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En la Universidad Católica del Uruguay (archivo, abril de 2011).

Foto: Iván Franco

Con el diario del lunes: cómo separar la vida y la obra de Vargas Llosa

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El debate en torno a las ideas políticas del premio Nobel.

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El domingo murió el escritor Mario Vargas Llosa en Lima, Perú. Lo anunciaron sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa en un breve comunicado difundido en redes sociales. Entre las 192 palabras aparece la siguiente frase: “Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”. Hubo quienes se regocijaron en la paradoja de comunicar la muerte de un gran escritor con un posesivo (“detrás suyo”) que no debió estar ahí. Para mí es una falta de respeto, pero supongo que los hijos de Mario Vargas Llosa estarán acostumbrados a pagar el costo de tener un padre famoso.

Pero me quiero detener en otro aspecto, porque con el diario del lunes es fácil darse cuenta de que el comunicado estaba configurando, en parte, los términos de la discusión que todavía reverbera en las redes sociales: la dualidad entre la vida (“larga, múltiple y fructífera”) y la obra (“que lo sobrevivirá”). El lunes no tardaron en aparecer los “hay que” y los “se debe” en frases como “se debe separar la obra del autor” o “hay que separar al político del escritor”, entre muchas variantes.

Es difícil escribir sobre Mario Vargas Llosa con el diario del lunes. Porque no es solamente el diario, es mi entorno virtual a full con este tema: periodistas, profesores, escritores, grandes lectores, provocadores sembrando alegatos sobre separar la obra del autor, tratando de suturar esa herida, o de salvar la literatura de los estragos de la política, o tratando de conseguir en el discurso lo que no se sostiene en la práctica: la autonomía de la literatura y la posibilidad de juzgar una obra con independencia de cualquier poder o interés político-ideológico. Cada uno a su manera, cada uno como puede, intentando lidiar con sus contradicciones y con el legado de un hombre. Porque ha muerto un hombre, ha muerto Mario Vargas Llosa. No un dios, no un privilegiado: un hombre.

Y no voy a jugar a una especie de equidistancia neutra. Odio lo que Mario Vargas Llosa representaba, su persona pública. Le di lugar a ese odio también. Lo odio en la medida en que se puede odiar a alguien que no registra nuestra respiración en el mundo. Lo odio en la medida en que se puede odiar a una persona pública. Pero no odio al hombre, al que ha muerto, al que ha dejado una familia, unos amigos, unos compañeros de trabajo, una larga obra literaria, ensayística, periodística, porque no conocí a ese hombre.

Ahora mismo tengo que lidiar con esto. ¿Por qué tengo que escribir sobre la muerte de Vargas Llosa? Sí, claro, hay una invitación a hacerlo en las páginas de la diaria, pero ¿hay que escribir o quiero escribir? Hay un mandato. Hay que escribir para mantener la máquina encendida, la máquina cultural, dijera Beatriz Sarlo. Hay que escribir para que Penguin siga siendo Penguin y todas las fuentes laborales que sostiene en buena parte del mundo. Hay que escribir para que la lengua española fluya limpia, fija y dando esplendor. Hay que escribir para que se sigan calentando los servidores y se evaporen más litros y litros de agua. Hay que escribir para que siga funcionando la máquina cultural.

Y hay para todos. Para mi sesgo de confirmación hay varios recordatorios de lo mala persona que Mario Vargas Llosa fue, de las causas horribles que defendió. Para mí está el video de la periodista y compositora Laura Arroyo Gárate. Pero habrá también para otros sesgos de confirmación su defensa de la conquista española o sus elogios a Isabel Díaz Ayuso, Keiko Fujimori, Mauricio Macri o Javier Milei. Supongo que, como de este lado, en aquellas trincheras habrá también de los que les importa un bledo Mario Vargas Llosa.

Hay que, se debe... ¿Por qué? ¿Por qué aparece esta insistencia? ¿Por qué aceptar los términos de ese debate? ¿Y si no “hay que” nada? ¿Y si sencillamente al mismo tiempo disfrutamos (o no) de las novelas de Vargas Llosa y lo odiamos (o no) por sus posiciones políticas? ¿Y si dejamos que la tensión no se resuelva?

El que busca encuentra

A raíz de la noticia de la muerte de Vargas Llosa, descargué en algún lugar de cuyo nombre no quiero acordarme un libro titulado Literatura en la revolución y revolución en la literatura (Siglo XXI, 1970). Luego me enteré de que las intervenciones también fueron publicadas por la revista La Universidad de El Salvador y están para descargar sin culpa ni piratería. El libro reúne las intervenciones de Óscar Collazos, Julio Cortázar y Vargas Llosa en una polémica que se dio en Marcha entre fines de 1969 y principios de 1970. (Hay por lo menos dos Vargas Llosa en Uruguay: el que publicaba en Marcha, que las izquierdas quisieron, y el que publicaba en El País de Madrid y republicaba Búsqueda, que la derecha quiso).

No me pregunten por qué, pero desde el momento cero intuí que ese debate iba a poder decirnos algo sobre la muerte de Vargas Llosa, o más bien sobre lo que la muerte de Vargas Llosa nos condujo a discutir el lunes. No sobre todo lo que nos condujo a discutir, pero sí a una buena parte. Así que inicié la lectura del librillo digital como si se tratara de un oráculo, buscando respuestas. Y no me falló la intuición.

El debate es interesante en sí mismo porque pasa por temas centrales de la teoría y la crítica de la literatura, como la relación del texto con la realidad, la relación entre forma y contenido, las distintas formas de mediatizar la realidad en el texto, incluso sobre la sustancia misma de eso que llamamos “realidad”. También discute, en pleno auge del boom latinoamericano en el mercado editorial hispanohablante, la imitación de los modelos europeos y el “sentimiento de inferioridad o superioridad” con relación a Europa. Por último, hay aspectos contextuales muy concretos, hijos de la Guerra Fría, como la Revolución cubana, el lugar del escritor en la revolución, en el bloque soviético y en el bloque capitalista. Es en ese plano en el que se producen algunas reflexiones, sobre todo en el texto de Cortázar y especialmente en el de Vargas Llosa, que parecen hablarnos del presente.

No voy a ser justo en el planteo de los términos del debate (no tengo caracteres suficientes). El texto de Collazos dice muchas cosas, pero lo que importa ahora es que acusa a los escritores de “escapistas” a raíz de unas declaraciones que Vargas Llosa hizo a la revista colombiana Siempre! publicadas el 16 de abril de 1969: “La literatura no puede ser valorada por comparación con la realidad. Debe ser una realidad autónoma, que existe por sí misma”. Lo mismo ocurre con Cortázar pero analizando dos páginas de La vuelta al día en ochenta mundos en las que se despacha contra algunos escritores “comprometidos” que criticaban a Borges en Argentina.

La respuesta de Cortázar es muy rica, sobre todo cuando toca el tema de la relación realidad-literatura y el asunto del “estilo”, pero me interesa rescatar brevemente su perspectiva sobre la relación entre el autor y la obra. Para Cortázar hay una postura ingenua en cierta izquierda revolucionaria que supone una total coincidencia y conciencia del escritor frente a su creación. Irónicamente Cortázar “admira” en Collazos “el hecho de que en él no se dé ningún divorcio, ningún desajuste esencial, y que sus obras deriven de su pluma como el resto de sus actos deriva de su persona”. Para el escritor argentino, este debate se resume en una discusión sobre la “responsabilidad moral” del escritor, si es un “escapista de su tiempo o de su circunstancia”.

Libro Palabras en el mundo, de Alonso Cueto, en la librería El Virrey de Miraflores, Lima.

Foto: Renato Pajuelo, AFP

En el mismo sentido Vargas Llosa cuestiona a Collazos en su intento de “casar” el aparato conceptual y borrar la escisión del autor con la obra (son las palabras que utiliza Collazos). A esto Vargas Llosa contesta con una pregunta:

El problema es real, pero no latinoamericano, sino universal y viejo como la literatura, y puede formularse más sencillamente: ¿es posible y deseable que haya una identidad total entre la obra creadora de un escritor y su ideología y moral personales? A Collazos lo deprime sobremanera comprobar que, en muchos casos, hay un divorcio flagrante entre los valores implícitos en una obra literaria y los valores (o “desvalores”) que objetivamente manifiesta un autor en su conducta social o política. Él quisiera eliminar esa dicotomía y ambiciona la “integralidad'', es decir, la perfecta correspondencia entre acción individual y creación artística, el ajuste coherente entre la vida y la obra del escritor. (El énfasis es mío).

El Vargas Llosa de hace 55 años clavados (el texto fue escrito en Londres, en abril de 1970), el que todavía no rompió con la Revolución cubana (lo hará a raíz del caso Padilla), plantea como una pregunta lo que en las redes sociales era un deber ser, un “hay que”. E incluso va más allá: ¿es deseable una identidad total entre la ideología de un autor y su obra?

Incluso Vargas Llosa plantea una dualidad o duplicidad en todo escritor: “Porque el acto de la creación se nutre simultáneamente, en grados diversos en cada caso, desde luego, de las dos fases de la personalidad del creador: la racional y la irracional, las convicciones y las obsesiones, su vida consciente y su vida inconsciente”. El autor peruano llamará “demonios” a esos aspectos que el autor no domina, ni dominará nunca, conscientemente.

Para Vargas Llosa y para Cortázar, en tiempos de Guerra Fría y en tiempos también de emergencia de escritores jóvenes (como Collazos) que confrontan a los del boom, era importante señalar que no era posible ni deseable unir en un todo coherente la moral de un escritor y su obra. Y que intentarlo podría ser, dice Vargas Llosa, una búsqueda que termina mal. Porque para controlar la espontaneidad y la libertad creativa la solución sería una vigilancia de esa unidad por parte de la Inquisición o del Estado.

Hace tres años la investigadora Giséle Sapiro planteó el tema que nos trajo hasta aquí, como Vargas Llosa, con una pregunta: ¿Se puede separar la obra del autor? (publicado por la editorial Capital Intelectual). La respuesta de Sapiro es “sí y no”. Así descrita, se parece a la de Cortázar y Vargas Llosa, sobre todo en la ambigüedad que estos le atribuyen a la creación literaria. Pero Sapiro avanza en otros aspectos. Dice que sí porque la obra tiene una realidad de relativa autonomía que la desapega de su autor. Y agrega que en el fenómeno de la creación y de la recepción participan infinidad de actores y mediaciones que separan al autor de su obra.

Pero Sapiro también dice que no, porque la obra “lleva la huella de una visión del mundo y de unas posiciones ético-políticas más o menos sublimadas y metamorfoseadas por el trabajo sobre la forma, que es necesario sacar a la luz”. Para Sapiro lo que resulta importante en la tarea de la crítica, la enseñanza, en definitiva, la mediación entre el texto y sus públicos, es poner en relación “las estrategias del autor y las estrategias de creación con las transformaciones del campo de producción cultural donde esta se inscribe y que le confieren significación”. En el debate sobre la cancelación Sapiro entiende que no debe haber censura salvo en los casos en que hay apología del odio racial o sexual, por ejemplo. Pero siempre a condición de una estricta vigilancia de la diferencia entre representación y apología de esas conductas.

Entonces, no “hay que” separar el autor de la obra, hay que dar lugar a la posibilidad de que la ideología de los autores y autoras se filtren en sus obras, y también que las obras nos digan cosas que puedan alimentar las esperanzas de una transformación social radical a pesar de las convicciones políticas de sus autores.

Ha muerto un hombre público

Como sea, en medio de todos los debates, no hay que olvidarlo, está la noticia: ha muerto un hombre, ha muerto Mario Vargas Llosa. Y ha muerto en su ley, la ley de un hombre público, metido hasta las manos en el debate político, enredado en todas las polémicas de su época, que fueron varias épocas: la Guerra Fría, la Revolución cubana, el fin de la historia, el neoliberalismo, la ola progresista, la extrema derecha.

Para terminar, quiero decir que soy consciente de que traje dos momentos históricos distintos: ha pasado mucha agua bajo el puente para establecer un paralelo entre aquel 1970 y este 2025. En todo caso parece sintomático que algunas discusiones retornen, eternamente, mezcladas con el signo de los tiempos (en este caso, la cancelación, o las cualidades morales de los escritores). Y que de ninguna manera traigo un debate del pasado como excusa para decir que todo tiempo pasado fue mejor. No es la melancolía de la izquierda (como dijera Enzo Traverso) lo que me trajo hasta aquí, sino el interés por comprender el presente, por entender la burbuja de mis redes y el tiempo que nos toca vivir.

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