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Barrio en los oídos

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Reseña de “Montevideo sonoro”, de Daniel Machín y Gabriel Bentancor.

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Un ícono de un parlante en la intersección de Durazno y Convención nos lleva a una ventanita con la información básica de la canción homónima de Jaime Roos y, claro está, al enlace a Youtube para poder escucharla. Seguimos por Durazno y nos topamos con “Mañanas”, de Diego Rebella, que dice “un camión que frena / y va chillando como un cerdo en celo, / la feria se despierta / y Durazno ya es zona de guerra”. Bajamos hasta Isla de Flores y el parlantecito nos manda al tango del mismo nombre, de Arturo Senez y Román Machado, cantado por Carlos Gardel: “Isla de Flores, tan angostita, / mi callecita, costa del mar, / en tus casuchas nacieron todos / los más coperos del arrabal”. Este viaje entre canciones y calles se puede vivir por medio de la web www.montevideosonoro.uy, un proyecto interactivo de georreferenciación que surgió en 2014 (disparado por “Siestas de Mar de Fondo”, de Eduardo Mateo), de “puesta en valor y divulgación del patrimonio musical de la ciudad”, según sus creadores, Daniel Machín (1980, licenciado en Comunicación) y Gabriel Bentancor (1985, licenciado en Diseño Gráfico).

Si bien la página web tiene la ventaja de los chiches multimedia y de actualizarse permanentemente gracias al aporte de los usuarios, la idea de armar un mapa sonoro de Montevideo era lo suficientemente buena como para parir un libro. Así fue que en 2017 ambos creadores del proyecto publicaron Montevideo sonoro (la vuelta a la ciudad en 300 canciones), de la mano de Ediciones B. El resultado es un libro muy completo, que no puede faltar en la biblioteca del montevideano melómano, para conocer canciones a través de los barrios y viceversa.

Montevideo sonoro tiene un perfecto balance entre información pura y dura sobre los barrios, calles o lugares y testimonios de los músicos –varios recabados por los autores, y otros tomados de diversas fuentes– sobre la creación de las canciones y el motivo de las referencias, acompañado con todo tipo de imágenes (fotos de ahora, de antes, afiches, tapas de discos, etcétera). Todo esto está diagramado de una forma amena, que fomenta la agilidad de la lectura (se lee rápido, aunque es inevitable parar de vez en cuando para escuchar tal o cual canción). El libro se divide en siete grandes bloques, que ya desde su título tiran una pista: “Ciudad Vieja” –como no podía ser de otra manera, empieza por el barrio más antiguo de nuestra capital–, “El centro de la ciudad”, “Un reducto” (La Aguada, La Comercial, etcétera), “El oeste” (Capurro, Prado y demás), “Canto periférico” (Villa Colón, Cerrito y así), “La costa, ese largo verso” y “Barrio Sur y Palermo”.

Más allá de las anécdotas y las historias sobre las canciones, resulta interesante ver cómo el libro oscila entre distintos niveles de metonimia, yendo desde un barrio hasta el detalle de un número de puerta, en sintonía con el nivel de referencia que marcan las canciones. Por ejemplo, hay tres temas que se llaman directamente “Ciudad Vieja” (de Washington Benavides y Jorge Bonaldi, de Claudio Taddei y de Carlos Vidal); luego podemos encontrar “Milonga del Guruyú”, de Roberto Darvin (que menciona los clubes Waston y Las Bóvedas, y el bar El Hacha); “Calle Yacaré”, del mismo autor, y “Guadalupe 1994”, de Diego Rebella. Incluso hay canciones que son mencionadas en la sección de determinado barrio por referencias ajenas a la letra, como es el caso de “Jordan”, el hit de Eté y Los Problems, ya que su famoso videoclip fue filmado en la cancha de básquetbol de la Aduana.

“Es cierto, se puede recorrer Montevideo a través de las canciones, pero siempre será más funcional hacerlo en transporte colectivo, como lo demuestran varios autores que se acomodaron en el asiento de la ventana para ver pasar la ciudad mientras tarareaban una nueva melodía”. Así describen los autores el breve tramo del libro titulado “prohibido cantarle al conductor”, en el que se repasan las canciones dedicadas a líneas de ómnibus. Por supuesto, empieza con las que hablan del 104 y su fama de aparecer por una parada muy de vez en cuando. “Siento como que pasan los años / cuando espero el 104. / Siento como que me dan con un caño, / eso es lo que siento cuando espero el puto 104”, reza el tema “104”, de Cleptodonte.

La lista de canciones es bastante exhaustiva y heterogénea. Hay desde muy viejas hasta del año pasado, y si somos ansiosos, podemos buscar nuestras favoritas en el índice para ir directo a ellas. Algo interesante que surge al darse un atracón de letras y canciones es que quedan resaltados los diferentes enfoques de los barrios. Hay músicos que asocian una zona o lugar con su infancia, y ven sus bondades, pero hay otros que sólo ven oscuridad, sin ningún atisbo de romanticismo. Un buen ejemplo de esto último es “Supermercado Disco”, de Jesús Negro y Los Putos –que, de paso, es un buen ejemplo de distintos niveles de metonimia–: “Estoy en Galicia y Yaguarón, hay varias ferreterías, casa repuesto y motor. / Robo algo en el Disco y no me siento ladrón / porque la oferta son 100 años de perdón. / Después de las 10.00 ya no conseguís alcohol, / si ves algún autoservice ya no te venden alcohol. / Los gurises fuman lata por la calle Rondeau / y parece que no todo ya cerró”.

De la lectura de Montevideo sonoro también se desprende que a veces las canciones mencionan una esquina o lugar simplemente para retratarlo u homenajearlo (el mejor ejemplo es “Durazno y Convención”, de Jaime Roos), y en otros casos es una excusa para darle entorno a una historia de amor, como en “El tiempo está después”, de Fernando Cabrera. La cita a canciones de ambos popes de la música nacional no es al azar, ya que son los que más representación tienen en el libro, con más de una quincena de temas –de cada uno–. Esto confirma lo que más o menos todo habitante de la capital sabe, que Roos y Cabrera son los músicos que más (y mejor) retrataron Montevideo. Además, su sonido también es Montevideo, pero eso ya es ajeno a las letras y debería ser objeto de otro libro.

Montevideo sonoro | Daniel Machín y Gabriel Bentancor. Ediciones B, 2017. 320 páginas.

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