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Mauricio Bruno

Ilustración: Matías Reyes.
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Fuego y magnetismo de Alberto Sonsol

Los recursos que utiliza el relator y conductor de televisión —y también su historia profesional— permiten analizar, a través de su personaje, un tipo de televisión uruguaya para la que el error no es un problema sino parte de la trama.
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Eastworld (II)*

-Lo que de verdad no entiendo es por qué le pusiste ese título. ¿Qué carajo tiene que ver? O sea, mucho gre gre para decir Gregorio, pero al final no pasa nada -dice Tea mientras juega con un vaso vacío; lo apoya en un punto de la base y lo hace girar con un rápido movimiento de muñeca. La gracia parece ser que el vaso se mantenga el mayor tiempo posible dando vueltas sobre la fina raya que separa a la fuerza centrífuga de la centrípeta y que, al final, de a poco, muy de a poquito, la segunda se imponga y el vaso vuelva a quedar parado sobre la mesa como al principio.
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Eastworld*

Intuyo que a esta altura del relato la mayoría de ustedes habrá descubierto que lo que acabo de contar nunca ocurrió realmente. Nada. Ni lo primero, ni lo segundo. Es probable que varios estén evaluando abandonar la lectura en este preciso instante. Quédense un rato, nada más. Primero, porque les voy a dar la razón: si bien el nombre del medio en que estoy escribiendo sugiere que las cosas que se presentan en sus páginas pueden hacerlo bajo formas alternativas u opuestas a las tradicionales, en última instancia no deja de ser un diario y todos aspiramos a que las cosas que aparecen escritas en los diarios no sean creaciones de la imaginación pretendidamente reales, a no ser que el propio diario nos advierta explícitamente de ello. Ese es el pacto que firmamos los lectores.
Ramiro Alonso
Fuera de sección

Piriápolis

Perdí mi último celular hace siete años. Era uno de esos negritos y cabezones que ya por entonces los pibes chetos calificaban de “teléfono del Plan de Emergencia”. Me lo robaron en un subte de esa ciudad que debería ser declarada ilegal, encerrada en una jaula para leones -que, a su vez, debería ser depositada en un contenedor transatlántico y este contenedor asegurado sobre la cubierta de un buque- y trasladada hacia el medio del óceano para luego quedar flotando sobre las coordenadas de latitud-longitud más alejadas de cualquier superficie terrestre; me refiero a Buenos Aires.
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Soy una buena persona

En una de esas noches pegajosas que hay en Montevideo antes de las fiestas, estamos en la azotea de mi casa cuando alguien propone un curioso juego, cuyo origen desconozco, pero que, intuyo, proviene de algún consultorio de psicología del Cordón Soho: decime cinco cosas que te gusten de vos. Algunos se declaran observadores, inteligentes, respetuosos o amables (nadie usa “tolerante”; sabemos que es mala palabra). Otros dicen saber escuchar, o ser creativos, sensibles y alegres. Yo, que no encuentro ninguna cosa, invento. Y una chica en particular, haciendo alarde de una sinceridad y una autoestima que pegan recto en los pilares de la identidad nacional, destaca que “está buena”; ni siquiera ausculta al resto, porque sabe que tiene razón.
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Alegoría de las palomas

Desde tiempos inmemoriales y sin que medie razón aparente, los niños persiguen a las palomas. Nadie ha conseguido explicar por qué. Lo intentó San Agustín en su decimocuarta encíclica, mediante el famoso “e intentarás atraparlas, pero ellas volarán o caminarán más rápido y el Señor no podrá ayudarte”, mientras que Freud y Lacan elaboraron complejas teorías al respecto, que nadie entendió, y Marx, como todos saben, fracasó miserablemente.
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Convivencia ciudadana

”Maestro, se te cayó”, le digo y le muestro el envase de Coca-Cola de 600cc que acaba de tirar al piso. Parada de San José y Andes. Supongo que se lo han dicho varias veces y por eso me responde, vivo, vivísimo: “No te calientes, nene, no lo preciso”. Y como me molesta más el “nene” (tengo 32 pinos, canas en la barba; basta de pensar que soy joven) que su desprecio por la higiene pública, le tiro la botella a la cabeza. No directamente, por supuesto, no soy un kamikaeze, sino de abajo para arriba, haciendo una u invertida, como los jugadores de fútbol cuando les tiran la pelota a los rivales para que no los garroneen en un tiro libre.
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La izquierda desaparece

Para sobrevivir como práctica, la izquierda debe amputarse la identidad; para sobrevivir como crítica, debe amputarse el discurso. Debe hacer como la derecha: renovar la estética sin perder la ética. O como dice que hace la derecha: no hablar, hacer; renunciar a decir “soy la izquierda”. ¿Por qué? Porque si un candidato a presidente puede decir “soy de izquierda” y “soy de derecha” en la misma oración sin que la opinión pública concluya que es un cínico o un delirante, hay que asumir que la marca “izquierda” ya no sirve, caducó, con el perdón de los buenos señores franceses que se sentaron de ese lado en la Asamblea Nacional Constituyente hace más de 200 años.
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Tic, tac

Está de moda correr. No es nuevo, viene de hace años. Hasta hace poco, las principales agencias publicitarias de este país creían en que la mejor forma de vender cualquier cosa -desde championes deportivos hasta hamburguesas, pasando por el cambio de matriz energética y la conciencia sobre del flagelo del cáncer de mama- era organizar una carrera. Y no se equivocaban. Siguiendo una tendencia que bajaba goteando desde el primer mundo, los fines de semana de otoño y primavera miles de uruguayos ocupábamos las calles, cortábamos la rambla (ganándonos el insulto de los automovilistas) y formábamos las coloridas coreografías destinadas a ser la materia prima de los fotógrafos empleados por las marcas organizadoras para agregar valor a la masa y producir las bellísimas imágenes dignas de Leni Riefenstahl que luego ocupaban los espacios contratados por esas mismas marcas en las secciones deportivas de los principales medios de circulación nacional.
Foto: Juan Manuel Ramos
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Sexo, cámara y acción

Hace años, cuando era adolescente y con mis amigos hablábamos de sexo -siempre el de otras personas, nunca el propio, o, cuando menos, nunca el propio como algo personal, subjetivo, interpelante, o sea, como algo diferente al modelo de las películas porno- y alguno de ellos se reía de lo que hacían otros -por ejemplo, “viste que x le chupó la y a p y después estuvo con q”, je je je-, había uno que pedía atención, bajaba el volumen de la voz casi hasta el susurro y decía: “Muchachos, les voy a contar un secreto: algún día, ustedes también van a coger”.
Foto: Cyro Giambruno, Camaratres
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Caballos, víctimas y espectadores

Cuando era niño sólo sabía una cosa de la dictadura: estaban prohibidos los cumpleaños. Me lo había dicho mi madre expresamente: “Mauri, en aquella época no podías festejar los cumpleaños porque la Policía no te dejaba hacer reuniones con más de cuatro personas. Así que imaginate, un cumpleaños con cuatro personas, tremendo aburrimiento”. Cuando pensé en escribir este texto, hace unos días, le pregunté por qué me lo dijo, pero no se acuerda.
Fuera de sección

Lado B

Y llegó el día. No tengo de qué escribir. Miren que me pagan un sueldo pomposo, ¿eh? Carretillas de plata. Pero no se me ocurre nada. De todas formas, tengo una carta bajo la manga. Peñarol inteligencia. Busco en la computadora un documento que se llama “inicios”, en el que agrupo enunciados que me vienen a la cabeza todo el tiempo y que me resultan fonéticamente atractivos, aunque no significan nada. Son semillas en una bolsa. Sé que si tiro una en el papel y le pongo amor, algo va a crecer.