de erigirse en sus entigrecidos fiscales”. Y remata: “Pienso que no puede estar lejano el día en que un concepto más humano de la justicia y de la sociedad termine por ver los delincuentes allí donde realmente están: entre los que se apoderan del esfuerzo ajeno, entre los que acaparan la tierra, desalojan seres humanos y destruyen familias”.

Frugoni, por otro lado, fue un demócrata en el sentido que democracia es más y mejores derechos, no menos. Concibió la democracia como medio para abrir nuevas agendas de derechos y como fin en sí misma. Y dio a la democracia múltiples valencias: la democracia política, económica, social y cultural.

En su libro Las tres dimensiones de la democracia, en realidad, profundizó sobre todo en las tres primeras. Asimismo, la reivindicación que Frugoni hace de la libertad política no es instrumental sino finalista, y así lo consigna en el libro referido. Pero Frugoni va más allá y afirma que la conquista de las libertades públicas –las llamadas “libertades burguesas”– no fue resultado de la acción de la burguesía sino fundamentalmente de la clase trabajadora: las “libertades burguesas” son libertades proletarias, resultado de su sangre, sudor y lágrimas, escribe.

En la historia, agrego yo, así ocurrió con el derecho de reunión y asociación, que tuvo que enfrentarse en Francia a la prohibición dictada por la ley Le Chapelier en 1791 durante la Revolución Francesa, que prohibía la asociación de los trabajadores. A su vez, las Combination Acts fueron leyes inglesas que prohibieron los sindicatos y también el ejercicio de la huelga por considerarlos ilegales.

Frugoni: un neorrenacentista

Frugoni fue un renacentista: fue hombre de pensamiento, hombre de acción, hombre de arte, hombre de ciencia, hombre dirigente, hombre de la academia y hombre en el buen sentido de hombre, de ser humano.

Como hombre de pensamiento, fue un “intelectual orgánico”, en el sentido en que lo entendía Antonio Gramsci. O sea, no sólo un pensador que elaboró pensamiento de manera autónoma sino además alguien que organizó las fuerzas productivas de su país en un sentido contrahegemónico: organizó sindicatos y dio armas ideológicas a sus miembros. También recibió a cambio enseñanzas que siempre recordó y agradeció.

Y, como poeta, desarrolló una poesía amplia, que abarcó desde las letras intimistas hasta la poesía urbana y la poesía política. Escribió alguna vez Alejandra Pizarnik que “una poesía política es una mala poesía y una mala política”. Y aplica para un vector de poetas pero no para Frugoni, que siempre cuidó de no deslizar el panfleto tras la obra literaria.

Frugoni también fue un antecedente involuntario de la actual “criminología crítica”. Desechó con energía la moralina liberal burguesa y criticó el derecho criminal liberal, que convertía a los desgraciados y parias de la humanidad en victimarios “atroces”. Frugoni, sin saberlo, echó a andar en Uruguay una lógica de razonamiento en materia penal que, hacia fines del siglo XX, tomó la expresión de “criminología crítica”. La criminología crítica, de base marxista, pone el acento en que quienes elaboran la norma penal y las instituciones que imparten justicia están influidos en sus ideas y prácticas por la clase social y son expresión de las relaciones asimétricas entre clases. Por eso es que penalizan el hurto simple de manera superlativa en relación a los delitos de guante blanco. La asunción que “la clase social importa” estuvo presente en Frugoni desde el principio, desde antes de recibirse como abogado.

La forma de razonar de Frugoni es, en este sentido, un antecedente de la criminología crítica. Ya en 1909 Frugoni escribe una nota de opinión titulada “Infanticidas” (1909), dirigida contra la normativa penal, contra las instituciones judiciales, contra la crónica roja, contra la ideología dominante, contra las capas geológicas de prejuicios y contra la forma típica de condena burguesa que convierte a una madre pobre que dio muerte a su hijo recién parido en un monstruo criminal. Dice: “La policía, por su parte, interesada en atribuir trascendencia y bulto a su nueva victoria, facilita oficiosamente informes detallados y no descansa hasta que el retrato de la delincuente, ayer respetada y honesta [...] aparezca con su aureola trágica en las páginas de los grandes semanarios”.

Luego arremete contra el prejuicio de las mujeres burguesas, a las que endosa ser cómplices del infanticidio, a ellas y a la ideología que ellas abrazan: “Y he ahí cómo vosotras, señoras respetables, inflexibles en el rígido concepto de una moral anacrónica, y vosotras, castas vírgenes que signáis con el rasgo morado de vuestras ojeras el blasón de una inútil pureza, no obstante condenar con horror a la infanticida, fuisteis sin saberlo su cómplice”.

Socialismo y batllismo: confluencias y diferencias

Frugoni también se sintió tributario del liberalismo social, progresista y laico de Batlle y Ordóñez por su vocación obrerista, por impulsar un Estado interventor a favor de los más débiles, por separar la iglesia del Estado, por robustecer la democracia, por pacificar la política, por promulgar la ley del divorcio, por su impulso a la educación, por su obra en materia de seguridad social, por levantar un Estado empresario autónomo y regido por criterios técnicos, por su combate contra el latifundio.

Y por otro lado sólo coincidió con el Partido Nacional en el sufragio secreto y la representación proporcional integral, a las que el batllismo finalmente también accedió. Las coincidencias programáticas con el batllismo fueron importantes: “77% de las propuestas del socialismo estaban contenidas en el programa batllista”, afirma Fernando López D’Alesandro.

La posición del socialismo de Frugoni se debate en tres frentes distintos respecto del batllismo. Por un lado, es un aliado firme en todas las reformas sociales y económicas. Por otro lado, es un crítico frontal del batllismo en el clientelismo, la dilapidación del gasto público, las reticencias que el batllismo manifestó respecto del voto secreto, la represión de ciertas huelgas obreras y la partidización y fortalecimiento del colectivo armado, entre otras. Por último, es una “picana” a las reformas más radicales del batllismo. El “partido-picana” implicó precisamente eso: hostigar a los sectores extremos del batllismo para empujar al país por la vía de la “evolución revolucionaria”, como la llamaba.

Sin embargo, lo separaron de Batlle –como lo ha planteado Carlos Real de Azúa– su adhesión al bando tradicional, ciertos rasgos caudillescos y la práctica de lo que Frugoni denominaba la “política criolla”. Frugoni, en tanto socialista, se diferenciaba de Batlle también en función de otros rasgos constitutivos de la identidad socialista que no recogió Real de Azúa y que aquí se esbozan.

Frugoni sostuvo la centralidad de la lucha de clases en la historia de la humanidad que Batlle negó, sustentó sujetos emancipatorios que en el batllismo no estaban siquiera enunciados, elaboró una política de alianzas prioritaria con las clases trabajadoras a la que Batlle era ajeno, afirmó la determinación en última instancia de las bases económicas en la vida de la humanidad, que el espiritualismo de Batlle desdeñaba, expresó su repudio al capitalismo, al cual consideraba un sistema inmoral –al igual que lo hiciera a su turno Rosa de Luxemburgo–, acompañó las reformas como forma de superar el capitalismo, y abogó por una sociedad finalista sin explotadores ni explotados, también extraña al horizonte batllista.

Por otro lado, Frugoni fue librecambista, no partidario del proteccionismo, como lo fue Batlle. Y Frugoni defendió el sufragio secreto, en lo que coincidió puntualmente con el Partido Nacional (destacando en la Asamblea Constituyente la intervención de Washington Beltrán) y difirió de las ambigüedades que en la materia mostrara la mayoría colorada en la Convención Nacional Constituyente de 1916 y 1917.

Finalmente, Batlle y Ordóñez fue un tribuno de la plebe, el más republicano, democrático y liberal que tuvo la región latinoamericana y acaso el único en su género. Un tribuno de la plebe que se adelantó en más de un sentido a las demandas de los débiles pero que no los incorporó a la pelea histórica por una sociedad sin clases. Frugoni fue, en cambio, un socialista, que buscó desde el partido la alianza con los desamparados para iluminarse mutuamente en la larga tarea de hacer una sociedad que sustituyera la necesidad por la libertad.

El socialismo de Frugoni

Frugoni impulsó el socialismo en el país: fue durante 50 años primera figura del socialismo uruguayo, desde 1910 a 1960.

El de Frugoni es un socialismo de la modernidad, como el de Marx; no del atraso, como el de Pierre-Joseph Proudhon. Es un socialismo internacionalista, no un “socialismo nacional”. Es un socialismo centrado en los sujetos históricos, bajo el entendido de que el socialismo sin sujetos es un envase vacío; y que esos sujetos sin el socialismo son ciegos, inconducentes. Es un socialismo sensible con los más débiles entre los débiles: por eso reparó tempranamente en el trabajo nocturno en las panaderías, en las mujeres en general y en las más desprotegidas en particular: en los casilleros vacíos del capitalismo. Un socialismo preocupado al mismo tiempo por cuestiones éticas: su sentido de justicia y humanismo lo colocaron por encima de las cuestiones inmediatamente “clasistas”. Un socialismo en el que las reformas no son un punto de llegada sino un punto de partida. Un socialismo centrado en iniciativas de vanguardia y sin proclamas de iluminatis. Un socialismo con el pueblo, no para el pueblo. Un socialismo que transita por la vía pacífica aunque no renuncia a otras vías si la democracia es aplazada. Un socialismo despegado de su época: 100 años adelante. Un socialismo que contó entre uno de sus principales activos el encanto de lo público: no hay misterios, no hay dobles discursos ni cuerpos ocultos en el socialismo de Frugoni. Es un socialismo “vertical”: “Si te horizontalizas habrás muerto de veras”, dice en uno de sus poemas políticos.

Es también un socialismo de la verdad, a pesar de sus costos. A propósito, Frugoni dijo: “Suele no convencerse a nadie cuando se dice estrictamente la verdad. A menudo decirla es la mejor forma de quedarse solo”. Es un socialismo humilde con los resultados, exigente con los principios, implacable con el proceder. Un socialismo que niega la “violencia”, el “despojo” y el “reparto”, y se decanta por la “justicia en libertad” porque así, de esa manera simple y honda, define al socialismo.

Es de Frugoni el socialismo de un hombre con principios, conducta y humor.

Fernando Errandonea es sociólogo por la Universidad de la República y profesor de Historia en el Instituto de Profesores Artigas.