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Ignacio de Boni, Gabriel de la Coste y Lucia Nasser.

Foto: Mariana Greif

Ampliación del campo de batalla: con Ignacio de Boni, Gabriel Delacoste y Lucía Naser, del colectivo Entre

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[Esta nota forma parte de las más leídas de 2019]

Un cimbronazo nos hace ver lo evidente. El crecimiento electoral de la derecha refleja su sostenida acumulación micropolítica, contra la que la izquierda ha levantado algunas victorias importantes, pero también ha sufrido muchas derrotas silenciosas. En esa lucha se inserta La reacción: derecha e incorrección política en Uruguay (Estuario, 2019), del colectivo Entre, que traza un mapa del campo de batalla y propone estrategias para salir del derrotismo y la desesperanza. Un planteo básico del libro es que la derecha neoliberal es una cosa proactiva y paciente, flexible, como un boxeador que aspira a ganar por puntos y no por knock out.

Cuando los neoliberales comenzaron a organizarse, en los años 30 del siglo XX, lo primero que hicieron fue asumir una profunda derrota política: sabían que el mundo real estaba muy lejos de ser como ellos quisieran que fuera, y les llevó mucho tiempo volverse hegemónicos. ¿La izquierda debería formularse el problema estratégico en términos parecidos?

Gabriel Delacoste (GD): Sí, creo que ese es uno de los subtextos del libro. El capítulo sobre el neoliberalismo fue escrito con admiración hacia los neoliberales. El coloquio de Walter Lippman, la Sociedad Mont Pelerin, la toma de los departamentos de Economía de las universidades y, a partir de eso, la toma del FMI [Fondo Monetario Internacional], a través del FMI el chantaje a los gobiernos nacionales, la creación de los think tanks para operar sobre la cultura, la creación de redes intelectuales mediáticas... Ese proceso es de un virtuosismo político extraordinario. Han logrado una hegemonía no sólo al nivel del convencimiento, sino al nivel de las formas de vida. Y creo que no necesariamente tenemos que hacer lo que los neoliberales hacen, pero sin dudas tenemos que aprender de cómo lograron hacer lo que hicieron.

En el libro describen un amplio abanico de recursos ideológicos que el neoliberalismo usa para construir sentido común, como la meritocracia, el emprendedurismo, la ideología de la gestión. ¿Hay algo en esas armas, alguna potencia, alguna técnica, que la izquierda podría apropiarse? ¿O son cosas “esencialmente neoliberales”?

GD: Es muy delicada esta pregunta... A ver: a priori, la gestión es cómo se hacen las cosas bien. Eso no es de izquierda ni de derecha, diría [Edgardo] Novick. El problema es cómo definís vos qué es “hacer las cosas bien”. La respuesta a esa pregunta es ideológica. Los neoliberales tienen todo un aparato intelectual de cientos de universidades, investigadores, consultoras, think tanks, que no solamente crean ideología para hacernos creer que “lo que está bien” es lo que ellos dicen que está bien, sino que además crean conocimiento verdadero para hacer que salgan bien las cosas como ellos quieren hacerlas. La izquierda sí necesita desesperadamente una teoría de la gestión, y no la tiene. ¿Por qué, en el gobierno del Frente Amplio, tantas veces se decidió tercerizar, crear pseudo Estado, alentar el emprendedurismo? Porque no había una teoría alternativa de cómo hacer las cosas bien, porque no se creía que las cosas pudieran funcionar de otra manera. Y para que haya otra manera tenés que laburar intelectualmente y experimentar. Por otro lado, la cuestión del emprendedurismo es muy interesante, porque el emprendedor en [Joseph] Schumpeter –que es el gran teórico del emprendedurismo– es una figura heroica, es alguien que ve un mercado y no se somete a él, sino que crea una nueva combinación de factores que desequilibra al mercado y funda algo nuevo. El emprendedor forma parte de una familia de figuras elitistas que surge a finales del siglo XIX, que plantea la idea del individuo genial que por medio de su capacidad de creación desequilibra y mueve la historia. Yo no puedo decir que estoy en contra de la creación, pero sí estoy en contra de la idea de que la creación depende de un individuo genial que está por encima de las masas mediocres. Una de las ideas más básicas del pensamiento reaccionario es que si triunfa la igualdad, la masa de resentidos y mediocres va a pasarle por arriba a la pequeña minoría de las personas brillantes que son capaces de crear. Esa es una teoría de la creatividad profundamente ideológica, pero que es funcional, produce efectos. Y creo que precisamos una alternativa a ese pensamiento sobre la creación.

Uno de los efectos de la hegemonía neoliberal es que el individuo toma como propio el deseo socialmente construido por esa hegemonía. ¿Ser de izquierda implica reconocer, entonces, que el inconsciente, el instinto, es de derecha, y tomar una decisión a partir de ello?

Ignacio de Boni (IDB): La derecha trata de hacernos creer que en el fondo somos sujetos egoístas, que siempre queremos tener más que el otro, que priorizamos nuestro bienestar individual por sobre cualquier otra cosa, que esa es la naturaleza humana y que ir en contra de ella es una aberración o una inocentada. Tiendo a pensar que no existe algo así como la naturaleza humana, y que si existe es porque la derecha ha hecho muchos intentos por construirla en torno al egoísmo y el individualismo. Cuando en los dibujos animados un personaje tiene que tomar una decisión, muchas veces aparecen un angelito y un diablito en cada hombro. Y para el espectador siempre está claro que el deseo genuino de ese personaje es el diablito. Esa creencia no es natural. Hay toda una construcción de que en el fondo somos malos. En el libro trabajamos esa idea en torno al programa de [Orlando] Pettinati, Malos pensamientos. Son malos, pero son genuinos, y como son genuinos debemos entregarnos a ellos. Eso es lo que nos dice Petinatti, y contra esa idea buscamos discutir.

En esa línea, también plantean que el humor socialmente dominante está permeado por la derecha. ¿Cómo sería un humor “de izquierda”?

IDB: Una clasificación bien binaria dice que los chistes que se burlan de los poderosos son de izquierda y los que se burlan de las minorías son de derecha. Pero el humor no funciona así. Lo que sí es cierto es que el humor no es inocente. A mí me calienta cuando se dice que al humor no se lo puede criticar. Con el arte a veces pasa lo mismo, como si toda crítica al humor fuera un dogmatismo. Si vos tenés un juicio de valor sobre un chiste y yo tengo otro, discutámoslo, no estamos censurando por discutirlo. Creo que se puede construir un humor de izquierda, pero que es imposible planificarlo. Si hay algo que no son los humoristas que tienen un pensamiento de izquierda es políticamente correctos, y si hay algo que no tienen es pruritos para hablar sobre lo que quieren. Pienso en [Diego] Capusotto, que seguro se reiría de lo que nosotros hicimos sobre el humor. En el fondo le chuparía un huevo: el tipo hace lo que le sale.

El humor se vincula con el tema de la macropolítica y la micropolítica. La izquierda tiene un lenguaje para la macropolítica de la reacción. Siempre lo tuvo. ¿Qué pasa con la micropolítica de la reacción?

Lucía Naser (LN): El sistema social se construye de micropolítica más que de cualquier otra cosa. En Entre nos importa pensar la batalla cultural, que es un patio del fondo abandonado por la izquierda. ¿Quién está hoy construyendo subjetividad y formas de vida? ¿El gobierno haciendo políticas culturales? ¿La comunidad artística, que luego de tener una historia de articulación con muchas luchas sociales, de repente se diluyó en las competencias de la cultura para el desarrollo y la industria cultural? Los artistas no están dando respuestas; las políticas culturales, tampoco. El campo cultural aceleró la reproducción del microfascismo por la ausencia de actores que antes habían sido muy contenedores y constructores de la subjetividad de izquierda.

GD: Si la derecha le gana a la izquierda, y no hablo de las elecciones sino de la vida, no es porque la derecha le haya pasado por arriba a la izquierda, sino porque le pasó por abajo. En cada barrio, la iglesia evangélica; en cada facultad, los emprendedores... y te van ganando de a poco. Y después, la macropolítica termina reproduciendo masivamente micropolíticas reaccionarias. No está saldado cuál es la micropolítica que la izquierda tiene que producir, cómo podríamos crear una ética de lo incondicional, de la generosidad y de la no identidad. Y digo una ética porque la de los capitalistas es una ética. Si abrís cualquier manual de gestión capitalista, te vas a sorprender de la magnitud de la discusión sobre la ética. Porque el sujeto capitalista sacrifica su vida a la ganancia, y no es fácil lograr eso. Son vidas muy formateadas las de esa gente. En la izquierda tenemos nuestros espacios de lucha micropolítica. Hay que cuidarlos y gestionarlos con mucha paciencia, y en esto tenemos que aprender de los neoliberales. Puede que Ceres [Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social] no sea un lugar definitorio en la cultura uruguaya, pero cumple su función: existió 30 años, expandió cierto tipo de saber neoliberal, produjo ciertos cuadros –entre ellos, un candidato a presidente– y produjo ciertos informes que impactaron en ciertas políticas públicas. Creo que cualquier grupo de cinco o seis personas manejando ciertas técnicas y conocimientos y con ganas de hacer cosas, puede tener un impacto. Un impacto grande, porque Uruguay es un país chico. Se puede apostar a la construcción de cultura desde lugares que no necesariamente esperen que algo va a pegar de primera y se va hacer masivo. Se puede cambiar la cultura de un barrio, por ejemplo, se puede intervenir ahí.

LN: La izquierda ha pensado mucho a la cultura como una forma de transmitir valores. Pero hay algo viejo en esa idea, algo que ya no funciona. El desafío es enfrentarnos al problema tal cual está planteado hoy. Por ejemplo, entender cuáles son los canales de reproducción de la cultura de masas para infiltrarnos en ellos. Es irreal plantear una transformación cultural sin contaminarnos de las lógicas que tiene la cultura de masas. Tenemos que meternos con eso y ver cómo podemos infiltrar otros contenidos, porque nuestras vidas están sostenidas sobre ese tipo de consumo cultural.

Una idea que resume el planteo del libro, y que tiene que ver con muchas de estas cuestiones, es que ante el avance de la reacción la izquierda debe pensar propuestas con “realismo y radicalismo” a la vez.

GD: Claro. Y ahí también hay que aprender de los neoliberales. Si a un neoliberal de los años 40 del siglo XX vos le decías “van a construir un mundo en el que el capital tiene movilidad absoluta, donde todo el mundo se piensa como un empresario, donde los estados compiten entre sí por los inversores, donde los gobiernos de izquierda festejan cuando viene una inversión extranjera”, el tipo te diría: “No, esa es una utopía ridícula; propongámonos algo realista”. Y lo hicieron. Claro que tenían el capital y el imperio de su lado, pero definieron cómo pasar de lo real y lo posible a lo utópico. Eso es la política. Y hay cosas que están a la mano de cualquier persona y de cualquier organización. Tenemos que poder imaginar una transformación tan loca como la que se imaginaron los neoliberales en ese momento. Y poder dar pasos tan chicos y tan efectivos como los que dieron. Y eso implica todos los niveles. La micro, la macro, el conocimiento, la organización. Lo que tenemos a favor es que la mayoría de los trabajadores organizados, de los intelectuales, de los investigadores, de los artistas, son de izquierda. Es cuestión de hacerse esas preguntas y responderlas en la acción, con compromiso, con paciencia. Este es un libro sobre la acción. La derecha ejecuta un abanico enorme de acciones políticas para mantener las jerarquías sociales, porque sabe que si no lo hiciera esas jerarquías se vendrían abajo. Eso habla de lo frágiles que son y de lo desequilibrante que es la acción política. Percibir la magnitud de la derecha no debe hacernos sentir chicos e impotentes, sino tomar conciencia de que, al final del día, el poder es sólo gente haciendo cosas, y nosotros también somos gente que puede hacer cosas. No son dioses, no tienen la naturaleza humana a su favor, no tienen la historia a su favor. Esto está en disputa.

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