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Partidarios de Donald Trump arriban a un acto de campaña en Des Moines, Iowa, el 13 de mayo.

Foto: Scott Olson, Getty Images, AFP

El Partido Republicano, rehén de Trump y de las “guerras culturales”

11 minutos de lectura
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Hechos recientes permiten verificar algunas tendencias.

El giro a la derecha radical del Partido Republicano, atrapado en guerras culturales que movilizan a minorías intensas pero son rechazadas por electorados más amplios, aparece como una oportunidad para los demócratas, que a su vez se debaten entre posiciones progresistas y un desplazamiento hacia el centro.

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Leído por Mathías Buela.
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Los años que no incluyen elecciones presidenciales ni de medio término suelen brindar pocas oportunidades de poner a prueba en las urnas hipótesis sobre la política. Pero la primera semana de abril de 2023, un año no electoral, fue diferente. Esos días fueron particularmente intensos desde el punto de vista político: hubo una elección para la Corte Suprema del estado de Wisconsin, otra para la Alcaldía de Chicago, y dos legisladores demócratas fueron destituidos de la legislatura estatal controlada por los republicanos en Tennessee. Esa misma semana, Donald Trump compareció en un tribunal de Nueva York y se declaró “no culpable” de 34 cargos relacionados con la falsificación de registros de campaña en relación con el dinero que pagó para evitar la difusión de noticias negativas sobre sus asuntos personales en la prensa en 2016, sobre todo su relación con la actriz porno Stormy Daniels. Tomados en conjunto, estos eventos evidencian que Trump está consolidando su control del Partido Republicano, mientras el resto del país se aleja de él.

La elección en Wisconsin podría parecer relativamente insignificante, pero no fue así. El estado es un microcosmos de lo que ocurre en todo el país. Se encuentra en la parte norte del Medio Oeste, a lo largo de la costa occidental del lago Michigan; es principalmente rural y agrícola. Sus dos centros de población más grandes se encuentran en la parte sur del estado: Madison es la capital y el hogar de la Universidad de Wisconsin; Milwaukee es la ciudad más grande del estado y la más diversa desde el punto de vista racial, aunque también una de las ciudades más segregadas del país. El estado tiene una larga tradición de política progresista: Milwaukee estuvo gobernada por socialistas a principios del siglo XX y Madison fue crucial para la Nueva Izquierda de los años 60. Pero también tiene una larga historia de conservadurismo reaccionario: el senador Joseph McCarthy, cuyo nombre evoca el anticomunismo paranoico en todo el mundo, también era de Wisconsin. El estado sigue estando políticamente dividido: Joe Biden ganó por 0,63 puntos porcentuales en 2020, mientras que Trump lo había hecho por 0,77 en 2016.

Además, Wisconsin es uno de los estados con gerrymandering (manipulación de las circunscripciones electorales) más agresivo en el país. En 2011, con el control de todas las ramas del gobierno del estado, los republicanos redibujaron los mapas electorales para favorecer su perpetuación en el poder. En 2018, por ejemplo, el estado eligió a un gobernador demócrata. Sin embargo, aunque los demócratas obtuvieron 53% del voto popular, los republicanos lograron hacerse con 64% de los escaños de la asamblea del estado. Desde allí buscaron debilitar el poder del gobernador demócrata electo. La propia Corte Suprema del estado, donde los conservadores tienen una mayoría de 4-3, ha declarado legales todas sus acciones.

Los votantes de Wisconsin eligen jueces para su tribunal supremo estatal por mandatos de diez años. Con uno de los jueces conservadores que finalizaba su mandato, las elecciones de abril definieron, por tanto, el control del tribunal estatal. El postulante conservador, Daniel Kelly, tenía vínculos con militantes de extrema derecha, entre ellos varios que buscaban invalidar los resultados de la derrota de Trump en Wisconsin en 2020. La candidata liberal Janet Protasiewicz ha indicado que considera que los actuales mapas electorales son injustos y que los invalidaría. Además, revocaría la prohibición del aborto en Wisconsin, resultado de una ley de 1849 que volvió a ser válida después de que la Corte Suprema federal anulara el fallo Roe vs. Wade en 2022. Las elecciones fueron consideradas las “más importantes del año” y se recibieron aportes millonarios desde todo el país, alcanzando un récord de 45 millones de dólares. Al final, se registró una victoria de más de diez puntos porcentuales para Protasiewicz.

El resultado, al igual que las elecciones intermedias de 2022, ha sido interpretado como un amplio rechazo a las políticas antidemocráticas y en contra del aborto del Partido Republicano. Algunos republicanos han respondido con llamados a que el partido adopte una posición más moderada respecto del aborto, como apoyar una prohibición nacional sólo después de la decimoquinta semana de embarazo. Sin embargo, el partido, al igual que muchas de sus iglesias afiliadas, ha estado diciéndoles a sus fieles durante años que el aborto es un asesinato y que no es posible llegar a ningún compromiso.

Más de 60% de los estadounidenses apoya el derecho al aborto, pero más de 60% de los republicanos lo rechaza por completo. No es realmente posible una moderación, lo cual también explica por qué el partido no puede abandonar su estrategia de aprovechar características contramayoritarias del sistema político. Sin embargo, algunos republicanos parecen estar esperando la solución inspirada en el poema satírico de Bertolt Brecht “Die Lösung” [La solución]: disolver al pueblo y elegir a otro. El exgobernador republicano de Wisconsin Scott Walker culpó de la derrota a los votantes jóvenes (los votantes de entre 18 y 29 años favorecieron a Protasiewicz por más de 30 puntos) y prometió “contrarrestar el impacto de los radicales en los campus, en las escuelas, en las redes sociales y en la cultura en general”.

Echarle la culpa de sus dificultades electorales al supuesto adoctrinamiento liberal (progresista) se ha convertido en uno de los ejes de la política republicana, y muchos suenan ahora como lectores antimarxistas de Antonio Gramsci, dedicados a retomar las instituciones culturales que creen haber perdido. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, considerado el rival más serio de Trump para la nominación republicana de 2024, ha hecho de la campaña en contra de la cultura woke un tema central de su por lo general insulsa imagen pública. Procedente originalmente de la jerga política afroestadounidense y traducida como “despierto/consciente”, la derecha ha vuelto a woke una palabra clave del antiprogresismo. Incluso DeSantis ha tomado medidas para debilitar el poder de la corporación Disney en el estado (donde se encuentra Disney World) como castigo por haber criticado una ley, conocida por sus críticos como la ley “No digas gay”, que busca limitar la discusión sobre la sexualidad en las escuelas. También ha designado juntas directivas de extrema derecha para intentar controlar las universidades estatales que considera centros de adoctrinamiento progresista. En algunos aspectos, el discurso republicano sobre las universidades se parece al de las dictaduras latinoamericanas de los años 70: no deja de insistir en que los centros de enseñanza son responsables de una suerte de corrupción de la juventud.

Pero estas acciones tienden a reforzar la percepción de que el Partido Republicano ha sido capturado por extremistas de derecha. Las leyes en contra de la atención sanitaria inclusiva para jóvenes transgénero han sido la máxima prioridad de muchas legislaturas estatales controladas por los republicanos. Activistas de extrema derecha han continuado atacando a las escuelas por supuestamente enseñar “teoría crítica de la raza” e “ideología de género”, e incluso “aprendizaje socioemocional”. Algunas bibliotecas escolares en Florida han vaciado sus estantes; una directora se sintió forzada a renunciar después de que algunos padres protestaran por la clase de un profesor de arte que analizó el David, la escultura de Miguel Ángel, en virtud de su desnudez.

Ninguna de estas causas tiene un amplio respaldo fuera de la base republicana. Una vez más, alrededor de dos tercios de los estadounidenses están en contra de las leyes que limitan los derechos de las personas transgénero, y la mayoría de los padres afirman estar de acuerdo con que las escuelas enseñen tanto elementos positivos como negativos de la historia estadounidense. La ola de legislación antitrans en estados controlados por los republicanos ya está provocando que familias con hijos transgénero se muden a otros lugares. Mientras tanto, los republicanos se muestran decididos a no tomar ninguna acción respecto de algo que los jóvenes consideran una amenaza real para sus vidas y seguridad: la violencia armada.

El 27 de marzo, un exalumno de una escuela cristiana privada en Nashville, Tennessee, llevó un rifle de asalto AR-15 a la escuela y mató a tres estudiantes y tres empleados antes de ser abatido por la policía. Las armas superaron a los automóviles en 2020 como la principal causa de muerte entre niños y adolescentes, y la violencia armada es una de las razones de una disminución sin precedentes en la esperanza de vida en tiempos de paz. Incluso si no han experimentado un tiroteo, todos los niños en las escuelas públicas de Estados Unidos reciben capacitación sobre cómo responder a un atacante en su escuela. Los republicanos culpan de los tiroteos a la “maldad” y a la enfermedad mental, pero no consideran la prohibición de las armas de asalto que se usan con tanta frecuencia, debido a la asociación cultural de las armas con la libertad. “No vamos lograr remediar este problema”, zanjó la discusión un republicano de Tennessee después del reciente tiroteo.

Esa falta de respuesta llevó a una protesta en el pleno de la Cámara de Representantes del estado de Tennessee. Tennessee es un estado conservador del sur: Trump obtuvo una diferencia de más de 20 puntos contra Biden en 2020. Pero sus áreas urbanas, como la capital del estado, Nashville, son sus motores económicos y tienen más votantes liberales, quienes sienten que se les niega efectivamente la representación política mediante el rediseño arbitrario de los distritos electorales, como en Wisconsin. Entre los manifestantes se encontraban tres miembros demócratas de la cámara: dos hombres jóvenes afroestadounidenses y una mujer mayor blanca. La mayoría republicana intentó luego expulsar a esos legisladores por su papel en la protesta, pero sólo tuvieron los votos para expulsar a los dos hombres negros. El evidente racismo, junto con la naturaleza cínicamente antidemocrática de la acción, ha generado indignación. “Les pedimos que prohíban las armas de asalto y ustedes respondieron con un asalto a la democracia”, declaró Justin Jones, uno de los expulsados. Los legisladores republicanos fueron recibidos con cánticos de “¡Vergüenza!” y “¡Váyanse a la mierda, fascistas!”, al salir de la cámara. Pocos días después, sus distritos respectivos votaron para que los legisladores expulsados regresaran a la institución estatal.

Como resultado de la presidencia de Trump, varios republicanos han declarado que el Partido Republicano ya es el partido de la clase trabajadora. Pero es notable la falta de agenda económica y el predominio de los conflictos culturales en la agenda partidaria. La verdad es que tanto demócratas como republicanos cuentan con apoyos entre la clase trabajadora, la clase media y las élites. Las demarcaciones son más regionales y por niveles educativos. La tradicional agenda económica republicana divide internamente al partido; las “guerras culturales”, no.

Por eso el partido no muestra señales de cambiar de rumbo. Para 2024, los dos retadores con verdaderas bases de apoyo son DeSantis, quien representa la esperanza de un trumpismo sin Trump, y el propio Trump. Las encuestas muestran a Trump con una ventaja creciente sobre DeSantis, que puede estar perdiendo fuerza. El gobernador no puede criticar efectivamente a Trump, porque la base republicana sigue apoyando al expresidente. Incluso los problemas legales de Trump pueden ayudarlo a consolidar su liderazgo: los republicanos han fijado un mensaje de que los procesos en su contra son motivados por razones políticas, lo que convierte al expresidente en un mártir. El fiscal de distrito de Manhattan que presentó estos cargos, Alvin Bragg, es recurrentemente descrito como “respaldado por Soros”. Pero si bien el magnate George Soros ha donado dinero para las campañas de fiscales progresistas, no tiene una conexión directa con Bragg, y el lenguaje sobre la amenaza de Soros se hace eco del lenguaje del húngaro Viktor Orbán, quien es aclamado como un modelo por muchos en la derecha estadounidense.

DeSantis es visto como el candidato preferido por la élite republicana, que, a puertas cerradas, siente poco más que desprecio por Trump. Una de las revelaciones del proceso contra el canal conservador Fox News por sus mentiras sobre el fraude electoral de 2020 es que hay una gran diferencia entre lo que dicen y lo que creen. Tucker Carlson, un hábil propagandista que hasta hace poco, cuando lo despidieron, coqueteaba constantemente con ideas nacionalistas blancas y fascistas en su popular programa de “noticias”, expresó en privado que odia a Trump y que “en lo que es bueno [el expresidente] es en destruir cosas”. Pero los intentos de Fox de explicar que Trump había perdido las elecciones se revirtieron rápidamente cuando su audiencia huyó hacia canales ignotos que se mantenían en sus trece en la denuncia de que le habían robado la elección. La lección de 2016, y de cada año desde entonces, es que la élite republicana no tiene control sobre su partido.

En el otro lado del espectro político, quedan preguntas sobre lo que quiere el Partido Demócrata. Un análisis que surgió de las elecciones presidenciales de 2020, más reñidas de lo que los demócratas hubieran deseado, fue que el ala progresista del partido había ido demasiado lejos con discursos sobre el socialismo y el “desfinanciamiento” de la Policía tras la muerte de George Floyd. Esas nunca fueron posiciones adoptadas por el partido, pero aun así se habían asociado al tipo de personas que votarían por los demócratas. De hecho, aun políticos progresistas se han alejado de ese tipo de lenguaje. Pero las recientes elecciones para la Alcaldía en Chicago muestran que, más allá del lenguaje que se utilice, los demócratas no quieren renunciar a la causa de reformar la cultura policial.

La actual alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot, ha tenido un mandato tumultuoso. Su respuesta a la pandemia de covid-19 y a las protestas de Black Lives Matter no fue popular, y perdió en las primarias. Los dos candidatos que avanzaron a la elección general fueron Brandon Johnson y Paul Vallas. Si bien ambos son nominalmente demócratas, Vallas (blanco) se postuló con una plataforma de “ley y orden” inclinada hacia la derecha con el apoyo de los sindicatos de la Policía, gran parte de la comunidad empresarial y algunos líderes comunitarios en la comunidad afroestadounidense de Chicago. Johnson (afroestadounidense), por su parte, se postuló como progresista con el apoyo de los sindicatos de maestros. Con la seguridad pública como tema central y el doble de dinero para gastar en su campaña, Vallas esperaba la victoria. Pero Johnson ganó por dos puntos, triunfando tanto en los barrios progresistas acomodados como en los pobres y de alta violencia. Como resultado, las dos ciudades más grandes de Estados Unidos, Los Ángeles a finales de 2022 y Chicago a principios de 2023, han elegido a progresistas y les han confiado llevar a cabo reformas en el sistema de Justicia penal. “No tenemos que elegir entre la dureza y la compasión, entre el cuidado de nuestros vecinos y mantener a nuestra gente segura”, dijo Johnson después de su victoria. “Si esta noche demuestra algo, es que esas viejas y falsas opciones ya no sirven a esta ciudad”.

En el nivel nacional, el Partido Demócrata observa estos resultados. El desempeño del presidente Biden en las elecciones intermedias de 2022, mejor de lo esperado, significa que es poco probable que enfrente un desafío serio a su nominación para 2024, si su salud y edad lo permiten y si la economía esquiva una crisis grave. Y en ciertos aspectos Biden ha permanecido sorprendentemente progresista: defendió de manera explícita a los sindicatos, se retiró de Afganistán, aseguró una ley climática y trató de cancelar la deuda estudiantil. Pero sus acciones no siempre se han correspondido con esos compromisos. Por ejemplo, impuso un acuerdo a los trabajadores ferroviarios para frenar la huelga de 2022 mediante una ley exprés votada por demócratas y republicanos que causó desconfianza dentro del movimiento laboral. Una nueva Guerra Fría con China parece ahora darse por sentada, en lugar de ser sólo una posibilidad. Sus índices de aprobación han estado cerca de 40% durante más de un año. Reemplazó a su jefe de gabinete a principios de 2023 y algunas de sus acciones desde entonces han sugerido que se está moviendo en una dirección más conservadora. Ha aprobado un proyecto de oleoducto en Alaska, lo que decepcionó a los votantes preocupados por el clima. Ha planteado la posibilidad de detener a las familias migrantes que cruzan la frontera en dirección a Estados Unidos, lo que representaría un regreso a las políticas de la era Trump. Y emitió una norma que permitiría a las escuelas limitar la participación de atletas transgénero. Si está intentando posicionarse en el centro político, no está claro que sepa dónde se encuentra, pero es probable que esté contando con estar más cerca de él que quien sea su oponente republicano.

Patrick Iber es profesor asistente de Historia en la Universidad de Wisconsin. Es autor de Neither Peace nor Freedom: The Cultural Cold War in Latin America. https://nuso.org/articulo/EstadosUnidos-trump-biden/

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