El llamado caso Padilla fue un hito en la historia del vínculo entre intelectuales y el régimen revolucionario cubano. Durante su primera década, la Revolución cubana pudo lucir como la concreción de la utopía de un socialismo tropical, verdaderamente popular, playero, bailable, latino, afro y creativo, en el que la justicia social había podido aunarse a un clima de libertad existencial que incluyó una gran efervescencia artística e intelectual. Los cinéfilos podemos referirnos, por ejemplo, a las dos obras maestras de Tomás Gutiérrez Alea, La muerte de un burócrata (1966) y Memorias del subdesarrollo (1968): si bien muestran aspectos del proceso cubano que no estaban nada buenos, las películas en sí eran formidables, llenas de humor irreverente y melancólica poesía, y su existencia misma y su circulación mundial en cuanto emblemas del cine cubano connotaban un clima abierto a la crítica constructiva del proceso revolucionario, aun si esa crítica podía remover aspectos delicados y susceptibilidades.

Frente a hechos como esos, las noticias esporádicas con respecto a la censura de tal o cual obra o el relegamiento de tal o cual autor podían ser vistos como asuntos pendientes sobre los que no sabíamos lo suficiente, y muchos dieron crédito a la versión de que Guillermo Cabrera Infante –encarcelado y luego exiliado en 1965– debía ser realmente un espía al servicio de la CIA.

Sin embargo, la prisión, durante 37 días en marzo y abril de 1971, del escritor Heberto Padilla (1932-2000) pareció en su momento (y realmente lo fue) el inicio de una etapa nueva.

1971

En 1959 Padilla fue un entusiasta de la revolución y colaboró activamente con el gobierno durante sus primeros años. Ejerciendo cargos oficiales pasó extensas temporadas en el extranjero. Consta que, a su regreso a Cuba en 1966, empezó a manifestar en forma privada sus reparos a ciertos aspectos de la conducción revolucionaria. En 1964 el premio español Biblioteca Breve de la editorial española Seix Barral fue concedido a Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, y no al candidato preferido del gobierno cubano, que era Pasión de Urbino, de Lisandro Otero; en 1968 Padilla se desmarcó de la mayoría de sus colegas en un artículo en que aprobaba la decisión del jurado español, sosteniendo que Tres tristes tigres era una obra maestra y el libro de Otero, una mediocridad.

Su poemario Fuera del juego (1968) fue muy controvertido: recibió un premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y terminó editándose con un prólogo preparado por la propia Uneac con serias críticas a lo que veía como la postura política del libro. Luego de la lectura de su nuevo poemario Provocaciones en una reunión de la Uneac en 1971, la casa de Padilla y su esposa Belkis Cuza Malé fue invadida por agentes de Seguridad del Estado y ambos fueron recluidos (ella por unos pocos días).

Lo que parece haber diferenciado radicalmente el caso Padilla del de Cabrera Infante es que no hubo en esta nueva instancia una sola acusación extraliteraria, salvo la extrapolación de que algunas de sus actitudes estéticas en sí mismas supuestamente implicaban una postura antirrevolucionaria. Buena parte de los relatos sobre el caso Padilla mencionan la acusación de que el escritor, al asumir una concepción circular de la historia, se oponía a la verdad marxista de que la historia avanza en forma inexorable. Esa acusación ilustra muy bien la analogía con el par “dogma/herejía” y muestra la infiltración de estructuras de pensamiento de tipo religioso en el supuesto “socialismo científico”.

Tras la difusión internacional de lo ocurrido, una serie de intelectuales de izquierda latinoamericanos y europeos escribieron a Fidel Castro pidiendo que revisara su actitud respecto de Padilla, señalando lo dañino que resultaba para el mundo que el proceso cubano pasara a ser visto como una repetición de la represión estalinista.

La cosa sólo empeoró con la publicación de una autocrítica de Padilla, que seguía en prisión, el 5 de abril. Una “Declaración de los 61” decía que “el lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido mediante métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionaria”, es decir, se insinuaba que se había obtenido bajo tortura, y entre los 61 firmantes estaban Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Pier Paolo Pasolini, Alain Resnais, Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean-Paul Sartre, Jorge Semprún y Mario Vargas Llosa.

El 7 de abril, ya puesto en libertad, se organizó una tenida en la sede de la Uneac en la que Padilla dijo a sus colegas, esencialmente, lo que contenía su declaración, pero agregando consideraciones nuevas respecto de varios de los colegas suyos presentes (incluida su propia esposa), quienes, según Padilla, habían cometido los mismos errores que él, compartían su culpabilidad y también deberían hacer una autocrítica.

El número de los Cuadernos de Marcha de abril de 1971 está totalmente dedicado a “Cuba / Nueva política cultural / El caso Padilla” y contiene la mayoría de los principales documentos disponibles en ese momento (es decir, en el calor de los hechos). Hay incluso una carta de intelectuales uruguayos que asumen la postura opuesta de “los 61”, criticándolos específicamente y señalando, como refuerzo, su condición de europeos o europeizados. Ese texto, que defiende la actitud del gobierno cubano y recomienda el respeto por las decisiones oriundas de un proceso revolucionario, estaba firmado por Hugo Achugar, Walter Achugar, Coriún Aharonián, Mario Arregui, Marcos Banchero, Mario Benedetti, Matilde Bianqui, Miguel Bresciano, Sarandy Cabrera, Alberto Carbone, Manuel Arturo Claps, Híber Conteris, Ruben Deugenio, Francisco Espínola, Gerardo Fernández, Hugo García Robles, María Esther Gilio, Mario Handler, Jesualdo, Sylvia Lago, Cristina Lagorio, Graciela Mántaras, Carlos Núñez, Jorge Onetti, Juan Carlos Onetti, Nelly Pacheco, Hernán Píriz, Luis Rocandio, Cristina Peri Rossi, María Carmen Portela, Luciana Possamay, Alberto Restuccia, Juan Carlos Somma, Carlos Troncone, Teresa Trujillo, Daniel Vidart, Daniel Viglietti, Idea Vilariño y José Wainer.

El caso Padilla suele ser visto como el inicio del llamado Quinquenio Gris (1971-1976), caracterizado como de sovietización de la cultura cubana, es decir, fuerte censura, poca libertad de opinión y una producción artística sin gracia. Padilla no volvió a ser apresado, pero fue mantenido a raya por el gobierno y tuvo prohibido dejar el país hasta 1980. Cuando finalmente pudo salir, se instaló en Estados Unidos (con la bienvenida del entonces presidente Ronald Reagan) y no volvió a pisar suelo cubano durante los 20 años que transcurrieron hasta su fallecimiento. Pese a que fue uno de los emblemas de la falta de libertad de los artistas bajo el régimen castrista, se desmarcó de los intentos de la derecha cubana instalada en Miami de capitalizar su figura con fines contrarrevolucionarios.

Ahora

El documental El caso Padilla, dirigido por el cubano Pavel Giroud, residente en Madrid, está basado fundamentalmente en la filmación del evento de la Uneac del 7 de abril de 1971, que aparentemente no había visto la luz hasta ahora. No aparece íntegra: el evento duró 100 minutos y la película dura 78 e incluye otros materiales, que van surgiendo a modo de ilustración o complemento de lo que aparece en el discurso.

Hay fotos fijas, videos y audios con dichos de Fidel, Vargas Llosa, García Márquez y otros. Vemos una pertinente secuencia de montaje sobre el clima político de 1968 alrededor del mundo. Vemos documentos diversos, incluido un reporte de la CIA titulado “Padilla: Castro’s Solzhenitsyn?”. Aparecen en pantalla, a veces en contrapunto con un audio distinto, fragmentos de los escritos de Padilla trabajados con animaciones diversas que van desvelando las líneas en forma paulatina o subrayando determinados pasajes.

Pero lo central es el discurso de Padilla en la Uneac. Es algo rarísimo. En ningún momento deja en evidencia incomodidad. Si el texto de autocrítica del día 5 y la descripción del evento de la Uneac del día 7 pudieron dar la impresión de una persona aplastada que tuvo que firmar algo que no quería, lo que se ve en la filmación es un hombre exaltado usando sus mejores artificios retóricos para conmover y convencer. Hace gestos dramáticos, como arrugar los apuntes que tenía preparados, para mostrar que no está leyendo un texto aprendido.

El tono tiene mucho del discurso de un predicador cristiano cuando quiere mostrar que supo tener una vida de pecados pero finalmente encontró a Dios, se percató de sus ignominias pasadas y exhorta a los demás a transitar por un mea culpa análogo al suyo. Se refiere con asco y desprecio a sus escritos previos y a su actitud estética y vital, finalmente dejados de lado. Critica muy especialmente el tono de “pesimismo y amargura” que dominaba Fuera del juego y las Provocaciones, y equipara esos tonos emocionales con una disposición contrarrevolucionaria. También en forma análoga a cierto pensamiento religioso enfatiza todo lo que la revolución le dio y luego la hedionda falta de agradecimiento y humildad implícita en sus críticas e ironías pasadas. Enfatiza también la ignorancia arrogante desde la que perpetró esos abusos, y cómo los agentes de seguridad del Estado, en esa temporada sanadora que él tuvo el privilegio de vivir junto a ellos, le hicieron ver con claridad cuál es el camino a seguir. Tilda de “alharaca” la movida solidaria de intelectuales extranjeros en su defensa: él mereció ser detenido, y la detención fue un favor que le hicieron.

Cuando escracha e interpela a diversos colegas, contando públicamente las conversaciones privadas pecaminosas que tuvo con ellos u opinando, desde su nuevo estado de conciencia, sobre sus errores estéticos, no parece un tipo consternado que tiene que entregar a sus amigos porque le están amenazando la vida, sino un buchón ensañado.

Es decir, no se puede desprender de esa filmación la conclusión a la que arribaron “los 61”. Es una hipótesis entre otras, y una bastante improbable: si Padilla fue chantajeado con alguna amenaza terrible y no tuvo otra que cumplir con las directivas, habrá que suponer que fue un actor formidable, capacitado para encarnar su rol con toda convicción.

Otra hipótesis sería la de que le lavaron totalmente el cerebro, como en las peores fantasías orwellianas, pero esto también es improbable. Podría ser que a Padilla no lo hayan chantajeado, sino que lo hayan sobornado y que la tentación haya sido más fuerte que su integridad.

La otra posibilidad es que realmente lo hayan convertido y que, al menos en los momentos subsiguientes a su internación en la seguridad del Estado, él realmente se impregnó de fervor por el gobierno revolucionario y decidió confiar en sus dogmas. Hay mucha perversidad cuando amenaza a sus compañeros escritores diciendo que si no hubo más detenciones fue debido a la generosidad de la revolución (es decir, los escritores deben agradecer esa disposición bondadosa que los salvó del castigo y, movidos por ese afecto, deberían reconsiderar los propios errores).

Es una pena que la película no incluya elemento alguno que permita dirimir entre estas posibilidades. No se menciona en ningún momento esta instancia de autocrítica desde un momento posterior. No leí La mala memoria, el libro autobiográfico de Padilla publicado en 1989, ya en el exilio estadounidense: ¿será que no incluye ni una sola consideración al respecto, o los realizadores no consideraron importante aclararlo? 1 ¿Será que Belkis Cuza Malé, que sigue viva, no tenía nada que aportar, o no quiso participar?

La película es valiosa por lo que muestra, y está urdida con habilidad. El uruguayo Fernando Epstein actuó como supervisor de montaje, lo que puede verse casi como una garantía de fluidez y sentido. Capaz que un poco más de contexto hubiera venido bien, aun si para ello hubiera habido que superar la tímida duración de una hora y 20 que muchos consideran lo que “la gente” puede tolerar en un documental. Hay ciertos recursos medio sensacionalistas, como los carteles que, al inicio, dicen que el material que veremos estuvo “oculto por más de medio siglo”, a lo que sigue un breve silencio y otro cartel: “Hasta ahora”. La música tiene ese tono grave y melodramático que da la idea de que estamos viendo algo muy serio, algo tan evidente que la música funciona casi como un insulto al espectador.

La filmación de la reunión en la Uneac incluye un epílogo que funciona como un clímax dramático. En primera instancia, asistimos al patético desfile de los acusados por Padilla: cada uno de ellos pasa al frente, reconoce la razón de Padilla y hace su propio acto de contrición. Hasta que viene Norberto Fuentes y rompe con esa rutina, construyéndose como el héroe de la película. Los relatos que trascendieron en su momento (por ejemplo, el que llegó a los Cuadernos de Marcha) omitieron esa parte especialmente jugosa de la noche en que un escritor busca romper con la ecuación entre postura crítica y actitud contrarrevolucionaria.

El caso Padilla, dirigida por Pavel Giroud. Documental. España/Cuba, 2022. En Cinemateca.


  1. Nota del editor: En La mala memoria Padilla relata cómo, en los días previos al acto de confesión, fue torturado y advertido de que la seguridad de muchos amigos estaba en peligro. También afirma que se convino que debía aprenderse de memoria la confesión que había escrito.