El año pasado el historiador Enzo Traverso explicaba la inspiración de sus dos últimos libros, Melancolía de izquierda (2016) y Revolución: una historia intelectual (2021), de la siguiente manera: “Tras investigar la historia de la violencia moderna –guerras totales, fascismo, totalitarismo, genocidios y exilio intelectual– durante un par de décadas, me di cuenta de que se trataba de un paisaje incompleto y mutilado, ya que una hermenéutica fructífera de los siglos XIX y XX debería incluir también sus luchas emancipadoras y revoluciones. Las revoluciones fracasaron en casi todas partes, y muy a menudo su naufragio se sumó al lado oscuro del cuadro: pasaron a formar parte del despotismo, la tiranía y el poder autoritario. No obstante, sus potencialidades no fueron nada desdeñables y su legado sigue siendo significativo”.

Esta línea de reflexión, que se avizoraba en obras previas, se propone de una manera explícita en estos dos trabajos recientes, que comparten una misma una inquietud intelectual y política. En Melancolía de izquierda Traverso se preguntaba cómo lidiar con aquella experiencia histórica pasada que sigue siendo una herencia cultural relevante de diversas tradiciones de las izquierdas pero que a la vez parece haberse roto en su relación de continuidad con el siglo XXI. En Revolución: una historia intelectual el historiador busca rescatar las dimensiones emancipadoras de las experiencias y la cultura revolucionaria del siglo XIX y XX sin abandonar sus dimensiones trágicas y oscuras.

En sus palabras, el libro “reúne los elementos intelectuales y materiales de un pasado revolucionario disperso y a menudo olvidado a fin de volver a articularlos en una composición significativa hecha de imágenes dialécticas”. A través del concepto algo difuso de imágenes dialécticas propone una relación bidireccional entre ideas políticas y variadas formas de representación artística y la experiencia histórica de las revoluciones fundamentalmente europeas de los siglos XIX y XX. Dichas imágenes son ensambladas como un montaje cinematográfico en el que las relaciones se dan a través de asociaciones relativamente libres pero justificadas intelectualmente.

El libro es un maravilloso inventario de ideas e imágenes vinculadas a esa cultura revolucionaria clásica que se inició en la experiencia jacobina de la Revolución francesa y se redefinió con la Revolución rusa en el siglo XX, con las que se identificaron miles de militantes de las izquierdas a lo largo del mundo. De alguna manera, el libro aspira a rescatar del “naufragio de las revoluciones del siglo XX” sin plantear una “preservación fetichista” y sí proponiendo una reelaboración crítica del pasado.

Traverso ensaya una narrativa que busca distanciarse de la crítica historiográfica liberal que equiparó la revolución a su consecuencia totalitaria. Esta historiografía amplificó su impacto en la posguerra fría, transformándose en el enfoque casi hegemónico en varias comunidades historiográficas. Pero, a su vez, Traverso toma distancia de las narrativas desarrolladas por intelectuales de izquierda que han intentado establecer una operación quirúrgica diseccionando con miradas maniqueas y ahistóricas lo bueno y lo malo de los fenómenos revolucionarios. Para Traverso, estos fenómenos deben ser entendidos en su totalidad con sus brutales elementos autoritarios y con sus aspiraciones emancipadoras y propuestas creativas, en las que la violencia también es incorporada como un fenómeno propio con sus matices liberadores y autoritarios.

Marx, Benjamin y cuerpos

Karl Marx y Walter Benjamin son referencias teóricas centrales en la manera en que las revoluciones son presentadas por Traverso. Por un lado, el Marx del Dieciocho Brumario, el que tiene la mirada más histórica y contingente, el que enfatiza la agencia humana en la construcción de órdenes sociales nuevos, es una fuente de inspiración en la selección de imágenes dialécticas marcadas por la acción colectiva. Dentro de esta perspectiva, Traverso también resiste a las interpretaciones historiográficas marxistas y de otros enfoques que han representado a la revolución como la revelación de un proceso ineluctable marcado por las leyes de la historia, y que descuidaban el lugar de la acción colectiva, la contingencia histórica y la incertidumbre e inestabilidad sobre la que los hombres y mujeres intentaron construir nuevos órdenes sociales.

Por otra parte, la dimensión mesiánica del cambio sugerida por Benjamin en su concepción sobre la historia está muy ligada a las maneras en que las revoluciones fueron vividas por los contemporáneos. Traverso incorpora este asunto como un dato ineludible para pensar los procesos de cambio. Las revoluciones estuvieron asociadas a creencias acerca del futuro y a proyectos que implicaban un cambio radical con el presente. Las maneras en que el tiempo histórico fue pensado socialmente tienen una particular relevancia a lo largo del libro.

En el primer capítulo, llamado “Las locomotoras de la historia”, Traverso analiza el impacto de las transformaciones tecnológicas del siglo XIX en las concepciones sobre la temporalidad histórica. La metáfora de la locomotora fue utilizada recurrentemente por los revolucionarios para dar cuenta de la direccionalidad del tiempo histórico: la historia iba en una dirección. Pero también la metáfora servía para mostrar cómo el tiempo se podía o enlentecer o acelerar con relación a esa direccionalidad que parecía consensuada.

El segundo capítulo, “Cuerpos revolucionarios”, recorre desde diferentes maneras cómo se representan los cuerpos insurgentes, la carnavalización de los cuerpos asociados a la emotividad de la revolución, las transformaciones de la doctrina de los dos cuerpos del rey en el proceso revolucionario francés y ruso, la idea de soberanía vinculada al cuerpo del pueblo, el tratamiento de los cuerpos muertos de los líderes de las revoluciones, la liberación del cuerpo vinculada a la crítica al esclavismo, la defensa de la libertad sexual por feministas revolucionarias y, por último, el gradual control de los cuerpos en los procesos de institucionalización revolucionaria.

En “Conceptos, símbolos, reinos de la memoria” el autor recorre ciertas representaciones que de alguna manera condensaron la idea y la práctica de los revolucionarios y las maneras en que estas fueron memorializadas y resignificadas durante el siglo XIX y parte del XX. Entre los conceptos se destacan la propia idea de revolución y su relación con otros conceptos vinculados al cambio. También los conceptos de contrarrevolución y fascismo son analizados como las respuestas ensayadas en diferentes momentos históricos frente al problema de la revolución. Pero también la revolución es pensada desde los símbolos que fueron parte de las prácticas insurgentes; las barricadas, las banderas rojas y los himnos ocupan una parte importante de ese capítulo.

Intelectuales y parias

En el capítulo “El intelectual revolucionario, 1848-1945” Traverso establece una estrategia narrativa algo diferente: abandona la asociación de conceptos para establecer una tipología relativamente clara de lo que sería un intelectual revolucionario en el siglo de “más grandes turbulencias de la modernidad política”. Allí entrarán aquellos que desarrollaron su labor intelectual contra el orden social y político dominante y que no sólo elaboraron teorías innovadoras sino que también escogieron un compromiso de vida con la acción política. Traverso repasa algunos contextos nacionales europeos y regionales (Occidente y anticolonialismo) donde se discutieron y se construyeron estas identidades intelectuales, y sus dificultades para adquirir un estatus de estabilidad y reconocimiento dentro del mundo de las ideas.

De alguna forma, la condición de paria y relativa marginalidad de estos revolucionarios posibilitará una vida marcada por la movilidad entre países y el desarrollo de una sensibilidad cosmopolita. Pero también este estilo de vida, que oscilará entre la marginalidad bohemia y el compromiso partisano, estará plagado de contradicciones y de acusaciones entre esas dos maneras de vivir la intelectualidad revolucionaria.

El capítulo quinto, “Entre la libertad y la liberación”, nos recuerda que en última instancia los sueños revolucionarios tuvieron que ver con el deseo de libertad en diferentes ámbitos de la vida social, y que tanto el concepto de libertad como el de liberación estuvieron en disputa durante los siglos XIX y XX y resultaron constitutivos de las identidades de izquierda, aunque hoy parecen capturados por sensibilidades conservadoras. Los párrafos en que Robespierre afirma que “la revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos” y los de Rosa Luxemburgo criticando las primeras medidas tomadas en 1918 por los revolucionarios rusos que limitaban los derechos políticos de los “que piensan diferente” anticipan el recorrido del capítulo. Desfilan así múltiples intelectuales que habitaron el tiempo histórico de las revoluciones y que fueron redefiniendo creativamente la idea de libertad asociada a opresiones políticas, religiosas, de clase, racial, género, colonial y del tiempo de trabajo.

Para Traverso, la idea de revolución, aunque diversa en sus contenidos y marcada por diferentes olas, quedó emparentada a partir de 1917 a la idea comunista. Por ese motivo, dedica el último capítulo a proponer un marco interpretativo para pensar las posibilidades de las ideas comunistas en el siglo XX. El texto propone cuatro alternativas del rol histórico que jugaron los comunistas. El comunismo funcionó como una oportunidad revolucionaria liberadora, como una oportunidad para la lucha anticolonial en el tercer mundo, como un régimen autoritario, y como un movimiento que impulsó reformas socialdemócratas en regímenes capitalistas.

Desde el Sur global

Hay algunos temas que se extrañan. Una de las maneras en que se articularon los debates en torno a la estrategia política de las izquierdas en el siglo XX estuvo vinculada con las posibilidades de la revolución en cada escenario nacional. La revolución no sólo fue importante en donde se concretó el hecho revolucionario, sino que en muchos países fue un horizonte que animó la práctica política del conjunto de las izquierdas. El lenguaje del análisis de la realidad de cada país estuvo guiado por un método que separaba la realidad entre las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución. A través de dicho marco de análisis, se ordenó la realidad y se conceptualizó la acción política más allá de que se lograra o no la revolución. Además de las consecuencias políticas, ese marco también inspiró una tradición académica vinculada a la sociología histórica, que será un aporte fundamental para pensar las revoluciones más allá de los enfoques ideologizados. Aunque esa conceptualización inspiró la práctica política e intelectual de muchos militantes de izquierda durante el siglo XX, nada de esto se encuentra en el libro.

También se extraña una mirada que trascienda el diálogo entre las dos revoluciones clásicas para pensar la revolución como un fenómeno global de la modernidad. Aunque se incorporan otras experiencias, como las revoluciones republicanas de América de fines del siglo XVII y principios del XIX, y la revolución china y la mexicana del siglo XX, parecen tener un lugar periférico en la narrativa y en el rescate de las imágenes dialécticas. Sin embargo, en las últimas décadas, una creciente historiografía ha insistido en las maneras en que fenómenos ocurridos en zonas contemporáneamente periféricas tuvieron un papel activo en la construcción de los nuevos órdenes revolucionarios durante los siglos XIX y XX. Tanto las revoluciones haitianas como las hispanoamericanas y la revolución china tuvieron impactos profundos en otras zonas del mundo.

De todos modos, el recorrido y las opciones que tomó Traverso en su selección de imágenes dialécticas no necesariamente son el resultado de una mirada eurocéntrica del fenómeno de la revolución, sino que están en sintonía con el repertorio que la cultura revolucionaria de izquierda internacionalista desarrolló durante los siglos XIX y XX. Un conjunto de los militantes internacionalistas a lo largo del mundo tuvieron como referencia este espacio europeo que fue una suerte de faro que alumbró los proyectos políticos de otras áreas del mundo. Ese es el impresionante inventario de ideas, representaciones, figuras intelectuales, líderes políticos y expresiones artísticas que Traverso rescata con una profunda erudición y una escritura que incorpora las emociones sin descuidar las argumentaciones racionales.

El rescate arqueológico de la revolución por parte de Traverso no pretende establecer una solución de continuidad con nuestro tiempo histórico tan poco revolucionario. Como buen historiador, no busca dar instrucciones sobre el presente, pero el mero ejercicio de poner estas imágenes de la revolución a disposición del lector es una intervención intelectual y política que ofrece indicios para pensar cómo aquellas experiencias tienen vínculos con nuestro presente. Una lectura necesaria para salir de la melancolía y pensar cuánto de aquello nos sigue marcando en este tiempo lleno de luchas pero reticente a establecer tradiciones.

Revolución: una historia intelectual, de Enzo Traverso. Traducción de Horacio Pons. 528 páginas. Fondo de Cultura, 2023.