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Domingo 3 de mayo.

Foto: Mariana Greif

Territorio común

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Muchas de las 500 familias que habitan Nuevo Comienzo, en el barrio Santa Catalina de Montevideo, están decididas a convertir el lugar en una comunidad organizada. Todo depende de un proceso judicial que está en marcha. Mariana Greif, Ernesto Ryan y Alessandro Maradei visitaron el lugar y cuentan la historia de quienes lo pueblan.

Tania y su hijo Bautista en la primera manifestación de los vecinos en la plaza Independencia para pedir que paren los procesamientos y las amenazas de desalojo, el 20 de abril.

Foto: Mariana Greif

Sus habitantes dicen que es “un barrio en formación”. Nuevo Comienzo es una de las ocupaciones de predios más grandes y organizadas de los últimos años, donde no sólo existe el ánimo de tener un pedazo de tierra, sino que también hay interés en construir una comunidad.

En enero de 2020 llegaron los primeros pobladores a la intersección de las calles Camino San Fuentes y Camino Dellazoppa, en la zona de Santa Catalina, al oeste de Montevideo. Aunque son varias las versiones sobre cómo se ocupó y se accedió a la tierra, lo que sí se sabe es que se fue poblando por el boca a boca. Se estima que habitan allí unas 500 familias. “El 18 de enero llegué con una silla y una sombrilla, y después de carpir el terreno pasé allí la primera noche”, cuenta Néstor.

Frente a la sede de la Fiscalía, Alejandra y otros vecinos de Nuevo Comienzo esperan a Adrián, detenido y acusado de usurpación y asociación para delinquir, el 16 de julio.

Foto: Mariana Greif

Desde el comienzo, la ocupación fue sistematizada y organizada. A quien llegaba al terreno con la intención de asentarse se le exigía que cumpliera con las normas establecidas por los primeros pobladores: cada familia ocupa un territorio de 25 metros cuadrados y ella misma debe delimitarlo. Se buscaba así una distribución equitativa de la tierra y que la cantidad de predios por núcleo familiar se limitara a uno.

Una vez que se parceló el terreno, los vecinos de las diferentes zonas se unieron e hicieron algunas calles. La primera fue llamada 18 de Enero, por la fecha en que llegaron las primeras familias. Luego consiguieron otros avances de infraestructura y organización: se crearon merenderos, ollas populares y comisiones, en las que comenzaron a delinear los pasos a seguir en la ocupación de la tierra.

Romina y su hija en una olla popular con miembros de diferentes sindicatos, el 1º de mayo.

Foto: Mariana Greif

Así, lograron cierta notoriedad frente a quienes pasaban por allí y también ante las autoridades. De ese modo consiguieron acceso —aunque parcial— a agua potable, y también despertaron el interés de quienes son titulares de los terrenos.

En enero se efectúo la primera denuncia por parte de Dervalix Sociedad Anónima, una empresa de gestión logística portuaria que es la supuesta dueña de los terrenos. En la formalización de la denuncia, en abril, los denunciantes son los accionistas de esa empresa.

Asamblea de vecinos, el 26 de abril.

Foto: Alessandro Maradei

A mediados de abril se dispusieron los primeros procesamientos de algunos de los ocupantes. Tres de ellos fueron formalizados por un delito de “asociación para delinquir en concurrencia, fuera de la reiteración, con un delito continuado de usurpación”, dijo el fiscal Diego Pérez. Hubo diferentes operativos policiales, más de diez procesados, y ninguno de los vecinos sabe cómo va a seguir el proceso judicial.

Desde que comenzaron los procesamientos, los vecinos se organizaron y se empezaron a manifestar. En medio de la pandemia, el 20 de abril, protestaron por primera vez en la plaza Independencia. Dos días después lo volvieron a hacer, y desde entonces se han movilizado reiteradas veces para pedir que se detengan los procesamientos y las amenazas de desocupación. “Estamos aquí nuevamente para hacernos sentir, para que el pueblo escuche que no estamos pidiendo nada más que un pedazo de tierra para nuestro futuro”: así empezaba su proclama.

Eduardo durante una asamblea de vecinos de Nuevo Comienzo, el 3 de mayo.

Foto: Alessandro Maradei

El 15 de julio el fiscal solicitó la detención de Adrián Alaniz, uno de los líderes de Nuevo Comienzo. Después de dos días detenido, Adrián fue procesado por asociación para delinquir y ocupación. Se dispuso que cumpliera seis meses de prisión domiciliaria y una orden que le prohíbe acercarse al predio de Nuevo Comienzo.

Algunas familias se han ido o se reubicaron en el terreno, tras las sistemáticas presiones que han tenido por parte de las autoridades y los propietarios de la tierra. Un grupo de vecinos está en proceso de crear, con la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM), la Cooperativa de Vivienda Nuevo Comienzo, como alternativa al posible desalojo, y está dispuesto a irse a otro predio mientras se construye su casa. El miedo, el frío y la incertidumbre se hacen sentir cada vez más. A pesar de ello, muchas familias siguen luchando para permanecer en los terrenos de Nuevo Comienzo, y buscan un futuro mejor con el mismo espíritu que cuando llegaron.

Eduardo ayuda en la construcción de una vivienda de vecinas.

Foto: Alessandro Maradei

Irma y Eduardo

Irma Adano, de 81 años, y Eduardo Sosa, de 73, llevan 51 años de casados y están jubilados. Irma nació en San Jacinto, Canelones, y Eduardo es de Vergara, Treinta y Tres. Ella trabajó como cocinera para distintas familias y él, que se crio en el campo, fue alambrador, domador y chacrero.

Irma y Eduardo en su vivienda, sobre la calle Burdeos.

Foto: Alessandro Maradei

Irma y Eduardo estuvieron entre las primeras personas en ocupar el predio sobre la calle Burdeos, donde de a poco van construyendo una casa para su hijo, para que se independice. Ellos viven a media cuadra, del lado de Santa Catalina, y fueron fundadores del barrio. Llegaron cerca de 1980, y en 1985 se terminaron de mudar a la zona, cuando todo era campo. Les llevó unos 19 años terminar su hogar, a base de mucho sacrificio. Entre risas, Eduardo cuenta: “Teníamos en esos tiempos una pobreza que ni los piojos se nos juntaban”. En esa época el único ómnibus que llegaba era el 186, dos veces por día. “Trabajamos mucho por la zona con los vecinos, y nos movimos para crear la escuela y lograr un montón de cosas más, como la llegada del 124 con destino a Santa Catalina con una frecuencia normal”, recuerda.

“Acá en Nuevo Comienzo los vecinos nos ayudamos entre todos”, dice Eduardo. “Espero que se regularice, tenemos mucha fe en este gobierno. Esto es para nuestro hijo, es el mejor regalo que le podemos hacer”.

Vivienda en construcción en la entrada de Camino San Fuentes.

Foto: Alessandro Maradei

Chucky

Luis Fernando, el Chucky, de 23 años, llegó a fines de enero con una mochila al hombro. Antes estaba en situación de calle, y en Nuevo Comienzo encontró una esperanza. Desde el principio fue uno de los miembros más activos de la comunidad y participó en el merendero y la huerta.

Foto: Alessandro Maradei

Los primeros días de junio tuvo un conflicto con personas ajenas a la comunidad, y unos días después le incendiaron su casa. Actualmente no vive en Nuevo Comienzo y ninguno de sus vecinos sabe cuál es su paradero.

Foto: Mariana Greif

Parcelas sobre la zona de la calle Burdeos.

Foto: Mariana Greif

Tania

Tania y sus hijos luego de una asamblea con todos los vecinos, el 3 de mayo.

Foto: Mariana Greif

Tania Coppola, de 24 años, es madre soltera de dos hijos: Pía tiene cinco años y Bautista, diez meses. Llegaron a Nuevo Comienzo en febrero. Antes Tania vivía en lo de sus padres, en Pajas Blancas, con sus hijos y sus cuatro hermanos. Pero sus padres le dijeron que se tenía que independizar. Fue entonces cuando escuchó acerca de Nuevo Comienzo. Al igual que varios de sus vecinos, ella integra la cooperativa de vivienda que están formando con FUCVAM y espera poder tener un hogar en el que crezcan sus hijos y que le permita ser independiente.

Pía con su gato.

Foto: Mariana Greif

Desde que llegó a Nuevo Comienzo Tania ha tenido varios empleos. Trabajó en una fábrica de empaque, pero le pagaban por producto y uno de los jornales que recibió fue de 250 pesos, menos que la suma de lo que gastaba en transporte y lo que le pagaba a una vecina para que cuidara a sus hijos.

Foto: Mariana Greif

Para poder festejar el cumpleaños de cinco de Pía hizo donas junto con su novio, Juan Carlos, a quien conoció en la ocupación, y las vendieron por el vecindario y los alrededores. Juan Carlos hace changas en lo que surja y últimamente le han salido trabajos en una leñería, lo que les permite tener algún ingreso.

Foto: Alessandro Maradei

Foto: Mariana Greif

Richard y Luis

Richard Mar tiene 26 años y vive con Ana Peloche, de 38, a quien conoció hace ocho años trabajando en un proyecto del Ministerio de Desarrollo Social. Juntos tuvieron a Thian, de dos años, y Britany, de tres. Llegaron a Nuevo Comienzo al inicio de la ocupación porque eran vecinos del barrio. “Yo me crie acá, a dos cuadras. De chiquito venía a cazar acá”, cuenta Richard.

Él trabaja con su amigo Luis: talan eucaliptos y venden la leña en los comercios de la zona. Desde hace 15 años comparten amistad, trabajo, y ahora el sueño de la vivienda propia.

Ana y Richard no tienen presente la incertidumbre acerca del futuro de esos terrenos. Conocen el lugar y sus posibilidades y ya se sienten dueños de su tierra; consideran que a otros puede resultarles ajena, pero a ellos les es propia.

Algunos miembros de Nuevo Comienzo escriben las normas de convivencia del barrio, en el merendero.

Jorge, apodado Hijito, con su perra, en su casa.

Foto: Mariana Greif

Néstor hace tortas fritas acompañado de su hijo Cristian.

Leticia

Foto: Mariana Greif

Leticia Arana, de 34 años, vive en Nuevo Comienzo con sus tres hijos, Michele, Emily y Karim, y su compañero, Fredy. Vivían todos en la casa de su madre, con quien no tiene muy buena relación, cuando se enteraron de la ocupación en Nuevo Comienzo. En febrero, cuando Karim tenía apenas seis meses, se mudaron para allí, y durante el primer mes vivieron en una carpa.

Foto: Mariana Greif

Fredy es herrero y hace changas, pero debido a la pandemia le cuesta conseguirlas. En abril no tuvo ninguna. Leticia es costurera y se dedicaba a hacer ropa para religiosos umbandistas; sin embargo, en un momento en que necesitaban dinero vendió su máquina de coser y a partir de entonces se dedica a cuidar a sus hijos.

Leticia, Fredy, Karim y Michele afuera de su casa.

Foto: Mariana Greif

Leticia ha participado desde el comienzo en las reuniones y las manifestaciones. Ella, Fredy y Michele suelen ayudar a los demás a cocinar, armar el fuego o construir, y el lugar favorito de Emily es el merendero, donde ayuda a pelar verduras y juega con los vecinos.

Romina preparando el desayuno en el merendero.

Foto: Mariana Greif

Leticia y Fredy se sumaron a la cooperativa de FUCVAM, pero luego decidieron abrirse por las pocas certezas y los tiempos largos. Debido al miedo al desalojo y los procesamientos, están considerando volver a la casa de su madre para luego buscar otro lugar adonde ir.

Michele junto al fuego que prendieron para secar su casa tras la inundación.

Foto: Mariana Greif

Con los primeros temporales de junio su casa se les inundó y estuvieron durmiendo en el merendero por algunas noches, hasta que pudieron reforzar su hogar contra el agua y el viento, y empezar a construir otro rancho en una zona más alta. Ese rancho sigue en construcción, pero de a poco y sin seguridad de que efectivamente lleguen a habitarlo. La frustración por el procesamiento de Adrián, que, además de uno de los líderes del barrio, es su amigo, les genera dudas sobre quedarse allí.

La familia Martínez celebra con un asado el Día del Padre.

Foto: Mariana Greif

“Cuando llegamos acá pensamos que este territorio se iba a ganar, porque somos familias, porque acá no había nada antes y porque había unión entre nosotros, éramos muchos. Pero ahora no sé, no parece que se pueda, y con los procesamientos da miedo quedar con antecedentes”, dice Leticia.

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