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Rituales mecánicos: Miles de ojos, del boliviano Maximiliano Barrientos

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Persecuciones, maldiciones familiares heredadas, autos fetiches, motos, picadas, motores, adolescencia, amistad y black metal.

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En el breve texto que figura en la edición que Caja Negra hace de Miles de ojos –la novela del boliviano Maximiliano Barrientos antes publicada por la editorial El Cuervo, de Bolivia–, Mariana Enriquez ubica la obra entre referencias que van principalmente de JG Ballard a Mad Max. La escritora argentina fue precisa en su mapeo; las referencias permanentes a la saga apocalíptica de George Miller y a la obra ballardiana son evidentes y explícitas, pero resulta que la novela comienza pronto a ser muchas cosas más, que contiene otros mundos, que puede ser leída de muchas formas y, afortunadamente, descubrimos –algo que también anunciaba Enriquez– que estamos ante un autor que asume riesgos.

Un culto violento a la velocidad en Bolivia, persecuciones, maldiciones familiares heredadas, autos fetiches, motos, picadas, motores, adolescencia, amistad y black metal. Una novela de acción, pero también una de aventuras en la que hay que completar una búsqueda atravesando obstáculos y con enemigos que buscan lo mismo y, a su vez, con una mirada filosófica sobre la muerte, el tiempo, la velocidad, lo humano, la naturaleza, lo oculto, lo cíborg.

La novela de Barrientos parecería establecer diálogo también con una tradición latinoamericana, tanto a través de la búsqueda de algo que no se sabe muy bien qué es, que bordea lo espectral, que puede no existir –lo que recuerda a obras de Roberto Bolaño–, como de la relación entre lo espiritual, lo oculto y lo popular, muy presente en las obras de Leonardo Oyola o de la propia Mariana Enriquez (con cuya última novela, Nuestra parte de noche, la de Barrientos dialoga no pocas veces). Pero también, a la hora de escaparle a una Bolivia exotizable, áridamente salvaje y misteriosa, polvorienta, violentamente inexplicable, con una idea casi demoníaca muy explorada en la tradición del sertón latinoamericano de Graciliano Ramos, el Grande Sertão: Veredas, de Guimarães Rosa, las películas de Glauber Rocha y hasta en las obras desérticas del mexicano Juan Rulfo.

Si bien no se hace un culto al entorno, lo que de alguna forma podría llevar a la novela a un lugar más superficial, es indudable que gran parte de la potencia de Miles de ojos está en esos escenarios que, como son tan reales, muchas veces son más pesadillescos que los de los malos sueños. Porque de la novela de Barrientos perfectamente se puede extraer la idea de que no existe una no realidad que sería todo lo que la supuesta realidad no es, sino que hay un todo que, más allá o más acá, tan ajeno como propio, puede ser tan bello como siniestro y terrible, y no es necesario irse muy lejos para encontrarlo.

En este contexto se desarrolla un entramado extraño entre las transformaciones de los personajes, y una red mayor de personas y acontecimientos. Por un lado, los personajes están, mientras empiezan a experimentar situaciones externas que los cambian, viviendo sus propios cambios relacionados con su edad, con sus vínculos, con su lugar en el mundo, con la masculinidad. Es interesante cómo, a pesar de que la trama que los empieza a integrar es extraña, multidiversa y compleja, nunca se ignora lo otro, las subjetividades, los crecimientos. Salen de la adolescencia a la misma vez que se meten en una aventura terrible de muerte y violencia, y ninguno de los relatos prevalece sobre el otro. Gracias a esto, es posible ver cómo algo tan complejo y difícil de procesar como la relación entre varones de clase media boliviana con sus pares –las pandillas y la forma en que estas crean y reproducen no sólo violencia de clase sino también de género y estereotipos de violencia masculina blanca y occidental, la desintegración de las familias de clase media, la soledad, los vínculos rotos, la forma en que el consumismo, la pertenencia, el deber ser social y los roles predeterminados deshumanizan una comunidad– termina siendo tan o más violento, tan o más inexplicable que el culto de unos metaleros por la velocidad, aunque este incluya sacrificios o muertes violentas o la idea de que es posible unir al cuerpo humano con la máquina.

Sumado a lo expuesto, la novela ahonda por momentos en cierta reflexión filosófica, con ideas que podrían relacionarse con el aceleracionismo o la dark ecology, donde lo robótico y lo maquinal es también naturaleza, la búsqueda de la unión y la simbiosis entre los tejidos humanos, sus fluidos y huesos con cables, combustible, aceite, bujías y luces. Algo que va mucho más allá de una simple adoración de las máquinas y que da cuenta de la relación entre la humanidad, la máquina y la tecnología, ya no desde una demonización quizás naif de lo creado por el ser humano sino, esta vez, desde la inminencia de la fusión, de la hibridez, de dejar de reconocer a las partes como distintas para asumir la integración. En este sentido, es interesante que también se integren en esa fusión otros mundos, relegados a las partes más bajas de la pirámide, como los hongos, el musgo, las bacterias, lo que termina por configurar un universo en el que el ser humano no ocupa el centro ni la cumbre.

Miles de ojos es una novela que se puede leer de muchas formas y que incluso se puede seguir desgranando en varias relecturas. Una novela que cuenta una historia apasionante, que dialoga con la tradición, pero que, a su vez, es un discurso pertinente e inteligente sobre la sociedad actual y sobre la que se viene a la vuelta de la esquina. Y que, además, se permite el valor de hacerlo asumiendo riesgos narrativos, de los que cada vez son menos comunes.

Miles de ojos. De Maximiliano Barrientos. Buenos Aires, Caja Negra, 2022, 242 páginas.

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