La historia escondida del Uruguay. Mitos, verdades y dudas de nuestra historia, de Leonardo Borges, es un libro que se inscribe en el campo de la divulgación histórica, en tanto es un proyecto que aspira a problematizar los relatos más comunes sobre el pasado uruguayo, no por medio una investigación original en fuentes primarias, sino de la síntesis de los resultados alcanzados por otras investigaciones, usando un estilo narrativo y un bagaje conceptual apto para cualquier persona interesada pero no necesariamente especialista. Esto no lo invalida como estrategia crítica o pedagógica, a menos que uno espere de todos los libros de historia un respeto irrestricto por las reglas de producción del conocimiento académico. Por fuera de esas expectativas, La historia escondida... tiene virtudes evidentes, aunque también muchos problemas.

Entre las virtudes cabe destacar un esfuerzo por remarcar uno de los principios epistemológicos de las historiografía más ausentes en la generalidad de los libros de divulgación: en la Historia, lo que importa son las preguntas más que las respuestas. ¿Tiene sentido una “historia del Uruguay”? ¿Por qué? El solo gesto de desnaturalizar lo que parece emanado de la Divina Providencia habilita a mirar de forma crítica el pasado o, más precisamente, los restos de ese pasado, las reliquias que dejaron las personas que vivieron antes que nosotros y mediante cuya interrogación podemos elaborar un relato plausible sobre su vida y sus proyectos. Eso es lo que hace un historiador, no contar “la verdadera y definitiva historia de tal cosa”, como se pretende pomposamente en los subtítulos de algunos fascículos coleccionables.

En ese sentido, otra de las virtudes del libro es explicitar las intervenciones performáticas de los historiadores en el debate público. Si durante generaciones se expandió la idea de que Uruguay es una nación cuya existencia puede remitirse hasta la época de las culturas precolombinas que habitaron este territorio –la famosa “garra charrúa”–, eso se debió, en buena medida, a la intervención de historiadores orgánicos del aparato de Estado, como Francisco Bauzá, Pablo Blanco Acevedo y Juan Pivel Devoto, que produjeron relatos funcionales a la consolidación de las instituciones públicas y los partidos tradicionales

Leviatán

Hay otras virtudes del libro que deben evaluarse más por la intención que por los resultados. La propuesta de salir de los marcos tradicionales de la historia del Estado o de los partidos políticos para pensar en una historia de los trabajadores o en una historia de género es valorable como estrategia para instalar preguntas en lectores que, acostumbrados al bombardeo de relatos según los cuales la historia la hacen “los grandes hombres” (varones, propietarios, políticos, empresarios) quizá nunca se las hicieron. Aunque, paradójicamente, Borges desarrolla estos temas dentro del mismo marco teórico que cuestiona: las mujeres, o los trabajadores, cobran importancia en tanto protagonistas de, por ejemplo, “la revolución del lanar” (caso de los esquiladores) o de las guerras de independencia (caso de Rosalía Dutra), o sea, en función de su lugar dentro de una narrativa histórica que sigue siendo patriarcal (la guerra) y empresista (la modernización capitalista).

El principal defecto del libro tiene que ver con esto, con cierta inconsistencia entre los postulados teóricos y el análisis. Por momentos parece que el autor luchara por sacudirse los esquemas interpretativos de la historia nacional (y por eso los nombra, y los ataca) para, a fin de cuentas, verse manipulado por ellos. La primera parte del libro está mayormente dedicada a rebatir -mediante el desmontaje del mito de Artigas y del proceso de independencia— la idea de que Uruguay es una nación que existe casi desde el principio de los tiempos. Sin embargo, al momento de presentar al autor y al sostenedor de ese mito, Borges subsume a los sujetos sociales concretos bajo la figura de “El Leviatán” o “El Monstruo”, como si los historiadores y los políticos que lo elaboraron fueran manifestaciones de algo previo y más grande que ellos, una suerte de entidad narrativa supratemporal que, paradójicamente, uno no puede más que imaginar como La Nación, esa cosa que el autor se esfuerza por probar que no existe. Quizá la expresión más clara del punto hasta el cual teoría y práctica no coinciden es el uso que el autor hace de las mayúsculas para referirse al “Territorio Oriental”, expresión que adopta en muchos pasajes en lugar de “Uruguay”, para sugerir que la nación no existía. Si ese territorio era solo una demarcación, no una entidad, ¿por qué las mayúsculas? ¿Por qué asignarle identidad a algo que supuestamente no la tenía?

Por otra parte, en ese esfuerzo por probar que Uruguay es un invento, existe cierta ilusión por encontrar la “verdad histórica”, los hechos puros tal cual sucedieron. Este reflejo positivista, cuya expresión más clara es la cita de Luis Melián Lafinur que abre el capítulo dos, presupone que “los hechos” podrían socavar la historia oficial, lo que es equivalente a esperar que un cristiano deje de creer en Dios ante la evidencia irrefutable de que la historia de un hombre clavado a la cruz, que resucitó al tercer día, es un mito y no un hecho. La nacionalidad uruguaya existirá mientras sea funcional a los proyectos sociales y políticos de los que hoy se sienten “uruguayos”. La historiografía puede aspirar con cierto optimismo a explicar eso, no a derrotarlo.

Algunas de las fallas del libro pueden explicarse por la resistencia explícita de Borges a la producción académica, a la que acusa de funcionar de espaldas “a la masa”. Y acá hay un grave problema. Porque es normal que a un ciudadano común y corriente no le importe saber o no sepa en qué están las investigaciones de punta sobre la cura del cáncer, pero sería un escándalo que a un oncólogo no le interesaran. Borges, al rechazar la producción académica, actúa como el médico que ha renunciado a actualizarse, una decisión que lo priva de conocimientos que aportarían mucho a sus preguntas. Por ejemplo, se lamenta de que no haya estudios sobre el ejército artiguista o sobre el período de la dominación lusitana, pero esos estudios existen y muchos están a un clic de distancia, en el sitio web de la revista –académica– Claves del Siglo XIX. Quizá nadie que no sea historiador los lea, pero es esperable que los historiadores se interesen por ellos, aunque sea para criticarlos.

La historia escondida del Uruguay. Mitos, verdades y dudas de nuestra historia. Leonardo Borges. Montevideo, Ediciones B, 2019. 240 páginas.