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Prompt: Esto no es una pipa. Metáfora del cuadro de Magritte. Imagen: Midjouney

La disputa entre inteligencia artificial y derechos de autor

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Nueva fase del debate por la creación de textos e imágenes.

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El 24 de enero de 2022 Jimmy Fallon recibió a Paris Hilton en The tonight show, el popular programa de variedades. Como en la gran mayoría de las entrevistas a celebridades, la dirección de la conversación estaba pautada de antemano; en este caso, el comunicador y la heredera hotelera volvieron a hablar de los NFT (non-fungible tokens). Se trata de archivos digitales que utilizan la tecnología blockchain, una suerte de libro contable compartido por muchas computadoras, que confirma que esos archivos son originales.

Si bien el blockchain se popularizó gracias a las criptomonedas, lo que estaba en boga en aquel momento era el criptoarte. Archivos de imagen, de video o de sonido que eran comercializados con la garantía de que eran únicos, o al menos limitados. El furor especulativo había hecho que en marzo de 2021 se subastara un collage digital (un JPG) del artista Beeple en 69 millones de dólares, o su equivalente en criptomonedas. Se abrieron galerías de criptoarte, repletas de monitores, y se subastaron desde videos de jugadas de la NBA hasta certificados digitales de cerámicas de Picasso.

Ese año el mercado del criptoarte alcanzó los 22.000 millones de dólares, y no fue casualidad que Fallon y Hilton hablaran al comienzo del año siguiente de los Bored Apes. Se trataba de una colección de ilustraciones de chimpancés con diferentes peinados, ropas y accesorios, que recaudaron unos 1.000 millones de dólares en ventas. Tanto el conductor como su invitada mostraron orgullosos los “simios aburridos” que había comprado cada uno y de inmediato fueron blanco de críticas. Desde “las promociones de los famosos alcanzaron un nuevo piso” (The Atlantic) hasta “Jimmy Fallon es la cúspide del cringe” (Beincripto).

Unos meses después, él y otras celebridades serían acusados de haber recibido dinero por publicitar los Bored Apes y no revelar esa información. Al mismo tiempo, se comenzó a hablar más y más del gasto energético de utilizar el blockchain, y medios como The Guardian hablaban de “una fiebre del oro digital insostenible”, cuando no directamente de una estafa piramidal en la que el mercado solamente se sostenía por la llegada de nuevos especuladores (El Mundo dijo “fraude a gran escala”). Para 2023, el 95% de las 23 millones de personas propietarias de NFT manejaban activos sin valor real.

Y si dejaron de ocupar tanto espacio en las páginas de tecnología, de economía y (sí) de cultura, también fue por la llegada de otra panacea digital que alimentó los cortísimos ciclos de noticias y que actualmente está sufriendo sus primeros reveses, al menos en el mundo cultural. Si no saben de qué se trata, pueden preguntarle a Chat GPT.

El ascenso

Hablar de inteligencia artificial (IA) no es algo nuevo. La automatización de tareas existe desde que el hombre quiso ahorrarse tiempo y se profundizó cuando el hombre que empleaba hombres quiso ahorrarse hombres. Y si bien ahora se puso de moda decirles IA a muchísimas cosas, Gmail lleva años filtrando potenciales correos electrónicos no deseados o sugiriéndonos respuestas prefabricadas que a veces se acercan peligrosamente a lo que íbamos a escribir. Pero eso no sustituye a un ser humano, porque esa persona tendría que estar leyendo miles de correos ajenos por segundo, que además de agotador es ilegal.

En 2020 The Guardian publicó un artículo escrito por GPT-3 de la empresa Open AI, siguiendo instrucciones de que fuera “corto”, “conciso” y que explicara “por qué los humanos no tienen nada que temer de la IA” (algo que cualquier IA diría). El programa generó diferentes versiones de la nota y editores humanos (los saludo) armaron un texto final con partes de cada una de ellas. Por supuesto, era solamente el comienzo.

Mientras la ayuda de las computadoras en tareas complejas continuaba (algo que hicieron desde sus comienzos, ya que son velocísimas calculadoras), habría que esperar hasta 2022 para un nuevo titular explosivo, ya que el reemplazo humano volvía a hacerse evidente. Fue a mitad de año que la revista Cosmopolitan anunció su primera portada creada con IA, esta vez con la herramienta gráfica Dall-E, también de Open AI. En la suela de la imagen de una astronauta que camina por el planeta Marte agregaron el texto: “Y solamente le tomó 20 segundos hacerla”.

Por aquel entonces se advertía que la herramienta era mala produciendo rostros realistas, y que no se posicionaría como un reemplazo de los artistas gráficos sino como “un copiloto creativo”, una herramienta más a su disposición. Sin embargo, la artista digital Karen X Cheng, que participó en la generación de la portada (es decir, colaborando en la elección de palabras enviadas a Dall-E), ya advertía que muchas personas “perderán sus empleos”, aunque tenía optimismo en que se crearan otros nuevos.

A finales de ese año, los mismos creadores de Dall-E y GPT-3 presentaron Chat GPT, que básicamente permitía tener conversaciones con los usuarios. De nuevo, en 2009 existía una cuenta de Messenger (qué vejez) relacionada con una marca de arroz, en la que podías “chatear” con un chef que te recomendaba recetas en base a los ingredientes que tuvieras en casa. Lo que ha cambiado es la sofisticación de los textos, que de a poco tienen la verosimilitud suficiente como para reemplazar a redactores.

Los dilemas éticos de siempre se multiplicaron, particularmente en áreas educativas, ante la posibilidad de que los estudiantes presentaran textos generados con Chat GPT, cosa que empezaron a hacer de inmediato (esas derivaciones de las IA han sido abordadas en otras secciones de la diaria).

Luego llegarían los concursos de ilustración (¡y hasta de fotografía!) ganados por participantes que habían utilizado herramientas de IA. Cada vez se hablaba más de “derechos de autor”. Porque si bien en Chat GPT el asunto no era tan evidente, en la generación de imágenes surgió rápidamente la pregunta “¿en qué/quién se inspiró para poder hacer esto?”. Y como ocurrió en la era de Napster, fue la industria musical la primera en plantarse contra esta tecnología gracias a la herramienta analógica conocida como “abogados”.

Inteligencia responsable

Ni bien las plataformas de audio y video incorporaron canciones que simulaban los talentos vocales de artistas reales, los sellos se encargaron de retirar los temas que incluían “contenido infractor”. Ya sabemos lo que ocurrió con la piratería musical (y los nuevos problemas que generó Spotify), pero al menos se enlenteció la monetización de esta clase de contenidos, que sigue existiendo. Incluso hay cuentas en redes sociales que se dedican a crear híbridos de temas de un artista cantados por otro, o cualquier otra combinación de elementos.

Lo que termina inclinando la balanza en muchos casos es la opinión pública. Eso descubrió Disney cuando estrenó la serie Invasión secreta, basada en personajes de Marvel, con una presentación realizada mediante IA. Algo que además ocurrió cuando los distintos gremios de Hollywood protestaban ante los actuales contratos que hacían muy sencilla (y muy legal) su sustitución por contrapartes digitales, tanto en guiones como en actuaciones. Las redes sociales, que ya cuestionaban cada vez más los productos de Marvel Studios, fueron duras con la iniciativa. “Disney no necesita hacer esto, y no crean que es un tema de curiosidad artística. Pagar la menor cantidad posible de dinero usando tecnología de reciclaje de sobras es el gran objetivo de las empresas con todo este impulso tecnológico”, dijo un usuario.

Todo esto sin mencionar las reacciones de los profesionales de la ilustración, que por un lado veían confirmadas sus sospechas de que los motores de IA habían “aprendido” a generar imágenes en base a las creaciones de todos ellos, y por el otro alegaban que la cantidad de ofertas de trabajo disminuía. En nuestro país, la “aceptación implícita” de la IA en el llamado del Premio de Ilustración generó un intercambio entre artistas y organizadores, mientras que en Estados Unidos llegaban los primeros juicios de escritores a las compañías de IA. Supuestamente Chat GPT se entrena con información disponible en internet de manera gratuita, pero habría evidencias de que esta y otras herramientas son “alimentadas” con libros enteros que tienen derechos de autor.

En la demanda, en la que participan autores como George RR Martin y John Grisham, se habla de “robo sistemático a gran escala”. Open AI, por supuesto, dijo que “respeta los derechos de escritores y autores, y cree que deberían beneficiarse de la tecnología de IA”, que está teniendo “conversaciones productivas” con creadores de todo el mundo, y que es optimista en que encontrarán formas de beneficiarse mutuamente “para ayudar a las personas a utilizar la nueva tecnología en un ecosistema de contenido rico”.

Los debates continúan desde los abordajes más diversos, como la ética, la política y la mencionada educación. Y más que una grieta existe un espectro de posturas frente a la IA, incluso dentro de este periódico (que utiliza la herramienta Midjourney en la sección Humor, por ejemplo). Lo importante es que, mientras se multiplican los usos de la IA, se habla cada vez más de “inteligencia artificial responsable”.

Ejemplos actuales

Si bien la IA no parece destinada a recorrer el camino de los NFT (o del pájaro dodo), se han hecho más frecuentes las noticias que presentan algunos aspectos de esta tecnología bajo una luz negativa. Donde sí puede haber más puntos de contacto es en la valoración de las empresas, que en la mayoría de los casos influye más que cualquier dilema moral o judicial. Un reporte de Reuters de fines de enero señaló que las compañías de IA tuvieron una caída en su valor bursátil de 190.000 millones de dólares luego de que las elevadas expectativas de los inversores no se reflejaran en resultados reales.

Al igual que ocurrió (y ocurre) con la blockchain, también se habla de “la cantidad astronómica de electricidad” necesaria para operar chatbots y otros generadores de contenido. El sitio Futurism cita una investigación de científicos neerlandeses basada en la venta de servidores a la industria, que afirma que para 2027 el consumo anual será similar al de países enteros como Argentina.

Ya hace un año que Buzz Feed anunció que utilizaría la IA para la generación de artículos, como por ejemplo los cuestionarios del estilo “¿qué personaje de Friends sos de acuerdo a la forma en que te cepillás los dientes?”. Pero en las últimas semanas fue The New York Times el que anunció la formación de un equipo de seres humanos para estudiar el uso de IA generativas en la redacción, aunque advirtió que “el periodismo del Times siempre será reportado, escrito y editado por nuestros periodistas expertos”. Cabe señalar que el diario fue uno de los primeros en plantarse frente a Open AI e incluso encabezar uno de tantos juicios por propiedad intelectual.

Y así como Metallica supo ser abanderada en la lucha contra Napster (que le costó el rechazo de cierta parte de su audiencia), una de las luchas que hay contra las IA tiene en Taylor Swift a su punta de lanza. Después de que se multiplicaran las imágenes pornográficas creadas con esta clase de tecnología y las redes sociales no tomaran cartas en el asunto, hubo que esperar a que la popular cantautora fuera víctima de esta clase de falsificaciones y las denunciara, para que se hiciera algo al respecto.

La viralización de imágenes pornográficas de Swift, que acumularon millones de vistas en la plataforma antes conocida como Twitter, llevó a que la empresa de Elon Musk suspendiera la búsqueda de la combinación de palabras “Taylor Swift AI” (IA, en inglés). La Casa Blanca llegó a definir la situación como “alarmante”, y mientras que algunas herramientas endurecieron sus protecciones contra esta clase de archivos, legisladores estadounidenses de los partidos Republicano y Demócrata introdujeron un proyecto para combatir el deepfake porn.

Hablando de músicos, no fueron pocos los ilustradores que criticaron la hipocresía de una industria que criticó rápidamente la IA aplicada a las canciones, pero no tardaron en utilizarla para generar las portadas de sus álbumes. El ejemplo más reciente es el de la banda española Estopa y su nuevo disco EstopÍA, que juega con el tema desde el título. Al presentar las imágenes del disco y sus singles, que parecían utilizar esta tecnología, recibieron comentarios negativos de artistas gráficos de su país. Primero utilizaron sus redes sociales para responder con un exceso de ironía, pero al ver lo que estaban generando salieron a pedir disculpas. “No teníamos ni la más remota idea, debido a nuestra ignorancia en este tema, que hubiera este sentir y pesar entre los ilustradores. Aprenderemos para la próxima. Toda nueva tecnología conlleva una gran responsabilidad”, dijeron, además de afirmar que se trataba de arte digital creado por (el humano) Jandi sin la ayuda de la IA, algo que la mayoría de los profesionales no creyó.

Otro reciente caso de IA que generó un rechazo masivo estuvo relacionado con George Carlin, famoso comediante fallecido en 2008. A mediados de enero se subió a Youtube un especial de comedia titulado George Carlin: I’m glad I’m dead, “generado” por una IA llamada Dudesy, tratando de imitar al fallecido. “Lo que van a escuchar no es George Carlin, es la imitación de George Carlin que desarrollé de la misma manera en que lo haría un imitador humano”, dice Dudesy al comienzo del video. “Escuché todo el material de George Carlin e imité su voz, su cadencia y actitud lo mejor que pude, además de los tópicos que a él le hubieran interesado hoy”. Tópicos como los tiroteos masivos, las redes sociales e incluso la mismísima IA.

Kelly Carlin, hija del comediante, no tardó en compartir una carta pública en la que señalaba que su padre “se pasó la vida perfeccionando su oficio en base a la vida humana, al cerebro y a la imaginación. Ninguna máquina podrá reemplazar su genio, jamás. Estos productos generados por IA son intentos de recrear una mente que jamás volverá a existir”. Además de recomendar los 14 especiales de comedia que su padre sí realizó mientras vivía, ella y su familia demandaron a la compañía detrás de Dudesy por violación de derechos de autor, que como vimos es la principal arma de los artistas (y sus descendientes) para poner de manifiesto el modus operandi de las IA.

En algunos ámbitos el tema recién se está asentando, como en nuestro carnaval, en el que conjuntos como Mi Vieja Mula utilizan el Chat GPT para generar cuartetas sobre los temas que indica el público, además de haber utilizado herramientas gráficas para el diseño del vestuario. A los sitios de noticias todavía les queda mucho por explotar, tanto dentro de las redacciones (miedo) como a la hora de ganarse clics con noticias sobre lo ocurrido con Taylor Swift, George Carlin o la siguiente estrella involucrada en algún caso de estos.

Las IA, como se ha dicho de tantas herramientas creadas por el hombre, deberían usarse con responsabilidad. Además de aprovecharlas en áreas como la ciencia y la medicina, podemos aprender de los nuevos dilemas éticos que suscitan periódicamente. Pero, más allá de que democratizan la “generación” de textos e imágenes (que no es lo mismo que la “creación”), debemos estar atentos a si se transforman en la excusa perfecta de los accionistas para ganarse un mayor bono de fin de año en base a la eliminación de puestos de trabajo. Por ahora la batalla se está dando en los juzgados, con relación a los derechos de autor del material utilizado por estas herramientas para aprender a sustituirnos. Quizás si le preguntamos a Chat GPT nos dé una ayudita.

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