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Un fin de semana intenso: El tiempo es una gran mentira

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La novela de Luis Fernando Iglesias ubica a sus personajes en Conchillas, en los últimos meses del siglo XX.

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Leído por Abril Mederos.
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El escenario es Conchillas, un pueblo surgido de la explotación de canteras de piedra en la década de 1880, que en la actualidad tiene poco más de 400 habitantes. El momento es octubre de 1999, poco antes de la transición al nuevo milenio y de varios cambios en los esquemas productivos del país, como la explotación del eucalipto, además del aniversario de la fundación del pueblo. El protagonista es Roberto Benítez, un montevideano cuarentón y divorciado que trabaja como gerente para una arenera.

Con estos elementos, no es mucho lo que tiene que suceder para que la rutina se altere. La llegada de Matías Rojas, un joven y misterioso guitarrista, y la aparición de un también misterioso inglés (cuya identidad, cuando se revele, será un eficaz golpe de efecto que sería una pena spoilear) son suficientes para crear intriga. A esto se agregará una relación que Benítez mantiene con una mujer casada y que generará momentos de gran tensión en el relato.

Toda la acción transcurre en un solo fin de semana (viernes, sábado y domingo) y la novela se divide en tres partes, a cada una de las cuales corresponde un día, aunque esto no se explicita. Ese fin de semana, Benítez recibe a Matías Rojas que pide trabajo en la arenera, tiene un encuentro con Mónica, su amante, conversa con Lilián, su exesposa, y cada una de estas vivencias lo retrotrae al pasado, de modo que podamos armar el rompecabezas. Así se presenta El tiempo es una gran mentira, de Luis Fernando Iglesias.

Puede decirse que Roberto se encuentra en plena crisis de la mediana edad, intentando comprender su propia vida y cómo llegó a ser quien es, en un balance que no siempre resulta positivo o fácil de asumir. Matías Rojas lo hará recordar su juventud en una humilde banda de rock, un viejo amor de aquella época, y su camaradería con Coto, su compañero de banda, prematuramente fallecido. La aparición de su exesposa también traerá, obviamente, su buena porción de recuerdos, bellos y de los otros. Por otra parte, la finalidad de su visita será entregarle a Roberto una caja que dejó su padre, que incluye una carta dirigida a él, con lo cual iremos sabiendo de las derivas familiares. Lo único que mantiene a Roberto en el presente es su relación con Mónica, y lo peligroso y seductor de sus encuentros clandestinos.

La novela está muy bien escrita, con un adecuado equilibrio de las partes y un gran manejo de los tiempos narrativos. A su vez, los personajes están bien delineados, aunque mayormente la atención está puesta sobre el protagonista. Por otra parte, hay un montón de referencias musicales (principalmente de los años 70) impulsadas por los recuerdos de Roberto en su vieja banda y por el repertorio de Matías. Cat Stevens, Bread, Sui Generis, Luis Alberto Spinetta... Pero sobre todo, Led Zeppelin. Puede reprochársele, no obstante, cierta estereotipia. Hay cierto aire de familia en los relatos sobre varones cuarentones o cincuentones, en los que por lo general hay algún fracaso amoroso, muchos recuerdos, cuestionamientos existenciales y narradores protagonistas. También es de destacar el hecho de que la mayoría de los personajes femeninos importantes giren en torno al protagonista (su amante, su exesposa, su secretaria) y no tengan desarrollo más allá de este vínculo.

Pero la novela funciona. El retrato de la vida en Conchillas –así como la historia del pueblo– es exquisito y da cuenta de un buen conocimiento del terreno. Asimismo, Roberto tendrá varias revelaciones durante ese fin de semana, en un juego de cajas chinas en el que cada duda despejada conducirá a nuevos cabos sueltos. El manejo de estas revelaciones, de la tensión entre lo que el protagonista no sabe y lo que descubre, es otra de las virtudes narrativas de la novela.

La ambientación, por momentos, recuerda un poco al universo onettiano. No obstante, los personajes carecen de esa aura loser o marginal, además de que el tono de la novela no llega a ese nivel de desencanto. Roberto Benítez es un tanto cínico, suspicaz y desconfiado, pero no deja de disfrutar de los momentos de placer que se le presentan, sean sus encuentros con Mónica, una rueda de guitarras o el cariño de su perro, y esto de por sí da un sentido a la grisura de la vida del protagonista.

Iglesias también pone en juego la ubicación histórica como sustento del relato, rememorando los momentos previos al cambio de milenio y las expectativas generadas, tanto las más optimistas como las más catastróficas (como aquel pánico por la posibilidad de que las computadoras confundieran las fechas). Roberto observa estas expectativas con desdén e incredulidad. No obstante, parece querer creer que algo va a cambiar. Y, en definitiva, varias cosas van a cambiar para él.

Luis Fernando Iglesias nació en Montevideo en 1958, y además de docente y periodista cultural es abogado y conductor de radio. Publicó Razones de la pelota (2019), El hombre que despertaba (2013), Todas las cosas deben suceder (2012), Historias infieles (2010) y Canciones de otoño (2005). Sus cuentos han sido varias veces antologados, y publicó varios títulos de no ficción. Ha recibido varios premios; entre ellos, esta novela en particular ganó el Premio Nacional de Literatura en la categoría narrativa inédita.

El tiempo es una gran mentira. De Luis Fernando Iglesias. Montevideo, Alfaguara, 2022, 248 páginas.

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