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Ilustración: Fernanda Piñeirúa

Cuando se enamoran tres en un pueblo de seis

9 minutos de lectura
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Hace meses que no trabajo. Ya no se permite ningún tipo de rodaje en todo el país por el nuevo protocolo, así que me mudo para poder empezar de cero en una productora que se encarga de todas las producciones latinoamericanas, en el único oasis que parece haber resistido esta pandemia, quizás porque son muy pocos los que viven ahí.

Conozco a T porque será mi nuevo compañero de trabajo. Me dicen su nombre. Lo busco en internet. Hace dibujos en redes, no muestra su cara. Por eso, intuyo que debe ser feo. Nos reunimos por primera vez por videollamada, ya que acabo de llegar al país y estoy en cuarentena hasta el próximo lunes. En el segundo en el que prende la cámara, debo apagar la mía para decir en voz alta en una habitación de hotel vacía: la recalcada concha de mi madre. Golpeo la mesa y la vuelvo a prender. Tiene la cara y los ojos más hermosos que haya visto nunca. Creo que me enamoré. Parece una exageración pero no lo es. Lo confirmo cuando lo conozco en persona. Lo confirmo todos los días. Cada vez que voy a la oficina. Pegamos pierna con pierna cuando viajamos en el colectivo de vuelta. Me dice que tiene una novia con la que se ve una vez a la semana porque vive no sé dónde, lejos, en la playa. No parece importarle mucho, por lo que creo que ella no le gusta tanto. Igual, como soy una idiota, le digo riéndome que a mí también me gustaría tener un novio al que sólo vea una vez por semana. Lo que es completamente falso.

Pasa algo increíble. Pensando en actrices nacionales para una película mexicana, mencionan al pasar a B. B es su exnovia, una actriz de teatro conocida acá. Corro en internet hasta encontrarla. Nada tiene sentido. No parece una actriz en absoluto. Tiene un aro demasiado dorado y demasiado grueso en el septum. Es desprolija, siempre está despeinada. Tiene un costado que habrá estado rapado en algún momento, pero ahora está como césped crecido y parece que tuviera dos cortes de pelo a la vez. Además está mal teñida de un cobrizo berreta y se le ven las canas. Pero es cool, cosa que yo ni fui ni voy a ser nunca. Ni en mi mayor esfuerzo ni en mi mejor mentira. Soy tan estúpida que pienso que, por haberse enamorado de B, T nunca va a enamorarse de mí. No paro de comentarles esto a mis amigas, hartas del tema y de que no me anime a avanzar con T.

B queda elegida en la primera audición. Va a actuar en la película donde sólo queda un papel por elegir. Es un papel de mierda pero sé que voy a quedar si me presento. Y lo hago. Sin entender si quiero actuar o quiero conocerla. Me eligen.

Tenemos la prueba de vestuario juntas. Cuando la veo, enloquezco. Es cuadrada, blanca y alta, como una figura renacentista. Tiene los ojos idénticos a los de T y los dientes brillantes. Su pelo está todo revuelto y la tintura de henna desapareció y tiene un pelirrojo mezclado con canas que genera un efecto envidiable. Me quedo un rato mirándola, ensimismada, repasando cada detalle de su cuerpo pálido y suave, de su belleza sin fisuras. Lleva una camperita liviana de terciopelo lila que no va con su estilo pero igual le queda brutal. Agarro un pedazo de la manga y la acaricio entre las yemas de mis dedos y le digo: qué linda. Nos hacemos amigas al instante. Un flechazo. Todo fluye rápido. Demasiado rápido. Mucho antes que con T. Me mira de cerca y a los ojos. Me pide mi teléfono y me cuenta, casi lamentándolo, que tiene una novia. Pegamos pierna con pierna cuando volvemos juntas en colectivo. No entiendo si me tira onda o no y creo que me gusta que me tire onda. No puedo creerlo. Estoy enamorada de B. No paro de comentárselo a mis amigas. Me dicen que me deje de joder. Les digo que es mi primera amiga y, muy probablemente, la única, porque no sé cómo hacer amigos en este país.

Sigo conociendo a T y a B. La conexión es de no creer con ambos. B parece una más de mis amigas de toda la vida. Hablo con ella de todo, tenemos los mismos gustos. T nunca falla. Lo observo minuciosamente y siempre supera mis expectativas. Desde cómo lava su tupper con cubiertos en la oficina después de comer hasta cuando habla de los refugiados en Argelia con quienes estuvo el verano pasado grabando un documental.

B, en cambio, es escurridiza. Habla todo el tiempo y solamente de ella. El resto, nada. No tiene en absoluto resuelto su asunto con T. De hecho, dice que se imagina teniendo hijos con él y se le notan las ganas. Pero cuando se lo digo yo, lo niega y se le nota la mentira. Dice que quiere verme pero nunca tiene tiempo. No me cierra, ya que no hace nada. Es una actriz de las que no trabajan de otra cosa, de las que yo me pregunto de qué viven y cómo podría yo convertirme en una de ellas. Cuando la veo, me cuenta los cientos de encuentros que tuvo en esas semanas en que no nos vimos. Dentro de estos, me habla de un nuevo encuentro con T. Me dice que va a separarse y yo temo lo peor.

Un domingo, vamos a tomar unas cervezas a una pizzería, pero está por cerrar y entonces vamos a otra, que queda en la puerta de su casa. Le digo que mejor me voy, que estoy muerta de frío. Me dice que me baja un abrigo y me baja la campera de terciopelo lila, que es tan abrigada como un colador. Los únicos temas que tocamos en toda la noche fueron su casi exnovia y T. Como en un cuadro comparativo, siendo T el único ganador de la noche.

A los días se separa, tiene un supuesto ataque de pánico y busca consuelo en la única persona que tenemos en común, un pibe con el que salgo al que, casualmente, ella conoce, y desde que nos vemos los tres son amigos también. Pero ellos se gustan, es obvio. Y a mí él me da igual. Es sólo que no tengo más amigos. Semanas después, me dice que ella en ese momento se sintió confundida y que capaz que él le gusta. El pibe deja de escribirme y yo tampoco lo hago, así que no vuelvo a saber de él. Sin embargo, el desconcierto persiste.

T se acerca de a poco. Respetuoso y sigiloso. Viene a conocer mi casa nueva y me presta una frazada porque empieza el invierno. Es una barranca abajo en una patineta que no tengo idea de cómo usar ni cómo frenar.

En mi nueva casa vivo con C, al fin un amigo. Presento a C y B. Cuando hay personas nuevas involucradas, a B le gusta aparecer. Sobre todo si piensa que pueden llegar a gustarle, y ella tiene la impresión de que C puede gustarle. Pero al final no le gusta. Y se le nota.

Saliendo de unos vinos posoficina, T me acompaña a mi casa. Me pide para subir porque “necesita” pasar al baño. Terminamos besándonos y le digo que mejor no volvamos a vernos mientras siga con su novia. Y que no es fácil para mí la situación con B.

Cuando le cuento a C me dice: la pregunta es fácil: si tenés que elegir entre B y T, ¿a quién elegís? No lo dudo, le digo T al instante. No lo dudo, pero a los dos nos parece rarísima mi seguridad.

La semana siguiente, T viene a buscarme y no puedo evitar besarlo otra vez y le insisto con el mismo pedido. Pero me contesta que se separó.

T sigue escalando posiciones y al final sí era cierto que estaba enamorada de él. Pero tengo mucho miedo. Lo pienso bien. Pienso en qué es lo mejor. Cuál sería la mejor manera de actuar. Cómo no hacer sentir mal a B. Si bien ellos terminaron hace cinco años y los dos acaban de salir de una última relación de otros tres, pienso que tengo que hablar con ella antes de seguir. Si voy a asumir el riesgo, asumirlo bien, como se debe. Hablar con ella ya. Así esto con T se termine mañana. Creo que va a entenderme y a valorar mi sinceridad, que esto no debería afectar nuestra (cada vez más) sincera amistad. Ella predica la sororidad, la amistad, el amor libre, la verdad ante todo... va a entender, sí.

Cuando se lo digo me pide que no le diga más nada, que no quiere saber del tema. Y deja de hablarme. Se le llenan los ojos de odio y no me vuelve a mirar. Estamos sentadas en su sillón, se recuesta y me tira sus piernas encima de las mías. Yo no puedo creer lo que está haciendo. Entonces me voy. Después le escribo y deja de responderme. Me anula.

A los pocos días, empieza a salir con C. Están todo el día juntos sin mí. Cuando saben que estoy por llegar, salen de la casa dejando sus huellas. Intento ser justa e imparcial mientras le cuento a T lo que pasa y él se anima tímidamente a decirme que, luego de que ella fuera muy insistente, se vieron dos veces en este último tiempo en el que nosotros salimos, que conversaron y se pusieron al día. T me explica que él ya no volvería a estar con ella, que fueron suficientes idas y vueltas, que ella tiende a llevarlo todo al conflicto. No desconfío ni me da inseguridad. T logra eso.

Meses más tarde, cuatro para ser exacta, recibo un mensaje de voz de B, borracha, a las tres de la madrugada, que se equivocó conmigo, que no sabe qué le pasó, que estaba mal por su separación y quiere recuperar mi amistad y que “aguante el amor en todas sus formas”. Me dice que por favor vaya a verla al teatro y tomemos algo después para hablar mejor y que quiere que hagamos algo juntas, como una película o un podcast.

Voy a ver su obra. Es la mejor obra de teatro que vi en mi vida. Alucinante. La espero para ir a tomar algo, tarda cuarenta y cinco minutos en salir. Me lleva a una pizzería que cierra en una hora con todos los del elenco. Nos quedamos sólo esos minutos. Ella se sube a la moto de un compañero. Yo me quedo tomando una lata de cerveza sola en la calle.

Esa misma noche, me pide perdón por mensaje de texto y me pregunta si sigo teniendo esa campera. Le digo que sí, que claro. Y me cuenta que esa campera la usaba mucho durante su noviazgo con T. Me dice de vernos pronto, que tenemos que hablar y empezar proyectos juntas. Y después me escribe: usala, ganémosle al guionista.

Me escribe cada dos o tres semanas, fijo. Aprovecha y me cuenta de todos sus éxitos como actriz y me dice que nos juntemos para que le devuelva la campera. Yo siempre le digo que sí y no le cuento nada de mí. Porque sé que me llama para saber de T y para no verme nunca. Pero por algún motivo, insisto en conservar la tensión, la dejo intrigada, no le doy nada de lo que sé que quiere.

Para ese entonces, yo ya vivo con T. Pasó más de un año desde que filmamos esa película con B. Anoche bajamos aquella frazada para taparnos porque vuelve el frío, y nos reímos de las excusas que la gente usa para mantenerse cerca.

Hay una charla de Lucrecia Martel en el único auditorio que hay en el centro de la ciudad. Vamos con T y otros amigos y ahí nos encontramos de casualidad con B. Nos esquiva hasta que T va a saludarla. Es muy cariñosa con él, lo aprieta fuerte en un abrazo sentido, lo mira a los ojos y le sonríe con sus ojos inmaculados y sus dientes de porcelana fina. Cuando me acerco, apenas me pone la cara y hace como si no estuviera. Espera que me vaya (porque no me queda otra) y se despide de T con otro abrazo ridículo. T me pregunta si me sentí incómoda y le digo que no.

B me sigue escribiendo. Por celular o por Instagram. Cada dos o tres semanas, fijo. Yo ahora le contesto que no necesitamos excusa, que encantada tomaría una cerveza con ella, pero que si le urge la campera se la mando en un taxi. Entonces me pone corazones de colores y termina la conversación.

Va a filmar una película con T en las próximas semanas y me parece peligroso. Me da pavor. Pero quiero enfrentarlo. Confío en T. Para nada confío en B. Estoy esperando que le agarre algún ataque de pánico en set o algo así.

Como la estupidez no es algo de lo que una pueda deshacerse fácilmente, no tengo mejor idea que probar una aplicación que me permite ver quiénes me borraron de Instagram. Y me encuentro con B como única en la lista. Me pasa algo que no entiendo bien qué es. Me dan ganas de mandarle un taxi con la campera a su casa. Sin decirle nada. Que le toque el timbre y le diga que tiene algo para ella y que entonces ella baje y esté la campera esperándola.

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