–No es como lo de Kennedy, porque acá fue por el odio de los medios.
–Pero ¿qué querés decir con odio? Esto fue un atentado político.
–Sí, fue un atentado, pero los medios tienen mucho que ver. Lo de Kennedy fue diferente.
–Diferente, pero el balazo es el balazo y el balazo del que se salvó Cristina era el mismo que el de Kennedy.
Un grupo de varones se enfrasca en un debate sobre causas e historia política mientras intenta esquivar el sol, que pega fuerte en la Plaza de Mayo en la tarde del viernes feriado en la ciudad de Buenos Aires. Son dos padres con sus respectivos hijos veinteañeros. Los padres comparan el intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández con el magnicidio de JFK; sus hijos hablan de discursos de odio. La diferencia interpretativa parece ser generacional. No importa. De todas maneras, los cuatro llegaron a la plaza por lo mismo. Se abrieron paso entre las decenas de miles de personas que colmaron la Avenida de Mayo y las calles aledañas a la plaza, atravesaron columnas sindicales, de organizaciones sociales, agrupaciones barriales, desfilaron tras los bombos y la marcha peronista hasta llegar a apretarse muy cerca de un escenario que recién se está armando de espaldas a la Casa Rosada y que todos miran con expectativa. ¿Vendrá Cristina? ¿Hablará Cristina?
Desde la noche del jueves y con el video en loop de un arma gatillada junto a la cara de la vicepresidenta, gran parte de la sociedad argentina está en shock. El presidente Alberto Fernández anunció un feriado nacional y desde el Frente de Todos se convocó a todas las plazas del país en defensa de la democracia. Y eso es lo que repiten casi en bloque las personas que desde el mediodía ocupan la Plaza de Mayo, algunas sueltas en picnics, otras encolumnadas, otras con sus familias, debajo de unas banderas colgadas de la Pirámide de Mayo con retratos de iconografía peronista; desde Juana Azurduy y San Martín hasta el Indio Solari, pasando por el papa Francisco, Perón y Evita.
El ambiente es difícil de descifrar por lo inédito: una mezcla de estupor y denuncia con celebración popular. Porque Cristina sobrevivió y la gente salió a la calle a defenderla a ella y a las instituciones.
“Hoy me desperté y me puse a llorar. Creo que no tomamos dimensión de lo que significa esto. Lo de hoy es un apoyo a la democracia, al Estado de derecho, para evitar este clima de violencia que reina hace tanto tiempo. Hay que frenar esto de alguna manera”, dice Laura, docente que viajó desde Zárate, provincia de Buenos Aires, junto con su madre Claudia.
Vinieron para no sentirse solas y porque necesitan entender qué está pasando. “Sólo en la calle te das cuenta de lo que pasa, no nos podemos quedar en las redes”, dicen a la diaria. Y ensayan razones: “Para mí es por esta continua brecha, esta continua división fomentada por los medios de comunicación, por el periodismo del odio”, agrega Claudia.
“Odio” es la palabra que más se repite desde el atentado a la vida de Cristina Fernández, la causa que encuentran muchos políticos y comunicadores que intentan explicar cómo se llegó a este punto.
“Son ellos o nosotros”, había tuiteado el 27 de agosto el diputado nacional Ricardo López Murphy (Republicanos Unidos) tras la represión de la Policía de la ciudad a militantes kirchneristas que se manifestaron en Recoleta en apoyo a la vicepresidenta. En la última semana el juicio por la causa Vialidad, que tiene en el banquillo, entre otros, a Cristina Fernández, volvió a ponerla en el centro de la escena política. Su casa se convirtió en un punto de encuentro cotidiano de militancia y ella estuvo más accesible que nunca. La represión y la violencia policial tanto a simpatizantes como a dirigentes peronistas y los discursos desde la oposición, en particular el del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, intensificaron una temperatura social y discursiva que viene en aumento desde hace tres años. Se entrecruzan las acusaciones de echar nafta al fuego. Una instalación de bolsas de basura simulando ser cadáveres colgando en la Casa Rosada el año pasado y las palabras de periodistas –y políticos– en prime time de televisión llamando a la desobediencia civil son algunos de los gestos que los miles de personas reunidas en la Plaza de Mayo están repudiando.
“Hay muchas mentiras dando vueltas. Tenemos dos poderes en contra de nuestro pueblo. El Poder Judicial no dijo nada de lo que pasó. Esto no es nuevo, lo sufrimos a lo largo de la historia. Acá estamos los que vivimos y sufrimos la dictadura. Lo de ayer era esperable con todo lo que dicen en los medios de comunicación. Con todo lo que odian a Cristina, con todo lo que nos odian a nosotros. Es doloroso leer el diario”, dice Osvaldo, un jubilado de 75 años que viajó desde San Martín, provincia de Buenos Aires.
Además de los cientos de carteles con la foto de Cristina –algunos anunciando, deseando una candidatura presidencial para 2023– y las remeras con sus frases “No fue magia”, “El amor vence al odio”, “Veinte veces lo volvería a hacer”, circulan muchísimas pancartas con el pañuelo de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, grandes protagonistas de esta movilización y de todas las movilizaciones populares en defensa de la democracia.
A las dos de la tarde, entre aplausos y cantos, la columna de Abuelas ingresa a la Plaza de Mayo y la atraviesa para acercarse al escenario. La encabeza la legisladora porteña del Frente de Todos y nieta recuperada Victoria Montenegro.
“La imagen de ayer es dramática. Es contra la historia argentina. El intento de asesinato a la vicepresidenta también es un intento de asesinar la democracia que tanto nos costó. Por eso el pueblo está en la calle. Esta no es una marcha de tal o cual espacio político, esta es una marcha de un pueblo que no quiere más violencia, que no quiere repetir la historia y que no quiere destruir lo que construyó hasta ahora. Tenemos a personas con representación institucional hablando de pena de muerte. Esto se tiene que terminar”, dijo la legisladora a la diaria.
La columna de Abuelas se junta con la de Hijos y avanzan. Una hora después entra la camioneta blanca de Madres de Plaza de Mayo. La gente las recibe cantando: “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”.
“Imaginate si no vamos a venir, si están ellas acá hace tanto tiempo defendiendo los derechos de todos”, dice Lucía, estudiante y trabajadora de un comercio, señalando a la camioneta blanca. “Necesitamos poner un freno, que haya un quiebre. Esto no puede volver a pasar. Uno subestima estas cuestiones. Pensamos que las palabras se quedan en lo simbólico, en un mensaje de violencia, como las horcas. ¿Vos viste las horcas?”.
Junto al sindicato Asociación de Trabajadores del Estado, la activista travesti y sindicalista Alma Fernández, presente en todas las marchas feministas y por los derechos de la diversidad sexual, levanta el puño y arenga a sus compañeros: “Nos parece importante estar acá en un momento en que nuestra democracia se ve en riesgo. Si esa arma hubiera disparado la bala hoy estaríamos lamentando no sólo un magnicidio, sino también un femicidio. Esa bala era contra Cristina, contra las mujeres y las trans y contra todas las banderas que levantó, todos los derechos que nos ayudó a conseguir. Nosotras las travas estamos acostumbradas a recibir agresiones de todos lados, pero no tenemos que desearle el mal a nadie. Con su odio es suficiente”.
Cinco horas después, cuando ya no se puede ni circular de tanta gente que hay, el escenario finalmente se ocupa con representantes del gobierno y de organizaciones de derechos humanos. Suena el himno nacional y a varias personas se les caen las lágrimas. No está Cristina. Cristina no va a hablar. La actriz y titular de Actrices Argentinas Alejandra Darín lee un documento. También apunta contra los discursos violentos. Dice que la paz social es una responsabilidad colectiva. Y finaliza diciendo: “El odio afuera”.