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Fernando Butazzoni. Foto: pablo vignali

Llega la novela de Butazzoni sobre Dan Mitrione

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A lo largo de su vida, Fernando Butazzoni ha desafiado al poder y sus roedores insaciables, asumiendo arriesgadas aventuras cotidianas: en 1971 se sumó al MLN-T, al año siguiente se exilió en Chile, y al poco tiempo se instaló en Cuba. En 1978 decidió combatir en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, pero en medio del ataque contra la dictadura de Somoza recibió el premio más codiciado de la época ―el Casa de las Américas― por su primer libro de cuentos, Los días de nuestra sangre. Desde entonces lleva publicada casi una veintena de obras que han sido premiadas y traducidas a una decena de idiomas, a la vez que ha impulsado comités o proyectos junto con escritores como Mempo Giardinelli y Juan Gelman.

Ahora, Butazzoni ha vuelto a ser noticia: el lunes llegará a las librerías Una historia americana (Penguin Random House), en el que explora el secuestro y asesinato de Dan Mitrione, el agente de la CIA que el MLN capturó en 1970. Según nos adelanta, hace mucho tiempo que estaba interesado en escribir sobre este suceso clave en la historia tupamara, y la primera apuesta había llegado con La vida y los papeles (2016), su libro de crónicas ficcionadas en el que indagó en “el tema Mitrione”, sobre todo a partir de la abundante información que había obtenido. Desde esta investigación inicial descubrió que, salvo en El caso Mitrione, de Clara Aldrighi, en general lo que se había narrado sobre el tema eran “historietas”. Incluso Estado de sitio (Costa-Gavras, 1972) “es un verso de principio a fin, porque si bien cuenta la historia del secuestro, se remite al relato tupamaro, que finalmente adaptó a sus necesidades narrativas”. En la misma línea, cree que el libro El color que el infierno me escondiera, que Carlos Martínez Moreno publicó en México en 1981, “incluyó algunas cuestiones que sabía, pero aquellas que no, las vistió con mucha literatura”.

“Cuando descubrí que muy poca gente sabía lo que había sucedido con un tema tan importante, esto se convirtió en el disparador inicial que finalmente me llevó a hablar con la mayoría de los que podían decir algo: algunos de los que lo secuestraron, otros que lo vigilaron durante su cautiverio, los que lo mataron, y otros integrantes del ámbito diplomático y político”, explica Butazzoni.

El autor de Los días de nuestra sangre admite que en los últimos tiempos su escritura ha apostado por la crónica y por variantes del reportaje, “más que por la novela pura y dura”. Por eso aclara que lo central fue “contar una historia de la manera más exacta y entretenida posible”. “Tengo la tesis de que hasta un acto notarial implica ficción. Y todo el mundo selecciona: hay grandes libros de testimonios, por ejemplo, que son pura recopilación de grabaciones, como La noche de Tlatelolco”, dice en referencia a la obra que publicó en 1971 Elena Poniatowska.

“Partiendo de esta base, creo que siempre está en juego la realidad de lo que sucedió y la verdad de eso que sucedió. Y si bien no son contrapuestas, creo que la verdad penetra la realidad y la ilumina. Entonces, mi intención fue contar una historia real, con esa verdad como eje, mediante accesos que pueden ser subjetivos, pero que uno puntualiza para evitar trampas: en muchos casos tiene que ver con los sentimientos de cada protagonista, o cada uno de los actores de la historia”, dice.

Así, el autor define a Una historia americana como una novela y como un gran reportaje que indaga los diez días que transcurrieron entre el secuestro y el asesinato de Mitrione. “Y los protagonistas son los protagonistas de esta historia: Mitrione, Jorge Pacheco Areco, el embajador de Estados Unidos, los agentes de la CIA que vinieron a Uruguay para intentar arreglar el estofado y etcétera. Además de incluir muchos pequeños datos que, al final, cuando se reúnen no resultan tan pequeños”.

Tramos | En ese contexto fue que pasó lo que pasó, y que acabaría por unir a los personajes en aquella encrucijada. El escandaloso asesinato de un presunto agente de la CIA fue el único punto de contacto entre esos dos hombres tan distantes, uno que decía llamarse Julius Browner y se encontraba estacionado en África, y otro que usaba como nombre de guerra Juan y vivía en Montevideo. [...] Eran dos hombres de identidad dudosa, cada uno carcomido por su propio delirio y perseguido por un espectro que ni siquiera se atrevió a imaginar: el del otro.

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