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Vladimir Putin en la residencia estatal de Bocharov Ruchei, después de una reunión con su homólogo turco en Sochi, el 29 de setiembre.

Foto: Vladimir Smirnov, pool, AFP

Pese al descontento, Putin sigue teniendo el control

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En las últimas elecciones parlamentarias rusas el Partido Comunista creció en votos y obtuvo el segundo lugar. Pero aun con una leve caída, el presidente ruso sigue firme en el poder.

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Leído por Lola Livchich Melone.
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La estabilidad es un gran bien, el máximo, a juzgar por los líderes rusos. Es así que los resultados de las elecciones para el Parlamento de toda Rusia, la Duma Estatal, muestran un cierto equilibrio. No podían caber dudas de la victoria del partido gobernante Rusia Unida en los comicios. Aunque esta vez el triunfo fue por un porcentaje algo menor, probablemente será suficiente para lograr la mayoría en la legislatura.

Sin embargo, ha habido cambios de matices. El Partido Comunista es claramente más fuerte. Sus candidatos estaban representados de manera desproporcionada en la campaña en virtud del “voto inteligente” –apoyar al opositor mejor posicionado sea del partido que fuere– impulsado por el disidente Alexei Navalny, actualmente encarcelado, gracias al cual pudieron reunir votos de protesta adicionales. Pero quizás haya sido más gravitante el hecho de que estaban en mejores condiciones que todos los demás para estar a la altura del descontento causado por la creciente desigualdad social, la alta inflación y la lenta evolución de los salarios. Además, este partido patriótico y más bien conservador había logrado recientemente reclutar a varios jóvenes talentos políticos con posiciones claramente más de izquierda, que crearon una cierta sensación de renovación del Partido Comunista. También hay un nuevo partido en la cámara baja de Rusia, Gente Nueva, que es uno de los que obtuvieron reconocimiento legal de manera muy veloz. Se cree, por eso, que estos partidos fueron puestos en carrera por el propio Kremlin para absorber votos de protesta.

Sin embargo, no hay cambios importantes. Las elecciones para la Duma tampoco pueden realmente cambiar algo en las relaciones de poder en el país. El Parlamento es relativamente débil en la estructura institucional rusa. Incluso con una potencial mayoría de la oposición, el poder de acción del presidente no se vería sustancialmente comprometido. Sin embargo, desde el punto de vista del Kremlin, las elecciones parlamentarias cumplen una función gravitante: son un símbolo del nivel de apoyo popular al poder presidencial y, por lo tanto, le dan legitimidad a Putin.

Precisamente esta legitimidad es la que pretendía erosionar la campaña por el “voto inteligente” de Navalny. El referente opositor designó para cada distrito al candidato con más posibilidades de vencer al postulante del partido de Putin, Rusia Unida. De esta forma, la campaña eludió el problema de la siempre dividida oposición y creó una oportunidad para lograr un voto de protesta efectivo. Sin embargo, también encontraron apoyo los representantes de la oposición sistémica, es decir, de partidos que se presentan como opositores pero que, en momentos decisivos, acompañan con su voto al partido en el poder. Lo único clave en la campaña era entonces si un candidato debilitaría a Rusia Unida.

Muchos de los que se ven a sí mismos como una oposición real y quieren ejercer el poder político critican esta visión, por lo cual se pierde de vista que también hay candidatos opositores con una agenda propia, que tienen como prioridad implementar proyectos concretos para sus respectivas regiones y están menos interesados en los grandes alineamientos políticos. También se pasa por alto el hecho de que hay miembros de la Duma que intervienen ante los problemas, promueven leyes y aclaran situaciones mediante pedidos de informes. Si la elección se reduce a la pregunta “¿está usted con el poder o contra el poder?”, estos pequeños éxitos del trabajo político podrían dejar de existir.

Pero ¿tiene realmente motivos el Estado para sentir temor ante esta cuestión? Prácticamente no. Porque a pesar de la creciente insatisfacción con el oficialismo, una gran parte de la población sigue votando por Rusia Unida. Esto se debe, por un lado, a que una gran cantidad de personas son empleados directamente por el Estado o por empresas ligadas al Estado, y a que muchos dependen de prestaciones estatales tales como pensiones o subsidios. Por otro lado, estas son personas que quieren cualquier cosa excepto una repetición de los difíciles años 90. Prefieren votar por una estabilidad un poco deprimente antes que por un futuro incierto. Pero también hay votantes satisfechos con el statu quo. Lo que cuenta para ellos es que la economía se mantenga estable, que Rusia vuelva a ser una potencia mundial respetada y que Crimea se haya convertido en parte de Rusia. Aunque estas personas no tengan acaso un buen concepto del partido Rusia Unida, lo votan porque están a favor de un Estado fuerte y de la política del presidente.

A pesar de esta relativa seguridad, el Kremlin parecía muy preocupado por el resultado. En comparación con elecciones anteriores, mostró una actividad desproporcionada para lograr los resultados deseados. Una de las razones de su preocupación por las elecciones tiene que ver con la política exterior, que domina todos los campos políticos en Rusia. El modelo de política exterior rusa ve al país rodeado de enemigos que aprovechan cada punto débil para desestabilizarlo. Esta inquietud es expresada una y otra vez por los políticos. Es por eso que muchos defensores de esta versión ven las elecciones como una amenaza para la estabilidad. Teniendo en cuenta las denominadas “revoluciones de colores” durante las últimas décadas y los acontecimientos actuales en Bielorrusia, de lo que se trata, según esta lógica, es de no permitir ambigüedades o protestas que faciliten la intromisión de potencias extranjeras. Por tanto, las elecciones deben ser claras.

Desde esta perspectiva se puede explicar la lucha sin cuartel contra la campaña del “voto inteligente” de Navalny. Existe un gran desinterés por la política entre la gran mayoría de la población. Activar a un grupo pequeño pero diligente contra las políticas del Kremlin es considerado, por lo tanto, un peligro para la estabilidad del país.

Lo arriesgado de este conflicto es que las elecciones se precipitan cada vez más a la pregunta “¿estás con el Estado o contra el Estado?”. El ya casi inexistente discurso político sobre contenidos alternativos se vuelve, así, completamente imposible. Mediante la creciente dinámica amigo/enemigo en las elecciones también aumenta la inestabilidad que tanto teme el Kremlin. El mejor antídoto sería un animado debate con la participación de la extremadamente diversa oposición.

Duma nueva

En las legislativas del 17, 18 y 19 de setiembre, el partido gobernante Rusia Unida cayó en votos y no logró el 50% de las elecciones de 2016, pero aun así retuvo 324 de los 450 escaños de la Duma. Lo siguió en votos el Partido Comunista, con 57 bancas, Rusia Justa, con 27, el Partido Liberal-Democrático, con 21, y Gente Nueva, con 13. La participación creció desde las últimas legislativas, de 47,88% a 51,72%.

Peer Teschendorf es director de las oficinas de la Fundación Friedrich Ebert en la Federación de Rusia desde 2018. De 2012 a 2016 fue director de las oficinas de esa fundación en Kazajstán y Uzbekistán. Traducción: Carlos Díaz Rocca. Este artículo fue publicado originalmente por Nueva Sociedad.

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